Muerte en Hawai

Muerte en Hawai

LlueveConSol

30/12/2023

Algo me dice que es una pesadilla. Todavía no puedo asegurarlo pero me arriesgo a creer que esa es la explicación más acertada.

El agua está tibia. No tibia refrescante, como las playas brasileras donde una se puede olvidar del verano sofocante, no. Tibia como caldo. Como ser cocida a fuego lento para que después te engulla un gigante. Mis piernas desnudas se mueven con desesperación en el intento de mantenerme a flote. Se que algo así hay que hacer aunque no podría fiarme de mi técnica. Grito, también, aunque no soy capaz de escucharme. Me asusta saber que cada vez que intento algún ejercicio liviano termino acalambrada y no puedo seguir; ruego que hoy no sea el caso. Hace un rato había gente alrededor, estoy segura de eso, pero ahora no está. Me alejé demasiado de la costa. Me frustro. No recuerdo haber planificado este viaje y me parece inverosímil que esté a punto de comerme un tiburón. No es que haya visto el bicho en cuestión, pero puedo sentirlo. ¿Puedo sentirlo dije? Ahora sí que tiene que ser una pesadilla. Hago memoria. ¿Qué comí anoche? ¿Dónde dormí? Definitivamente no estaba en la playa. Definitivamente no estaba de viaje. Me acosté temprano. Y me acosté enojada. Últimamente no hay noche que no me desplome en la cama con ese gusto amargo ahí atrás y adelante de la lengua tan propio del hartazgo. Ni ganas de ir a buscar un vaso de agua. Que medite me dijo Brenda. Que haga yoga o pilates. Que coma más verduras y tome dos litros de agua por día. Puede que haya pensado demasiado en el agua. O por ahi tengo la vejiga a punto de explotar y por eso este sueño insufrible. No quiero ahogarme, pero tampoco quiero hacerme pis en la cama. Ahora el movimiento de mis piernas se alterna entre pataleo y cruce de rodillas. Ahora no me ahogo. Ahora no me meo. Ahora no me ahogo. Ahora no me meo.

No puede ser real. ¿Qué mar será este? Sí, ésta o esa parezco ser yo, parece, parecemos. Mirá como agito las manos, mirá cómo se me escapan los últimos resabios de oxígeno. Mirá mi malla verde de breteles dorados. Mirá esa piel roja de sol que se esfuerza para no romperse. En cualquier momento algún guardavidas se va a dar cuenta y me va a rescatar. Y si no me rescata, lo bueno de que sea un sueño es que se dice que ahí no te podés morir. O sea, digamos, cuando por fin me muera me voy a despertar. Tendré que confiar en que es así. Pensar en otra cosa. Evitar prestar atención a esta sensación de pecho a punto de partirse, de ojos por estallar. Tendría que haber tomado esas clases de natación. Nunca me hice el tiempo. Si me hubiera dejado de joder con pavadas ahora estaría diez puntos a brazada limpia. Ya me hubiera levantado a alguno de cuerpo atlético y chamuyo medio pelo, nos hubiéramos trenzado en el telo más bizarro de la ciudad (sea cual fuera ésta en la que estoy) y a otra cosa mariposa. Lo que se dice vacaciones. Pero no, me ahogo y encima me va a comer un tiburón. Y no, no veo al guardavidas. Salvo que… No. Si ese que veo ahí es el que me tiene que salvar, mejor me voy dejando ir. Si se parece más a mi, a alguien que nunca pasó de unas birras en la pelopincho, que a un nadador experto. Su cara de duda y de final me destruyen. Algo roza mis pies. Si es un aguaviva estoy en Mar del Plata. No me quiero morir en la Bristol. Ahora, si eso que rozó mis pies es el tiburón que, por pura corazonada, se que está al acecho, entonces estoy en Hawai o en alguna de esas. Morir en Hawai tiene lo suyo.

Necesito despertarme. No me acuerdo por qué me acosté enojada, pero era algo importante y estoy segura de que tengo que hacer algo con eso cuando sea de mañana. Despertate Andrea, dale. Hacete pis sino, seguro que con eso nos despertamos. Si no fuera porque tengo los brazos ocupados en la lucha contra la profundidad del océano intentaría esa pavada de pellizcarme. Lo haría con miedo. Porque qué pasaría con mi fé en que todo esto no existe si después de retorcerme la piel con la punta de los dedos sigo dormida, o despierta. Otra vez eso que me roza los pies. Frío, pegajoso, irregular al tacto, prehistórico, maldito, hambriento. Miro al cielo. Ya no puedo percibir más que el ruido de las olas que chocan conmigo en su camino imparable a la costa. Son atronadoras. No dejé nunca de gritar sin ruido, ni de bracear o patalear sin técnica. Todavía lo hago. Ni una nube hay. El azul del cielo ahora se pone blanco, ahora negro, ahora azul otra vez. El tiburón mira directo a su presa. A contraluz la cacería se vuelve fácil. Si fuera un lobo se relamería. Como es un tiburón simplemente ataca.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS