El mundo acaba contigo

El mundo acaba contigo

Stakeeff

03/08/2023

El mundo acaba contigo


Para Ral, el chiquillo ruloso y de linda sonrisa que me hizo amar aún más el arte.


Prólogo

El amor adolescente puede ser tan peligroso como mágico, nuestra primera desilusión, inspiración, conexión, podría decir que es sin duda una experiencia increíble, como un deporte de alto riesgo, es difícil entenderlo. En todas las veces que he intentado escribir sobre el amor en la adolescencia me encuentro con un sinfín de descripciones, y la verdad es que eso es realmente, algo indescriptible de donde brotan las ganas de vivirlo y perderte y huir y llorar y gritar, al menos a mi, me sirvió para escribir.

En estas páginas viven los retazos de un alma libre junto a las dolorosas confesiones que solo se pueden sentir cuando se tienen 15 años.

“Estar enamorado de este modo, bien merece el gesto de convertirlo en un libro para soñarlo juntos”
-Jorge Eslava Calvo.


Ónix

El frío de la noche junto con el sonido de la intensa llovizna de otoño acompañaban mi preocupación, Joshua, mi mejor amigo, no me contestaba desde el día anterior y aparentemente nadie sabía nada de él; intentaba distraerme dando flojos trazos con el lápiz en la tableta gráfica, había sido un día agotador y acababa de tener una tonta discusión con mi ex novio por un tema que no logro recordar, me funciona bastante bien solo dibujar cuando al mundo se le antoja ponerse más pesado de lo normal. Alcé el teléfono para llamar a los padres de Josh.

—¡Maldita sea Juliette, eres egoísta, no llames más! ¿Cómo pudiste dejarlo solo? —vociferaba el señor Russo a través del teléfono.

—¿Qué pasó? ¿Dónde está Josh? No me contesta desde ayer y… —comenzaba a hiperventilarme mientras sentía el frío sudor salir de cada uno de mis poros, con cada grito los latidos eran más fuertes y el exterior dejaba de verse claramente convirtiéndose en un panorama nublado y oscuro.

—¡Estúpida!, todo esto es tu culpa, mi hijo está internado, —entre los gritos de furia, podía oír el desesperado llanto de la señora Russo de fondo— ¡No te aparezcas, no lo llames, y no te vuelvas a acercar a él, maldita egoísta, por tu culpa casi se quita la vida!

En cuanto lo escuché dejé caer el móvil contra el suelo, me sentía incapaz de llorar, incapaz de moverme, incapaz de hablar. En esa oscura madrugada de mayo el aire era más frío que de costumbre, mi cuerpo pesaba más de lo que podía soportar y el parquet parecía un buen lugar para recostarme mientras lloraba abrazando mis rodillas. A los minutos el móvil comenzó a vibrar una y otra vez, sentía escalofríos, a través de la ventana abierta entraba una espesa niebla que parecía acaparar la habitación, no podía ver más allá de mis propias manos y el espesor de la niebla me ahogaba.

—Puerto Malabrigo, mar, arena, sol, sombrillas, mar, arena, sol, sombrillas, mar, arena, sol, sombrillas…— me repetía a mi misma con la voz ahogada.

La pantalla se encendió y un estrépito anunciaba una llamada entrante, cada sonido que emitía el teléfono hacía que mi corazón fuera cada vez más rápido y el estrés me llevó a incrustarme las uñas en la palma de las manos en un desesperado intento por calmarme, finalmente, a pesar del hormigueo en cada parte de mi cuerpo, tanteé desesperada entre la niebla y atendí el teléfono.


Nueva Partida

Tenía solo diez soles en el bolsillo y el plan de ese día era ir a Chorrillos para hacer lo que los adolescentes (no muy inteligentemente) suelen hacer cuando necesitan un respiro de la realidad. Me lavé la cara como pude y me senté frente al espejo para detenerme a pensar un minuto, Keira no paraba de llamarme y Daren, su novio, había convertido mi teléfono en una bocina de notificaciones gracias a los 30 mensajes que me acababa de enviar, no podía soportar el sonido de ese aparato ni un segundo más, lo apagué y lo lancé hacia mi cama. Volví a mi reflejo e hice cuatro respiraciones profundas, al abrir los ojos era imposible no notar la desidia plasmada en mi rostro, ni con la sonrisa más eufórica podría ocultar mis párpados hinchados, alcancé mi neceser lleno de maquillaje para intentar disimular (o engañar) las secuelas de la noche pasada.

La brochas acariciaban mi rostro dandole un poco de color tapando de a pocos la ausencia de un brillo natural, el corrector se deslizaba con delicadeza cubriendo como de costumbre malas noches y sentimientos ahogados, el delineador terminó su trabajo convirtiendo unos ojos al borde del llanto en una expresión de sueño, inmediatamente até mis zapatillas, recogí mi móvil y salí corriendo hasta el parque en donde había acordado encontrarme con Keira, a pesar de mi pésima vista de lejos, supe que Daren estaría abrazando a Keira mientras ambos me miraban con la misma cara de aburrimiento por la espera, miré de reojo ambos lados de la pista y crucé.

—Bebé, ¿Qué pasó? —me preguntó ella entre risas— JAJA ¡Basta! —bromeó con Daren, quien no paraba de darle besos en la mejilla y morderle el lóbulo de la oreja.

Conocí a Keira hace un par de años por intermedio de Ceci, una vieja amiga de la secundaria, el verano pasado habíamos ido a un sinfín de fiestas de quince juntas, yo sabía de la existencia de Daren desde mucho antes de conocer a Keira, pero nunca habíamos intercambiado palabra alguna, no fue hasta una de las tantas fiestas en donde me habló y agendé su número, a pesar de conocerse hace mucho ellos llevaban apenas 5 meses saliendo, ambos eran tan similares que parecían sacados de una revista de principios de los 2000. Keira tenía la mitad del cabello de color fantasía, que hacía juego también con la cabellera de Daren. Ella siempre parecía estar escuchándote, pero la verdad es que nunca lo hacía, se perdía en sus propios pensamientos y en los ojos de Daren, claro, era casi imposible que ambos dejaran de mirarse.

—Hey… Jul, —Daren hizo un ademán con las manos como intentando despertarme— el taxi ya llegó —continuó riendo.

Entramos al auto, saludé al conductor y Keira comenzó a contar las monedas que traía, incliné mi cabeza hacia la ventana y me concentré en las calles que el auto recorría. El conductor tomó Bajada Marbella y pude ver la costa verde (que no era tan verde salvo por una que otra enredadera que crecía en el barranco), recordé entonces el verano pasado, cuando diariamente bajaba de madrugada por la misma ruta de acceso a la costa verde en bicicleta, solo para pararme en medio del puente y observar. Muchas veces fantaseé con lanzar algo hacia los carros que pasaban debajo, otros días pensaba en lanzar mi bicicleta, pero la mayor parte del tiempo deseaba aventarme, solo cerrar los ojos y caer, como si nada importara, lo consideré tantas veces que sentía como si ya lo hubiera hecho, se convirtió en una rutina, la brisa del mar pegando contra mi rostro, ciclistas pasando, los autos debajo del puente y yo sentada justo en medio, mirándolos desde arriba ir y venir, hasta que un día me levanté y coloqué mi pie sobre el barandal, subí y me senté en él, contemplé durante un largo rato mis pies colgando y los carros pasar, lo único que me impedía caer era la estabilidad que me daban mis manos aferradas a la baranda, respiré hondo y solté mis manos, comencé a caer (o eso creí) pero no duró mucho, un muchacho me agarró del pecho y me rodeó tan fuerte que apenas podía respirar, estaba asustado y agitado, había corrido desde la orilla del mar hasta el puente, lo había visto todo, estaba tan asustado que no podía levantarme a través del barandal para dejarme en la acera, yo estaba completamente inmóvil, el chico comenzó a gritar por ayuda hasta que un serenazgo me cargó y me bajó del puente.

—Te arreglaste para Otto hoy, por eso tardaste ¿Verdad? —la voz de Daren interrumpió mis pensamientos.

—Me quedé dormida, cabezón, además no sé si Otto quiera… —contesté— o yo.

—Pues la última vez sí que querían —insistió.

—La última vez, Daren, apenas habían pasado cuatro minutos cuando Otto y yo volteamos y las bragas de Keira estaban sobre la PC —bromeé.

—Es aquí señor, gracias. —Keira estaba completamente sonrojada, bajó del carro y vio fijamente a Daren— Idiota —murmuró.

A penas salimos del auto Daren empezó a llamar una y otra vez a Otto siendo enviado siempre al correo de voz, supuse que preguntar al recepcionista sería una mejor idea, entonces nos adentramos en el fastuoso edificio blanco, mientras subíamos unos pequeños escalones para llegar a la recepción era imposible no notar el desdén en el rostro del encargado al vernos, no era la primera vez que veníamos a casa de Otto, pero aún así la expresión en su rostro siempre era la misma, no sé si era por la ropa holgada, nuestro perceptible olor a cigarro o simplemente el descontento con su trabajo lo que sacaba a relucir esa permanente mueca de fastidio.

