𝓒𝓪𝓹𝓲𝓽𝓾𝓵𝓸 1: 𝓢𝓲 𝓭𝓮𝓬𝓲𝓭𝓸 𝓲𝓻𝓶𝓮
«𝑳𝒐 𝒑𝒆𝒐𝒓 𝒏𝒐 𝒆𝒔 𝒄𝒂𝒆𝒓,
𝒔𝒊𝒏𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒏𝒂𝒅𝒊𝒆 𝒕𝒆 𝒔𝒂𝒍𝒗𝒆 𝒅𝒆𝒍 𝒂𝒃𝒊𝒔𝒎𝒐»
Caigo. Siento el viento entre mis dedos y mi pelo vuela frente a mis ojos. Espero ansiosa el impacto, ansiosa porque pase y de miedo a sentir algo.
Ya lo veo venir, una larga caída hacia la oscuridad del agua.
Me senté en la cama de un salto. Me encontraba hiperventilando y sudando frio. Hace mucho que no tenía pesadillas, y hace mucho más, realistas. Aún podía sentir la caída, pero no puedo recordar el motivo ni el resto del sueño.
Una mano tocó mi hombro, asustándome de tal forma que casi la golpeo para salir corriendo. Miré al dueño de esa palma, quien la sacó de su lugar con rapidez; en ese momento, me encontré con un par de ojos heterocromáticos, uno azul y uno dorado, que conocía a la perfección. Ishi, mi marido, me miraba preocupado.
Yo no podía decirle nada, ya no podía saber con certeza que había soñado. Él inmediatamente entendió mi situación, como si hubiese sido gracias a la telepatía y simplemente me abrazo. Siempre amé estrecharme entre sus brazos, me daba calidez y la paz que necesitaba en todo momento. Desee quedarme así para siempre.
Con los minutos, mi respiración se fue calmando y mi cuerpo dejo de temblar y sudar. Al estar tranquila por completo, Ishi me soltó y me miro a los ojos.
—¿Otra pesadilla?
Asentí y me adelanté a su siguiente pregunta.
—Realmente, no recuerdo mucho. Tengo un vago recuerdo de una caída, pero eso es todo. De alguna forma, se sintió muy familiar esa sensación de estar cayendo, tanto que me da escalofríos. Nunca me he caído muy alto, ¿o no?
Mi marido lo pensó, por un largo momento. Debería de estar enumerando todas mis caídas, que no son pocas, a decir verdad.
—No, no que recuerde. ¿Tal vez de más chica?
—Imposible, mi mamá me ha contado todas las anécdotas de mis caídas y ninguna fue más alta que un árbol.
Trate de esforzarme, de forzar mis recuerdos. En alguna parte de mente debía estar algún vestigio de ese sueño, no puede desaparecer, así como así. Pero más intentaba, menos lo lograba y más mareada me encontraba.
Al ver mi estado, Ishi me recomendó que no me preocupara por eso. Que, de ser importante, en algún momento recordaría lo que soñé. Decidí seguir su consejo, por lo que miré el reloj para saber que hora era. El reloj de nuestra habitación, de diseño vintage con detalles dorados y con piedras violetas, daba las 6:00 a.m., todavía faltaba una hora para que sonara el despertador.
Sabia de antemano que no dormiría y que, de hacerlo, lo más probable es que pase de largo y no quería eso. Por lo que decidí tomar un baño para sacarme todo el sudor pegado a mi cuerpo y para despejarme de todo vestigio de aquella pesadilla.
Una vez fuera, ya me sentía mejor. Podía sentir la calma de nuestro hogar y la paz de saber que todo esta bien aquí.
Me dirigí a despertar a los muchachos, dos pequeños que llenaban mi vida de alegría (y de agotamiento también, por supuesto). Al nacer el primero, deje todas mis aspiraciones y trabajo para poder cuidar de él. La infancia es la etapa más importante de cualquier persona y quería darle lo mejor. Nadie me lo pidió, pero quería bríndales tanto amor, pues porque…
¿Por qué era? En ese momento, no podía recordarlo. Había un motivo, claro, pero no podía entender porque no recordaba algo tan importante como eso.
Dejé de darle tantas vueltas y fui a la cama del mayor.
—Armin, es hora de despertar -susurré suavemente en su oído.
Al ver que se movía, supe que no era necesario traer un balde de agua. No solía ser muy brusca para despertar a alguien, pero ellos sacaron mi sueño profundo y a veces es casi imposible sacarlos de allí.
—Buenos días, mamá. ¿Qué hora es?
