Fue mi primer y único hurto, y no lo digo sin vergüenza.
Una mañana, a mis diecisiete años, fui hacia la biblioteca del barrio a la que solía ir. ¿La razón? Mi tía era la bibliotecaria. Iba cuando necesitaba material para hacer algún trabajo, o sí tenía mucha tarea. Mi tía a veces me ayudaba, pero otras veces estaba muy ocupada organizando libros nuevos o reorganizando otros más viejos. Y bastante seguido la escuchaba renegar del chico que la ayudaba, no recuerdo el nombre. Aquella mañana, le pregunté a mi tía por libros o cualquier material sobre una temática en particular, de la materia Biología. Me dijo que fuese sola hasta cierta sección, me señaló el estante exacto y también dijo que me fije en una caja que estaba justo al lado, en el piso, porque acababa de llegar material didáctico nuevo, donde podía haber libros de Biología.
Yo la verdad estaba un poco apurada porque después tenía clases, pero me gustaba de vez en cuando ayudarla con lo que podía. Cuando encontré el estante que ella me dijo no encontré ningún libro que me pudiese servir. Así que miré la caja, la abrí y además de libros, había revistas, manuales, de todo un poco. Vi un manual en particular que me podía servir, estaba abajo de otro libros, pero se veía el comienzo de la palabra “Biología”, y de la palabra “avanzada”. Empecé a sacar los libros que tenía arriba y algo me llamó fuertemente la atención. Se trataba de un cuaderno, como los que usaba cuando era muy chiquita, en los primeros años de mi educación. Seguí usando ese tipo de cuadernos posteriormente, pero para escribir cosas más personales o intentos de literatura.
El cuaderno en cuestión es de tapa dura, azul oscuro, con una textura de tela de araña, con hojas rayadas. Lo abrí y estaba lleno de anotaciones, parecían pequeños poemas en prosa, me puse a leer los primeros rápidamente, porque no quería que mi tía me descubriera. Sin embargo, como ya estaba tardando bastante, cosa que llamaría la atención de mi tía, me lo llevé a la mesa donde tenía desplegadas mis hojas y el cuadernillo. Pensé en contarle a mi tía del extraño hallazgo, pero no me animé a compartírselo, y bien que hice, porque seguramente me lo hubiese quitado. Dejé el cuaderno debajo del libro, pensando en qué decirle si me descubría.
Cuando se acercó a mí y me preguntó si había encontrado lo que buscaba, me puse tan nerviosa que levantándome le dije que sí y que ya me tenía que ir. Llegué a decir con un hilo de voz que se me hacía tarde. Cuando ya estaba cerca de la puerta me llamó, me dijo que no me vaya sin registrar el libro que me llevaba, antes de darme vuelta, y para evitar que mi tía descubra al cuaderno, conseguí meterlo entre mi carpeta y un cuadernillo. Fui hasta el escritorio, le di el libro y ella lo examinó en detalle, en la primera página figuraba el nombre de su anterior dueño. Después de anotar sus datos me liberó y me fui, una vez afuera de la biblioteca sentí que había vivido la aventura de mi vida. Separé el cuaderno de todo lo demás y lo miré como si fuese un tesoro descubierto. No me sentí mal por no decirle nada a mi tía, más bien tuve miedo de que ella supiese del cuaderno y me interrogara para recuperarlo.
Al llegar a mi casa para almorzar, lo primero que hice fue ir a mi pieza, donde abrí el cuaderno y lo miré un poco por arriba otra vez. Lo escondí y me fui a comer, mi mamá me dijo que me notaba rara, porque no respondía a sus preguntas, y me dijo que tenía “cabecita de enamorada”. Yo solo pensaba en aquel libro. Durante las clases de ese día estuve distraída, cosa para nada normal en mí. A veces me pasaba que me algún pensamiento me invadía momentáneamente, pero no duraba mucho, siempre me esforcé para sacar las mejores notas, y prestar atención en clases es fundamental.
