Su alma grazna una tosca carcajada,
otras veces una risa callada.
_
Sus ojos rotos al rostro no miran.
Él no observa a las estrellas que giran,
ni tampoco a las manos que se estiran:
son velas de sueños, al rato expiran.
_
No perdona ni olvida en su memoria;
nunca se equivoca en su falsa historia.
_
Ademán torpe, mueca acomplejada.
Espejo caído sino lo admiran…
«¡Quiero en vida y muerte, mi Laudatoria!»
OPINIONES Y COMENTARIOS