—Hola, eh, buscamos a la familia… —volteé con un gesto de confusión hacia Daren.

—Reyes, familia Reyes —indicó Daren asintiendo con la cabeza.

—¿Quiénes son? —interrogó el hombre con pesadez.

—Amigos de Otto, Keira, Daren y Juliette —contesté con una falsa sonrisa.

El recepcionista hizo una seña indicándonos el ascensor, agradecimos y marcamos el piso cinco. Había conocido a Otto hace un par de meses en una feria de pulgas, el evento se había hecho increíblemente popular entre los “chibolos alternativos” de la ciudad, recuerdo estar hablando con Sofía cuando de pronto se nos acercó de lo más entusiasta, en seguida entramos en confianza y comenzó a contarnos sobre lo emocionado que estaba por la cita que tendría al día siguiente y como había logrado salir de su relación pasada, se quedó mirándome esperando que le cuente algo yo también, Sofía me animó y terminé hablándole de Facundo, mi ex novio, estábamos tomándonos “un tiempo” para pensar las cosas mejor, aun recuerdo la risa incrédula de Otto y como intentó convencerme de que todo ese asunto era una completa estupidez y probablemente él solo estaba buscando una excusa para gorrearme. Las puertas del elevador se abrieron y llamé al timbre del 502, Keira y Daren aún seguían dentro del ascensor sin poder separar sus labios ni un segundo, entonces Otto abrió la puerta.

—Huevón, cálmense un rato —voceó Otto hacia el elevador— Juli, ¿Qué tal?

Lo saludé con un beso en la mejilla y pasé a su apartamento, Keira y Daren me siguieron. Otto tenía una curiosa sonrisa, su alborotado cabello lleno de bucles y un rubor natural en sus mejillas que resaltaba las delgadas facciones de su rostro. Caminamos hasta su habitación y al cerrar la puerta de inmediato Otto colocó una toalla húmeda debajo de ella, abrió la ventana y encendió un cigarrillo, había un colchón tendido en el suelo al lado de la cama de Otto en donde Keira y Daren se acomodaron, estaba a punto de posarme en el borde de la cama cuando mi móvil comenzó a sonar, recordé la noche anterior y volví a sentir un escalofrío recorriendo cada rincón de mi cuerpo, la velocidad de mi respiración comenzó a acelerarse cada vez más, por la ventana ingresaba la niebla espesa de nuevo y solo atiné a disculparme e irme de la habitación, salí a la terraza para respirar y asegurarme que no pudieran oír mi conversación, miré hacia mi teléfono una vez más y contesté.

—Aló, ¿Andrea? —pregunté.

—Hola, Juli, solo quería saber cómo estabas y contarte que Fede ya tomó un vuelo para allá, ha ido hace un par de horas a Ezeiza y asumo que estará llegando a Lima para la noche… —Andrea hizo una pausa y soltó un suspiro— Escuchá Jul, ignorá todo lo que te digan los Russo, Fede está yendo para hablar con ellos, hablé con Martina por la mañana y está mucho más tranquila, hasta se disculpó por lo que te dijo su esposo anoche, tenés que estar tranquila vos también, me contó que Joshua está estable, aún no despierta pero pronto lo hará.

—Dijo que era mi culpa Andrea, me llamó egoísta cuando bien sabe que no hay nadie que quiera más a su hijo que yo, —mi voz cada vez era más débil y temblorosa— dijo que era todo culpa mía solo por aparecer en esa maldita carta, ¿Tú crees que yo lo hubiera dejado solo? —una lágrima se deslizó por mi mejilla y la limpié rápidamente— Hablamos luego.

Colgué el teléfono y me perdí en la vista desde la terraza, podía ver el mar, gente bañándose en la playa y un montón de lanchas a motor, mis ojos se concentraron en el paisaje pero mi mente no dejaba de pensar en la llamada. Fede, Josh, Andrea y yo habíamos sido amigos desde que tenemos memoria, fuimos criados prácticamente como hermanos, jugando en todo momento, haciendo pijamadas y quedándonos horas de horas en la pileta durante el verano, algunas veces nos escabullíamos en la tiendita de mi tía y sacábamos chupetes de hielo. Pasé toda mi infancia con ellos en las calles de Villa Urquiza. No duró mucho, no tanto como hubiera querido, pues a los nueve años mi madre decidió llevarme de regreso con ella a Perú, apenas pasaron unos meses cuando Fede también salió del país, se la pasaba entre España e Italia y volvía de vez en cuando a Buenos Aires para visitar a su abuela. Años más tarde Franco, el padre de Joshua, consiguió un trabajo en Lima, así toda la familia Russo vino a comenzar una nueva vida en Perú. Al final solo quedaba Andrea viviendo aún en Villa Urquiza, llamándonos de vez en cuando para no perder el vínculo.

—¿Estás bien? —interrumpió Otto.

—¿Podemos ir a la playa? —pregunté.

—Claro Jul, iré a avisarles a Kei y Daren —me miró con una tierna sonrisa y se fue dejándome un cigarrillo en la mesita a mi lado.

Mi religión no era algo de lo que hablaba frecuentemente y estaba segura que Otto no tenía idea de ello, pero al ver el cigarrillo pensé en los años que llevaba sin tocar uno, recordé la última vez que mis labios probaron el tabaco, por un segundo me olvidé de mis convenios, guardé mi fé en un oscuro rincón y prendí el cigarrillo, mi madre siempre decía que para las personas como yo las drogas eran letales, pero yo solo buscaba un alivio temporal en el aroma del tabaco, concentrar mi respiración en el humo y soltar poco a poco el nudo que sentía dentro.

Keira salió por fin del cuarto con una sonrisa de lado y el cabello alborotado mientras Daren la sujetaba de la cintura. Dejé el cigarro en el cenicero, Otto sacó sus llaves y fuimos camino al morro solar para ver el mar desde lo alto, el camino no era largo, pero la cantidad de escalones que debíamos subir era considerable. Otto no podía vivir sin un cigarrillo entre sus labios, sacó su cajetilla, me ofreció uno y acepté.

—¿Cuánto más hay que subir? —pregunté.

—¡A la mierda, de subida con puchos, están enfermos! —exclamó Keira entre risas.

No había nada más que tierra y rocas en el camino, seguimos subiendo por los pequeños escalones riendo y bromeando hasta llegar a la cima, era realmente una hermosa vista, las colinas alrededor y la intensidad del azul en el mar, el inmenso sol que (como siempre en Lima) a duras penas iluminaba más no dejaba de ser el protagonista del paisaje. Nos detuvimos a contemplar el mar, con el viento pegando contra nuestros rostros, acerqué el cigarrillo a mis labios e inhalé dejando entrar el aliento de la muerte para luego exhalar mis pecados y dolencias.

Daren siguió caminando hasta que encontró unas botellas de vidrio y un montón de piedras que alguien había acomodado en forma de círculo, se volteó hacia nosotros con una mirada curiosa.

—¡Estás imbécil! —grité.

—Dale, vengan —Daren estrelló una botella contra las piedras.

Le pasó una de las botellas a Keira y ella sin pensarlo la lanzó, el sonido del estallido nos hizo reír a todos, como si al reventar el vidrio se liberara algo o quizá solo era nuestra estupidez saliendo a la luz, las miradas de mis amigos me alentaron a intentarlo, así que tomé una, la botella estaba empolvada y tenía el pico meloso, vi a Otto acercarse entre risas mientras grababa con el móvil, solo respiré y estrellé la botella, los cristales rotos se dispersaron entre las piedras haciendo un sonido relajante que nos incitaba a seguir lanzando una tras otra botella y a seguir riendo cada que estallaban, como rompiendo frustraciones, siendo adolescentes, tontos, granujas. Ya no había más que romper, así que vimos una forma de bajar hasta la playa buscando caminos entre la tierra, ignoramos por completo las escaleras y el peligro (o quizá realmente queríamos sentirlo), de a pasos cuidadosos pero también bastante torpes, zapatillas empolvadas y aroma a tabaco. Daren y Keira se pararon a un lado del camino para conversar mientras Otto y yo seguíamos bajando, cruzamos la carretera y nos sentamos en un muro de concreto unos metros antes de la orilla del mar. Hubo un largo silencio en donde solo observamos el mar, las olas ir y venir, centramos nuestros ojos en el horizonte, contemplamos la infinitud del océano y el sonido pacífico, se sentía como estar arrullada dentro de una caracola de mar.

—¿Cuál es tu signo? —preguntó de pronto.

—Mejor dime el tuyo —lo miré con un gesto burlón.

—Soy Tauro, 18 de mayo.