Lo siguiente que recuerdo de aquel día es cuando finalmente pude tener un momento a solas con el cuaderno. Busqué el cuaderno y me senté en la cama para inspeccionarlo. Estaba un poco golpeado, las puntas gastadas, pero abrirlo era lo más emocionante. Estaba lleno de anotaciones, alternando distintas lapiceras, como si usara la primera que tuviese a mano, algunas eran negras, otras azules y cada tanto aparecía alguna roja. Me puse a leer las líneas en rojo para ver si significaban algo, pero parecían del mismo estilo que las anteriores. Enseguida noté que algunas de las anotaciones tenían paréntesis con la letra “P”. Encontré anotaciones con el paréntesis en negro y azul, pero ninguna en rojo, quizás porque las anotaciones en rojo eran muy pocas.
Supe que tendría que ponerme a leer todo el cuaderno para encontrar respuestas a la gran cantidad de incógnitas que se me presentaban. La curiosidad era tan grande que prácticamente fue lo único que ocupó mi cabeza durante varios días. Por empezar, me preguntaba quien había sido el dueño, suponía que alguien de más de treinta años, seguramente un escritor o escritora, con un interesante estilo de escribir poemas. Pero hasta ahí no los había leído con atención, necesito tomarme mi tiempo para poder sentir lo que leo, y para entenderlo también. Así que empecé desde el principio y ahora, que tengo el cuaderno acá conmigo, lo voy a transcribir:
“Un día normal, camino por las calles, alguien me pregunta algo y caigo como si me desmayara de repente, ¿muero? REVELACIÓN”.
Microrrelatos pensé, aunque nunca había leído ninguno, había escuchado hablar de ellos, serían microrrelatos. Entonces leí el siguiente:
“Flores, todo son flores, todo amarillo y verde, un camino de tierra lleva al lago de la infancia que nunca conocí, peces de colores”.
Éste parecía un poco más optimista que el anterior, se parece más a un poema. Me llamaba mucho la atención la palabra “revelación” en mayúsculas de la primera anotación. Sentí que estaba a punto de hacer un gran descubrimiento, porque de alguna forma, todo me sonaba de algo. Entonces seguí mi lectura, leyendo lentamente, tratando visualizar cada imagen que evocaban las palabras:
“Descalzo, camino sobre el blando pasto, aparecen las piedras, no quiero pisar, no puedo evitar pisar. Un gato negro me encuentra y lo sigo. Aparezco en un lugar con una especie de alfombra bordó infinita”.
Fue entonces cuando pensé: ¿Cómo sería capaz de soñar tan hermosos paisajes y fantasiosas historias? Lo obvio vino hacia mí como una “REVELACIÓN”, se trataban de sueños reales. Esta persona, que en la última anotación podemos saber que se trataba de un hombre por usar la palabra “descalzo”,
estaba tomando notas de sus sueños. ¿Pero por qué?
A mis padres no les gustaba ver la luz encendida en mi pieza después de las doce. Se daban cuenta porque al pasar frente a la puerta se veía claramente la luz salir por la parte de abajo. Así que un poco pasadas las doce apagué la luz, pero encendí un pequeño velador, el cual apuntando hacia la pared no se notaba por debajo de la puerta. De todos modos, no miré más que una anotación más, sentía curiosidad por leer todo el cuaderno, pero sobre todo quería pensar, imaginar posibles respuestas a todas las preguntas que venían a mi cabeza. El cuarto sueño usa una lapicera negra, en los anteriores, azul:
“Habitaciones con bibliotecas, no son libros reales, son falsos, no contienen nada, están de adorno, parezco estar en oficinas de abogados (pero ya sé, son editoriales)”
Las siguientes anotaciones que completaban la primera hoja del cuaderno estaban también en negro. Esa última en particular me pareció que quizás daba más pistas, parecía tratarse realmente de un escritor. A lo mejor había tenido problemas con editoriales que le publicaban, o a lo mejor el problema sería que justamente no lo publicaban. Pero esto lo fui pensando en los días posteriores, esa noche me costó mucho dormirme, trataba de imaginar a ese hombre escribiendo sueños. ¿Por qué lo haría?
