LOS RELATOS DEL ERRANTE Manuel López Hueso Cliente silencioso Todo el camino lo pasó en silencio. De vez en cuando y en cada semáforo lo miraba a través del espejo retrovisor del vehículo sin encontrar en él ninguna respuesta. Al rato llegaron a su destino. El cementerio municipal estaba repleto de gente, alguno lloraba, otro mataba el tiempo fumando un cigarro.. Nunca se iría a acostumbrar a su oficio de conductor de coche fúnebre pensó mientras frenaba el vehículo en frente de la puerta para empezar el cortejo. Amor El amor es parecido a las primeras lluvias del año. No porque te empapen sino porque te pueden dejar resfriado mucho tiempo. La Batalla El monarca estaba siendo sitiado mientras sus soldados iban cayendo en el campo de batalla. Su esposa estaba lejos de el, quizás combatiendo contra el enemigo o quizás muerta. En un momento no había escapatoria; notó la fría mirada del que fue luego su asesino. Cayó fulminado como rayo. Al poco ya estaba otra vez en su sitio. Curioso sueño esto del ajedrez. Despedida Quizás no trató el problema de ambos con diplomacia, ahora es tarde, sólo perduraba en su memoria aquel portazo a modo de adiós. El aroma Si cierra los ojos aún puede recordar la mirada de su mujer, la sonrisa de su pequeña o las cervezas que se tomaba con sus amigos en el bar de la esquina. La suave fragancia de perfume le devuelve de nuevo a la realidad. -“Lleva la misma marca que me regaló ella.” Pensaba mientras lo miraba. Intenta, con la mano, parar el camino de una lágrima que andaba errante por su mejilla pero no puede. Algo le impide levantar ambas manos. El del perfume viene acompañado por otro, que vestido de blanco, le sumistra la inyección. -Pronto seré libre del corredor de la muerte. Sólo es cuestión de tiempo.” Cierra los ojos y se vuelve a encontrar con sus recuerdos. La bailarina de zapatos rojos Allí estaba ella, de pié ante un público que ya no aplaudía, que ya no la admiraban. Hace algunos años era toda una estrella, bailando al son de la música, con sus zapatos rojos brillantes. De eso hace ya tanto que sólo guarda el recuerdo amargo de esos ojos brillantes que la miraban. Todo eso es historia ahora… ¡ah, no, espera!… El escenario se da nuevamente la vuelta, el mundo gira de nuevo, la nieve en su cabeza mientras escucha el suave giro de la manecilla. Otra vez vuelve a ser admirada en su bola de cristal mientras gira al son de la música. Mañana lluviosa El chapoteo del tejado no dejaba dormir a Marta. Fuera el aroma del café que estaba preparando Hugo inundaba toda la cocina. La lluvia no cesaba en el exterior y el frío se apoderaba de todos los miembros de su cuerpo. Se levantó de la cama y fue donde estaba su marido. Le tocó su hombro y le dio los buenos días sin encontrar respuesta en él. -Veo que te has levantado hoy simpático. Le increpó esta. Le llamó la atención que sólo hubiera una taza. Algo le pasaba a Hugo. -¿Estas bien?. ¿He hecho algo que te haya molestado?. La respuesta fue el mismo silencio de antes. Esta vez si pudo apreciar unas lágrimas en los ojos de su marido. -Está bien, como quieras. Me voy a dar una ducha. Espero que cuando salga me digas algo. Al salir vió algo que la sorprendió. En el calendario de la puerta marcaba el mes de Agosto. Pero lo que más aterrada le dejó fue que en que el último día señalado ponía: Funeral de Marta. La noche La cafetera estaba echando humo de forma desenfrenada desprendiendo por toda la cocina el suave aroma del café recién hecho. Esa noche iba a ser larga para Daniel. Las imágenes de la ouija que hizo la noche anterior con sus amigos le atormentaba. El miedo reinaba en su cuerpo. Esa noche hacia más frío del habitual y se había dispuesto a no dormir. Aquel presentimiento de que algo ocurriría no le dejaba dormir después del accidente de su amigo esa misma mañana y de las cosas que les habían pasado a los demás que con él hicieron el juego en esa tabla maldita. Sus voces a través del teléfono reflejaba el miedo en ellos. El timbre de la puerta empezó a