Una melodía como de cajita de música sonaba mientras pasaba en el “19” por la calle Conde. Yo sentado en los asientos del fondo.
Sonaba lejana, inofensiva.
Las ventanillas del coche empezaban a tornarse más oscuras, debido a la poca luz que había en las veredas. Los rostros de los pasajeros eran invisibles, y a nadie parecía importarle.
Nadie hablaba, era el silencio y la dulce cancioncita, que no se detenía, pero tampoco se acercaba. Escuchaba mi respiración y el ruido del motor; No había voces ni sonidos dentro del vehículo. Eramos yo, la máquina y aquella musiquita incesante.No molestaba, es más, hacía el viaje un tanto más enérgico. Me hacía sentir mis venas.
Todo empezó a tener viñetas, y mis ojos veían como una neblina. Parecía que nadie la percibía, pero estaba ahí. Entrando desde los vidrios, cruzándose por las manchas que simulan ser caras.
Ví como una silueta nubosa se acercaba a mí y me extendía sus brazos, como queriendo abrazarme.
Se acercaba, podía sentir su frío, su aliento húmedo. Y me miraba fijo, queriendo algo de mí. ¿Y qué quería? De mi seguramente era, porque nadie más giró la cabeza para verla. Una vez me miró, me sonrió, me tocó la punta de la nariz y desapareció.
Cuando se fue, la música se detuvo. Ya no se oía esa melodía tan antigua.
Y me sentí tan solo.
Bajé la mirada, cerré y abrí los ojos.
Sentí alivio al ver que un hombre fumaba sentado a mi derecha, esperando en la parada a que el 19 se asomase por Puente Saavedra.
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lume.
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