La otra familia

-Hola, buenos días.

El viejo me contesta con un gruñido. Es el anciano que vive en el 1º A, me parece, el que escucha el parte a todo volumen en su transistor.

No ha sido un gran saludo, pero al menos ha dado señales de que me ha oído, no como otros que se creen los reyes del universo y ni siquiera te miran cuando les hablas. Pero bueno, no todos son así, otros me han recibido con un fuerte apretón de manos, incluso me han invitado a pasarme por su casa a tomar algo algún día.

Sí, has adivinado, soy nuevo en este bloque. Bueno, nuevo nuevo, no; ya llevo unos meses. Pero mientras seas el último en llegar a algún sitio seguirás siendo el nuevo aunque lleves ahí 20 años. He alquilado el 4ºB. No es que sea barato, pero supongo que comiendo a base de pan y agua durante algún tiempo y rezando para que no me despidan de la gasolinera podré seguir pagando las mensualidades.

Es duro, al menos para mí. No llevo bien los cambios, pero trato de hacerlo lo mejor que puedo. Hay días mejores y peores. Trato de hallar consuelo en cualquier cosa buena que me pase, por muy pequeña que sea. Como una cena tranquila los días de descanso y ver alguna película de los 80, alguna que me haga sentir como en los días en que todo era mejor.

También he hallado cierto… no sabría cómo decirlo. ¿Refugio? No sé. El caso es que es algo raro, pero al menos a mí me reconforta.

Te lo contaré.

Por encima de mí, en el 5ºB, debe de vivir una familia. Y digo debe porque aún no los he visto. Supongo que mis raros horarios no coinciden con el de una familia normal que tiene que llevar a su hijo pronto al colegio y que por la noche se recoge temprano. Aunque eso es debatible, pues a veces siento al niño hasta muy tarde y me pregunto qué horarios tienen, si el niño realmente está escolarizado y a qué se dedican los padres.

El caso es que algún día que llego tarde, me siento agotado en el sofá, sin ganas de prepararme la cena (aunque a las horas que llego no lo llamaría así siquiera), y me pongo a ver la televisión, aunque sin concentrarme en lo que veo. Es en esos momentos cuando les siento en el piso de arriba. Oírles me relaja. Lo más duro de mudarme, para mí, ha sido el ser recibido por un silencio sepulcral cuando vuelvo a casa. Cuando vivía en casa de mis padres, con mis hermanas, el llegar a casa era como entrar en una batalla campal: choques en el pasillo, voces desde una puerta a otra, bromas por ser el único chico de los tres hermanos… Cosas que quizás en el día a día nos molesten pero que, un día, sin darnos cuenta, las echamos de menos. Echo de menos que me gastasen esas bromas, sus voces y las de mis padres planeando dónde ir el fin de semana, todos juntos alrededor de la mesa.

Sí, sé que no llevo mucho tiempo viviendo fuera, apenas unos meses, pero cada día es una eternidad cuando… cuando es distinto a lo que quisieras. Por diversas cuestiones ha sucedido así y hay que llevarlo.

Por eso, cuando vuelvo, y me encuentro con el silencio, agradezco sentir a la familia de arriba. Me imagino su vida y así me olvido por un momento que estoy solo aquí.

Son un hombre, una mujer y un niño pequeño. Los escucho reír y jugar, comer y cenar, hablar hasta altas horas a veces. Y entre recuerdos y fantasías siento que estoy ahí con ellos y que tengo a mi familia junto a mí.

Lo único que a veces me preocupa es el niño. Tiene unas toses muy feas y constantes. En ocasiones, la familia lo ignora, y siguen con los juegos. Pero otras, se callan y les siento hablar preocupados. Yo hago como ellos, y a veces lo ignoro. Sin embargo, poco a poco, tos a tos, la curiosidad se va apoderando de mí. A veces he pensado en subir arriba con la excusa de presentarme por ser nuevo en el bloque, pero al final la vergüenza o, no sé cómo llamarlo, me lo impide. El caso es que me da reparo hacerlo, y más a las horas que llego del trabajo. Podría hacerlo en los días de descanso, sí, que los oigo comer, pero no quiero interrumpirles ese momento, la verdad.

