Esta historia no inicia con un “había una vez” o un “en un reino muy muy lejano”, para nada. Estamos en la ciudad y son apenas unos minutos después de la media noche, como si esto fuera el augurio de un relato de terror. El frío que está haciendo parece un puñal afilado que llega hasta el tuétano de los huesos, el viento parece ráfagas del gélido aliento de la misma muerte y en estas condiciones nadie se acuerda de que estamos en el país de la eterna primavera.
Hace unos instantes los cielos se vestían de luces multicolores, fuegos artificiales y el estruendo de explosiones de pólvora que auguran todos los buenos deseos y propósitos para el nuevo año que recién empieza. En algunas mesas se visten manteles largos, copas de champán y platillos deliciosos, dignos de postales y publicaciones del Instagram. Pero esa no es la mayoría de los hogares, en otros a duras penas quizá abrirán un tamal para celebrar el inicio de un nuevo ciclo y en la mayoría de los hogares de mi bella nación, solo podrán celebrar con un abrazo fraternal entre ellos porque los recursos son escasos y deben guardar para el inicio del nuevo año.
Ese es el caso de Bartolo, de quien hablaremos en esta historia, residente de debajo del puente, usted amable lector elija cuál, pernocta en una covacha como las de la canción de Alí Primera de casi 50 años atrás.
Bartolo es uno más de los muchos, de los demasiados seres que la suerte no les sonrió, a lo mejor, más bien el destino se burló de ellos y condenó a una vida de miseria, de falta total de oportunidades por haber nacido con piel color frijol y poseer un perfil de ancestro maya, con todo lo que ello trae, desde el acento, el origen y la falta de educación formal por ser de escasos recursos desde los tiempos de sus tatarabuelos.
Nacido en el monte, en una finca dentro lo más profundo de la región cafetalera, en las faldas del Tajumulco y Tacaná, los gigantes de nuestra tierra. Fue documentado en la municipalidad del caserío más cercano, casi por su propio pie, a los años de haber nacido, porque a nadie le importa por allá que haya uno más o uno menos de los muchos que trabajan las tierras de nuestra Guatemala.
Así es, Bartolo es uno más de los muchos que trabajan en las fincas cafetaleras, de donde se exporta lo mejor que da nuestra tierra para los paladares más exigentes de baristas a nivel mundial. Bartolo aprendió con solo ver y oler la tierra, si el café que dará será de buena calidad, con las notas exactas de acidez, dulzura y toques frutales necesarios para ser un café de exportación.
Sin saber el significado de la letra O por lo redondo, y contando únicamente con su sentido común para muchas cosas, Bartolo desde que pudo caminar, sembró, cuidó y cosechó café. Allá en la sierra no hace falta aprender de Literatura o Trigonometría para nada, allá en la sierra no sirve hacer trabajos manuales para el día del padre o de la madre como en la ciudad, cuando lo que se necesita es tener fuerza para trabajar y así apoyar la economía familiar en casa.
Bartolo entendía muy bien eso, desde muy chico, él aprendía a ver las diferentes clases del Café, como podía ser atacado por distintas enfermedades y que debía hacer para evitarlas. Era tan bueno Bartolo que eso le valió ser atacado por envidias de otros jornaleros, muchos lo hacían de menos por su estatura menuda, por el color de su piel y origen indígena que él nunca negó.
Cuando pudo, sabiendo que hasta su vida podía estar en peligro, Bartolo se despidió de su patrón, que muy extrañado le preguntaba por qué quería irse de la finca que lo vio nacer, que si pensaba irse a la capital, no lo hiciera, porque era un lugar de locos, donde alguien como él no sería bienvenido. Bartolo solo decía que no podía quedarse, sin acusar a nadie de nada porque así era él. Su patrón, que de alguna manera le llegó a tener aprecio al menudo peón cafetalero, le sugirió que se fuera con un su compadre cafetalero que tenía la finca en una región muy bonita, pero también muy diferente a donde estaban.
Bartolo, le dijo el patrón, voz, solo sabes de café y nada más; pero la verdad es que no necesitas saber más. Yo le voy a hablar a la familia del alemán. ¿Te acordás de ellos cuando vinieron a la finca el año pasado? Bartolo, dudando un poco, contestaba, sí, señor, si me acuerdo de los patrones canchitos que vinieron, dijo.
