LA VIDA SIN PRISA

LA VIDA SIN PRISA

Ema UB

27/06/2023

Ese día, música suave revoloteaba en el espacio vacío enjaulado
entre las paredes de esa pequeña casa. En la esquina derecha del
salón estaba sentada en el piso María, traía los pies desnudos,
cargados de polvo, sus manos estaban manchadas de tinta azul y su
vestido blanco casi translucido dejaba ver su trémulo cuerpo
desvalido. Afuera, cerca de los geranios, el gato negro dormía
plácidamente, mientras pequeñas mariposas color verde limón
volaban entre los lirios. La ropa seca bailaba al son del viento y la
vida transcurría sin prisa. Sin prisa para aquellos que no saben a
donde van, pero están en el camino a algún lugar, así como María,
no sabe a donde va, pero sabe que en ese lugar los recuerdos de
felicidad le dan paz.

María, la dama ni tan joven, ni tan vieja, con una edad entre los 27
y 33, vivía sola, llegó un día menos pensado, limpió la casa y se
cobijó en ese espacio. El gato llegó después, diríamos que ella lo
salvó de una turba enardecida que quería asesinar al animal por
acusarlo de mal de ojo, maleficio y pacto con el diablo. Salvarlo no
fue tarea fácil, primero recibió un tunda de una mujer que se decía
embrujada por el animal, después la dejaron marchar a ella y el
animal por apego la persiguió hasta el improvisado hogar.

María, algunos se preguntan qué le ocurrió a María, por qué de
pronto regresó convertida en mujer sintiendo como niña. María, la
niña de la vida del viejo Pedro Manuel, quién la educó cuando niña
y que encontró la muerte cuando la madre vino un día menos pensado y se la llevó.
No se sabe que ocurrió, encontraron el cadáver del viejo en estado
de descomposición, la gente del pueblo le dio sepultura y el doctor
dijo que la causa de muerte fue el infarto; no toleró la soledad.
Quince años después regresa María, vestida de mujer y llorando
como niña.

Los hombres jóvenes solteros o casados querían con María, pero
ella nunca los veía como seres humanos. Al decir de cualquier
observador, ella los veía como animales vestidos de humanos, les
temía, les rehuía, si trataban de ganarse su atención con charla,
gestos y obsequios corría como liebre asustada y no volvía a
aparecer hasta que el peligro hubiera cesado. Por esta reacción, los
hombres de pueblo le apodaron la loca María, bonita, pero incapaz de
ninguna empatía.

¿Cómo vivía así María? Le gustaba sembrar el campo, cuidar a sus
gallinas y jugar con el gato negro y en días de ansiedad, encontraba
consuelo dibujando en las paredes del hogar. No tenía prisa por la
vida, no tenía objetivos, no pensaba en el futuro, no pensaba en los
demás, solo en ella y en la soledad.

¿Por qué una persona de esa edad se pierde de todo lo que tiene la
humanidad? Por la deshumanizaron, hicieron de María una mujer a la
fuerza y su refugio para seguir viviendo fue olvidar lo que es
hacerse viejo. La madre, el ser que debía quererle y protegerle, la
arrastró de la comodidad de la casa del abuelo al salvajismo de la
prostitución y el maltrato. Cuando la madre murió víctima de
sobredosis, María no encontró regalo más grande de la vida y
regresó al hogar, a ese espacio en el que había tenido paz y desde
ese día volvió a descongelar su vida suspendida.

Volvió a los
nueve años de edad, la vida del campo, los animales, los dibujos, a
la vida sin prisa a esos días en los que la felicidad era ser niña. Del mundo real recibió tanta maldad. Hoy es normal que quiera respirar entre los recuerdos de su mar, en su tranquilidad, en esos días de vida sin prisa porque las prisas solo lastiman.

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