sonar con fuerza. Él no esperaba a nadie, y menos a esa hora. Haciendo acopio de algo de templanza fue a ver quien era, no sin antes coger un cuchillo de grandes dimensiones. En la hoja se vio reflejado. Estaba blanco. El timbre seguía sonando. Quien fuera tendría mucha prisa por que abriera. Pegando su frente a la fría puerta cerró un ojo mientras que el otro lo tenía atendo a la mirilla. El miedo fue en aumento al ver el rostro de un demonio. No podía ser cierto, volvió a mirar y el rostro seguía allí, como adivinando que estaba siendo observado. Quizás habría llegado ahora su hora. La idea de abrir le parecía estúpida pero era la que más fuerzas imperaba. De todas maneras si ese demonio quería entrar no tendría más que echar la puerta abajo. Con la mano que tenía libre cogió su teléfono móvil. La policía vendría en seguida y se acabaría esa pesadilla. Marcó temblando los dígitos y esperó a que respondieran desde el otro lado. Cuando lo hicieron y les comentó lo ocurrido sólo le dijeron que se acostara, no sin antes burlarse de él. Mientras el timbre seguía sonando. No podía más. Según las llamadas de sus amigos ellos también habría corrido la misma suerte. Hasta su amigo Hugo estaba ingresado en la UCI tal como le explicó Pedro por la línea. Tomando quizás la última bocanada de aire agarró el picaporte mientras que con la otra sostenía el cuchillo. Con un movimiento rápido abrió la puerta y con la misma rapidez asestó una puñalada en la misma cara del demonio. El corazón trabajaba con fuerzas. Del rostro del demonio salió rápidamente sangre y la piel de la cara parecía como de goma, dejando ver el rostro de Hugo con una herida mortal en el ojo. Al lado unos fantasmas y un zombie gritaban. El zombie se abalanzó hacia Daniel. -¿Qué has hecho Daniel? Somos nosotros. La voz parecía la de Pedro, pero su cara era fantasmal. De pronto Daniel empezó a llorar.¡Se agachó hasta el cadáver del demonio mientras recordaba que esa noche era 31 de octubre. El gueto El frío había llegado y la comida empezaba a escasear, pero Otto estaba feliz esa mañana. Su pequeña panadería llevaba cerrada desde que empezó la guerra, y de eso ya hace tanto que ni se acuerda. La noche anterior, su esposa e hija habían montado en el mismo tren que ahora esperaba, que según los oficiales de la SS la llevarían a un nuevo Guetto en Treblinka donde tendrían comida, agua caliente y techo donde cobijarse en el duro invierno de Polonia. Acariciando la estrella amarilla de su chaqueta recordó el día del nacimiento de su hija. Ese momento fue el más feliz de su vida. Al llegar el convoy se montó en un vagón. No cabía ni un alfiler. Sentía que le faltaba el oxígeno. Pero el era feliz. Dos señores El era el Señor de todo el castillo. Al menos así se veía el. Tenía a súbditos que mañana tras mañana le adoraban como si fuera el mismo Dios viviente. Y a el eso le daba fuerzas para seguir gobernando. En la fortaleza de al lado un Señor se había autoprocamado rey de esas tierras por lo que había cruentas batallas por el dominio. Hasta caballeros vestidos de blanco, mandados según el por el mismo Papa de Roma, llegaban a separar a estos dos señores y sus ejércitos con éxito. Ese Señor es mi padre y su castillo sólo la habitación donde duerme. El mundo detrás de los muros del hospital psiquiátrico es otro distinto, y mejor a veces, que el que vivimos al otro lado. El viejo del mar El viejo marinero echa la red en medio del gran mar en el que navega con su barca. Es lo que lleva haciendo cada mañana desde que tiene uso de razón, y de eso hace ya muchos años. Su frágil memoria se fue debilitando hace poco pero aún recuerda días importantes de su vida.. Su primer beso, su boda, el nacimiento de sus hijos o la muerte de su esposa. Lo curioso es que no se acuerda, por más que se esfuerza, en como ha llegado alli esa mañana, tan sólo en que la noche anterior estaba en su cama, rodeado de su hijo el mayor el cual lloraba sin saber porque. ¡Parece que tenemos peces! Dice mientras recoge la red. Su