CARTA A EPIFANIO MEJÍA

“Mientras el ave de nevadas plumas lleva la oliva de la Paz al arca, el negro cuervo en la escampada roca su sed de sangre entre la sangre sacia”

-La paloma del arca. Don Epifanio Mejía

Buen lunes el de hoy, mi querido amigo. Apenas regresé de combatir a los rebeldes del Tolima y lo primero que quise hacer fue escribirte algunas palabras. Ninguna de consuelo, todas amorosas como tus altas palabras y razones para hacerte creer loco. Sí, acabé de llegar a Medellín, me choqué con la horrible noticia de tu estado.

Si te soy sincero, sé de vos que, jamás enloquecerías son tus allegados los ciegos, sordos y locos. No pueden ver a Amelia, tu musa, esa hermosa joven que me mostraste aquí en mí ciudad después de uno de tus maravillosos recitales. Es una lástima por los demás, están tan distraídos, no pueden tener la dicha de ver tu honda inspiración. Quisiera contarles la vez esa, hace diez años cuando paseamos tú, Amelia y yo por Junín, dos días antes de tener mi persona que coger el fusil y echarse al monte con otros tantos ingenuos jóvenes. Con lágrimas en tus cavernosos ojos y desesperadas palabras, me quisiste inspirar a quedarme para emprender un loquito sueño, guiado por la silenciosa Amelia que siempre te fue fiel y ni un saludo me devolvió. Ella era mucho más radical, estaba en contra de la violencia, eso me hace pensar que me tenía rencor por mis insensatas intenciones. Seguramente no quería verte contagiado de ese patriotismo idiota que nos trajeron los foráneos a nuestro terruño Antioquia.

Cuando llegué a mi loma, en la Floresta; apenas toqué el suelo de mi casa un escalofrío me hizo surcos en la espalda. no recordaba su vacío. Ni un cuadro familiar siquiera acompañó la soledad de esa casa,  más parecía del polvo y de las alimañas que mía, pero recordé los tantos manuscritos por vos creados que llenaban algunas ollas y vasijas. Permanecieron nuevas. no tuve oportunidad de hacerme alimento alguno en ellas, siempre que pude, esquivé la soledad comiendo por fuera de esta casa, solo llegaba a la hora culmen de mi tan agobiante día, cansado por andar a tu lado, dichoso sin duda, o cumpliendo jornadas en el cuartel para desgracia de mi determinado destino. Los escritos que me diste, tus hermosos ánimos hechos cantos antioqueños llenaron, sin afán, de frescos olores y matinal luz cada espacio de mi ahora hogar inseparable. Las lágrimas brotaron siguiendo los recuerdos, algunos breves sollozos se escaparon de mi alma para unirse al júbilo de tus creaciones, mi buen Epifanio, poeta cuerdo, viejito loco.

Te agradezco mucho, no sabes cuánto ni hasta dónde, el olor a carroña de los cuerpos descompuestos de hermanos y hermanas colombianos, mal juzgados, muertos por el plomo de los insensibles fusiles, me sumían estéril en sordos cantos alejados de todo sentimiento humano, llegué hecho casi una bestia. Me hiciste un hijo de Dios nuevamente, por ello, se me revelaron las intenciones de tu gente, nacidas del gran amor e ignorancia directamente proporcionales entre sí, piensan en la solución más fácil a tu mal diagnosticada melancolía crónica. Ellos no comprenden que tu cuerpo hace tiempo empezó alimentarse de lo que se alimenta el alma: añoranzas, recuerdos, pasiones.

Desde aquí puedo ver una innegable luz, debes de ser vos sentado a la orilla, en tu rio natal, donde doce años antes me prohibiste llevar el hacha de nuestros mayores con el fin de matar. Me reprendiste de tal modo. Te vi como al padre que deseé tener en mi más tierna edad , edad en la que los ojos prefieren ver al Dios escondido en el verdor de las montañas y negar las oscuras emociones de los hombres, para luego olvidarle y sucumbir como todo el que crece. Duro es mantener el espíritu joven, vos lograste hacerlo.

Te pido exiliar a todos tus cercanos, conjurando de buena gana el amor de tu musa Amelia, ellos planean encerrarte,  a sí mismos se proclamaron tus cuidadores por algún supuesto sentimiento de compasión, dicen clamorosos que es la mayor muestra de piedad. Se alaban sin saber el destino de aquellos encerrados en los manicomios, prisiones y hospitales. En esos lugares sí te volverías loco. No quiero verte privado de la facultad de poder escribir tus visiones, menos sentirte desesperado, viéndote privado de los largos paseos a los que te acostumbraste desde siempre.

Esta carta es solo para ti, nadie más debe leerla, porque también me tomarán por loco. Te informo, yo también veo a mi musa, a diferencia tuya, la mía es horrenda. Me la encontré en un monte de allá del Tolima, tierras poseídas por cuanto demonio es del infierno parido. Primero, la oí gritando, llamándome, la vi en el aire, a unos cuantos metros sobre mi cabeza cerca de la copa de un chopo calvo, no tenía forma humana. No había lugar en la esfera de Amelia, para mi musa. ella tenía mil brazos, dos mil ojos, mil pechos a reventar de leche materna y una vulva que le atravesaba todo su cuerpo. La reconocí como mía, mi compañera; por su voz. Ella, semanas antes, me había conducido a la victoria ante los rebeldes y cuando por fin pude verla, me advertía de su singular apariencia para evitarme arrancar en gritos cuando alcanzara su encuentro. Supe contar cada particularidad. A consecuencia de hacerlo toda la noche, me hizo caer casi muerto en llamas y preñado de terribles escenarios mentales. a lo que alegué fiebre por picaduras de mosquito y el inclemente clima. Lo último fue peor, con su enorme vulva engulló el campamento donde dormía, las paredes y piso palpitaban como el corazón de un desenfrenado enamorado, eso me envalentonó para querer pedir mi retiro, con el fin de volver a Medellín. Ahora pienso que es igualmente bella a Amelia.

Aquí me despido. Te mando un dulce abrazo y fuerza para resistir la traición de tu esposa Joaquina y demás amigos. Lamento no poder ir a visitarte. Como a ti, mi musa no ha dejado de hablarme, me inspiró con amplia astucia, talento griego, seguir un supuesto camino, planeo volver al ejército; ella me ha rogado y me entregó las palabras para persuadir a los generales de viajar hacia Leticia para liberar esas tierras del yugo peruano, ellos violaron el principio del Utis Possidetis Juris. Luego avanzaré hasta el rio Putumayo, mi intención será bañar con sangre enemiga el suelo usurpado a nuestros compatriotas indígenas donde ahora son sometidos por la empresa del caucho. Pienso ganarme el favor de todos los ciudadanos con el ánimo de volver al interior de mi amada Colombia para derrotar a nuestros tiranos.

Con mucho amor, admiración y comprensión, tu amigo quien te alienta a seguir amando a tu musa. Hasta pronto.

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