Un día veo la oportunidad de saciar mi curiosidad con otro vecino. Él va a salir de fiesta y yo vuelvo de trabajar. Es Jaime, del 2ºB. Un joven soltero en busca de algún chico que traerse a casa.

-Hola, Jaime- le saludo mientras compruebo el buzón. Nada.

-¿Qué tal?¿Cómo está la otra novedad macizorra del bloque?

Él, como yo, es nuevo aquí. Aunque lleva unos meses más, por eso mi esperanza de satisfacer la curiosidad no decae.

-Oye, Jaime. ¿Has visto tú a la familia del 5ºB alguna vez?¿O sabes algo de ellos?

-Uy, divo, aquí yo estoy lo justo para dormir, comer y, si puedo, dar un bailecito en la cama. Nada más. ¿Por qué dices eso? Te veo preocupado, y ese ceño fruncido no ayuda en nada a mantenerse joven, créeme.

-Es porque a veces oigo toser a su hijo y me pregunto si… si tendrá algo grave.

-Ay, hijo, pues no lo sé. La verdad es que nunca los he visto, y menos he oído toser al pequeño, así que no sabría qué decirte.

Me mira con las manos cruzadas, preocupado. Después me toca la cara.

-Pero no te preocupes, tesoro. Un día subimos y les hacemos una visita. Así resuelves tus dudas, ¿eh?

Asiento sin convicción.

-Y ahora, a menos que te quieras venir conmigo y -menea su torso como espantando moscas con los hombros- disfrutar de la noche, nos tenemos que decir arrivederci.

-No, no tengo ganas de fiesta ahora. Ahora tan solo quiero llegar a casa y relajar un poco.

-Arrivederci, pues, bambino.

Y se marcha bailando por el portal mientras agita la mano en el aire.

Subo a casa y me siento en el sofá. Veo un poco la tele tomándome una cerveza. Son las 2 a.m. No he estado muy pendiente de si estaban o no arriba, la verdad. Pero cuando menos me lo espero…

Esa tos rara que es más bien el ladrido de un perro. No sabría ni cómo poner la onomatopeya. Es el estertor de un perro viejo, un triturador de basura atascado, un coche arrastrando una caja por la carretera.

Ha sonado peor que otras veces.

Los oigo alterados.

Han abierto la puerta de casa.

¿Irán a urgencias?

Puede.

Esta vez no me lo pienso. Subo las escaleras para verles. Pondré la excusa de que oí algo y estaba preocupado.

Subo.

Y nada. Vacío. El rellano está vacío.

Me quedo perplejo y tardo en pensar: el ascensor. Ya habrán cogido el ascensor y estarán bajando. Si bajo lo suficientemente rápido los veré en el portal y no despertaré sospechas por encontrármelos.

Bajo corriendo a toda velocidad las escaleras, los cinco pisos, como un caballo enloquecido.

Y cuando llego al portal, otra vez vacío de nuevo. Ya se habían marchado al hospital.

Siento una picazón de curiosidad como nunca antes. Me hubiera gustado verles, aunque fuese solo un retazo del abrigo antes de girar a un lado y perderse de vista más allá del bloque.

Subo de nuevo a mi casa. A pesar de ser en el cuarto subo por las escaleras. Mientras sea joven y pueda lo seguiré haciendo, no quiero anquilosarme.

-¿Lograste apagar el fuego?

El anciano del 1ºA está asomado a la puerta.

-¿Qué?¿Por qué dice eso?- pregunto sin saber a qué se refiere.

-Te he oído bajar las escaleras armando más barullo que un burro cojo. ¿Dónde te crees que estás? Mira la hora que es, chico.

Podría decirle que no he molestado a nadie más, porque solo estábamos él y yo. Que parece tener el sueño muy ligero o el oído muy pegado al rellano. Pero es la primera vez que hablarme ha salido de él, aunque sea para quejarse, y creo que si le pregunto me escuchará.

-Verá, estaba preocupado por un vecino. Le oí bajar y quise preguntarle por si necesitaba ayuda.

Al verme con buenas intenciones, y mi pinta de fatigado- sí, seré joven, pero por dentro debo de estar bien cascado, pues un galope por cinco pisos me ha dejado peor que un galgo famélico, por lo visto- su gesto se ablanda.

-Yo solo te he oído a ti. ¿A quién habías oído tu?

-A la familia que vive encima de mí, a los del 5ºB. Su hijo debe de estar enfermo. Le oigo toser cada noche- contesto cogiendo aire.

El hombre se queda boquiabierto y parece no saber cómo reaccionar durante unos segundos. Después me señala el interior de su casa con la cabeza. Yo dudo, pero acaba invitándome.

Al entrar veo que la decoración de su casa va acorde con su edad y personalidad: muebles viejos, ningún adorno, fotos antiguas y el cuadro de algún grabado de paisajes. Una foto de una mujer mayor en la mesita del teléfono.

-Sé que es tarde, pero ¿quieres algo?

-Un poco de agua, gracias.

Asiente, aunque por su expresión creo que se imaginaba que pediría algo más fuerte.

Vuelve algo más tarde con un vaso de agua para mí y uno de leche caliente para él.

-Me reconforta el olor a leche templada. Me da calma, paz, y luego me ayudará a dormir.

No sé qué decir a eso y me limito a asentir.

-¿Y decías que oyes a los vecinos del 5º?- no especifica letra porque el 5ºA sabía yo que estaba vacío.

-Sí, cada noche.

-Y… ¿qué es lo que oyes?

Le conté lo que oía cada noche. Aquello que me reconforta cada día.

-Y hoy… ¿qué escuchaste?

Se lo digo y el asiente, como si ya supiese de antemano lo que iba a decirle.

-Me lo imaginaba. Ya tardabas en dar señales de escucharlos.

-¿Perdón?

-A los del 5ºB.

-Sí, ya sé el piso. ¿Quiénes son? No los he visto desde que estoy aquí y sentía curiosidad, la verdad. Ese es el otro motivo por el que bajé corriendo- reconozco avergonzado-. Quería poner cara a sus voces.

-Pues… es tarea difícil, joven.

-¿Por?

-Por estas fechas, supongo que hoy será el día, murió el pequeño de los Curiel.

Me quedo sin palabras. Aquello debía de ser una broma, pero sé que el anciano del 1ºA no es de hacer bromas. Al menos, no era esa la sensación que tenía de él.

Le pido que se explique, que me cuente qué quiere decir.

-Sí, verás, los Curiel eran un matrimonio que tuvo a su hijo siendo ya algo mayores. Eran buena gente, alguien en quien poder confiar. Fueron grandes vecinos.

-Oiga, pero dígame, ¿por qué habla en pasado, qué pasó en realidad?¿Qué me está queriendo decir con todo esto?

Clava su mirada en mí. Presiento que lo que va a decir es algo que va a ir directamente al corazón.

-Los Curiel murieron. Los padres y el niño.

Sonrío.

-No puede ser, me está tomando el pelo. Acabo de oírlos salir de casa.

-Dices que oyes toser al niño, ¿no?

-Ajá.

-Tenía una enfermedad respiratoria que se complicó. Un día se marcharon a urgencias y ya no volvió. La madre no pudo hacer frente a ello y se suicidó. Poco después lo haría el padre. Si no me crees puedes preguntar a cualquiera de los otros vecinos que lleve aquí viviendo lo suficiente para acordarse. Por ello los del 5ºA se marcharon. Ellos también escuchaban a sus vecinos sabiendo lo que había pasado.

Mi cerebro trata de asimilarlo, pero es tan irreal que no, no puede ser verdad. Y así se lo hago saber al anciano. Es imposible que mi “otra familia”, los que me ayudan a sobrellevar el silencio de mi casa sean… o no sean…

-Me está tomando el pelo. Sé que soy el nuevo y que quizás no le caigo bien, pero esto…

Sin decir nada, se levanta y vuelve a sentarse tras coger algo del mueble del salón que tintinea contra una taza. Es una llave. La pone frente a mi rostro.

-Toma- me dice-. Son las llaves del 5ºB. Me lo dejaron como vecino de confianza. Yo conocía a sus padres. Al mudarse aquí fui un familiar más para ellos. Y ellos para mí.

Una lágrima resbala por su mejilla. Parece ser que lo que acababa de revelar preferiría no tener que haberlo dicho. Lo diría para terminar de convencerme.