Su sonrisa dejaba ver su diastema, revelándose en su mirada curiosa que su intención detrás de aquella pregunta era otra, le expliqué entonces que si nos guiamos por el nuevo horóscopo e incorporamos a Ofiuco como signo zodiacal, él y yo seríamos Tauro, pero si nos quedamos con el tradicional, yo sería Géminis, Géminis del 31 de mayo. Nunca fuí fiel creyente del zodiaco pero a mi madre parecía importarle mucho, ella aprovechaba cualquier oportunidad para recordarme las especificaciones de mi carta astral. Hubo una pausa y observé el viento jugar con los cabellos de Otto, quién intentaba formular una pregunta nueva pero se ensimismaba en el sonido del mar.

Keira y Daren bajaron de la colina minutos después, ella iba tras él, su rostro reflejaba una gran pesadumbre, nos hicieron algunas señas que ninguno entendió y se fueron camino de regreso a casa de Otto.

Les seguimos el paso pero manteniendo cierta distancia, ambos sospechábamos lo que había pasado entre ellos, pero ninguno se atrevía a hablar, no era un secreto para nadie que Daren tenía serios problemas de ira y esta no sería la primera vez que nos tocaba presenciar un episodio así. Hace un par de semanas Ceci tuvo que actuar de intermediaria entre ellos dos después de que a Daren le pegaran mal los hits y decidiera ponerse grosero con Keira, era por momentos una relación difícil de entender, pero siempre encontraban la manera de volverlo llevadero.

—¿Cuánto duró tu última relación? —Otto rompió por fin el silencio.

—Poco más de un año… —suspiré.

—¿Y en todo ese tiempo ustedes nunca?, ya sabes… —interrogó.

Me llevé las manos al rostro y noté el calor de mis mejillas enrojecidas, había olvidado el acalorado momento que tuve con Otto dos noches atrás, ese día Keira y Daren no tardaron en hacer de las suyas a unos pocos metros de nosotros, estábamos un poco ebrios y mientras comíamos pizza a oscuras en su habitación, una cosa llevó a la otra, pero no pudimos ir más allá, entre besos vacíos y el alcohol viajando a través de mi sangre, tuve miedo, no quise dar el segundo paso y él entendió eso, pero luego volvió a preguntar y en un torpe intento por negarlo terminé confesando que era casta.

—Bueno, nosotros nunca… —titubeé.

—No, perdón —interrumpió— fui impertinente, está bien.

En afán por desviar el momento incómodo solo continuamos el camino de regreso buscando temas triviales para añadir a la conversación. Las cosas con Facundo habían sido complejas desde el principio, no me sentía bien hablando de él o siquiera dejando que ronde mis pensamientos. Nos encontramos con Keira y Daren una esquina antes de llegar a casa de Otto, acordamos en ir a comprar algo para tomar y de paso piqueos. Noté en Otto la instintiva conducta de revisar su cajetilla y sacar un nuevo cigarrillo, pero esta vez estaba vacía, lo que nos hizo dejar el complejo residencial de gente acomodada y adentrarnos unas cuatro cuadras más en un dudoso barrio de Chorrillos en busca de cigarrillos baratos y sin restricción de venta, él conocía bastante bien a dónde iba, aunque las calles eran confusas y con hedor a orina. Llegamos a una tiendita y reconocí de inmediato el diseño de una de las latas, era una mezcla de jugo de limón con vodka que veía frecuentemente en las fiestas del colegio.

—¿Quieres una? Te la compro —Otto se había percatado de mi atención hacia el cóctel.

—¿Sí? Dale, gracias —dude de mi respuesta, nunca lo había probado.

—Me da cuatro Mike´s y una cajetilla de Golden Beach verde —dijo refiriéndose a la bodeguera.

—¿Compremos de una vez el trago no? —propuso Daren.

Cada uno dio unas cuantas lucas, Daren contaba el total mientras Otto discutía sobre qué licor comprar. Keira y yo nos emocionamos eligiendo las gomitas para el trago. Finalmente nos alcanzó para tres paquetes de gomitas y un licor barato junto a una gaseosa para combinar. Seguimos nuestro camino de regreso a casa de Otto mientras prendíamos cigarrillos y charlábamos sobre próximas salidas, a veces traíamos comentarios sobre otras personas a la conversación, creyéndonos con la astucia para opinar.

Ya en casa de Otto nos liberamos escuchando música, bebiendo jugo de frutas e intentando ganar un videojuego de hero shooter. Encontramos una pipa entre el desorden y curiosos por probar sacamos manzanilla de la cocina y la prendimos junto a la ventana de su habitación, para Daren no era nada nuevo, Keira le encontró gusto a leña y todos coincidimos que tenía sabor a parrilla. El humo comenzó a filtrarse hacia el pasillo y la madre de Otto se acercó para decirnos que salgamos a la terraza, nos disculpamos y fuimos a acomodarnos en la terraza para acabar los últimos cigarrillos y hacer previas bebiendo un par de latas de cerveza que encontramos en el mini bar.

—¿Aún tienes el álbum de fotos con Nariela? —preguntó Keira.

—La cerveza sabe a cera de oído… —interrumpí.

—Creo que está todo lo de ella en una bolsa, nunca lo terminamos, pensábamos llenar todo el álbum para cuando cumpliéramos un año —respondió Otto.

—Sí, sabe a cera de oído, ¿Por qué preguntas sobre Nariela? ¿Volviste a hablar con ella? —interrogó Daren.

—Carajo, ¿Ustedes han probado cera de oído? —vaciló Otto— ¡Putamadre Keira! ¿Volviste a hablar con mi ex?

—¡Qué asquerosos son! ¿Quién se come la cera de su oído? —se quejó Keira.

—Pues tomar cerveza es como beber cera de oído… —refuté.

—¿Volviste a hablar con ella o no? —Otto alzó la voz.

—Mierda no, cálmate, pero ella publicó algo sobre eso en redes, y me dijo Ceci que Nariela le escribió preguntando por ti. —se excusó Keira.

—Hasta tiene el color de la cera de oído y todo, tienes razón. —volvió a interrumpir Daren.

—Ja! Es verdad tiene el mismo color, —bromeó Otto— pero fuera de eso, Keira dile a Ceci que no le responda, Nariela está loca, tú sabes todo lo que hizo.

—¿No ha venido a recoger sus cosas? —preguntó Daren.

—Me escribió ayer pidiéndomelas, no le contesté, voy a dejar todo en recepción, te juro que no quiero verla. —respondió tajante.

—¿Le vas a devolver el álbum de fotos? ¿Te imaginas que te hace brujería? —Keira soltó una carcajada.

—¿Saben qué? Vamos a quemar el maldito álbum, vamos a embriagarnos y quemarlo. —decidió Otto.

Ninguno quería ser el primero en volver a tomar su lata después de la peculiar conversación, nos miramos buscando qué hacer y en un falso acto de orgullo Otto tomó primero. Terminamos las cervezas con una extraña expresión de confusión, dejamos las colillas de los cigarrillos en el cenicero y corrimos a sacar todo lo que habíamos comprado. Invadimos la cocina para preparar nuestra mezcla, Keira sacó una gran jarra de vidrio de uno de los altos gabinetes, Daren abría las botellas mientras que yo me comía una que otra gomita, Otto sacó una bolsa de hielo de su congelador y vertió todo en la jarra, con poco cuidado bajamos hasta el patio de su residencia llevando vasos de vidrio y un pequeño parlante.

Nos sentamos en unas mesitas de metal junto a una empolvada parrilla, al fondo, en el césped habían dos columpios rústicos y en medio del patio, cubierto por enredaderas, un amplio baño. La combinación de la gaseosa sabor limón y el licor barato hacía ver a los delfines de gomita realmente cómodos nadando entre el alcohol.

Keira sacó de su bolsillo un blister cortado a la mitad y añadió dos pastillas a su bebida, supe de inmediato que eran clonas, dudé en pedirle algunas, pero Daren habló.

—¡Señores, fondo cada uno para iniciar! —animó.

Otto y yo observamos la botella de alcohol barato con gusto a etanol y volteamos a vernos con una mueca de asco. Daren secó su vaso en cuestión de segundos y todos lo seguimos. El trago de golpe en ayunas me jugó una mala pasada y en pocos minutos me sentía adormecida. Con los cerebros centrifugados y la mente en otro lado, bailamos canciones psicodélicas siguiendo el ritmo de nuestro subconsciente.

La jarra descansaba vacía en la mesa y la botella de alcohol rodaba por el suelo, nos miramos los cuatro con cierta complicidad y abrimos las latas de Mike’s, comenzamos con retos, juegos, preguntas y terminamos dando pie a lo que nuestros cuerpos y almas jóvenes pedían. De un momento a otro terminamos envueltos en besos apresurados y torpes toqueteos en el piso del baño mientras que Keira y Daren hacían lo mismo en las mesitas de afuera. La música seguía a tope y calentaba nuestra sangre, las manos de Otto me animaban a bajar hasta que un ruido sordo nos interrumpió.

—¡Ya carajo! —Keira golpeó la puerta.

—¡Cagona, JAJAJAJA! —se burló Daren.

