La tomó de la mano cuidadosamente, evitando mover la sonda. Su delgada, tibia y pálida mano dejaba ver sus venas con claridad. Camila le sonrió, adolorida, pero con la misma sonrisa deslumbrante con la que había llamado su atención la fresca mañana de primavera cinco años atrás, cuando se conocieron. Miguel la contempló por varios segundos, en silencio, pensando qué sería de su vida luego del previsible final. Sus ojos vidriosos soltaron un par de lágrimas, que recorrieron sus bronceadas mejillas hasta finalmente llegar a humedecer su camisa de cuadros azules y negros. Intentó secarse los ojos con la manga de su camisa, pero fue imposible.

Miguel se puso de pie, pretendiendo evitar que su esposa viera la cascada de lágrimas que se avecinaba. Había aguantado por mucho tiempo, necesitaba dejarlo salir. Camila deseaba poder ponerse de pie y abrazarlo, como tantas veces lo había hecho en aquellos días grises que desestabilizan a cualquiera.

—Ven, amor, llora conmigo.

—No quiero que así sea nuestro último momento juntos.

—Ninguno lo quiere, pero tal vez es lo que necesitamos.

Miguel volteó a verla suspirando. Su corazón latía muy rápido. Deseaba detener el tiempo y quedarse con ella y que aquel instante durara para siempre. Cada minuto era crucial. Volvió a sentarse en la silla de al lado y antes que él hablara Camila se le adelantó.

—No pienses en lo que no pudimos conseguir juntos —dijo Camila sin despegar los ojos del celeste techo—, piensa en todo lo que sí conseguimos. Nuestro primer beso en…

—En el ascensor de tu edificio —la interrumpió Miguel—. El final de película para nuestra primera cita, quedarnos atorados por horas en el ascensor —dijo soltando una risa que contagió a su esposa—. ¿Te acuerdas la cena con tus padres?

—¡¿Cómo no voy a hacerlo?! –exclamó Camila aún riéndose. La risa fue tan fuerte que se convirtió en una tos seca y dolorosa, lo que alertó al joven esposo y le hizo borrar la sonrisa de su rostro. Pretendiendo que todo estaba bien, e ignorando la evidente preocupación de Miguel, la mujer siguió contando la historia en la que su esposo, en ese entonces su novio de tres meses, inundó el baño de la casa de sus futuros suegros.

—Sé que vas a ser feliz —agregó Camila firmemente, dejando atrás el tono risible— ya eras feliz antes de conocerme, esa fue una de las razones por las que me enamoré de ti.

—Ya sé a dónde quieres llegar con todo esto. Yo te diría lo mismo. No quisiera que te resignaras. Quisiera que sigas siendo feliz. Pero es un trabajo de día a día.

—¿Y no siempre ha sido así?

Mirándose a los ojos, los dos esposos recordaron el día de su matrimonio. Una ceremonia pequeña celebrada solo cinco meses atrás con poco más de quince personas en la municipalidad del distrito. Terminaron ese día comiendo salchipapas en el estacionamiento de un restaurante de antaño. Su vestido blanco, guardado en el armario de su habitación, aún conservaba la mancha amarilla de mostaza que decidió nunca limpiar.

Lloraron hasta quedarse sin lágrimas. Camila le hizo un espacio a su esposo y él se sentó a su lado en la camilla de la fría habitación de la clínica. El hombre la besó en la frente, ella movió su nariz y luego de mirarse cautivadoramente se besaron por última vez. Miguel abrazó a su esposa y ella descansó sobre su pecho. Pudo sentir el corazón de su marido como tanta otras veces lo había hecho viendo una película en el sillón de la sala y él pudo oler el característico aroma a vainilla del cabello de su esposa. Camila se quedó dormida sabiendo que pudo besar por última vez al amor de su vida, agradeciendo haberlo conocido, agradeciendo haber podido amar tanto y ser correspondida.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS