Atardeceres del pasado

Atardeceres del pasado

Tío Máncora

17/07/2023

Un pequeño balcón hecho de ladrillos rojos, ubicado en la subida al tercer piso, era mi lugar favorito para mirar el parque al lado de la casa de mis abuelos paternos. Desde ese estratégico sitio mis primos y yo no teníamos límites para imaginar las aventuras que luego traducíamos en juegos, influenciados por los dibujos animados de la época que veíamos desde la televisión negra en el centro de la sala del segundo piso. Los atardeceres de verano eran particularmente hermosos, el cielo se teñía de tonalidades rojizas y anaranjadas y el segundo piso de la casa se convertía en uno de los lugares más acogedores que he conocido en mi vida.

La noche se acercaba cada vez más y el cielo lo mostraba con el paso de los minutos. La hora estaba cerca y mis primos y yo lo sabíamos. A lo lejos, dentro del bullicio que llegaba desde la avenida paralela a la casa, poco a poco se escuchaba la característica bocina del panadero. Ambos vestidos de blanco, el panadero y su triciclo, y la fiel y aguda bocina, nos anunciaban que la hora del lonche estaba cerca. Bajábamos corriendo para convencer a la abuela que agregue al recurrente pedido de pan francés y pan integral, las deliciosas rosquitas de manteca, manjar de grandes y chicos que, hoy por hoy, me transportan a aquellos años de gloria.

Con los últimos signos de luz solar, comíamos las rosquitas y ayudábamos a la abuela a poner la mesa para el lonche. Los individuales los sacábamos de un brillante mueble de madera que se ubicaba en el comedor y el menaje de diario de los cajones de la cocina.

La noche llegaba más rápido de lo que podíamos imaginar y el lonche era constantemente acompañado por una sopa o plato de fondo que lo convertía en cena. Comíamos juntos, nietos y abuelos, iluminados bajo una luz blanca que cuadraba con el centro de la mesa rectangular del comedor. Compartíamos momentos que son borrosos en mi memoria, pero que siguen siendo muy especiales para mí.

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