Salvación

Salvación

Ema UB

17/07/2023

La radio seguía transmitiendo música, no sé quién era el fulano que cantaba, pero yo no sentía afinidad con la melodía. Los dedos me dolían, los ojos me ardían, miraba por la ventanas y sentía la desesperación que causa la inutilidad de una acción: limpiar el polvo todos los días para que al día siguiente otra vez el vidrio estuviera cubierto de motas y un regalo adicional; mierda de golondrina.

¡Malditas golondrinas! Inspiración de Bécquer. Por su agilidad, envidia de los mirlos y quizá de los murciélagos que no pueden regodearse a plena luz del día. Malditas para mí, siempre retozan alrededor del balcón y como regalo por la bonitas flores que agracian su perspectiva visual, me dejan una cagada en el vidrio principal. Todos los días a especie de broma pesada se cagan en la ventana que da a la calle.

Entre la ira de la inutilidad de limpiar sin objetivo, la ausencia de ideas productivas, la ausencia de clientes para estas artesanías de arcilla y las cuentas vencidas, no encontré nada mejor que hacer; dedicarme a desahogarme detrás del computador, pero las palabras no venían, me arranque un mechón de cabello entre el pretexto de colocarme bien el cabello y la ira endiablada que me causa tener un cabello tan revoltoso, tan esponjado, tan todo al que no le encuentro solución. Entre estos avatares, la lluvia de manera imprevista empezó a caer. Cayó y terminó de bañar las pocas ropas que me quedaban, así que ahora me verán vistiendo lo mismo, las viejas brujas del barrio murmurarán de mi situación. La puta de la esquina dirá que, entre la calamidad y el ejercicio de su profesión, es mejor lo segundo. El panadero hará insinuaciones y otra vez tendré que desayunar, agua.

Polvo, mierda de golondrina, ausencia de todo, carencias y el apoyo inagotable de aquel que dice que me ama, pero sé bien que con otra se escapa. Me visita una vez al mes, critica mi ropa, habla del nuevo lunar cercano al labio, promete cosas que nunca cumple, se burla de mi profesión y de vez en cuando dice que le doy felicidad: pero claro que le doy felicidad, siempre tiene situaciones para comparar entre un fracasado menor y una fracasada mayor, a quién no le gusta eso y por todo eso odio la ciudad.

Verdadera felicidad consigo cuando regreso a casa. El canto de los mirlos me reciben, el susurrar del arroyo refresca mi mente cansada de decepciones. La tierra me alimenta, permite sembrar y cosechar. De desayunar agua, evoluciono a desayunar patatas cocidas, leche de cabra y moras silvestres. Disfrazo mis ganas incesantes de regresar con la visita temporal, pero creo que después de todo ya no regresaré más a la ciudad. Nada me espera: no puedo progresar, no puedo emplearme en nada, no puedo pagar mis cuentas, no tengo nada para comer y finalmente; deseo librarme de ese patán.

Etiquetas: historias relatos

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