Su pelo azabache parecía al de un brócoli de tan desordenado que estaba. Seguramente estaría todo enredado, al menos eso creía en ese momento.
—Son las 7:15, vete levantando. El baño ya esta libre para que lo puedas usar.
Apenas terminé de hablar, me levanté para quedar frente a la cama superior de la litera. A oscuras no se veía muy bien, por lo que cualquiera que no conozca la habitación de memoria corría el riesgo de golpear su cabeza con el borde de la misma. Se habrán dado cuenta que ese no era mi caso, no.
—Vamos, Cassy, que vas a llegar tarde.
Solo bastó decir esa frase, para que de un salto el pequeño pelirrojo ya estuviera en el suelo justo al lado de su madre.
—¡Ya estoy, ya estoy! ¡Estoy despierto!
Su hermano y yo no pudimos evitar que se nos escapara una estridente carcajada. Siempre tan tranquilo y lento hasta para comer, que nos había dado mucha gracia como fue tan rápido por primera vez en su vida.
—Tranquilo amor, son las 7 y pasadas recién -dije mientras me secaba las lagrimas que me salieron de tanto reír.
—¿Y entonces porque dijiste que llegábamos tarde? Pude haberme roto algo.
—Siempre eres tan lento para todo, que mamá seguro pensó en que así te apurarías más -le respondió esta vez Armin.
—Ya, no discutan. Vayan a lavarse y los veo abajo vestidos y con todo para irse a las 8 menos 20. No quiero retrasos, así que apúrense si quieren pasar la noche en lo de su amigo Nath.
Como cohetes se dirigieron al baño. La hora del desayuno pasó de forma amena y rápida, no nos alcanzó el tiempo de contar todo lo que queríamos hablar. Les preparé el almuerzo y el colectivo escolar los pasó a buscar. No volverían hasta el día siguiente, ambos harían una pijamada con unos amigos.
Ishi no tardo en irse, tomo su mochila y salió, no sin antes darnos un beso de despedida. Tenía la casa sola por toda la tarde, así que me propuse a ordenarla y limpiarla de par a par. Nunca puedo hacerlo si están los chicos y cuando está mi marido, es momento familiar que ninguno que viva en la casa puede ignorar. Tenemos una excelente relación todos nosotros, solo que a veces nos falta depuración y orden en la casa.
Puse mi playlist favorita y comencé limpiando la cocina que recién había utilizado. Al son de «Fractions«, seguí con el comedor y la habitación de los niños. Al empezar las canciones del repertorio musical Hamilton, ya había terminado la mitad de la casa quedando no más que la habitación principal y el altillo. Con lógica, dejé el altillo para el final.
Ese lugar siempre me ha dado miedo, las incontables películas que había visto me inculcaron este temor a que algo pase. Hasta yo misma me sorprendía al recordar que no había entrado allí desde que nos mudamos.
«Estoy segura que ese lugar necesita un poco mucho de orden«, pensé.
Dentro de lo que se podía ver, en el altillo había innumerables cajas de cartón sin nombrar, una tele vieja con un reproductor VHS y las maquinas viejas que dejamos de utilizar hace muchos años. Comencé sacando fuera la basura inútil: microondas sin funcionar, juguetes que Armin y Castiel nunca iban a usar, sillas rotas, etc. Solo dejé las cajas y el televisor conectado al reproductor.
Tenia curiosidad por ver si la tele aun funcionaba, por lo que la conecté al toma más cercano para no hacer fuerza de más. Milagrosamente funcionaba a la perfección, solo tenia el detalle que a veces se ponía una línea a través de la pantalla lo que se solucionaba con un pequeño golpe al costado. Lo mismo para el reproductor, quien necesitaba una limpiada y estaría como nuevo.
Dentro de las cajas no había gran cosa, solo libros que olvidé desempacar en su momento y álbumes de fotos que quise conservar. Cuando pensé que ya no quedaba nada más, me topé con una última caja escondida en lo profundo del altillo. Tenia una gran etiqueta escrita con papel y marcador que titulaba la caja.
«Si decido irme».
No recordaba haber guardado una caja de ese estilo, por lo que me dio mucha más curiosidad qué sería su contenido. Adentro me encontré con un montón de casettes VHS, unos 10 calculé a ojo, teniendo cada uno su titulo al margen. Traté de pensar el origen de estas cintas y cómo habían llegado a nuestra casa, pero no se me ocurría nada al respecto. Decidí verlos, tal vez eso me ayudaría a recordar.
Tomé el casette titulado «Escuela» y lo pues en el reproductor que conectaba con la tele. El soundtrack del video era melancólico acompañado de una voz en off.
