Los sonidos eran apabullantes, abrumantes, ya no podía soportarlos. El primero eran pasos, a mi izquierda, al otro lado de la pared, incesantes pasos cuyo único objetivo era acabar conmigo. El otro sonido era un zumbido, tenias que esforzarte para identificarlo, pero no era lo suficientemente leve como para ignorarlo. Era un zumbido eléctrico, de algo que estaba conectado pero quizás no estaba funcionando bien o simplemente era la naturaleza del objeto. No se del tema pero era consciente de que había algo sonando constantemente, su razón de existir era definitivamente molestarme.

Me estaba retorciendo, mientras que los demonios del ruido trabajaban en agotarme. No podía identificar de donde venia ese zumbido, con todo mi poder mental, me concentre en el tanto como fuera posible. Lo escuchaba, atentamente, cada vez era mas fuerte, de repente mis mismos pensamientos se convirtieron en una repetición del zumbido. Yo era parte del zumbido, fluía con él, pero sin querer serlo. Estaba siendo consumido por un sonido molesto y no había forma de salir de él. Algo era seguro, el zumbido venia de mi derecha, o de debajo mío quizás, bueno tal vez no había nada seguro, solo que el zumbido no cesaría.

Después de un rato de dedicarme a escucharlo decidí pararme, dejarme llevar por el sonido, me determiné a seguirlo y encontrar su origen, pero no era lo suficientemente fuerte como para que yo pudiera hacer otra cosa más que molestarme por el. Maldito fuera ese zumbido, solo estaba allí porque quería acabar conmigo, me estaba volviendo loco, estaba logrando su objetivo. El miserable me hacía doblegarme como un hombre ante el temor a su Dios, ese maldito zumbido. De repente ni siquiera escuchaba los pasos al otro lado de la pared a pesar de que allí siguieran. Todo era el zumbido eléctrico. Por un momento desee ser esa corriente que pasaba, convertirme en energía irracional. En una simple corriente eléctrica que no tiene dolores ni angustias, una corriente que no puede dejarse doblegar por zumbidos. Una fuerza que no es consciente de si misma, que no entiende de origen ni destino. No entiende de hombres doblegados ante el temor a Dios, ni molestos sonidos. Como envidiaba la fuente de esos zumbidos.

Que incoherente ¿no? Envidiaba tremendamente esa corriente y al tiempo detestaba con todo mi ser el que el insoportable sonido me estuviera consumiendo. Pensé que si lo deseaba con todas mis fuerzas quizás me podría convertir en aquello que tanto envidiaba. No deseaba que me consumiera, deseaba ser ese zumbido ajeno a toda racionalidad. Me concentre en el zumbido una vez más, esta vez plenamente consciente que me dejaría llevar por él. Lo escuche atentamente, deje que me invadiera como ya lo había hecho, mis pensamientos ya no eran palabras que corrían de un lado a otro en mi mente. Mis pensamientos se habían convertido en un unísono zumbido igual al que entraba por mis oídos, yo era el zumbido. Todo mi ser añoraba con el mayor de los deseos convertirse en la fuente del zumbido. Sabia que si me concentraba lo suficiente en el sonido, mi cuerpo sensible al dolor se convertiría en la fuente del molesto sonido. Ya no seria parte de un cuerpo sintiente, adolorido por un horripilante sonido, sería un zumbido, estaba seguro.

Perdí la noción del tiempo y ya había oscurecido, pero yo seguía siendo yo y el zumbido seguía siendo el zumbido, no había forma de deshacerme de mi cuerpo para convertirme en la energía que provocaba tan molesto sonido. El odio me invadió, maldito fuera ese sonido, ese sonido era el recordatorio constante de que yo siempre iba a ser yo. Constante, vaya palabra, perfectamente precisa para describir el zumbido, ingratamente ascertada para definir mi dolor. Como odiaba ese zumbido, era el dueño de mis dolencias y el recordatorio de lo que yo nunca llegaría a ser. Era tan eterno, las horas pasaban conmigo sentado y el zumbido incesante se hacia mas fuerte en mi mente.

El sonido, era sencillo, constante, muy bajo para saber de donde venia pero perfectamente claro como para poder escucharlo. Si me esforzaba demasiado en oírlo se hacia mas fuerte, pero si me concentraba en los pasos era evidente que el zumbido nunca era mas fuerte o mas débil. Era sencillamente constante, lo suficientemente constante como para acorralarme hacia la locura. No dejaría que el sonido me ganara, yo no me podía dejar llevar por la locura, a pesar de que quizás en la locura el dolor no exista. No me iba a dejar vencer por el zumbido, a menos de que pudiera unirme a su origen para abandonar mi cuerpo.