Así fue como Bartolo, el nacido en las faldas de los gigantes de Guatemala, se fue a trabajar y vivir a las riberas del río Cahabón, en medio del bosque nuboso más denso de nuestra tierra, recomendado por el patrón, llegó con una carta que él desconocía lo que podría decir y se la entregó al “alemán”, como le decían todos al patrón canchito de la finca de ese lugar. Al leerla se le dibujó una sonrisa en el rostro al alemán y le estrecho la mano a Bartolo, dándole también un palmazo en la espalda, le daba la bienvenida a la finca y llamando al capataz se lo presentaba para que lo llevara acomodar su pocas pertenecías en la casa de los obreros para después lo llevara de inmediato a reconocer los cafetales, para ver qué tanto sabia de verdad sobre el cultivo del café.
No hizo falta mucho tiempo para que nuestro pequeño amigo, se entendiera perfectamente con las clases de café de la finca del alemán y pudiera ayudar al mejoramiento de las cosechas. Hasta los peritos agrónomos que llegaban con el patrón canchito observaban a Bartolo en todo lo que hacía y de qué manera, cuando era el tiempo de la cosecha no era solo tomar loas granos de café a lo loco de todos los cafetales, en su misticismo maya ancestral , él primero oraba para agradecer a la tierra y al nahual del café por la cosecha, luego examinaba cada grano de café antes de arrancarlo, para saber si estaba a punto o no, esto por supuesto que hacía que su cosecha fuera más tardada y eso al inicio le molestaba mucho al alemán, pero cuando vio porqué, entendió que más bien en lugar de ser un problema, Bartolo le presentaba la oportunidad de su vida, al poder etiquetar ese café como exclusivo para la exportación al más puro estilo de los baristas mundiales que llevan registro de casi cada grano de café que utilizan para sus competencias internacionales.
Además, por esas épocas, a inicios de los años 1940’s se estaba dando el auge de la cosecha del cardamomo por esa región, cultivo que tendría un par de décadas de haber sido introducido al país. Para nuestro experto cafetalero color tierra mojada esto le brindó un nuevo reto en su vida, porque por allá en las tierras nubadas de Alta Verapaz se concentró la siembra y cosecha de esta maravillosa planta.
Así paso gran parte de su vida Bartolo, entre cosechando lo más fino de la finca de café para el alemán, aprendiendo sobre el cardamomo para hacerse también un experto en él y así llegar al grado de capataz en la finca con los años, de ser un patojo chispudo paso a ser todo un señor Bartolo, se encontró con una india morena qéqchí de la región que lo enamoró de inmediato, fueron novios con permiso de los tatas de la patoja y el patrón canchito que era como dios en sus tierras, todo debía saberlo y autorizarlo. Después de unos meses de noviazgo se celebró una boda en la finca, Bartolo se casó con la morena guapa de Anita y juntos formaron un hogar mientras Dios o el destino lo permitió.
Al poco tiempo del fruto del amor de estos dos resulto Anita esperando un hijo, esto fue noticia entre los jornaleros y peones de la finca, además de motivo de orgullo y preocupación a la vez para Bartolo, él sabía todo lo que había que saber acerca de cuidar un cafetal, pero ignoraba todo acerca de cuidar a una mujer y mucho menos a un niño, que él en lo particular casi debió aprender a caminar solo en su finca natal, porque sus papás sólo se dedicaban a la siembra y cosecha de la tierra, él se cuidó con la abuela vieja que casi ni podía ponerse en pie, menos criar a un chiris.
Pasaron los meses y la pobre Anita estaba que parecía una cuerda con un nudo en medio, la pobrecilla, con una desnutrición y un patojo creciendo en sus entrañas, aunque todas las mujeres de la finca le proporcionaban algún cuidado extra, ella era la que atendía a su marido, cocinándole sus frijoles, haciendo las tortillas y chirmolito picante que nunca debía faltar en la dieta de un buen jornalero.
Fue en una temporada de lluvias, cuando se cumplía el tiempo de la espera de Anita, resultó con los dolores a eso de las 4 de la tarde, un viernes que estaba lloviendo copiosamente en la finca y los jornaleros estaban aún en sus labores, incluyendo a Bartolo, trazando canales para adelantarse a la posibilidad de que el río se saliera de su cauce y pudiera inundar los cafetales o los sembrados de cardamomo del patrón canchito.
Las mujeres más viejas y experimentadas estaban con Anita, haciéndola de comadronas, como se había hecho por siempre en las fincas que están demasiado lejos para que un doctor las visite y atienda a las personas que no sean la familia inmediata del dueño de la finca.
En realidad, nadie sospechaba que esas lluvias eran una tormenta tan brava que dejaría a toda la región en graves problemas. Se desbordó el rio, se inundó media finca y muchos cafetales fueron arrancados de raíz por las correntadas. Los montes se llenaron de tanta agua que el caudal de los riachuelos creció a extremos alarmantes y se dieron aludes de lodo que se llevaron muchas cosas a su paso. Entre ellas, el ranchito de Bartolo, donde estaba Anita y su recién nacido hijo. Bartolo en la espesura del bosque nuboso con algunos otros jornaleros, quedaron varados por las intensas lluvias sin saber nada, según ellos estaban esperando que pasara el agua para continuar sus qué haceres y así regresar a sus ranchos, ranchos que en realidad ya ni existían.
No fue sólo Bartolo el que perdió a su familia, muchos trabajadores de la finca se encontraron con la triste noticia de que estaban sin esposas, algunos sin hijos y en el caso de Bartolo, sin nadie.
Se escuchó retumbar el bosque y el eco el rio se quedo cayado por un instante al escuchar el clamor del llanto de Bartolo, que le habían arrebatado a su Anita y a su hijo sin ni siquiera haberlo conocido, el pequeño hombre se puso como loco a tratar de desenterrar a sus seres queridos de entre el lodo que estaba en el lugar donde horas antes había dejado su rancho, su mujer, su vida…
Todos los sobrevivientes le rodeaban, acompañándolo en el espíritu con su inmenso dolor, pero fue el alemán quien se arrodillo junto con Bartolo y le tomo las manos, trato de calmarlo y lo levanto de entre lodo, porque ambos hombres sin importar sus origines y status social estaban llorando, aunque nadie se daba cuenta en realidad por la lluvia que corría también sobre sus caras.
A los días, mandaron a traer maquinaria y les dieron cristiana sepultura a todos los cuerpos de las víctimas del alud de lodo que había cortado con la existencia de todas esas personas, todos hijos o esposas de los jornaleros de la finca. Eso llevo casi a la quiebra al patrón cachito, por lo que tuvo que despedir a muchas personas y de hecho, vendió gran parte de la finca, él mismo no pudo quedarse mucho tiempo en una tierra tan salvaje que había cobrado tan caro el dar las riquezas de su café y cardamomo, con la vida de sus colaboradores.
Al verse sin empleo, sin familia y prácticamente sin futuro, Bartolo con unos pocos ahorros, decidió que quería conocer la capital de su país, ese lugar donde su patrón, allá en las faldas del Tajumulco, le habia advertido que no fuera, que se lo comería vivo por ser el tan ingenuo e ignorante de tantas cosas, pero al fin y al cabo ya no tenía ningún deseo de vivir en realidad. Después de despedirse de los pocos amigos que tenía y de caminar por un par de días hasta la cabecera departamental para tomar el bus que lo llevaría a la ciudad de Guatemala, Bartolo iba con su morral bien amarado, el machete bien afilado enfundado en su cintura, sus botas de hule y un matate en lugar de maleta donde llevada unos pocos trapos para cambiarse y el resto de sus pertenecías.
Así fue como Bartolo, el ignorante experto caficultor, llego a la ciudad, donde no conocía nadie, donde nadie le hablaba y todos podían, si el se dejaba, aprovecharse de su inocencia tan ajena a la jungla de concreto.
Después de varios días de a duras penas pernoctar en algún rellano de alguna puerta dentro de la terminal de buses y de comer lo que pudiera encontrar en las inmediaciones, Bartolo se animó realmente a salir del perímetro de “La Terminal” para buscarse la vida en algún lugar, empezó a hacer trabajos sencillos de jardinería en alguna colonia y de limpieza donde lo dejaran hacerlo a cambio de unas monedas y un poco de alimento.
Todos los domingos se podía ver al empequeñecido hombre color frijol estar a los alrededores de la iglesia catedral, nunca entraba y solo llegaba al atrio principal, se arrodillaba y se le podía escuchar balbucear en su lengua indígena, no sabemos si oraba o le reclamaba a Dios por su suerte y su vida, pero cada domingo se le miraba sin falta, a la misma hora, frente a la misma puerta, de rodillas, algunas veces derramando lágrimas y otras solo cubierto de sudor del calor de la mañana.
Así es como encontramos a Bartolo en este año nuevo, debajo de un puente en una covacha de cartón, lepa y lamina dónde encontró refugio donde parce que terminará sus días en medio del dolor y la frustración de quien quiso ser feliz pero no se dio cuenta que la felicidad en ocasiones no es para los olvidados que nacen perdidos en las tierras benditas de nuestra nación y que solo son mano de obra para sacar de la madre tierra sus tesoros.
Pero al parecer, la fortuna y el destino jugaron una mano más de cartas con la vida de Bartolo y en este nuevo año que inicia vería nacer nuevas oportunidades en su vida.
En una ocasión limpiando un jardín muy bonito de esas casas fufurufas que están a las afueras de la ciudad, donde habían recomendado a Bartolo, se encontró con un cafetal medio abandonado en un rincón del jardín. Esto hiso que el peón cafetalero recordara viejos días que le trajeron mucho dolor pero de cualquier manera limpió y cuido ese cafetal como si fuera el hijo que perdió hace tiempo atrás.
Cada vez que regresaba a esa casa, podaba, regaba y abonaba al cafetal, hasta que una vez se encontró al dueño de la casa que casi siempre estaba fuera del país y lo felicitó por la labor que había hecho con esa planta.
“Yo pensé que cuando viniera el jardinero cortaría semejante esperpento de planta”, dijo el dueño de la casa, “pero en su lugar la haz cuidado a tal punto que creo que dará una bonita cosecha este año, quizá para un par de buenas tazas de café. ¡Muchas gracias!”
El café es muy agradecido cuando sele cuida bien señor, dijo Bartolo. Y este café, siguió, es de muy buena clase, debe dejarlo que despulpe al natural para sacarle lo más de sus sabores naturales, va a ver que rico le sale su cafecito así… dijo Bartolo sin levantar mucho la mirada.
A todo esto, como te llamas, pregunto el propietario de la casa. Yo me llamo Jonás, dijo para terminar. Bartolo, patrón, ese es mi nombre.
Se entabla una amistad de lo más peculiar entre el potentado hombre de mundo, Jonás, y nuestro peón cafetalero, ahora jardinero errante. Era quizá la forma en la que la suerte, el cosmos y quizá Dios estaba poniendo delante del sencillo hombrecillo de buen corazón ingenuo un poco de equilibrio. Cuando podía, porque Bartolo debía siempre buscarse la vida de un lado a otro, llegaba a ver a don Jonás, como él le decía, a ver el inmenso jardín de la casa y procurarle los cuidados necesarios al cafetal que los había unido.
Jonás lo esperaba cuando coincidían, que cada vez al parecer era más frecuentemente, con una taza de café, se juntaban a charlar por horas y ambos parecían disfrutar de sus platicas. El acaudalado hombre de mundo disfrutaba en lo particular de todas las historias que Bartolo le comentaba acerca de la cosecha, del cuidado y todo lo que se refería al café y el cardamomo que había aprendido. Y Bartolo disfrutaba de charlar con alguien que no lo hacia de menos, aunque hablara diferente y con los modismos propios de una persona de campo.
Con el tiempo parecían ser grandes camaradas estos dos que no podían ser más disparejos al ojo. Jonás le propuso a Bartolo que debería aprender a leer y escribir, que si le daba vergüenza, él mismo podía enseñarle poco a poco, pero le recomendaba ir a una escuela nocturna, que si se animaba, no se preocupara por los gastos que él personalmente pagaría por todo.
Así casi a las 5 decadas después de haber nacido, Bartolo pudo leer y escribir su nombre, con el apoyo de su amigo Jonás, que insistió desde hace tiempo atrás que dejara de lado el “don” para decirle simplemente su nombre, porque eran amigos, eran simplemente dos hombres que disfrutaban de charlas de igual a igual.
Este tiempo hizo en Bartolo un cambio increíble, no podía dejar de leer, parecía que quería devorarse todos los libros y revistas que llegaran al alcance de su mano. Así llego a aprender muchas cosas que le maravillaban y otras que simplemente no entendía, dentro de todo ese nuevo universo que se le abrió a sus ojos y entendimiento, llegaron los métodos de hacer café.
Habiendo dedicado toda su vida al cultivo de los granos de café se intereso de inmediato por la elaboración de la bebida que para él era simplemente de moler y poner a hervir con agua para luego colarlo, agregar azúcar y beberlo.
Ahora cuando llegaba con Jonás, platicaban pero también pasaban a la cocina a hacer café de diferentes métodos, Ahí Bartolo probó por primera vez un expreso, Jonás le preparo también un Capuchino, luego el método Chemex, presa francesa, moka italiana, etc.
