Taimada, recogida en sus pensamientos, esperaba al tren. La madrugaba aún se estancaba oscura. La niebla le empapaba la chaqueta, el gorro y las cejas. Manoseaba su pantalla sin mirar nada concreto en ella. Lanzaba su menú en ambos sentidos; esperando que pasase el tiempo; esperando que el chico que la miraba de reojo desapareciera.
Sin embargo, no lo hizo. En ocasiones, las personas tienen valor de sobra, más del que pueden contener en sus tintineos de rodilla, y explotan con palabras, como hacen los gallos recién se levantan:
- Perdona – dijo casi sin aliento, como si las palabras costasen dinero –, ¿sabes si el tren para Lieres se coge a este lado?, ¿o tengo que cruzar la vía?
- Emm…
De un vistazo vio el azul en sus ojos y, automáticamente, sintió confianza. Pero no la suficiente para abandonar el cobijo de la luz azul de su móvil
- no lo tengo muy claro.
La sonrisa le inundaba la boca, y crecía más y más cuando de reojo atisbaba los dientes contrarios, blancos y pulidos como perlas.
- si quieres lo puedo buscar y te digo.
Por alguna razón aquello no le gusto. Se quedó callado, se giró hacia la vía y espero a que ella le diera la respuesta.
- El andén 2. Sí, es este – concluyó ella tras mirar de frente al número de la señal que colgaba de la estación.
- Gracias – asintió él con una sonrisa – es que soy nuevo aquí, y no me entero bien de estas cosas todavía.
- No te preocupes. No hay de que, es normal.
Aunque ella siguiera inmersa en su telaraña digital vacía de contenido. Él aguanto la apuesta dos turnos más… sin resultados.
Una vez más gana el silencio. Una vez más gana la chispa de Zeus sobre los ojos de Afrodita. En un mundo en el que la imagen luminosa ha vencido a la palabra, al sonido, al olfato y al mismo sabor. Se encienden mil luces y se apagan cien mil historias, que tienen origen, pero ya no tienen fin.
Ella cogerá su tren. Hará lo que se debe, lo programado, lo ineludiblemente obvio, y acudirá como cada día a su realidad. A su verdadera realidad ahora, que no está en la calle, sino en su dispositivo digital.
Él es un guerrero de Ares, inconformista, que prefiere morirse a darse por vencido frente a Zeus. Acabará muerto. Sin luz en sus ojos. Sin esperanza de contestación. Un murmullo que se apaga al percibir como respuesta solo a eco, que se burla de él y de sus historias, de sus ingenios para conquistar lo inconquistable: la norma escrita.
Es por ello que Ares envió a Fobos en su nombre para que intercediese en favor del hombre valiente. Se acercó a la joven tomando la forma de una paloma que hizo de vientre sobre su aparato. Ella comenzó a gritar aterrada por lo que suponía una de las mayores catástrofes de la historia.
- ¡Dios mío! – profirió ella mientras dejaba caer su terminal al andén – pero que guarra. ¡Maldita paloma!
Entre aspavientos e improperios comenzó a mirar por primera vez directamente al chico. Señalando a las vías, pretendiendo que su juicio le diera justicia. Aún viendo la oportunidad perfecta para el ataque final, él no pudo evitar escupir algunas risas.
- No te preocupes, yo lo recogeré – Dijo mientras se lanzaba a las vías
A lo lejos se oyó el chillido de un tren cercano
- ¡Sal de ahí loco! Por favor vuelve. Es peligroso. Ya viene el tren.
Aunque el peligro era real, también era fácilmente evitable, así que el chico pavoneo en sus movimientos retrasando la recogida para aumentar así la tensión y el pánico de la joven. Recogió el móvil y se lo devolvió. No sin antes limpiárselo con su propia chaqueta.
Recibió entonces su preciada recompensa cuando ella extendió su brazo para ayudarle a salir de la zona de combate. El tren aún llegaba en la distancia. El peligro había pasado, y había dado lugar a una euforia pasajera que permitió incluso el contacto en un abrazo de logro. Se activó entonces su olfato, el penúltimo de los sentidos que le quedaban por probar de ella, haciendo su objetivo más real y mucho más apetecible.
- Gracias de verdad. Eres todo un valiente
Él asintió sonriente sin poder negar la evidencia de su hazaña.
- Me has salvado el día. Voy a una entrevista de trabajo, y necesitaba el móvil para encontrar el lugar de la cita.
Con las prisas y la embriaguez hormonal había bajado todas sus barreras ante el chico, mostrándole su cara de frente sin ningún tipo de reojo. Entonces pudo intervenir Afrodita lanzando belleza y miradas en ambas direcciones. Él se quedó entonces mudo, y ella sorda. No podía parar de verborrear instrucciones sin sentido sobre cómo habría sido su día de no haber aparecido él en su camino. Mientras, él no podía decir nada. Únicamente sonreía y asentía desde la más temible de las estupideces. La cobardía le había vuelto a ganar la partida.
Ares no daba la afrenta por terminada y desde el tren lanzó un último silbido que consiguió consternar al joven una última vez.
- Bueno, entonces… mucha suerte con la entrevista. Ya nos veremos
- Sí, eso espero. Gracias, y hasta luego
Se despidieron con un beso sin darse percatarse de que ambos se estaban subiendo en el mismo tren. Cuando se sentaron, sus pensamientos volvieron a cavilar, y él se dio cuenta de que aún tenía fichas para apostar, y de que en la próxima jugada debía ir con todo o nada.
Son pocas las primeras historias que sobreviven al recuerdo, y esta logro llamar la atención de Apolo. Aprovechándose de un mendigo que también iba en el tren comenzó a cantar La vie en rose. Aunque algo tópico, muy poco esperable, y por tanto muy perceptible como señal divina para el joven.
Ella anotaba su número de teléfono entre prisas, pensando si eso seguiría haciéndose, o si quedaría como una autentica majadera al hacerlo. Al oír la canción, ambos sintieron su piel erizarse como la de dos pavos a punto de morir.
Diana a su vez envió a varios gorriones que capturaron la mirada de la joven a través de la ventana y la dirigieron hacia él, que a paso seguro volvía a acercarse a ella.
Mientras caminaba un anciano susurró a su teléfono:
- El nombre… pídele su nombre.
- Esta es mi parada – dijo él.
- Gracias de nuevo – dijo ella avergonzada mientras arrugaba su papel contra si.
- Me llamo Beltrán. Espero volver a verte
- Yo María. Eres muy amable. Yo también espero volverte a ver. Has sido muy valiente.
- Hasta luego – dijo él
- Hasta pronto – dijo ella
Él abandono el tren, y la puerta se cerró. El hechizo había concluido. Las materias primas ya estaban en juego.
Beltrán se quedó absorto en las nubes y en los árboles. Pensando en todo lo que no había hecho, en todo lo que no había dicho, y también en todo lo que sí. Un aprendizaje para otra ocasión, una esperanza de volverla a ver que le mantendría cálido por al menos una semana.
María conecto su música (Alanis Morissette), ya que el mendigo paro inesperadamente de cantar, y necesitaba concentrarse en lo bello de la pérdida y en la magia de las casualidades.
Habían jugado sus cartas, y por lo menos habían ganado más de lo que tenían al llegar a aquella estación. Por lo menos comprendían que de un intentar se consigue emoción y sueño, y de un solo pensar solo se consigue eso: un pensamiento.
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