Nos detuvimos, entre risas nos miramos en el espejo intentando acomodar la ropa y cabellos alborotados. Al abrir la puerta, Keira entró apresurada, nos sacó del baño y cerró. Mientras esperábamos a que saliera, la brisa comenzó a soplar más fuerte, sentimos el frío del atardecer y ordenamos el desastre regado en la mesa para poder subir a casa de Otto.

—¿Ahora si podemos quemar el álbum? —dijo Otto apenas oyó a Keira salir del baño.

Entre las envolturas y latas vacías encontramos un Mike’s que nadie abrió, Daren tiró todo en el tacho del baño y Otto se quedó con la lata llena, Keira nos animó a subir a la azotea y aún mareados corrimos hasta el ascensor para ir al departamento. Otto buscó el álbum en su habitación, Daren abría todos los gabinetes de la cocina buscando fósforos o algo inflamable, Keira y yo los esperamos en el pasillo, finalmente salieron corriendo y los seguimos por las escaleras de emergencia hasta la azotea.

De subida nos íbamos pasando la lata entre los 4, hasta que llegó el momento de subir una escalera de mano, Otto lanzó la lata vacía por el tragaluz y subió primero. Con las manos de polvo y olor a hierro, llegamos a la azotea, eufóricos por el momento. Los chicos se apresuraron por encender el fuego en un pedazo de metal corroído por el óxido, arrancaron un puñado de páginas y las bañaron en alcohol farmacéutico, a los pocos segundos ardía el fuego a centímetros de nosotros. Otto pasó el álbum a Keira, ella arrancó una página, la tiró al fuego y seguimos rotando el álbum entre los cuatro, alimentando la improvisada fogata hasta dejarlo sin hojas.

Recordando el momento escribí:

Veo el fuego y quisiera estar ahí,

ahogándome, consumiéndome, evaporándome.

Libre, cual ceniza lanzada al viento,

libre, como el humo que sube y escapa al cielo.

-Juliette Stakeeff.

Comencé a recibir llamadas constantes de mi mamá junto a un sinfín de mensajes de Fede, me había hecho tarde para regresar a casa. Keira alzó su teléfono señalandome una notificación, mi mamá también le había escrito a ella.

—Mierda, no quiero contestarle, dile que ya salí y mi teléfono se apa…—me excusé asustada.

—Ya, mañana —Keira me interrumpió sarcástica y silenció su teléfono.

—¿Bajamos de una vez? —preguntó Otto.

—¿Se va Jul? —reaccionó Daren.

—Ahorita no, huevón, pero vamos bajando a mi cuarto, igual en un rato seguro tiene que irse. —respondió burlón.

El montón de hojas se redujeron a cenizas, apagamos las brasas y bajamos tanteando la escalera vertical. Fuimos de a saltos por las escaleras de emergencia y ansiosos salimos hacia el corredor para llamar al ascensor. El elevador llegó rápido, entramos con prisa, cómo llevados por una descarga de adrenalina, las puertas se cerraron, nos miramos inquietos, el silencio fue cortado por nuestros impulsos, nos enredamos en besos, cada quién en lo suyo.

—¿Sin compromisos, verdad?

La pregunta de Otto me tomó por sorpresa, pero era algo de lo que ya habíamos platicado e incluso Daren se atrevió a advertirme, aunque inoportuno, me gustó en parte esa responsabilidad por querer asegurarse. Pensé que mi silencio había matado el ambiente, hasta que me percaté de algo.

—Sí claro, idiota, el ascensor no se está moviendo.

—¿Tan hormonales? —bromeó Daren.

Marcamos el piso de destino y Otto recordó la cámara de seguridad del ascensor, el recepcionista había visto y escuchado todo, morimos de vergüenza por unos segundos, pero después caímos en risas y muecas hacia la cámara, finalmente no nos importaba nada.

Llegamos a su habitación, Keira y Daren no tardaron en encerrarse en el baño. Otto desplazó sus manos por todo mi cuerpo para finalmente jugar con mi cabello, la pantalla del computador permanecía encendida e iluminaba tenuemente en rojizos. Otto tanteó entre las sábanas buscando algo hasta que oyó el crujido de una envoltura, la abrió y se colocó el látex, luego le fastidió y lo tiró.

Mamá, papá, Dios,

he fallado.

Me han arrebatado la decencia sin darme cuenta.

Mamá, papá, Dios,

yo pequé.

Quise detenerme, pero después de tres segundos mi voz perdió valor.

Mamá, papá, Dios,

perdón.

-Juliette Stakeeff.

Para lo que ahora en mi mente son tres segundos en blanco, tres segundos donde no supe moverme, hablar o siquiera respirar, en ese momento para mi era una sensación de que algo me había sido arrebatado, y que Dios a pesar de su infinita misericordia, no podría perdonar tal pecado, sentí que le había entregado mi valor a alguien más y lo había perdido para siempre. Recordé la sangre en mis muslos, la sangre como símbolo de la pérdida de mi pureza, marcándome suciamente para siempre. Salí a la calle y la niebla empezó a perseguirme, no podía dejar que nublara todo, no antes de saber cómo regresar a casa, las calles estaban vacías y aún sin gente alrededor el dolor punzante me indicaba que había sido marcada con una cruz en la frente como impura, desprestigiandome.

Prendí mi teléfono y llamé a Keira, no pasaba ni un alma, el último bus había pasado frente a mi sin oportunidad de siquiera detenerlo y con la niebla cerca no tendría fuerzas para correr hasta Barranco y buscar otro bus ahí.

—¿Aló? Kei, por favor pídeme un taxi, mi teléfono está por apagarse.

—Bebé, ¿Dónde estás? —contestó.

—Estoy regresando, pídeme un taxi y lo espero frente a la casa de Otto. —respondí agitada.

—Pero ven, espéralo aquí, bajamos al patio.

Apenas terminada la frase mi celular se apagó, vi el mar ser tragado por la oscuridad y la niebla acercándose, corrí hasta el edificio, el portero me hizo pasar y caminé directo hacía el patio, Keira estaba sentada sobre las piernas de Daren, Otto apoyaba su cuerpo en una silla frente a ellos, escuché murmullos que cesaron en cuanto me vieron.

—Ya pedí el taxi, llega en 10 minutos. —dijo Keira.

—Perdóname Jul, lo siento… —lamentó Otto.

—¿Cuánto salió? —pregunté.

—Once soles ¿Está bien?

—¿Quieres que te dé para la pastilla? —intervino Otto— Espérame, voy a bajar efectivo.

Otto salió corriendo hacia los ascensores, Keira y Daren se miraron cómplices soltando una risita aguda.

—¿Les ha contado algo? —interrogué.

—¡No! Nada, prefiere ser reservado —negó Daren.

—¿Por qué las risas?

—Parece que alguien no pudo aguantarse… —volvieron a reírse juntos— No nos ha contado nada, tranqui, pero es su primera vez desde lo de Nariela.

—Apostamos a que esto pasaría, págame Kei —exigió Daren.

—¿Apostamos? Tú dijiste que…

—Jul, tengo 20 soles, —Otto llegó agitado con un billete en su mano— perdóname, ¿Todo bien, verdad?

Tuvimos una corta conversación mientras esperaba ansiosa la llegada del taxi, no tardó y en cuanto estuvo fuera me despedí cortante y salí corriendo. El conductor tomó la misma ruta por el circuito de playas, pero esta vez los pensamientos que rondaban mi cabeza eran distintos, sentía culpa, ansiedad, remordimiento, y todo aquello me inundaba mientras el mar frente a mí continuaba siendo devorado por la noche.

Llegué a casa dando pasos con cautela, mi ropa olía a tabaco y mis zapatos llamaban la atención al tocar la escalera de metal, mis piernas no dejaban de temblar a pesar de mis esfuerzos por hacer el menor ruido posible. Mi abuela estaba durmiendo, no tuve mayor problema, mamá no vive conmigo y no sabría a qué hora llegué.

Vi colgando de mi escritorio el polerón que Josh había dejado en mi cuarto después de nuestra última pijamada, lo recogí y envolví mi almohada con él, olía a sahumerios de canela y clavo, recordé cada una de nuestras pijamadas, sentados en el borde de la cama hablando durante horas mientras respirábamos el humo de los sahumerios consumiéndose, extrañábamos los veranos de días enteros en la pileta, correr y lanzarnos agua en las calles de Villa Urquiza, creernos invencibles, pedalear en nuestras bicis hasta regresar con las rodillas ensangrentadas, extrañábamos ser niños y pasar los días juntos, a pesar de todo, habíamos construido nuestro lugar seguro al lado del otro, sea en Argentina, Perú, Chile o Groenlandia, todo estaría bien si nos teníamos cerca.


Gameboy Rip

No sé qué pasó, pero tengo vagos recuerdos: un par de sonrisas y tres lágrimas en mi mejilla.

Salí ese día con el único propósito de apagar mis pensamientos, cargaba con una sensación exorbitante que aún no logro describir, necesitaba sacarlo de mí antes de que me consumiera por completo.

Necesito dejar de pensar, de sentir, de ver y oír, solo por un segundo.

