Ah, qué rico el calor de Cartagena, que delicia su gente y sus fachadas coloniales tan coloridas que se ven a donde voltee la mirada, en la imponente ciudad amurallada. Muros gigantescos que evocan la memoria de una conquista española, de batallas navales y piratas rapaces; muralla que vocifera la historia de los negros esclavos traídos de lejanas tierras que sufrieron en esta región. Ahora vemos, transformado todo por el pasar del tiempo, lugares maravillosos que son patrimonio de la humanidad y mudos testigos de barbaries que no debemos olvidar, no para guardar rencores inútiles, pero sí para ser mejores, aprendiendo de nuestros errores y falta de humanidad.

En esas callejuelas llenas de calor y color resalta mucho la plaza Santo Domingo, donde siempre encontraran a Gertrudis. La bella del paraje, mostrando sus exuberantes carnes y hermosura a cualquiera que se atreva a observarla.

Dicen algunos que se le puede ver a Gertrudis pasear por la calle 35, pasada la media noche, como quien va a ver el atardecer al Café del Mar, un exclusivo sitio, a ver como se reflejan las estrellas en esas aguas casi mágicas de caribe, claro que quien jura haberla visto caminar, contoneando su exuberante figura por mera casualidad, casi siempre está acompañado de una botellita de “Chirrinchi”, la bebida local, que solo le ha servido para despejar las penas y los malos pensamientos del día.

¿Qué tendrá en sus pensamientos la bella Gertrudis? Podrá acaso en un paraíso terrenal como este, tener alguna pena o preocupación que desea dejar en el mar oscuro para que las olas se las lleve y la deje.

Como desearía que me abrazara Gertrudis con esas carnes colombianas, que su bella figura que muestra a todos, siendo inspiración para todos de dejarnos de tanta bobería en la vida y, ser tal cual somos.

Vagando por las calles de la hermosa Cartagena, me encuentro con arte y cultura a donde voltea la mirada, un bello ejemplo que no importa si hay o no riqueza, la vida siempre deja paso a la belleza.

En la catedral de Santa Catalina se puede ver, si te fijas bien, en ocasiones, a la gorda Gertrudis, de rodillas rezando por todos, por los presentes y los ausentes que en esa parte del planeta han estado, por los blancos, indios y negros, sin distinción porque parte de la gran belleza de la Gorda es no hacer ninguna diferenciación.

A Gertrudis también dicen verla de vez en cuando en la Plaza San Diego, comiendo unos fritos para conservar su maravillosa figura. Y como hablamos de fritos deliciosos desfilan la arepa de huevo, la trifásica, las carimañolas, papas rellenas y todas las delicias que se pueden conseguir en la venta icónica del lugar, “Fritos de Dora” que mi gorda en realidad adora.

Antes de despuntar el alba, Gertrudis se enfila a la torre del reloj, quizá para ver cuanto tiempo tiene, para saludar a sus amigos los pegasos, en el muelle, dar a lo mejor un paseo, montada en uno de ellos y ver desde las alturas la mágica ciudad donde su padre, el gran Botero, la dejo para ser admirada desde finales del siglo pasado, 1994.

Después de pasarla rico con sus amigos, los pegasos en el muelle, Gertrudis en ocasiones, cuando considera prudente, recorre la avenida Blaz de Leso, en la parte exterior de la muralla, como revisando que nada este fuera de orden, pasa a pedir su bendición con San Pedro Claver, para ella y su creador, así como para todos los que visitan este hermoso lugar.

¡Ah, Cartagena de Indias, un lugar excepcional! Donde se funde el realismo con el idealismo, el arte y cultura con el trabajo diario, de esa cuenta vemos y gozamos de un paisaje sin igual… donde en la faz de la tierra mezclas el delicioso jugo de mandarina, con la venta de esmeraldas preciosas y buhoneros que ofrecen sus mercancías al visitante. Almacenes de marcas mundiales y ventas de fruta picada en las calles.

La gorda Gertrudis está en el medio de casi todos, como vigilante, siendo lo que mejor sabe hacer, el centro de la atención al mostrar sus carnes sin sumisión. Irradiando belleza y esplendor en medio de un mundo que se deja engañar por apariencia ella se muestra sin pudor.

Espero en verdad que el destino y la vida me lleven de regreso hasta allá. En la tierra de las playas hermosas y los paseos nocturnos en chiva bulliciosa, tomándome un trago de aguardiente para soñar que le doy un abrazo a Gertrudis antes de despertar.

FIN

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