Soy rara. Lo sé, en el colegio me lo dicen seguido.
Comenzaron a aparecer figuras de personas en color violeta sobre un fondo negro, pero a ninguna se le mostraba el rostro.
Empecé a ser consciente de eso desde que me cambié de escuela. Me encanta el aprendizaje aquí, pero al ser una de las mejores escuelas del país, la mayoría son chicos ricos y, para ellos, yo no entraba en su estatus. Aunque eso es lo mínimo.
No me gusta el deporte, no soy femenina a la hora de vestir, tengo sobrepeso y nunca me he maquillado o retocado mi cara. Amo leer en la soledad y tocar en los recreos cuando nadie esta viendo. Mi clarinete y libros se han convertido en grandes aliados, pero la soledad me está comenzando a consumir.
Mis «amigos» no me lo dicen directamente, no me pegan ni me maltratan. No me llaman de gorda o fea. Pero tampoco les gusta pasar tiempo conmigo. Puedo sentir lo incomodos o molestos que están cuando me acerco a jugar con ellos, como si les hubiera arruinado el buen rato que estaban pasando.
Mi mente pide perdón constantemente, pero es que no me gusta estar sola. Mi familia esta empezando a darse cuenta que algo pasa, pero no sé cómo decirlo sin que piensen que «son cosas de chicos». Mis profesores llamaban a casa para saber que me pasaba y en mi casa preguntaban al colegio, ninguno tenía respuestas.
Miento con tal de agradarles, ayudo con tal de que vean que soy buena niña, trato de mejorar, pero los comentarios no dejan de llegar.
«¿Nunca pensaste en depilarte las cejas?»
«¿Cómo no puedes conocer a los Angry Birds?»
«¿Cómo puede ser que no sepas que hacer? Si es fácil»
«¿No haces ejercicio o dieta? Tal vez te ayude a jugar con nosotros»
Muchos ojos comenzaron a llenar la pantalla mirando fijamente a la silueta de la tele.
Sola. La música, las historias y yo. A veces desearía ser un cuento. Tú también lo deseas, ¿no Eri?
La pantalla se apagó de repente junto con todas las luces de la casa. Un escalofrío recorrió mi cuerpo desde la nuca hasta la parte baja de la espalda, la imagen del personaje en la tele mirándome y diciendo mi nombre no podía borrarla de mi cabeza. ¿Qué era lo que acababa de ver? Como si fuera poco, estaba a oscuras y asustada.
«Esto aun no ha terminado», pensé, como si de una corazonada se tratara.
El piso comenzó a temblar y de la tele salieron varios tentáculos negros junto con mariposas moradas. Al final de todo eso, se asomaron por la pantalla un par de manos dispuestos a salir. Una chica vestida de blanco y cabello corto salió. Lo peor no era eso, esa chica era igual a mi a mis 20 años.
—¡Ah, que vida! Gracias por liberarme, estaba aburrida de estar encerrada. Tengo una buena noticia, ¡hoy nos vamos a divertir como nunca!
No entendía lo que decía y el miedo no me dejaba poner en funcionamiento mi sistema nervioso correctamente.
—¡Bien! ¿Qué te parece si empezamos con una misión simple? Enfréntate a los monstruos de esta casa y trata de atraparme. Obvio, me llevare estos -dijo para llevarse todos los casettes que quedaban en la caja-. Encuéntralos todos para descubrir la verdad, ¿entendiste Eri?
¿En serio pensaba que podía ponerme a jugar un macabro juego, así como así?
—¿Y si no quiero?
-No hagas nada, pero a la larga no tendrás otra opción. -Me miró con una mirada que es capaz de matar a cualquiera-. A menos que quieras morir, claro. Aunque no te aseguro que no mueras aun cuando juegues.
La declaración me tiró abajo, ¿acaso no había forma de escapar de esto? La chica me mira con una sonrisa.
—Espero que elijas bien y buena suerte para encontrarme.
Desapareció de mi vista quedando solo mariposas en su lugar. No veía bien, por lo que pensé que eso había sido todo por esta sala. Sentí lo contrario al percibir unas sombras moviéndose en donde antes estaba la chica de la tele. Un monstruo de muchos ojos y bocas me asechaba desde las sombras. No tenia nada a mano, ni siquiera una escoba.
Impotente, me tiré al suelo cubriendo mi cabeza con mis manos. Desea que fuese una pesadilla, tenia que serlo. No quería acabar devorada por un monstruo.
«No quiero morir. No quiero. No quiero morir sola. Ishi por favor ayúdame, sálvame»
Lo siguiente que pude percibir fue una luz blanca encandilando la habitación.
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