Como si esta te hubiese mecido la cuna o te hubiese cantado hasta dormir, así de familiar.
Tanto que asusta, asusta lo que sientes al verla, te asusta hasta a ti, que nunca habías sentido tanto interés por las facciones de alguien.
Y es muy raro, no estás sintiendo mariposas en la barriga, no se te erizan los pelos del gusto que te genera, no se te acelera el corazón ni nada de esos efectos del llamado amor a primera vista. El sentimiento que aparece en ti al ver este rostro es tan distinto a todo eso; es hogar, es nostalgia, es ternura, familiaridad.
Este rostro es el olor del pecho de tu madre cuando la abrazabas, la colonia de tu padre en las madrugadas de colegio, la casa de tu abuela al acabarse de preparar el almuerzo, los viajes por carretera con tus primos, el dormirte en el carro y que te cargaran dormido hasta la casa, jugar a la ere y las escondidas. Ese rostro a sólo unos pasos de ti, transmite en una simple expresión de seriedad todas tus vivencias, pero ¿cómo? ¿quién osa portar toda mi vida en la parte más alta de su cuello?
No lo sabes. El rostro ya no está.
Se ha ido así como todas tus vivencias, son cosa del pasado. Ya no están.
Y te quedas de nuevo con el deseo sempiterno de encontrar otra cosa, sea cara, sea mano, sea boca, sea voz; otra cosa que te haga sentir tan pleno como aquel rostro desconocido tan familiar.
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