Invadidos por una sustancia que distorsionaba nuestros sentidos, nos recostamos sin notar que había amanecido. A mi derecha reposaba él, consumido por un sueño profundo, casi tanto como nuestro romance, con la única diferencia de que uno puede despertar y seguir su curso natural, mientras el otro sigue vivo de milagro. A mi izquierda estabas tú, que como yo, no lograste cerrar los ojos en ningún momento de la noche, quizá también te negabas a aceptar que el efecto se fuera.

Sabía que algo iba a pasar y yo lo iba permitir, incluso con él presente. Tu índice fue quien confirmó ese presentimiento anhelado. Bajó lentamente por mi brazo, desencadenando miles de sensaciones que nunca antes había experimentado. El roce fue tan lento que cada fibra de mi cuerpo se detuvo solo para saborear esa sensación. Mis ojos se cerraron para apoyar esa revelación en contra del curso natural de mi sistema y me dejé llevar, inmóvil cual gatito acunado por su madre.

El roce de tu dedo en mi brazo, ascendiendo y descendiendo lentamente, se sintió eterno, un momento en el que podría habitar por siempre si fuera posible. Respondí moviendo lentamente los dedos de mis manos para emular lo que hacías conmigo y al mismo tiempo darte el consentimiento de continuar. Nuestras miradas no se cruzaron en ningún momento, nos mantuvimos con los ojos cerrados siguiendo el compás que habías marcado desde el inicio, dejándonos llevar por el camino del calor de cada uno.

Quizá mantuvimos los ojos cerrados porque abrirlos implicaba darle lugar a la razón, esa que llevó a evitarnos por tanto tiempo pero que al final no fue suficiente porque el deseo pudo más. Cuando nos vimos, tu mirada se sentía profunda, dos mundos que compartían el mismo deseo. Se me dificultó controlar la respiración en ese momento, esos ojos alteraron mi sistema hasta el punto de creer que no había un espacio suficiente para mi corazón, cada latido exigía más y más. 

La conexión de nuestras miradas nos puso en un mismo universo, a milímetros de concretar lo deseado. Yo lo deseaba, te deseaba. Ellas fueron el ancla para que lográramos consumirnos en un beso. Ese beso hizo que el tiempo cobrara su curso normal, rompiendo la sensación de eternidad como si todo estallara, ahora avanzaba rápido y exigía algo más, algo así como las manos en otro lugar y nuestros cuerpos en una posición diferente, quizá tu arriba o abajo. Sin embargo, ignorando los impulsos, nos detuvimos, nuestras miradas ya no se reflejaban mutuamente, no pude interpretar tu sentir y estoy segura de que tampoco pudiste interpretar el mío, quizá también te invadió el miedo seguido de las palabras «esto no es correcto».

Mi mente estaba en blanco, en ese momento no lo sabía pero me equivoqué cuando creí que ese día había saciado el deseo.

Lo absurdo del momento se reflejó cuando te di la espalda, él extendió sus brazos hacia mí y descansé a su lado. Por un momento, creí que pudo haber presenciado ese acto de deseo no tan controlado, y que la venganza se apoderaría de su ser, pero su abrazo solo me confirmó que, si mantenía el secreto, tú y yo nos volveríamos a encontrar.


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