A veces el dolor es tan grande que no cabe en mi cuerpo, entonces me expulsa fuera, para adueñarse de mi molde y deambular por un plano ajeno, sin alma ni vida adentro.

Yo lo observo, desde afuera, porque me ha dejado claro que no cabemos en el mismo cuerpo.

-Juliette Stakeeff.

No sé si tomé un bus, un taxi, o me llevó mi cuerpo sin yo tener noción de ello, simplemente aparecí en la reunión de cumpleaños de Otto, rodeada de amigos y alcohol.

Mi cabello negro ébano tenía ahora mechones rojos disparejos, me guiaba solo por impulsos y mantenía conversaciones sin sentido para ocuparme y no escuchar mis pensamientos.

Tampoco sé si había más personas de las que recuerdo, pero en mis pequeños flashbacks aparece Axel, un amigo de Daren con quien había salido a patinar y manejar bicicleta un par de veces, también estaban Ceci, Keira, Daren, Sofía y su hermana Sara. Cada uno de ellos tenía una ocurrencia más estúpida que la anterior, recuerdo estar bebiendo algo, no sé qué, de un vaso de plástico, cuando Keira me llamó.

—Jul, tú haces esgrima ¿No? Ven y calla a este huevón, está jodiendo con que quiere un enfrentamiento con ramitas —dijo señalando a Axel.

Sé que si tuvimos esa “pelea” con espaditas imaginarias de madera, porque creo que fue así como terminé derramando vodka en mis zapatillas. Nunca le cantamos feliz cumple a Otto, solo bebimos hasta quedar tontos y susceptibles, él se me acercó amigable y me hizo una pregunta sin esperar respuesta.

—¿Alguna vez has sentido tanto odio hacia alguien que llegado un punto, te das cuenta que solo es amor? Jul, extraño a Nariela —confesó.

A veces no entiendo el concepto de amar, ¿Es acaso como firmar un pacto irrevocable para llorar? Recuerdo intentar refutar su confesión vagamente, recordándole todo el infierno que él mismo nos contó, pero no tenía caso, después entendí que ese tipo de amor solo sirve para darse un golpe contra la realidad, parar y aprender.

Otto, ebrio, siguió repitiendo su pesar hasta el cansancio, Keira y Daren habían desaparecido por algún lugar, Ceci y Sara parecían llevarse bien con Axel, complementaban sus ocurrencias y chistes malos. Yo, de alguna manera, terminé desahogándome con Sofía después de beber cuatro vasos de una dudosa mezcla.

—¿Sigues con ese chico? —preguntó Sofía refiriéndose a Facundo.

Su pregunta me tomó por sorpresa y me rompió en segundos, me sentía sola, con la mente en blanco, vacía, como un cascarón hueco, sin nada dentro que pudiera realmente sentir. ¿Existe alguna palabra mejor que “vacío” para describirlo? Ella había tocado sin querer una fibra sensible en un momento poco oportuno para mí, en estado de ebriedad y completa honestidad.

—No, mi mejor amigo ha muerto y él me ha dejado.

Para ese momento aún quedaba un destello de lucidez en mí, pero ya había comenzado a hablar, intentar retener inútilmente las palabras solo me ahogaría. Ella me contuvo con paciencia y escuchó mis balbuceos con atención hasta que por fin pude ordenar mis ideas y contarle el contexto de la situación.

—Andrea y Fede sabían que Joshua no iba a despertar, tenía muerte cerebral y me lo ocultaron todo este tiempo, aún así ambos me dieron falsas esperanzas sin motivo, ahora que finalmente se ha ido, no tengo a nadie que sea honesto conmigo. En cuanto supe que Josh estaba internado llamé a Facundo, solo necesitaba ser escuchada, sacar la incertidumbre y el dolor que lucha por adueñarse de mi cuerpo… —hice una pausa y continué bebiendo— pensé que quién dijo amarme los últimos dos años se tomaría unos minutos para escucharme, pero ya no lo reconozco.

Facundo, entre todo lo que nunca te dije están los dos meses en los que no paraba de vomitar al escuchar tu nombre, o la vez que creí verte y me desmayé en la Javier Prado. Tenía tanto asco de todo, de ti, de mi, de comer y de vivir. Pero gracias, porque entre todo lo que nunca te dije también está la vez que mi papá me abrazó consolándome y volví a sentirme su pequeña, o la vez que decidí convertir todo el dolor en arte. Gracias por quebrarme hasta no poder más y obligarme a sumergir cada una de mis piezas en el mar hasta recobrar mi libertad.

Entre todo lo que nunca te dije también está la vez que me di cuenta que te escondes detrás de una vitrina llena de trofeos falsos y menciones paganas, cuando recuerdo que entre lágrimas me suplicabas por ayuda para conocerte y encontrarte, porque después de la lluvia de falacias habías terminado por perderte.

-Juliette Stakeeff.

—Sofía, no puedo llorar, no puedo gritar, no puedo sentir, me han quitado todo.

Ella se quedó conmigo mientras se oían risas de fondo y botellas de vidrio rotas, no sé cuánto tiempo, no sé si hablé más, no sé cómo llegaron las pastillas de mi abuela a mi bolsillo, no sé cuándo me tomé cuatro clonas y las pasé con un vaso de ron.

De jugar en el patio pasé a beber leche de almendras en la cocina con Keira mientras intentábamos preparar panqueques que nunca llegué a probar. Ceci nos seguía, un poco mareada, pero con teléfono en mano tomándonos fotos y documentando todo. Nos juntamos en medio de la cocina, no sé cuántos éramos ni quienes estaban, posamos frente a la cámara de Ceci probando filtros y sacando fotos borrosas.

Estuvimos en toda la casa al mismo tiempo, arriba, abajo, frente al espejo del baño con Sofi tomando fotos, alisando el cabello de Axel, comiendo en la cocina, haciendo polvo las pastillas, jugando en el patio, fumando en la terraza, comiendo de la nevera. En la sala de Otto colgaba una enorme tela celeste para acrobacias a la que no habíamos prestado mucha atención hasta que vimos a Axel columpiarse de ella, era de la hermana de Otto, ella practicaba danza aérea.

Aparecí en la terraza, frente a un espejo, un cenicero lleno de colillas de cigarro y un encendedor, yo estaba sentada, observando fijamente y tratando de comprender mi más mínimo movimiento. Terminé frente a una mesita de madera, con el cenicero en una mano y en la otra una colilla de las tantas que prendí y fumé hasta llegar al filtro. Terminé también frente al espejo, con Keira y Ceci junto a mí grabando videos y cambiando la música del parlante, de vez en cuando Otto asomaba su curiosa sonrisa para salir en alguna de las mil fotos tomadas por Ceci.

11 minutos

Con cada cigarrillo lanzado al viento tengo 11 minutos menos, pero disfruto el humo recorrer el interior de este cuerpo vacío y llevar algo de calor por dentro.

Con cada bocanada de humo lanzada al viento tengo 11 minutos menos, pero no me son necesarios, si pudiera regalar cada minuto de vida lo haría y me quedaría sólo con tres segundos, tener un último respiro profundo frente al mar y exhalar en paz.

-Juliette Stakeeff

No sé cómo llegué a casa, ni cuándo, ni con quién, ni con qué dinero. Mi cuarto estaba en completa oscuridad, cerré los ojos y me concentré en el ruido de los autos al pasar por la avenida, las luces de los faroles reflejándose en la pared y mi teléfono vibrando con insistencia, con tanta insistencia que después de cuatro llamadas perdidas, atendí.

Tan inoportuno, era Facundo, contesté confundida, él sonaba molesto, no entendía ni una palabra, dudé de la veracidad del momento, hasta hace cinco días él tomó la decisión de bloquearme para no lidiar con mi «desequilibrio emocional» que el intento de suicidio (ahora muerte) de mi mejor amigo me había dejado.

—Te dije que si volvías a salir con esos amigos de mierda te olvides de mí, yo no te importo en absoluto, ya me dí cuenta de eso, te lo dije Juliette —no colgó, pensé que lo haría, pero se quedó en silencio esperando mi respuesta a su reclamo.

—Te llamé, huevón, mientras mi alma se hacía pedazos en el piso de mi cuarto, ¿Recuerdas? ¿Qué diferencia hace llamarte dos o quince veces? No me pidas que tenga control sobre mis emociones, tengo 15 años y nunca sufrí el duelo de un hermano, tengo 15 años y nunca pensé en la posibilidad de la prematura muerte de mi otra mitad. Perdón si te llamé 15 veces y eso te molestó, no estaba buscando ser intensa, solo tengo 15 años, un amigo muerto, padres ausentes y heridas en el alma —respondí en mi cabeza, lo grité en el interior de mis pensamientos, pero nunca fue pronunciado por mi lengua.

Colgué la llamada, me quedé sentada en medio de la oscuridad esperando un destello, una sensación, alguna emoción que lograra sacarme de la confusión y el dolor. No siempre hay milagros, pero hay oportunidades, no todos los días se tiene la oportunidad de reunir nuestro ser pedazo por pedazo, intentar reconstruirlo, fallar, y a pesar de ello, sacar belleza dentro del caos.