esposa a su lado le sonríe. Frente al espejo En el salón una niña juega tranquilamente mientras su joven madre se maquilla frente al espejo. Las lágrimas hacen que sea tarea difícil. El reloj avanza rápidamente y daría lo que fuera por que se parara. Al poco la puerta se abre. Su sueño se torna de nuevo en pesadilla. No habrá maquillaje que camufle tanto sufrimiento. El osito de trapo Las sirenas antiaéreas sonaban de nuevo en la vieja ciudad destruida ahora. El, como tantos otros, corrían po¡”los cascotes de lo que había sido su hogar, donde hace unos años había paseado con su novia o donde había tomado algún que otro té. Hoy todo es olvido. Seguían los llantos de un niño que en la lejanía suplicaba unos brazos que los protegieran. Levantando piedras logró ver al pequeño, que se aferraba a un osito de trapo. Sólo pudo tocar la mano del niño,¡ya que un sonido indescriptible rompió el cielo seguido por una explosión. A las horas encontraron sus cadáveres juntos y un osito de trapo a su lado. Su primer día Sentada en el frío andén de la estación espera su tren. A su alrededor jóvenes con los auriculares puestos con la mirada fija en un punto, producto tal vez de la somnolencia. Era su primer día de trabajo y no quería llegar tarde, razón de más por la que habría llegado puntual a la estación. Al llegar su tren se para, y sube ella y los demás viajeros. Avanza hasta la cabina del maquinista esperando que este salga, y cuando lo hace le da los buenos días y se sienta al mando del convoy. Hoy será un gran día, piensa mientras acelera el tren. Roma imperial Querida por muchos, odiada por otros. Así es la eterna ciudad cuyas ruinas duermen ante los flashes de cámaras y explicaciones de guías. Ella sabe que nunca volverá a ser lo que era y espera que el paso del tiempo la convierta en polvo para así descansar eternamente. El ciclón Eres tan imprevisible como un ciclón, que devasta todo a su paso con la diferencia que este se va después del daño y tú te quedas a reconstruir la ciudad con ladrillos de papel. Lo raro es que me gusta. Primer beso Recuerdo nuestro primer beso, nuestra primera caricia y hasta lo que cenamos aquella noche. Nunca supe decirte lo que te amo. Lástima que te lo diga hoy, en el dia de tu entierro. Sinfonía nocturna Esa puta melodía de saxofón del vecino de arriba me tiene sin dormir. Tendré que enseñarle como suena un revólver 38. El olor de la verdad Estaba ya tan acostumbrado al perfume que ella desprendía que cuando se le acercó notó la fragancia de otro hombre. La chica del abrigo rojo. (Versión libre del famoso cuento Caperucita Roja) La niña avanzaba por el paraje, ataviada sólo con su abrigo rojo, el cual la protegía de la prominente lluvia que acababa de empezar a caer. En esa época de principios de invierno no eran muchos los peregrinos que se encontraba por el camino que con su bordón y viera se adentraban en las profundidades de uno mismo para encontrarse con el apóstol y tener algo de tranquilidad que le ordenara sus vidas. Su padre regentaba un refugio privado a las afueras de Portomarín donde además de cobijo daban al fatigado caminante algo de caldo y agua. El negocio familiar no estaba en su mejor momento debido a que cada vez se veían menos peregrinos por allí. Tan sólo en los meses de verano parecía remontar algo. Una brisa de aire frío la empezó a sobrecoger, así que se abrochó el abrigo y se agarró a las asas de la mochila que llevaba colgada en su espalda. Los cinco kilómetros que separaban su casa de la de su abuela les eran familiares. Cada piedra, cada árbol, cada poste con la característica flecha amarilla que orientaba a la catedral de Santiago las conocía como si fueran amigas de toda la vida. Y es que a sus dieciséis años ya había recorrido ese camino infinidad de veces, la mayoría acompañada de su padre. Esa mañana iba sola, su padre debía quedarse a preparar el desayuno a un grupo de chavales que habían pedido cobijo la noche anterior. Parecían educados y atractivos según observó la niña. Habían