La locura no me llevaría consigo, escuche los pasos al otro lado de la pared, de repente los amaba porque me aferraba a ellos para no dejarme llevar por el zumbido. Si Dios tuviera forma, seria la de aquellos pasos que profesaban el sonido de mi salvación. El abismo estaba frente a mis ojos pero yo me aferraba a Dios haciéndome imposible caer en el vacío. Mi mente se convirtió en los pasos, no me daban calma como quizás me la daría Dios, pero me daban esperanza de no desfallecer por el mortal zumbido. Yo viviría para contar mi victoria ante el mayor enemigo al que jamás desearía a nadie enfrentarse. El zumbido iba a ser derrocado por la fortaleza de los pasos al otro lado de la pared. Dios estaba de mi lado, Dios estaba en aquellos pasos que me abrazaban para que yo no callera en el abismo al que me empujaba el zumbido.

Lo triste sobre Dios es que abandona al hombre cuando mas lo necesita, cuando me aferraba a la esperanza, cuando la opción de caer en la locura parecía imposible porque siempre estaría acompañado por el redoble de los pasos al otro lado de la pared. Cuando mi fe era una convicción firme de que la vida debía vivirse y que el sufrimiento se podía sobreponer ante la fortaleza de los molestos pasos. En ese momento de abrumante esperanza, los pasos me abandonaron, dejaron de sonar. Pegue mi oído a la pared de mi izquierda deseando con mi alma poder volver a escucharlos, lloraba en sufrimiento porque Dios me había abandonado a mi suerte para enfrentarme al zumbido.

Ese maldito zumbido, se hacía más y mas fuerte en mi mente, todo era un agobiante silencio menos por aquel eterno zumbido que retorcía mis entrañas. Mi espalda se tensaba, mi mente se derrumbaba, como si tuviera que caminar eternamente en arena caliente, el zumbido me torturaba. No podía más, mis manos temblaban, sentía que los huesos dentro de mi chirreaban y que mi espalda cada vez estaba mas tensa. Todo era doloroso, mis hombros cargaban el peso de mil mundos y mi mente desesperada buscaba aferrarse a los atisbos de lo que fue el sonido de los pasos. Me recosté sobre la pared sufriendo y llorando, me caí sobre el muro con mi rostro pegado a la fría superficie, esperando volver a oír algo al otro lado. Pero no iba a llegar salvación. Me pare con las pocas fuerzas que me quedaban y de repente se había hecho mas fuerte el zumbido. Y esta vez era real, no era en mi mente donde sonaba con mayor fuerza sino en el ambiente. Yo sentía como a medida que me corría a la derecha el zumbido se hacía más potente.

No sabia que pensar de ello, lo seguí, estaba cerca a su origen, al objeto que tanto envidiaba y que profesaba aquel sonido que era dueño de todas mis desgracias. Con poca fuerza me acercaba a aquel zumbido que tanto sufrimiento me había causado y de repente era tan fuerte que rozaba el umbral de lo imposible. Ensordecedor y sin embargo hasta un sordo lo escucharía en su diabolico esplendor. Era demoledor, estaba en todo mi alrededor, era palpable en el aire. Un enchufe negro era el dueño de aquel que me llevaba a la locura. El maullido del zumbido, desgarrador estaba junto a mí, al alcance de mi mano. Era una lampara blanca la que estaba conectada y yo solo debía desconectarla para poder deshacerme de todo el sufrimiento. Mientras el zumbido me acompañaba en cada movimiento, mi cuerpo seguía sufriendo sus efectos y el dolor se esparcía cada vez más. Mis huesos crujían como si estuvieran a punto de hacerse polvo, sentía que me asfixiaba y mi cuerpo que se encogía de dolor. Pero ese era el fin de mis dolores, con la poca fuerza que me quedaba me tire al piso donde estaba el negro enchufe al que tanto envidiaba y desconecte la lampara.

Por fin se había callado el maldito zumbido y ya me encontraba con mi cuerpo sano divagando en la nada. El silencio, así era el tan añorado silencio, que durante todo el ultimo día había deseado que me acompañara. Pero era tan abrumante la calma que inspiraba el silencio, que pensé en que mi cuerpo no merecía tanta paz. Me derrumbe cuando mi mente me dijo que yo era demasiado ingrato de poderme hallar en el silencio. No había pensamientos en mí, mis pensamientos eran pasos y zumbidos y cuando no existía ruido alguno era como si ni yo mismo existirá. Y así fue como con dolor y mil lagrimas que recorrían mi rostro, volví a conectar la lampara. Me deje caer y mientras lloraba dejaba que el zumbido me arrullara al tiempo que me empujaba al abismo de la locura. Yo jamás me convertiría en la lampara que profesaba ese zumbido, ni tampoco podría convertirme en el zumbido mismo. Mi razón de ser era desfallecer arrullado por aquella energía que yo no comprendía pero que sabía que me desesperaba y destruía cada parte de mí.

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