Se dejó caer en cámara lenta sobre una de las sillas que rodeaban la mesa del comedor. Apenas audible, el tic tac del reloj repercutía en su interior como una bomba de tiempo. La mirada extraviada y la ausencia de movimientos delataban que Marcos estaba lejos, muy lejos.
“¿Aceptas a Cecilia como esposa…”
Se enamoró irremediablemente de su mirada en un 142 que los llevó al centro. Jamás había visto tan cautivadora expresión de ternura. Cada día, se tomaba el ómnibus a la misma hora y contaba las paradas que faltaban para encontrarse. Luego, no le quitaba los ojos hasta llegar a destino. Esto solía ponerla nerviosa, pero también provocativa. Era un juego de reglas algo difusas que ambos aceptaron hasta que se animó a hablarle.
“…y prometes serle fiel en la prosperidad..”
No quiso esperar. No pudo hacerlo. Caminó una cuadra, luego otra, cada vez más rápido hasta que se lanzó en una carrera irrefrenable. Se detuvo sin aliento, apoyado en el plátano que daba sombra a la puerta de la casa de los padres de Cecilia. Apenas, como pudo, alcanzó el timbre. Ella abrió y se asustó al verlo en ese estado. La sonrisa de Marcos la tranquilizó. Se abrazaron hasta que finalmente tuvo aire suficiente para contarle que consiguió el trabajo.
“…y en la adversidad…”
La puerta del consultorio se cerró. Y con ella su última oportunidad. Los médicos fueron concluyentes. No existía método que pudiera ayudarlos a concebir. Salieron de la clínica y caminaron de la mano sin saber a dónde. No hubo preguntas. No hubo reproches. Sólo siguieron caminando. Juntos.
“…en la salud…”
Los atardeceres de verano, fueron testigo de largas conversaciones en el murito de la rambla. Cecilia hablaba. Marcos se perdía en su mirada. Ella se enojaba porque no la escuchaba. Él la apaciguaba hasta que ella se dejaba convencer y la noche, los abrazaba.
“…y en la enfermedad…”
El día que ella lo planteó, él sintió que todo se detuvo. Le pidió a Cecilia que no volviera hablar del tema. Estaba convencido que juntos podrían superarlo. Necesitaban tiempo. Pero se equivocó. El tiempo sólo acrecentó el tormento. Las palabras de Cecilia resonaban una y otra vez. Cada vez más fuertes. Cada vez más desgarradoras. Cada vez más certeras.
“..amarla y respetarla…”
La aguja del segundero, seguía siendo el único movimiento dentro de la habitación. La espalda encorvada de Marcos apoyaba sólo su parte superior en el respaldo de la silla del comedor. La piernas laxas. Los brazos caídos a los lados, casi tocando el suelo. Su mirada se mantenía fija, extraviada en el mismo punto. Un sonido metálico surgió contra el piso, justo debajo de su mano derecha, cuando no pudo sostener por más tiempo, el arma con el que cumplió su último deseo.
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