Las partidas al tute, historias descabelladas y los trabalenguas más complejos no eran lo suficientemente intrincados como para despejar aquellas mentes impregnadas de vino. Sobre todo estos últimos, capaces de adormecer la lengua a base de repetirlos una y otra vez. A sabiendas mejor dedicarse a las partidas de cartas o al dominó porque ninguno se antojaba lo suficientemente intrincado como para merecer el esfuerzo. Además contar con mayor o menor gracia historias escalofriantes yendo hasta arriba de alcohol no solía rematar en nada fructífero…
¡Qué insufrible condena esta ardua espera! –Voceaban a una y en plan cultureta los cuatro parroquianos presentes, alzando sus tazas de vino como si cada sorbo fuese a ser el último.
El primero hablaba aturulladamente por culpa de los perniciosos efluvios alcohólicos. Su halitosis era sobradamente conocida en el pueblo y alrededores. El segundo asentía atontado, resoplando al tiempo que los coloretes se marcaban intensamente en sus orondas mejillas. También era conocido empero en este caso por su nauseabundo olor de pies. El tercer lugareño gruñía, mostrando los dos únicos dientes que aún conservaba. A través de los huecos de las piezas faltantes lanzaba escupitajos como si de una pieza de artillería se tratase. Su falta total de higiene producía tal pestilencia que hasta las mofetas huían al verlo. Y el último de tan ebrio que estaba difícilmente lograba sostener sus posaderas en el viejo taburete. Este cuarto personaje padecía de flatulencias y eructos incontrolables. Las primeras anestesiaban al personal añadiendo, los segundos, pintorescos sonidos barrocos de cámara…
Cuatro esperpentos de hombres embutidos en piel curtida, boinas caladas y más que innegables costumbres insalubres. Pero sepamos un poco más de ellos para ponernos a salvo de tales comediantes por si algún día nos los encontramos en la taberna de la Justiniana. Bonifacio “el alientos”, esmirriado, ojos incrustados para dentro y pómulos hacia afuera. Pelo rizo, patillas de bandolero, brazos alargados y piernas como dos postes de la luz. Normalmente viste pantalones de tirantes, camisas desteñidas… un par de botas raídas calzan sus pies.
Remigio “pies muertos”, estatura media, prominente barriga y no menos recalcadas lorzas. Calva franciscana, nariz de boxeador, unicejo, pelos en nariz y orejas y éstas tipo soplillo. Gusta afeitarse con su hacha, sí, suena extraño pero no por ello deja de ser veraz. A la hora de vestir cero complicaciones; un mono de faena color azul y éste le sirve tanto para los quehaceres agrícolas como para trasnochar en la taberna. Calza zapatones viejos de suela gastada y agujeros varios.
El tuerto, conocido como “el mofeta”. Frente despejada, parche en el ojo derecho para cubrir el boquete que según dicen fue resultado de un accidente en la infancia. Por lo regular carácter agrio, prácticamente desdentado. Leve cojera en una pierna y reuma crónica. Gusta de vestir con lo primero que coge del armario es decir; camisas de colores cálidos y pantalones livianos que ata a la cintura con una fina cuerda de esparto.
Por último Virgilio “el gases”; bigote poblado curvado hacia arriba, cejas aún más pobladas curvadas hacia abajo, nariz aguileña ligeramente desviada a babor, ojos azules y pelambrera de bohemio. Tampoco ocupa tiempo en eso del vestuario ¿para qué? Camisas de manga corta, pantalones cortos y sombrero de paja, aún con más agujeros que los añejos zapatones de Remigio. Calza sandalias por comodidad y zuecos para trabajar la tierra.
Cuando no estaban en las duras labores del campo ¿dónde podrían estar? A ver, pensemos… ¡Ya! En la taberna de la Justiniana, a vueltas con sus historias ininteligibles por veces mientras agarraban las fichas del dominó o las cartas manchadas de vino.
Pronto el reloj de pared, ubicado entre dos muebles de loza, marcó las doce de la medianoche. Ya sabéis… hora de brujas y demás fastidiosos visitantes. Volviendo al reloj éste y de más a menos se hizo escuchar en tonos roncos, dando sensación de que en cualquier momento dejaría de funcionar.
-Ya es la hora –proclamó el Bonifacio, apurando el contenido de la taza.
-Ya lo creo que sí –Secundó el Remigio, manoseando entre sus dedos la ficha del pito doble.
-Esos monstruos del averno tenían que alcanzarnos y ya están aquí. Sólo era cuestión de tiempo. -Gimoteó el tuerto.
-¡Valor compañeros! ¡Presencia de ánimo! No les deis el gusto de oler nuestro miedo. –Ladró el Virgilio, notoriamente borracho.
Y entonces la noche arrancó a dentelladas la puerta del establecimiento. Primero accedió al interior la lluvia, batiendo afuera con rabia e inmediatamente después cuatro figuras femeninas salidas del Apocalipsis. Estaban detenidas en el umbral de la puerta, oteando el interior en busca de aquellos cuatro beodos. Eran Furia, Valquiria, Medusa y Yennenga. Tremendo cuarteto de féminas, a cada cual peor que la anterior y todas capaces de quitar la respiración hasta a los muertos. Por turnos cada una se fue llevando a tan peculiar comitiva de camaradas, arrastrándolos de las orejas. Entretanto ellos seguían alentándose para coger fuerza y valor ante lo que estuviera por acontecerles…
-¡Qué no os huelan el miedo! –Volvía a ladrar el Virgilio al tiempo que se iba pata abajo.
Se alejaron en direcciones opuestas. Y a pesar de la lluvia se escuchaban claramente los berrinches de aquellas aparecidas que los sujetaban de las orejas con sus garras, afiladas como dagas. Hacía tanto frío allá afuera y estaban tan calados que esta cuadrilla de beodos se fue redimiendo de su embriaguez. Así pues pronto volvieron a ser ellos y pronto (valga la redundancia) supieron quienes eran aquellas entidades malignas. Y de fantasmagóricas o sobrenatural tenían bien poco…
-¡Tú! –Exclamó tambaleándose el Bonifacio…
-¡Pues claro que soy yo! ¿Quién iba a ser si no? Soy la Josefa ¡Borracho! Y no he venido sola, conmigo están la Herminia, la Palmira y la Raimunda. ¡Qué cruz de maridos los nuestros! En lo que a ti se refiere pásame para casa que te vas a enterar de lo que vale un peine.
Así aconteció, cada oveja se fue con su pareja y con las orejas más calientes que un brasero en Islandia. Ya veis amigos y amigas, aquellas horrendas figuras que esperaban ver (fruto de sus inventivas y del alcohol ingerido) para nada se ceñían a la realidad. Como cada noche para allá se iban sus esposas a sacarlos de la taberna. A palos si hacía falta y como cada noche, entre la ingesta de vino y lo sugestionados que estaban por las historias, no veían más que cuatro demonios dispuestos a cobrarles por sus vicios…
El resto de noche iba a ser larga. De hecho no me extrañaría verlos durmiendo en las cuadras de los animales. A ver si aprenden la lección de una vez…
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