Narcisista

Narcisista

Milla

12/01/2024

El exquisito aroma de la esencia floral de su perfume era empujado por la suave brisa que impactaba en las narices de todo aquel que caminara por la misma vereda en la que aquella mujer transitaba. Su cabello largo y sedoso danzaba con cada paso. Sus ojos pardos estaban adornados por unas largas y pobladas pestañas generando así una mirada sumamente embelesadora. Sus labios aterciopelados dibujaban una sonrisa encantadora al toparse con la mirada de aquellos transeúntes que no podían evitar admirarla. Sin duda era una mujer hermosa, atractiva, seductora. A su vez, destacaba su inteligencia y astucia. Tenía clase, elegancia, carisma. También poseía una voz acaramelada que endulzaba los oídos de toda persona que tuviera el placer de platicar con ella. 
Sin embargo, era una mentirosa. Toda esa belleza superficial enmascaraba su verdadera personalidad; carecía de empatía, era vanidosa y manipuladora. Para ella las personas no eran más que simples marionetas que podía controlar a su antojo. Ella solo toleraba la cercanía de aquellos que la elogiaban y le aplaudían cada pequeña cosa que hacía. No había cosa que le generara mayor satisfacción. Podía pretender fácilmente ser tu mejor amiga, tu amante, tu lugar seguro y de la misma forma, le era muy sencillo abandonarte, alejarse y desaparecer de tu vida. Después de todo, el caos le parecía excitante. 
De todas formas, no era suficiente. Mientras más atención obtenía, más necesitaba. Quería ver a más personas arrastrándose a sus pies, requería de más elogios, de más admiración. Era una adicta, pero, aunque estrujara los corazones de todo aquel que tenía a su alrededor, jamás obtendría una satisfacción plena.
Entonces tomó una decisión. Se encerró en su cuarto mientras observaba su reflejo en el gran espejo que tenía ubicado en una iluminada esquina. Aquel espejo en el que podía estar horas apreciando cada detalle de su cabello, rostro y cuerpo.
Se acercó a sí misma y acarició su reflejo. Se sonrió, se besó y rompió el espejo. 
Tomó un trozo de vidrio y se arrancó un pedazo de piel. Sí, esa era la satisfacción que buscaba, una sensación que jamás había experimentado. 
Se arrancó otro trozo de piel y otro más; de su cara, cuello, brazos, pechos, piernas y pies.
Así, se asomó a la calle, musitando una sonrisa tétrica, mientras observaba como uno por uno los individuos se comenzaban a aglomerar alrededor de ella. 
El terror y asco se dibujaba con detalle en sus rostros. No entendían como aquella mujer encantadora se había convertido en una aterradora figura roja.
Aquellas expresiones de preocupación y horror enmarcadas en sus caras eran sumamente satisfactorias para ella. 
Extasiada, colapsó. 
Las vendas adornaron su cuerpo durante años. 
Nadie más la volvió a mirar,
Nadie más se volvió a acercar, 
Y de ella no se supo más.
Aunque aún se podía percibir el distintivo aroma de su perfume,
Por las calles de la ciudad.

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