Pensé en Joshua, en la desesperanza que lo atormentaba, en sus últimos pensamientos antes de tomar la decisión de reunir treinta benzodiazepinas y tragarse cada una de ellas como aperitivo. Ví mis fármacos sonriéndome desde lo alto de mi repisa, fluoxetina, mirtazapina, sertralina y toda una colección de antidepresivos de los cuales me había dado de alta por voluntad propia. Las pastillas me llamaban, cantaban en mi oído intentando engatusarme, lanzaban las más irresistibles promesas, querían llevarme con Joshua y yo quería ir con él.

No siempre gano, pero cuando lo hago, nace el arte y me siento aliviada.

La literatura me extiende su mano cuando estoy a punto de perder la batalla.

Hoy brota desde del caos la fantasía, algo nuevo nace de mis lágrimas, hoy ganamos ambas.

-Juliette Stakeeff.

Encendí la pantalla del computador y dejé en las teclas todo tormento. He escrito un cuento para Josh y solo espero que donde quiera que esté, sepa cuánto lo quiero…

Colección «Cuentos de luciérnagas»: Lágrimas de hada

Dentro de un hermoso tulipán, vivía el hada más bella de todo el jardín, aquella que los duendes visitaban cada noche para dejarle pequeños obsequios. Ese día, ella peinaba su brillante cabellera con mucha prisa, el reloj marcaba las doce, salió volando del tulipán y atravesó los rosales teniendo cuidado de las espinas.

—Espera, aguarda a que todos estén dormidos —susurró el duende más viejo del jardín.

La pequeña hada se escondió en una maceta con lavandas y recogió sus alas, desde ahí podía ver cómo a través de la ventana un mozuelo de cabellos castaños se cepillaba los dientes mientras miraba al piso como buscando algo, el hada soltó una risita e inmediatamente se cubrió la boca con sus manos, el muchacho parecía haberla oído, se quedó quieto y miró alrededor por un momento, al no oír nada se dirigió al cuarto de baño, dejó su cepillo en el lavabo, se sonrió a si mismo frente al espejo, contempló por un momento los azulejos, tenía una mirada perdida, apagó las luces y caminó hacia la ventana, el hada se asustó, la maceta con lavandas no era suficiente para ocultarse si el muchacho estaba tan cerca.

—Buenas noches… —le dijo él a la luna.

El mozuelo no se había percatado del hada, se sacó los anteojos dejándolos en su mesita de noche, abrió uno de los cajones y sacó un albornoz, se arropó y fue a acostarse, el hada lo vio detenidamente, aprecio la delicadeza de sus pestañas, su rostro fino sobre la almohada, dio pequeños pasos fuera de la maceta y se adentró en la habitación, se sentó al lado de una lámpara viendo cómo él se iba quedando dormido cada vez más profundamente, observaba sus mejillas sonrosadas, su suave y lacio cabello, finalmente ella abrió sus alas.

—Ya es hora —musitó el hada.

Se levantó y voló mientras se comenzaba a acercar poco a poco hacia el muchacho, paseó entre sus pestañas dejando un polvillo brillante en ellas, acarició sus cabellos acurrucándose en ellos, el joven soñaba profundamente, la pequeña hada movió un poco sus manos y pudo adentrarse en sus sueños y pensamientos, de pronto sus ojos soltaron un par de lágrimas, preciadas lágrimas de hada, su brillante cabellera se oscureció e inmediatamente alejó sus dedos de los cabellos del muchacho, sus manos comenzaban a enfriarse y sus alas a debilitarse, voló entonces lo más rápido que pudo de vuelta al tulipán, intentó descansar pero solo podía pensar en el muchacho, las lágrimas corrían por su rostro y finalmente, cuando una de ellas tocó uno de los pétalos, el tulipán comenzó a marchitarse.

—¡Acompáñame, el tulipán ya no es seguro! —gritó el longevo duende desde afuera.

El hada salió lentamente, dando pequeños y frágiles pasos, cuando por fin estuvo afuera desfalleció en los brazos del duende, este la sostuvo con delicadeza y la apoyó sobre su hombro, juntos atravesaron los rosales, el reloj marcaba la una y solo el canto de los grillos los acompañaba en esa fría noche, el jardín estaba más húmedo que de costumbre y era de extrañeza para el duende no encontrarse con las luciérnagas, después de una larga caminata llegaron hasta un grueso tronco, era el hogar del duende, se adentraron en él y en seguida la pequeña hada se refugió en uno de los muebles.

—Serviré un poco de té caliente, descansa. —dijo el duende.

—Parecía enamorado, tenía una mirada tan perdida como soñadora… —habló finalmente el hada.

—No es fácil, lograste ayudarlo. —él suspiró.

El duende se acercaba junto con el tintineo de las tazas de té, el hada sostuvo una en sus manos y dio un corto sorbo, tal vez era el elegante, pero sencillo juego de tacitas de té o la alfombra de tatami lo que hacía que este pequeño tronco se sintiera tan acogedor.

—Él solía escribir cartas, cartas a la luna, o así él las llamaba… —una lágrima se deslizó por su rostro— las escondía bajo la maceta de lavandas, se despedía de la luna antes de ir a dormir, yo solo me quedaba ahí, esperando a que durmiera para poder llevarme las cartas…

—¿Aún tienes la última? —preguntó el duende.

—La dejó ayer, la he llevado conmigo desde entonces, —ella sacó un trozo de papel un poco sucio y arrugado de su bolsillo— aún intento asimilarlo, no creía tener la fuerza suficiente para esto pero, te lo leeré… —bebió un poco de té, suspiró y comenzó a leer en voz alta— Mi querida Luna, veo las píldoras desde i repisa sonriéndome cada noche, es irónico cómo la anhelo, algunos dicen que la muerte es tan bella que nadie desea regresar de ella, la espero con ansias, espero que llegue, toque mi puerta y me invite a bailar con ella, la visité en un par de sueños, era tan hermosa, ojalá fuera tan fácil como dormir y despertar a su lado, cada vez me atrapa más su misterio, debo admitir que tengo miedo, pero por ella, por ella dejaré todo temor de lado, solo por ella. Me encontraba en un laberinto sin respuesta, hasta que apareció ella, esta noche mi sonrisa me delata, me he enamorado, esta noche podré por fin ver a mi amada, mi corazón estaba roto cual cristal, pero ella, ella puede arreglarlo, pronto estaré viajando, tenía miedo, pero creo que ya no, por fin estaré junto a ella.

—Siempre fue sutil, el polvillo en sus pestañas lo llevará a un buen lugar, no llores más Stella, lo cuidaste muy bien. —añadió el longevo duende.

Ella terminó la taza de té, tomó de la mano al duende y juntos caminaron fuera del tronco, se tumbaron en el césped mirando las estrellas, deseando ver al mozuelo en una de ellas, todos los demás habían migrado a otros jardines para entonces, la luna brillaba intensamente, el sonido del viento soplando entre los árboles traía paz a la noche, caía una pequeña llovizna, el hada sonreía con nostalgia, de pronto sus alas se desvanecieron.

—Hoy no aparecieron las luciérnagas, sabemos lo que eso significa. —dijo él.

A la mañana siguiente, el sol iluminaba cada rincón del lugar, y del mágico jardín solo quedaba maleza, y entre todo lo marchito, un hermoso tulipán.


Tarada de cumpleaños

Mi cabello volvió al profundo negro, sin mechones disparejos, ocultando el daño por dentro. Mi cumpleaños se acercaba y como siempre, la celebración familiar sería un par de días antes de la fecha real, ya me había acostumbrado a aquella dinámica, finalmente el día de mi cumpleaños todos están lo suficientemente ocupados como para solo dejarme una nota junto al desayuno, pero no tenía quejas, era mejor así.

Mis amigos ya estaban haciendo planes para ese día, no habría nadie en mi casa, entonces el plan era perfecto: pizzas, música, adolescentes y alcohol. Crearon un grupo nuevo para añadir todos los que irían, en total eran como 25 personas, algunos no nos conocíamos entre sí y eso lo hacía aún más entretenido.

Daren añadió al grupo a un chico de humor bizarro y apodo raro que llamó mi atención, y ahí empezó todo, mis amigos comenzaron a bromear sobre ambos, con cosas como “el 31 se besan”, “Jul, tu regalo de cumple es Olek”, “ya, el 31 los encerramos”, quise seguir con la chacota y escribí en el grupo algo así como: no sé quién carajos es Olek, pero si le llego.

Maldita sea, no sabía en qué me estaba metiendo. Todos comenzaron a presentarse y pronto el grupo se llenó de cientos de mensajes, resulta que Olek iba a la secundaria con Axel y Daren, él era músico, producía sus propios temas y tocaba guitarra. La curiosidad me ganó, busqué su perfil en Insta, di un vistazo rápido a sus fotos y lo comencé a seguir.