empezado la ruta en Roncesvalles en bicicleta según les contó uno de ellos. Sus auriculares sonaban a toda pastilla, razón por la que seguramente no escuchó el crujir de unas ramas detrás suya. Seguía caminando por el camino cuando notó que una mano le agarraba por el hombro. Asustada se giró. Los ojos de la chica se quedaron clavados en los de el. Era unos de los chicos del albergue. -¿Qué haces aquí sola?. Una chica tan guapa como tu no debe andar sin compañía. La mirada del muchacho parecía como pérdida, mientras que su rostro reflejaba tranquilidad. Era atractivo, moreno con los ojos claros. Aunque hacia frío iba con una camiseta de mangas cortas que le quedaba ajustada, mostrando unos biceps desarrollados . Quizás la estética era más por esa razón que por el calor, pensó ella. En el antebrazo un tatuaje de un lobo asomaba como queriendo morder. -Voy a casa de mi abuela. -¿Tan lejos vive ella?. -Realmente no vive tan lejos, si contamos que en coche se tarda quince minutos en llegar por la carretera. -Ya, pero vas andado, no en coche. – los ojos del muchacho la miraron de arriba abajo. -¿Qué miras? – cortó la chica que se sintió algo incómoda. -No pienses mal de mi mujer. Estaba viendo que estas en forma y que para ti no será tan difícil llegar. El pueblo más cercano está a algo menos de cinco kilómetros. Si quieres te llevo en la bici. -No, déjalo. No hace falta. Gracias de todas maneras. -Y tú abuelo.. ¿vive aún?. -Murió el año pasado – la mirada de la chica bajó momentáneamente – mi abuela vive sola, además no tiene vecinos alrededor en dos kilómetros. Es la primera casa del pueblo. Mi abuelo tenía allí un bar y arriba su casa. -Pobre.. Bueno si no quieres que te lleve no pasa nada. Nos veremos en el albergue luego. Que te vaya bien la mañana. -Gracias, igualmente. -Por cierto, no recuerdo tu nombre. -Tampoco te lo dije… El muchacho se daba cuenta que su presencia importunaba a la chica. Le contestó con una sonrisa mientras se montaba en la bici y se marchaba por el camino que antes había recorrido. -Menudo personaje – murmuró mientras se volvía a poner los auriculares. El resto del camino lo hizo sin más interrupciones. Deseaba llegar antes que la tormenta se desatarse por completo. El no llevarse paraguas era todo un despiste. Las frías gotas caían con más fuerzas. Respiró aliviada cuando vio una edificación antigua, con dos puertas de acceso. En una, clausurada ya, se podía leer aún: Bar Chanquete, especialidad en bocadillos y tapas. El letrero estaba negro por la corrupción del tiempo . Apresuró la marcha para llegar ya que la lluvia estaba empezando a apretar. No le prestó mucha importancia al hecho de que la puerta estuviera entreabierta ya que su abuela la estaba esperando. Tampoco vio aparcada en un árbol tres bicicletas. -¡Yaya!.. Ya estoy aquí – gritó mientras subía por las escaleras. Al poco ya estaba en el piso superior. Estaba todo ordenado con el olor característico a cerrado o a que desprenden los libros antiguos al ser abiertos. En la cama estaba su abuela, con la mirada pérdida. -¿Yaya, estas bien?.. la chica estaba empezando a preocuparse. -Si.. No es nada.. sólo me duele un poco la cabeza hija – la abuela miraba hacia un pasillo que daba a la derecha. -Te noto rara. Llamaré a papá para que te lleve al médico – dijo sacando el móvil de la mochila. -No déjalo. No le preocupes. Estoy bien. La mirada de la anciana parecía como suplicando algo a alguien imaginario. Marcó el teléfono de su padre y esperó pacientemente que este lo cogiera. Nadie desde la otra línea contestaba. Probó por llamar al fijo con el mismo resultado. -Estará liado. Tenemos gente en el albergue. ¿Te puedes levantar? -Estoy mejor asi. Vete a la farmacia por algo. Rápido. Un sonido proveniente del salón sobresaltó a la chica. -¿Qué fue ese ruido? – dijo dirigiéndose hacia el pasillo. Cuando estaba a punto de meterse por el oscuro pasillo apareció corriendo Atila , el gato de su abuela. -Vaya susto que me has dado gato – dijo dando de nuevo la