Yo Bulling «Zona Zero»

Yo Bulling «Zona Zero»

Mónica DP

29/03/2024

«Nunca desee la muerte de nadie tanto como en esos momentos…»

Siempre me habían considerado una niña un tanto extraña, era muy sociable pero solo con las personas mayores que yo, con las chicas y chicos de mi edad no lo era tanto. Me resultaba complicado entablar una conversación de su edad, porque no tenía prácticamente nada en común con ellos exceptuando lo obvio.

El que mis padres tomasen la decisión de mudarnos cada dos por tres no me beneficiaba mucho en este tema, sino al contrario. Llegaba a un colegio nuevo, en una ciudad nueva y volvía a ser la niña extraña. 

Creo que mi familia sufría de algún tipo de maldición, porque sino no hay forma humana de explicar todos los acontecimientos que llegaron tras el nuevo cambio de residencia.

Dejamos atrás una vida cómoda, éramos cinco miembros en la familia, mis padres, mi hermana mayor, mi hermano menor y yo, en medio como «los jueves». Nos fuimos de la capital tras recibir la carta de mi tío, el hermano mayor de mi padre. En esa carta le pedía por favor que fuéramos a vivir al pueblo con él, ya que estaba muy enfermo y necesitaba a su familia cerca. Recuerdo a mi padre con esa carta en la mano, tenía el semblante en blanco, inexpresivo, probablemente discutiendo internamente con sus propios pensamientos. Intentando tomar una decisión que cambiaría nuestro futuro para bien o para mal, puesto que en la ciudad lo teníamos todo, una buena educación para mis hermanos y para mi, un buen puesto de trabajo para mi padre, y una pequeña empresa formada por mis padres, la cual ya estaba dando sus frutos. Allí teníamos una vida perfecta, así que la decisión fue dura. 

 Y así llegamos al pueblo natal de mi padre, con la promesa de que todo sería diferente, sería mejor para toda la familia, pero, evidentemente no fue así.

Aun recuerdo uno de esos primeros días en ese pueblo extraño alejado de todo lo que yo conocía, recuerdo que por aquel entonces no había luz suficiente en las calles como para alumbrarlo todo, y algo con lo que tuve pesadillas durante un tiempo, habían ratas por la calle, ratas grandes como conejos, literalmente, ratas vivas y muertas con su correspondiente olor en el ambiente. Arrugué la nariz ante tal panorama.

La casa en la que íbamos a vivir era una casa antigua de dos plantas, herencia de mi padre y sus hermanos. Aquella casa era bastante grande en terreno, pero estaba muy mal aprovechada. Mi tío vivía en la planta baja, en la que había un gran patio al final, mi padre y él llegaron al acuerdo de que la planta baja nos la quedaríamos nosotros por el tema de ser una familia más grande y con niños pequeños. Ese acuerdo duró poco, al final acabamos en la planta de arriba y esto empezó a traer problemas entre los hermanos.

Mientras tanto mis padres ya nos habían escolarizado en el colegio de primaria del pueblo y ellos debían ahora encontrar trabajo puesto que dejamos todo en la ciudad, y no teníamos muchos ahorros.

Al menos mis hermanos y yo estábamos en el mismo centro estudiando, podríamos estar acompañados entre nosotros y no nos sentiríamos tan solos. 

No tardamos mucho en saber cómo eran los niños de aquel pueblo, puesto que mi hermana mayor empezó a sufrir acoso por parte de los niños de su clase, se reían de ella y la insultaban, así que pasaba la mayor parte del día sola en la escuela. Mis padres cansados de la situación durante ese año, decidieron que cambiaríamos de residencia, más cerca de nuestros abuelos maternos y allí nacerían mis hermanas mellizas. Nos convertimos en una familia de siete miembros.

Mi padre tuvo que buscar un trabajo en el que tuviese un buen sueldo para alimentar a su gran familia, pero a cambio, no lo veíamos prácticamente por casa, viajaba mucho. Mi madre de repente se vio sola con cinco hijos de cero a doce años, sin saber a quien acudir cuando nos enfermábamos o discutíamos.  Mi hermana mayor pasó a tener responsabilidades mayores para ayudar a mi madre en todo lo que pudiese, yo también pase a tener otras responsabilidades, como ayudar a mi madre por las noches, a darle el biberón a mis hermanas, aunque de vez en cuando me quedaba dormida en el intento.

Recuerdo un verano, en el que papá estaba en casa ese fin de semana, y me obligaron a quedarme con mis hermanas pequeñas en la hora de la siesta hasta que se quedasen dormidas, sino no podría salir de la habitación para jugar en la piscina. Me vi encerrada en mi habitación con dos diablitos de dos o tres años con hiperactividad, realmente no sabía que hacer para poder salir a jugar, hasta que se me ocurrió una de mis ideas de «bombero», agarré a mis hermanas, las puse en la cama y las até creo con los cordones de unas batas de invierno. Para no levantar sospechas las tapé con la sabana, y al poco se quedaron dormidas, yo triunfante, busque a mis padre y les dije que las niñas ya estaban dormidas, pero pareció no convencerles mucho y fueron a comprobarlo ellos mismos. Cuando las vieron tapadas en pleno verano obviamente las destaparon, y se sorprendieron al ver mi método, me calló una buena regañina y por supuesto me quedé sin piscina…

A pesar de la difícil situación familiar, mis hermanos y yo estábamos muy contentos allí, el colegio nos iba bien, habíamos hecho varias amistades y nuestra familia materna estaba en un pueblo no muy lejos del nuestro que podíamos ir a visitar de vez en cuando. Pero la situación familiar no tardó más que unos tres años en empeorar. Mi padre se quedó sin trabajo, por esto no podrían pagar en alquiler de aquella casa, así que decidió volver a su pueblo, ya que allí al menos tenía un hogar propio sin tener que pagar un alquiler.

Para nosotros aquello era el horror personificado, puesto que no teníamos muy buenos recuerdos de aquel pueblucho «alejado de la mano de Dios», se podía presentir que no resultaría bien.

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