Bartolo a pesar de su edad y lo rustico de su paladar aprendió a discernir los matices frutales de los diferente métodos y granos de café, algo que decía Jonás hay personas que nunca llegan a diferenciar…
Luego de un par de años, realmente Bartolo se había convertido en un jardinero itinerante, barista de corazón, experto en granos de café. Una tarde que se dirigía a podar el cafetal del jardín de la casa de Jonás, se encontró con un tumulto de personas en el lugar. Al verlo todas las personas le veían por encima del hombro haciéndolo de menos, a o que Bartolo ya no ponía ningún cuidado, acostumbrado a esos desaires por su menuda figura, color de piel y perfil autóctono. Pero no encontraba a su amigo por ningún lado, termino de podar el jardín y de limpiar, cuando se le acerco un anciano todo ceremonioso y le pregunto: Disculpe, ¿es usted Bartolo?
El menudo Jardinero, volvió a sus orígenes en las fincas y contesto: “Para servirle a Dios y a uste patrón.”
Esto inició una apresurada charla del anciano con Bartolo, indicándole de Jonás había partido al otro lado un día antes y que él era el abogado del Señor y que debía hacerle entrega de la ultima voluntad a él, aunque la verdad no comprendía por qué. De inmediato le entregó una tarjeta de presentación, con tono arrogante le pregunto a Bartolo, ¿Sabes leer? A lo que contesto, Si señor ¡Sí sé!
Entonces te espero mañana por la mañana en mi despacho, aquí esta la dirección, sin mediar media palabra más el viejo se dio la media vuelta y se marchó dejando a Bartolo más confundido que nunca.
Tomo fuerzas nuestro amigo y se dirigió con otras personas, a pesar de las caras del notorio desagrado que hacían cuando se les acerco y pregunto: ¿Qué le pasó al patrón Jonás? Dijo.
Una Dama, con todas las letras de la palabra, al ver que nadie le contestaba al Jardinero, se le acerco a Bartolo con un vaso de agua que le convido y se lo llevo para explicarle que Jonás desde hace mucho tiempo tenia una afección cardiaca, que podía llevárselo en cualquier momento, que los últimos tiempos a pesar de eso, ellos le habían notado que había cobrado nuevas fuerzas, que estaba optimista en la vida y con una sonrisa en la cara, que decía que había encontrado a un muy buen amigo y que estaba aprendiendo muchísimo de él. Nunca supimos de quien hablaba y, solo usted se ha presentado aparte de su familia y amigos de toda la vida; ¿Usted acaso sabrá de quien habrá hablado Jonás?
Bartolo aun sin saber muy bien que era todo lo que estaba ocurriendo, solo atinó a decirle a la señora: “no patrona, yo solo venia a cuidar el cafetal”.
Al día siguiente, Bartolo llegó con el abogado, este de mala gana lo recibió y leyó el legado que Jonás le había dejado a su amigo de tardes de cafés. Este constaba de una fuerte cantidad de dinero, además de un local comercial en propiedad y una carta.
“Querido Amigo, Bartolo.
Si estas leyendo esto es porque ya partí de este mundo, extrañare nuestras charlas al calor de esas fabulosas tazas de café que aprendiste a preparar con maestría, sabiendo distinguir los granos de café y tratando cada uno como el milagro de la naturaleza que es.
Te he dejado suficiente dinero para que ya no pases penas como agradecimiento por brindarme lo más importante que alguien puede dar, si genuina y sincera amistad. Pero si te place, mi voluntad es que compartas con el mundo ese don maravilloso que tu tienes, por eso, también de dejo en propiedad un local para que abras una cafetería gourmet, que puedas hablarle a tu antiguo patrón en las faldas del Tajumulco y Tacana, que no tengo duda que se sorprenderá de recibir una carta tuya, para que puedas obtener esos granos de café maravillose e los que tantas veces hablamos.
Hagas lo que hagas Bartolo, nunca dejes de ser como eres, un alma blanca y sincera que ni importar lo ha sufrido sigue adelante, levantando la cara cada día.
Gracias doy a la vida por encontrarme contigo antes de irme y así aprender lo que me faltaba y no había conseguido en ninguna universidad, Hasta siempre amigo.”
De eso ha pasado ya un tiempo, y si quieren un buen café, en el centro de la ciudad puedes encontrar “A&J café”, A por Anita y J por Jonás, una pequeña cafetería gourmet donde puedes disfrutar de un delicioso café, frio o caliente, americano o latte, con chocolate o crema batida; eso si todos elaborados como si fueran únicos de las manos de un viejo barista que sabe el origen de cada grano de café que usa y que el mismo escoge, tuesta y muele.
FIN
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