vuelta hacia su abuela. -Hazme caso hija. Es mejor que vayas a la farmacia a por algo. -Pero dime antes como te sientes. Necesito saber que decirle al farmacéutico. -Sólo dile que me encuentro mal… y que venga con ayuda – esto último lo dijo con un susurro casi imperceptible. -Yaya, te noto los ojos muy abiertos. -Son para ver mejor a mi nieta. -Pero si no dejas de mirar al pasillo. En serio que me estás preocupando. -Es para oirte mejor. Ya sabes que a mi edad los sentidos fallan. Además huelo por si me he dejado el gas abierto. Estoy ya algo despistada. -Yaya, te noto muy rara. ¿Quieres que llame a una ambulancia? -No, llama a la Guardia Civil..- lo dijo en un tono demasiado bajo para ser oído por nadie. -No me he enterado de lo último Yaya. Dímelo más fuerte. ¿te duele la boca por la dentadura?. No hubo tiempo de respuesta. Del pasillo salieron tres chicos, todos huéspedes del albergue del padre. Uno de ellos era el joven que la había parado en el camino antes. Portaba un cuchillo grande de cocina. -¿Qué queréis? ¿Qué hacéis aquí?- preguntó temerosa la chica que se abrazaba a la abuela. -Venimos a divertirnos un poco. -A comerte por partes empezando por los pies. Te gustará- dijo otro -Nos pedirás que no paremos ya verás. -Dejad que se vaya. Hacedme lo que queráis a mi pero dejad que la niña se vaya. Os lo suplico – la abuela ya se había incorporado. -¿Y que quieres que hagamos contigo vieja?. Lo que tenemos pensado es para tu nieta y nosotros tres. -La trataremos bien. Ella sólo tiene que tumbarse y nosotros hacemos el resto. -Venga.. Quítate ese abrigo rojo que llevas. La chica se aferraba asustada a su abuela. No sabía que hacer. No tenía fuerzas para enfrentarse a ellos, además de estar armados eran tres y más fuertes que ellas dos. La sola idea de ser violada por lo tres la paralizó y sacando todo el aire de sus pulmones gritó con fuerzas. -¡Ayuda!..¡Socorro!. El chico del cuchillo se empezó a¡reír, actitud que fue luego repetida por los otros dos. La chica no dejaba de gritar. -¿De verás crees que alguien te escuchará?. Tu misma dijistes que no hay nadie. Los tres se abalanzaron sobre la chica y su abuela y empezaron a golpearla. -Será mejor que no te resistas. Hazme caso. La chica se protegía como podía e intentaba parar con su cuerpo los golpes que le daban a su abuela, la cual intentaba protegerla a ella también. Aún así no dejaba de gritar con fuerzas. -Nadie te ayudará idiota- dijo mientras lanzaba el abrigo que le habían conseguido quitar a base de puñetazos. -Te equivocas.. ¡levantad las manos!. La voz provenía de la puerta. Una pareja de la Guardia Civil, pistola en mano, les daba el alto. El del cuchillo se tiró encima de uno de los agentes cuando se escuchó el sonido sordo de un disparo. Todo fue muy rápido, del disparo inicial le siguieron dos más que impactaron todos en el del joven del cuchillo. Los otros intentaron escapar pero fueron interceptados por otra patrulla que acababa de llegar al lugar de los hechos. En el suelo, el cuerpo inmóvil del chico descansaba en un gran charco de sangre. El lobo de su brazo estaba siendo tapado por el rojo carmesí que brotaba del cuello. Todo había acabado. La chica se abrazó a uno de los agentes que milagrosamente estaba allí. Ella se preguntaba como la casualidad había conducido allí a la Guardia Civil. El agente con un nudo de garganta la abrazó. Al día siguiente los periódicos de la zona daban eco a la noticia: “Posadero muere a manos de unos peregrinos. El dueño del establecimiento encontró a los jóvenes consumiendo droga y les pidió que se fueran. Ante la negativa de estos a abandonar el local, el propietario, llamó a la Guardia Civil. Fue su última llamada, ya que cuando llegó el Instituto armado encontraron su cadáver tirado en el suelo. Rápidamente la Guardia Civil montó un operativo de búsqueda por los alrededores y fueron encontrados en una casa cercana. Uno de los agresores falleció a causa de un tiroteo con los
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