¿Jul, en qué te estás metiendo?

Mi memoria me falla, pero las emociones las recuerdo igual de vividas que en ese momento, algo me había interesado en él y ya no había vuelta atrás, en ese momento no lo sabía, tampoco lo quería aceptar, pero ese fue solo el inicio de cómo conocí la definición de «caer en el amor». Ambos nos pegamos en una conversación que fluyó durante horas, hablamos sobre música, arte, libros, pasatiempos.

Sus padres también eran músicos, había crecido en un ambiente artístico, rodeado de instrumentos. Le conté acerca de mi padre, un baterista y guitarrista increíble que me sirvió de inspiración para meterme de lleno en la percusión. Nuestras similitudes eran marcadas, él, un chiquillo apasionado por la música y yo, una escritora romanticista amante de la prosa, ambos, devotos del arte. La teníamos clara, dejar una huella en el mundo, por la difusión y reconocimiento de nuestro talento que poco a poco iría evolucionando.

Pero yo, yo creo historias

y desgloso mi alma en letras,

mientras tú, tú vives en acordes,

bebiendo el elixir de cada nota.

-Stakeeff.

De la media noche pasamos a las cuatro de la madrugada, sin tener en cuenta el paso del tiempo. Confesamos proyectos, aficiones, hasta llegar a una desarticulada conversación incoherente con un bizarro sentido del humor.

Nunca sentí que hablé de más, aunque es probable que ambos lo hiciéramos, pero realmente no importaba. Conocer el espíritu libre que pilotea el cuerpo te brinda una perspectiva diferente, aprendes a querer con el alma y sentir con cada célula del cuerpo. Desde el arte, nacen los sentimientos más honestos, desde el arte, sale el alimento y esencia de recónditas pasiones. Compartir miedos y temores, sueños y desaciertos, cavar hasta lo profundo de nuestro “ser” inexperto y dejar al descubierto el tesoro que llevamos dentro.

A veces dejaba mensajes sin responder para tener con qué continuar la conversación al día siguiente, a veces él también lo hacía, y se disculpaba si tardaba en contestar. Anhelé al inicio una profunda amistad, me picó la chispa del interés por conocerlo más, estaba fascinada con la pequeña parte de él que había logrado conocer.

Perdón si te asusto, es que aquí escribo lo que recuerdo y quizá no respeto la lentitud del momento, pero en cuanto te conocí, tu voz me robó todo pensamiento.

-Juliette Stakeeff

Sobreviví a las reuniones familiares, a las preguntas incómodas, al deseo de escapar y a la insistencia en que terminara mi plato de comida. Pronto tendría 16, ¡Tan solo 16 años! Me tomé una noche para pensar en ello, iluminé mi cuarto de una tenue luz azul y lo ambienté con música instrumental. Siempre llega el impulso dentro de la profundidad de la noche para crear.

Sueños y dermatitis.

¿Dónde está mamá ahora cuando de noche no puedo dormir y me pica la espalda?

Porque extraño dormir bajo sus caricias, al compás de la melodía de un viejo cuento y la piel lisa después de untarme con primor.

¿Dónde está mamá cuando la almohada no soporta mis gritos?

Porque extraño su cálido abrazo después de romper y reparar nuestro vínculo.

¿Dónde está mamá cuando le pido que esté?

-Stakeeff

Vendremos mañana.

Yo nunca tengo fotos,

ni de mi papá arrullandome,

ni de mi mamá gestándome.

Yo nunca tengo fotos,

ni de mi papá educándome,

ni de mi mamá encontrándome.

-Stakeeff

Mi abuela tenía las llaves de nuestra enorme y vieja casa en alquiler, recordé eso y se me ocurrió una idea, le había sugerido al grupo pasar la reu de mi cumple ahí, igual quedaba a solo unas cuadras de mi casa actual. Ellos se entusiasmaron, pero pasados los días me cayó de golpe el peso del luto. La desmotivación me arrastraba, me mantenía acostada en la cama, derramando respiros sin propósito.

Las memorias a veces nos salvan: del frío, al recordar que el calor existe y ya vendrá; de la pérdida, al recordar el amor que no murió; del desgano, al recordar las sonrisas de quienes daban el alma por motivarnos. Lo sobrellevé, pude avanzar los días siguientes escribiendo un intento de cuento infantil basado en un párrafo que llamó mi atención en un libro de Óscar Wilde. Creo que soy muy chibola para ser tan marisabidilla. Pero al final le di la misma narrativa que sentí al leer “El mundo de Sofía” cuando aún era muy chica para entender, un inicio digerible y de pronto cuestionamientos sin contexto.

Colección «Cuentos de Luciérnagas»: La cajita del camino.

En algún lugar del mundo, donde el tiempo no existía y el viento recorría suavemente por los pastizales, una pequeña con el rostro lleno de pecas jugaba en medio de la pradera, sus profundos ojos negros contemplaban un peculiar objeto, lo observó durante horas como buscando algo en él.

En lo profundo del horizonte el sol comenzaba a ocultarse, ella guardó el objeto y comenzó a correr hasta una vieja cabaña, mientras corría su largo cabello azabache parecía bailar junto con el viento, se detuvo frente a la puerta y miró al anciano.

—¡Lo he encontrado, lo he encontrado! —dijo la pequeña con una enorme sonrisa en su rostro.

—¿El qué? —preguntó el anciano.

—El sentido de la vida, estaba en una cajita pequeña cruzando el río.

—Y… ¿Cómo luce?

—Pues es chiquito, con bordes de plata… —ella suspiró y comenzó a jugar con su cabello.

—Ven, toma asiento, —el anciano dio golpecitos en el tronco a su lado y la pequeña se sentó— no sabía cuánto tiempo tardarías en hallarlo, tenía miedo que fueras muy pequeña para entenderlo o muy mayor para creer en él, pero ahora lo conoces.

—Pude ver el cielo cuando lo tuve en mis manos —su sonrisa dejaba ver su curioso diastema.

—Así que ya lo encontraste…

—Nunca es muy pronto o muy tarde abuelo —la niña elevó su mirada al cielo, el sol se veía cada vez más pequeño tras las montañas.

El anciano notó que la pequeña tenía frío, el viento soplaba cada vez más fuerte, la pradera se oscurecía, se levantó y entró a la cabaña, mientras tanto la niña seguía contemplando el cielo, parecía buscar una respuesta en las estrellas que poco a poco iban apareciendo, el anciano salió después de unos

minutos, traía dos tazas con chocolate caliente y una manta en su hombro, abrigó a la pequeña y le dio una de las tazas, se sentó a su lado y acompañó a la pequeña mirando al cielo.

—¿Sabes? Muchos enloquecen intentando buscar el sentido de la vida, en lugar de solo vivir, los hedonistas creían que la vida era un arte, el arte de tomar los placeres que pasan y evitar el dolor—habló el anciano mientras tomaba un sorbo de chocolate.

—¿Enloquecen? No tiene sentido —dijo la niña.

—Muchas veces encontrar el sentido, o entenderlo, no es tan fácil como parece, muchos creen que la única manera de conocer el sentido de la vida es cuando esta acaba, y estando en el más allá podremos obtener las respuestas a nuestras dudas, hay otros quienes creen que el único sentido radica en conseguir el poder, en estar en la cima… —continuó el abuelo después de un largo silencio.

—¿Estar en la cima? Prefiero no estar por encima de los demás, sino por encima de mis sueños…

—Aristóteles decía que sólo hallaríamos el sentido encontrando el “bien supremo”, siglos más tarde un filósofo afirmaba que el “bien supremo” es ser feliz, es un verdadero laberinto de creencias, por eso las personas enloquecen, ceden ante las garras de la incertidumbre y esta los lleva a las depresiones y ansiedades, buscan un sentido mientras desperdician lo más valioso, la vida, algunos la pierden.

—Abuelo, —la pequeña se giró hacia el anciano— ¿Qué pensaste cuando lo viste por primera vez?

—Encontré una pequeña nota dentro de la cajita junto al objeto, la misma que hasta el día de hoy conservo, me ayudó a poder distinguir mi propio sentido, tardé horas observando el objeto hasta que pude entenderlo, no puedo decirte que traía escrito en la nota, la pequeña caja es un legado, quien la encuentre debe escribir una nota para la próxima persona y así sucesivamente, asumo que leíste la nota que dejé para ti, de hecho, era para tu madre, lástima que se fue sin encontrarla, ella cedió…

—¿Crees que aún soy muy pequeña? —preguntó la niña.

—No cariño, la caja llega a ti en el momento perfecto, termina el chocolate, está enfriándose, puedo dejarte sola si lo necesitas, ahora debes escribir una nota para la próxima persona, es tu ayuda para que encuentre su propio sentido. —sacó una pluma y un pedazo de papel de su bolsillo y se lo entregó a la niña.

