Las Orillas del Rahmu

Las Orillas del Rahmu

H. Santos

27/05/2023

El complejo sistema de cañerías se extendía por kilómetros y kilómetros por debajo de tierra y concreto, conectando, como las raíces de un sauce llorón, las grandes montañas de cemento y cal que los frigios llamaban hogares. Todos los desechos que caían del interior de esos tristes pueblos verticales llegaban al río Rahmu. Esta red de desagües, por absurdo que suene -debido a la compleja ingeniería con el que fue planificado y construido-, tenía como única estrategia de salida al Rahmu. En la actualidad, aquel río milenario dejó de ser el lugar de reunión de la antiguamente naciente, hoy por hoy abandonada, pesada industria nacional, y se transformó en la salvación de los sueños y estreñimientos de los habitantes de Frigia. Ese río ancestral, alguna vez llamado madre Ramüuh por los ya desaparecidos Uphiees, antiguo destino de peregrinaje de los seones, reducido a una tumba química, aguaturbia desmerecida y maldita. Un inagotable pozo cegado de desechos taumatúrgicos, necroquímicos, metalúrgicos y pirománticos. Tan nefastas eran las aguas que se sabía de niños que, tras sumergirse en las aguas amarillentas del río, salieron hablando lenguas muertas y bailando danzas inverosímiles para sus pequeños cuerpos.

Rahmu estaba manchado por Frigia, una masa de guetos editados casi al azar durante décadas, que secaron los tristes bosques y arrasaron con las praderas que antes parecían infinitas. Subiendo por la espesa corriente, pequeñas medias-aguas crecieron como hongos en la oscuridad, con el tiempo el ruido de los hogares creció por encima del viscoso ronroneo de las aguas, la madera crujió y un día el viento dejó de susurrar. Los muros de plástico barato mutaron y se volvieron concreto asentado y gris, las pocas casas se volvieron cientos, luego un millar que se extendía más allá de la orilla y pululaban por el horizonte devorando las estrellas y alimentando las industrias entre los árboles secos y la tierra muerta, – acechaban monstruos de concreto-. Alrededor de Rahmu las casas crecieron, más altas, más anchas y más ruidosas, luego chocaron unas con otras como placas tectónicas, el espacio se les fue con el río. Rahmu se siente reducido por los aires hediondos, las cascadas de mugre; las chimeneas chillando y las máquinas trabajando. Cuando llegaban viajeros marginales, no era la corriente la fuerza que los movía a la ciudad, sino el peso de la urbe los atraía como si tuviese gravedad propia. A estas alturas le era imposible recordar cuando era libre e impropio, antes de que le pusieran precio a su carne y la vendieran a postores desvergonzados. Pero si podía recordar un tiempo, ese pequeño momento cuando la gente pareció interesarse en sus aguas turbias y la ciudad, cuando sabios y mendigos bajaban a hablarle, a disculparse y prometerle algo mejor de su parte, cuando los frigios no parecían perros tolerados por la gerencia y podían imaginar futuros mejores. Pero ocurrió la tragedia, la muerte de toda alternativa, los otros asesinaron a sangre fría la imaginación y el árbitro, reduciendo cualquier futuro a una mera utopía imposiblemente cierta.

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