Me llamo Manolo y soy cornudo tecnológico. Así, tal cual suena. ¡Qué lejos ha quedado la revolución industrial! Estoy casado con María Dolores desde que ambos contábamos veintiséis años. Hasta aquí todo más o menos bien. Al menos hasta que por su cuarenta cumpleaños un par de trasnochados mensajeros aparecieron por casa con un androide tallado por hábiles manos de artesanos salidos de la Grecia clásica. A pagar en cómodos plazos. El androide en cuestión es de sexo masculino. Músculos perfectamente torneados y multitarea; lo mismo limpia bajo la cama que “limpia” los bajos de mi señora.
Una meseta sentimental claramente marcada, aburrimiento plausible y monotonía en progresión geométrica. Eso vociferaba mi mujer desde la cocina, sobre todo cuando me sentaba a ver el fútbol. Ella necesitaba reinventarse, llenar de alicientes su vida vacía mientras yo me llenaba de cerveza. Así que un aciago día, tras hablar con sus amigas, decidiera hacerse con los “pintorescos” servicios del populoso androide X-JP v2.0 al que bautizó cariñosamente como Charlie. (Por lo visto hay más “ciervos” en las casas de por aquí que en el bosque) ¡Así se cortocircuite!
Charlie no fue bien recibido en lo que a mí concierne. Me miraba por encima del hombro; quizás su metro noventa tuviese algo que ver. Rubio, peinado hacia atrás, cara de no haber roto un plato, ojos azules, barba perfilada, músculos esculpidos y maneras afeminadas. Es “el otro”, consentido, saleroso, perfecto y rumboso. Un maldito adonis. Yo en cambio soy cuan burro apaleado, rebuznando en cómodos plazos.
No pude negarme a su adquisición. Claro que no, mi matrimonio pendía de un hilo. Así que acepté (a regañadientes) ser cornudo cibernético. ¿Qué mal podría haber en ello?…
Charlie le da a todo y todo se le da bien. Plancha, cocina, vigila el hogar, aspira bajo las alfombras, arregla enchufes, repara goteras y hasta enfosca. Fenomenal ¿verdad? Eso pensaba yo. El problema es que Charlie está programado, especialmente, para las artes amatorias. Todo un don Juan, un empotrador de silicona súper realista. Piensen en ello y con total seguridad quedarán cortos.
Pone a mi señora a morder almohada y ella gustosa se atraganta. Yo, maldiciendo mi suerte me retiro a ver la tele. En publicidad salen otros “Charlies”, virtuosismos de la era moderna. Les dedico un sonoro eructo y un pedo con sorpresa. Mi mujer grita cuan perra en celo, Charlie empuja con su “émbolo” cibernético y mientras yo mirando por la ventana. Una urraca posada en el alfeizar se está descojonando de mí…
Almorzamos los tres, comemos los tres, cenamos los tres y duermen… ¡Ellos dos! María Dolores tiene otra cara, un cutis más refinado. Cierto día me espetó, mientras se daba la crema para la celulitis, que gustaría de ser madre. ¡A buenas horas pensé! El padre evidentemente ¡Charlie! ¿Sería niña? ¿Sería niño? ¿Un híbrido? ¡Charlie 2.5! Un revoltoso “terminator” con piernecitas y manitas mecánicas.
Cada sábado hacemos la compra en el súper. Yo me tiro a las ofertas. Charlie se las arregla para quitar mis artículos del carrito y sustituirlos por productos naturales, sin conservantes, sin colorantes y respetuosos con el medio ambiente. Ella se lo consiente, fascinada y embobada. Bailan por los pasillos como dos adolescentes atolondrados mientras este “burro” guía el carro hacia caja.
En casa más de lo mismo. Soy un cero a la izquierda. A las dos de la tarde todos a la mesa. El androide le da de comer, moviendo la cuchara en plan avión que aterriza en la boca de mi señora. Ella lo mismo para con él. Ridículo. ¿Para qué necesita alimentarse un androide?…
En el cuarto de baño me vigila para comprobar que ninguna gotilla salga fuera. Si son aguas mayores no hago más que tirar de la cadena cuando allí aparece. Noto su aliento en las cervicales. Siempre revisa retrete y escobilla. Después me mira con aquellos ojos azules 2.0 y no tengo claro si me compara con los tropezones de la escobilla o si me está enviando mensajes subliminales.
Una noche pude dormir (bueno, cerca estuve) con mi María Dolores. Hasta me dejó tocarle un pecho por encima del camisón. Resulta que el otro pecho se lo estaba sobando Charlie, agazapado entre las sábanas. Ale, de nuevo a ver la tele. Eso sí, como venganza me he tirado un cuesco en la habitación. Charlie no hace esas cosas, claro que no, las miserias humanas no van con él. Allá que volvió al alfeizar la urraca…
Al volante Charlie, siempre él y a su vera mi parienta, sonriendo de oreja a oreja. Hasta parece que la infiel consentida ha rejuvenecido. Ambos parecen un anuncio: ¿te gusta conducir? Yo sentado atrás. Callado, vetado, menospreciado y con mi orgullo incrustado en el ojete.
Oteo por la ventanilla otras señoras paseando de la mano con otros “Charlies”. Sus maridos “ciervos” caminan detrás, cabizbajos. Hasta los perros enseñan dientes si éstos toman la correa. Sólo se dejan pasear por aquellos “Charlies” de latón y hojalata…
Cuando viene la familia el androide se convierte en perfecto anfitrión. Habla de todo y hace de todo. Es ponerse el delantal y en un santiamén prepara la comida e incluso limpia y llena la piscina. Por la tarde se zambullen en armonía, incluida la gorda de mi suegra y las solteronas de mis cuñadas. Yo prefiero leer el periódico. Ya cuando se han ido sí, decido darme ese chapuzón. Me lanzo cuan tritón artrítico. Resulta que Charlie había vaciado la piscina…
Se duchan juntos y revueltos. Él le frota la espalda y mi señora le frota otra cosa, a ver si sale el genio de la lámpara…
Charlie se pone mis calzoncillos limpios, le quedan grandes. Es mi turno empero ya no queda agua caliente. ¡Maldita sea! Ya me ducharé otro día y ya me quitaré el calzoncillo, más amarillo por adelante que marrón por detrás…
Se rumorea la próxima salida al mercado del modelo 3.0, tanto masculino como femenino. ¡Bien! me haré con una “Charlie” de buenas ubres para darle a mi parienta en las narices.
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