El anciano se levantó, entró en la cabaña, el ruido de los grillos y el baile de las luciérnagas acompañaban a la pequeña, ella escribió en el papel y comenzó a caminar entre el pastizal, daba pequeños saltos tarareando una curiosa melodía, la luz de la luna iluminaba la pradera y hacía brillar su hermosa cabellera azabache. Ella cruzó el río y buscó la cajita, la tuvo entre sus manos por un tiempo dudando en abrirla, finalmente lo hizo y sacó el pequeño espejo con bordes de plata.

—Gracias —susurró.

En el fondo de la caja se encontraba la nota del abuelo, la leyó varias veces y la guardó en uno de sus bolsillos, luego sacó la nota que ella había escrito, la guardó junto al espejo en la pequeña caja, la cerró, le dio un pequeño y corto

beso deseándole buena suerte a la próxima persona que la encontrara, la volvió a dejar donde la había encontrado, cruzó el río y continuó su camino hacia la cabaña dando pequeños saltos como jugando con las luciérnagas.

“La vida en sí no tiene sentido, pues es el deber de cada quien dárselo”

Se acercaba la medianoche, estaba ansiosa por el día siguiente y la sensación de un nuevo número en mi edad. No recuerdo mucho, casi nunca lo hago, mi cerebro para ese momento estaba demasiado medicado. Recibí saludos apenas marcaron las 12, felicitaciones de amigos, no tan amigos y conocidos. ¿Es necesario responder todas? Papá no llamó, me hubiera gustado.

Intercambié con Olek un par de mensajes, me emocioné al recibir un «te veo mañana, bueno, más tarde, porque ya es mañana».

Me desperté con un mensaje de Keira avisándome que estaba afuera de mi casa; y yo, con la cara babeada y aún en pijama, bajé a abrirle la puerta.

—Perdón, sigo en mi quinto sueño —avisé mientras abría la reja.

—Carajo, no importa, feliz cumple amor —terminó la frase con un abrazo.

—Llegaste súper temprano.

—En un rato vienen Daren y los chicos, llegué antes para arreglarnos, — subió las escaleras y luego se giró con una sonrisa— tampoco quería estar más en mi casa.

Ella quería maquillarse con un labial negro, entonces jugamos con las sombras hasta conseguir algo parecido. Me cambié rápido y puse algo de base, rímel y color sobre mi expresión de sueño, tenía una falda blanca de satín y un polo morado a rayas.

—Llegó Gabriela, bajemos —anunció.

No conocía a la mayoría de los invitados, nada mayor a una ojeada en sus perfiles o una corta interacción en el grupo. Gabriela tenía el cabello cortito y fucsia. Nos sentamos en mi cuarto a jugar con el maquillaje y escuchar música mientras esperábamos a los demás, en eso Keira voltea hacia la ventana y suelta una risa.

—Mira, el cabezón va entrando —avisó Keira a modo de risa mientras grababa su andar desde la ventana.

Olek había encontrado la reja de la quinta entre-abierta y estaba patinando con su skate sobre el concreto. Lo saludamos desde la ventana, mientras subía iba haciendo muecas graciosas y Keira tomaba fotos de ello. Al verlo de pie en la puerta quedé helada, no pensé que mi mente iría a reaccionar así al verlo por primera vez, me resultaba confuso, le dí un beso en la mejilla después de su saludo por mi cumpleaños y luego solté lo primero que se me vino a la mente.

—Pensé que eras más alto —me arrepentí al segundo.

—Me lo dicen cada que me conocen, te lo juro —Olek respondió con gracia.

—Yo también lo pensé, —Grabriela soltó una risa— con Otto fue igual, ese si es un niño.

—Pero Juli y Olek miden casi lo mismo —dijo Keira acercándose y comparando con sus manos.

—¡Ja! Al menos… ¿A qué hora llega el Doc? —preguntó Olek

—Daren está esperando al pata del trago —respondió Keira.

Recién empezaba la tarde, preparamos panqueques y tortillas. Saqué a Nita, mi mascota, de su terrario para presentarla al grupo, es un erizo hembra pigmeo de año y medio. Movimos cosas de la sala al cuarto para ponernos cómodos, mientras, Ceci y Axel llegaron con un grupo de amigos suyos, colados y conocidos. Hicimos un círculo en el piso para conversar, nos tomamos fotos y apilamos todas las mochilas y casacas en un cojín al lado de mi cama. Daren no tardó en llegar, escondimos el trago entre la ropa y salimos a comprar gaseosas, vasos y algunas cajas de pizza.

Éramos un grupo grande, vernos caminar por las calles, llevando una estética en conjunto, abriéndonos el paso con humo y música, me causaba una sensación de pertenencia acompañada de una seguridad ambivalente.

Compramos cuatro cajas enormes de pizza que pagó Toño, uno de los colados en la reu, creo que lo florearon para que pagara con un billete grande y horas después lo dejaron tan ebrio que no recordaba nada.

En algún momento regresamos a mi casa y más gente llegó. Había un dúo de pelinegras con flequillo rojo que nadie conocía de nada, después de dos botellas de vodka vacías, ellas se acercaron y preguntaron por un frasco de pastillas que tenía en mi repisa.

—No sé lo que son, mi abuela las usa para dormir y me las da a veces, tiene un montón.

—¿Nos puedes dar algunas? —preguntaron ambas al mismo tiempo.

Les di un par de pastillas y de pronto tenía a ocho personas más dentro de mi cuarto extendiéndome sus manos por una pepa. No recuerdo, quizás ocho, quizás diez, la pregunta es: ¿Quién no lo hizo?

Llamé a mis vecinas de la quinta y llegaron justo antes de abrir otras dos botellas para la mezcla. No entrábamos todos en mi cuarto, entonces nos sentamos en medio de la sala a rotarnos el trago entre chistes, preguntas y retos. Daren sugirió un juego, Ceci se animó a girar una de las botellas y esta se detuvo señalando a Keira y Olek.

—Pico manda, base responde —habló Ceci.

—Ollie, ¿Verdad o Reto? —preguntó Keira.

—Verdad.

—Si tuvieras que estar de novio con alguien de esta sala, ¿Quién sería?

—La verdad es que… —hizo una pausa exageradamente dramática— Quiero estar con Daren. Keira, tu novio y yo nos amamos profundamente —lanzó una mirada coqueta a Daren y luego ambos soltaron una ruidosa carcajada.

—Chistosito oe, ya, déjate de huevadas, responde —insistió.

—Con Jul, es a quién conozco mejor y tengo más cosas en común —respondió seguro.

El rubor en mis mejillas fue notorio, alguien siguió girando la botella y dictando retos a quien le tocara, algunos se daban besos cortos, tragos en seco, hasta que la botella apuntó a Ceci y Daren, ella hizo la típica pregunta y sus ojos revelaron sus curiosas intenciones.

—Reto, —respondió— pero no te pases de cagona.

—Piquito con Olek, por hacerse el graciosito con su broma —desafió.

—Por mí, normal —animó Keira.

—Dale, vivan los novios, un besito —seguí el juego.

Los chicos empezaron a reírse y alentaron a seguir con el reto, ninguno portaba una masculinidad frágil entonces el momento fue bastante icónico y gracioso para todos. Daren y Olek finalmente se pusieron frente a frente y se dieron un beso de apenas dos segundos, algunos grabaron la escena y otros celebraron siguiendo el juego.

—Ahora me toca a mí hacer un reto, ya te pasaste, cabezona —habló Daren decidido.

—Hasta Keira quería ver eso, huevón —se defendió Ceci.

—Qué chucha, —giró la botella y se detuvo apuntandome— Juli, 7 minutos con Olek de encerrón en el baño, —soltó una carcajada— tú misma eres.

—Bueno, normal, yo llego, —dijo Olek levantándose— siete min en el baño, pero no dijo qué hacer. Jul, dale, vamos a huevear.

Lo seguí al baño y desde afuera nos cerraron la puerta. Estábamos solos, no podía hacer más que reírme y esperar a sentir un impulso de seguridad. Aún en la oscuridad sentí su mirada, después de un par de comentarios torpes me acerqué a centímetros de sus labios.

He recibido, sin esperarlo, el mejor regalo que esta corta vida me ha dado.

He recibido, sin esperarlo, la correspondencia de un impulso inesperado.

He sentido el cielo por un segundo posarse sobre mis labios.

He tenido el Edén frente a mí, besándome, con los ojos cerrados.

-Stakeeff.

(Idiota ilusionada, pero él me ha besado)

Los chicos afuera se impacientaron, muertos de la curiosidad tocaron varias veces la puerta del baño para que salgamos. Ceci y Axel insistieron en hacernos preguntas, preguntas que ninguno contestó pero que nos respondimos entre los dos con tímidas miradas.

Vaciamos las cajas de pizza y bebimos hasta acabarnos la enorme jarra de soda con alcohol. Dopados y picados, arreglamos un poco a la mala el desastre en la cocina que habíamos hecho. Salimos a recorrer las calles de Magdalena, grabando videos, anunciándonos con risas y montando skate de camino al malecón.

Ese día tuve 5 llamadas perdidas de mamá, me cagó, de nuevo.

Etiquetas: juvenil prosa

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