-La próxima vez que los oigas, sube y abre la puerta. Después bajas y me cuentas lo que has visto.

Confuso y algo asustado, hay que admitirlo, cojo la llave. Lo hago más por el hecho de que me la ofrece que por que tenga verdadera intención de usarla. ¿Alguien entraría en una casa sospechando que acaba de oír a los espíritus de sus habitantes?

Aun así, cojo las llaves y le doy las gracias. Permanecemos un rato en silencio sin saber muy bien de qué hablar.

-No digo que me lo crea, pero ¿alguien más los ha oído?

-La gente que ha estado alquilada ahí no ha estado mucho tiempo, y yo tampoco es que haya hablado mucho con ninguno- eso me lo creo-. Si han oído algo extraño, nunca han dicho nada. Tampoco hay nada de extraño en escuchar los ruidos del vecino, al fin y al cabo, cada uno lleva su vida, ¿no? Sin embargo, tú has salido corriendo detrás de ellos. ¿Por qué?

-Supongo que, como con usted, ellos también se convirtieron en familiares míos.

El asiente dando un trago a su vaso de leche.

-Sé que si subes serás respetuoso- no sé si lo dijo como advertencia o afirmación.

-Claro- le dije-. Si subo.

Un instante de silencio.

-Muchas gracias por todo, señor…

-Losada.

-Gracias, señor Losada.

Asiente mirando al suelo.

-No te olvides devolver la llave.

-No lo haré.

Y subí a casa.

Dejé la llave de los vecinos encima de la mesa del salón, sin dejar de mirarla. Se acababan de ir a urgencias. Subiese o no ahora la casa estaría vacía. Lo estaría, ¿no?

La curiosidad me está matando, pero y qué más da. Sea verdad o no lo que me ha dicho el señor Losada no habría nadie en la casa de todas las maneras.

Aun así…

Cojo las llaves y las miró con atención, decidiéndome sobre si subir o no.

Si es mentira, vale, será una broma pesada que me ha gastado Losada. Pero si es verdad… Si es verdad, ¿podría seguir viviendo aquí, escuchándolos cada día como si nada?

Y al final, subo.

No me hace falta ver fantasmas ni espíritus ni nada por el estilo para saber que Losada tenía razón. Veo que no hay lo que debería haber en una casa donde vive una familia.

No hay nada en el frigorífico, que está apagado, por cierto. Tampoco hay muchos juguetes, que digamos y varios muebles están cubiertos con una tela para no coger polvo, imagino. Si realmente viviese allí una familia sería distinto. Además de la atmósfera que se respira, viciada, como si hiciese mucho tiempo que nadie abre las ventanas.

Lo curioso es que no siento miedo estando allí. Mis sentimientos son más de pena y tristeza.

Las personas que eran mi otra familia no son más que ecos del pasado. Ni siquiera existen.

Desganado, bajo las escaleras hasta mi casa y me duermo en silencio.

-Tome, aquí tiene la llave. Gracias- le dijo a Losada entregándole las llaves del 5º.

Él me mira desde el umbral de su puerta, tratando de descifrar lo que pienso o siento.

-¿Y bien?¿Qué viste?

-Que era verdad lo que me dijo. No vive nadie allí.

Asiente y sonríe.

-Al menos no de la manera que nosotros entendemos de vivir.

Me quedo mirándolo en silencio.

-Se acercan días difíciles por el aniversario de lo que ocurrió. Procura no prestar atención. Después volverán a ser los de siempre. A no ser que te marches del piso.

Le observo, reflexivo. Realmente he pensado en marcharme, sí, pero la actitud que él me está mostrando confirma y da llama a la pequeña chispa de la duda que tenía en mí.

-Creo… creo que me quedaré. Al menos un tiempo.

Él agacha la cabeza. Me parece que es lo que esperaba oír.

-Estos días serán duros, ya te digo. Ven a verme si hace falta.

Le doy las gracias y subo de nuevo a mi piso. No sé qué me depararán los siguientes días que tanto me hace temer Losada. Hay cosas peores que el silencio, lo sé, me lo imagino; pero por ahora, no quiero planteármelo.

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