Al despertar por la mañana, recordé el sueño que había tenido, cosa bastante rara en mí, no suelo recordar ninguno. Pensé en escribirlo, pero mi mamá me apuraba para que me levante y desayune. Así que fui a lavarme los dientes y la cara. En el transcurso de la mañana me olvidé del sueño. Después desayuné, sin pensar en nada. Había dormido muy mal, mi mamá lo notó, dijo que algo raro me pasaba, le dije que no era nada. Se fue al supermercado, mi papá trabajaba, encendí la televisión y me distraje viendo algo. Antes de que ella vuelva fui hasta mi escritorio en mi pieza y busque las cosas de la escuela, tenía que hacer tarea, no tenía ganas de hacerla, pero era poca. Me quedé mirando un momento la nada y entonces de repente recordé por completo el sueño que había tenido, así que saqué una hoja de mi carpeta y lo anoté, era así:
“Estaba en un bosque oscuro, perdida, no había ningún camino. Estaba oscuro no porque fuese de noche, sino porque los gigantescos árboles tapaban la luz del sol. Algo o alguien me llamaba, me decía que vaya hacia él, pero yo no lo veía. Fui hacia adelante, me costaba mucho avanzar, quería encontrar eso que me estaba llamando”.
Y entonces desperté. Decidí que yo también iba a iniciar mi propio cuaderno de sueños. A lo mejor algún sentido tendría. Además, siempre me gustó la idea de ser escritora, y si escribir mis sueños podía darme esos resultados tan poéticos, ¿por qué no hacerlo?
Durante ese día, en clases volví a estar distraída y esta vez la profesora lo notó, pero no me dijo nada sino hasta que terminó la clase y los demás habían salido. Después me volvió a pasar menos, pero es que justo durante esa clase me había dado cuenta de otra cosa que confirmaba mi sospecha de que se trataba de sueños, la letra “P” que había visto entre paréntesis en el cuaderno seguro era la inicial de “pesadilla”. Ese descubrimiento me provocó una gran alegría y muchas ganas de ir corriendo a mi pieza a encerrarme y confirmar tal presunción. El tiempo pasaba muy lento, creo que nunca había sentido hasta ese momento tanta pasión por algo. Sin embargo no había nadie a quien podía contárselo, pensarían que estaba loca.
Recién pude volver a encontrarme con el cuaderno por la noche, después de cenar. Y lo primero en lo que pensé fue en volver a leer el sueño que yo misma había tenido. Lo analicé y parecía tener una relación con la realidad, en cierto modo yo me encontraba ante algo desconocido, que me llamaba, pero sin un rostro visible, sin un nombre. ¿Quizás los sueños del escritor también dicen cosas de su vida? Dejé de lado mi sueño y fui a lo que tanto había ansiado. Busqué las anotaciones que tuvieran la “P” y confirmé que parecían pesadillas. Recuerdo que me fijé en una en particular, que es la siguiente:
“Casa lujosa con muebles antiguos, diferentes texturas en la madera. Una computadora, un escritorio, una pequeña pero valorable biblioteca. Soy fantasmal. No tengo cuerpo. Eso que soy empieza a girar sobre sí mismo. Pánico. No puedo salir. No soy consciente, parece ser la única realidad. Al fin entiendo lo que pasa, aún así no me puedo mover. Salgo.”
Me impresionó, llegué a sentir algo similar a la angustia que debe haber sentido en su pesadilla. Creo que a todos nos pasó alguna vez, cuando tenemos una pesadilla, esa desesperante sensación de no poderte mover, ni despertar.
continuará proximamente.
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