Vine a conocer a Ruth, una noche cualquiera en la bella ciudad de Cajamarca, exactamente el 30 de setiembre, en mi cumpleaños número 25. Cuando dos cervezas se transformaron en 4 y luego en 8 y luego en 16, y así hasta perder el numero en concreto.

En compañía de dos amigos míos, ambos con muchísimas ganas de una mujer con la cual desahogar sus libidinosos deseos, se dieron por vencidos al ser rechazados en bares y discotecas. Pero si bien feos y rechazados (yo también incluido) empecinados, decidieron llevarme a un lugar en el que la diversión estaba garantizada. Fue tan solo cuestión de parar un taxi y mencionar el nombre de un conocido night club para empezar a dar rienda suelta a los más sucios placeres cuyo precio iba desde los 50 a 200 soles dependiendo claro está, de lo que esté también dispuesta hacer la chica en cuestión.

No es que yo fuese un santo, pero el ir a dicho sitio era algo nuevo para mí. Y no me pregunten ¿Por qué? Pero en mi cabeza loca e inventiva estuvo lo de hacerme pasar por gay. No es que me fuese difícil tampoco. El alcohol sumado a este hermoso talento que se me había dado para menear las caderas y perrear como una zorra de fuego era lo mío.

Yo era el espectáculo digno y hermoso ante un público pobre más concentrado en lamer culos, besar senos y abrir la billetera de rato en rato para comprar más tiempo en compañía de estas lindas y amables señoritas.

Señoritas, señoras, todas dignas de ser pintadas y moldeadas. Agrupadas entre sí, coquetas, perversas, todas con facciones extraordinariamente nobles, tanto que conseguían que uno pensara fielmente que fueron las gracias del mundo que se habían encargado de moldearlas, y agruparlas en tan pequeñito rincón alejado del mundo.

No fue sino hasta luego de más tragos, que me tropecé con ella. Una preciosa mujer con la piel más blanca que los lirios, con mayor dulzura que perversión, cabellos profundamente rojos y unos ojos grandes y de un vivo azul muy bonito. Su boca era pequeña y fresca, el seno soberbio, y una espalda extraordinariamente combada que daba hasta un culo pequeño, aunque delicado y bien moldeado. Toda ella era un aire travieso y alegre que congenió conmigo desde el primer segundo.

-¿Bailas conmigo? -Preguntó enarcando una de sus cejas, finas, pero singularmente trazadas.

Se me hizo algo difícil no dejar mi papel de homosexual. Toda ella, cada meneo de su cuerpo, cada sonrisa, cada gesto. Tantos atractivos me dejaban indefenso. Graciosa y puerilmente su manera de responder a mis bobas preguntas. Ingeniosa y distinguida.

-Para ti me voy a llamar Ruth. -Me dijo pegando su cara a la mía.

-Puedes llamarme Ricky.

– ¿Y si eres gay?

-Quiero robarte un beso. -Contesté. -Quizá me incline a ser bisexual, pero si me prefieres hetero, lo que sea por ti…

Fueron muchos preámbulos que se dieron antes que por fin me besara. Tragos, bailes, una historia triste detrás de su belleza. Mis amigos se llevaron a sus respectivas chicas. Yo me quedé con Ruth en el sillón hablando de todo un poco.

-Divina, eres divina.- Le decía cada vez que podía, y ella sonreía como segura del poder de sus besos.

-Nunca nadie ha venido para quedarse a bailar y conversar. -Me dijo mirándome fijo. ¿Eres sincero conmigo? ¿o eres un imbécil bien disfrazado?

-Decirte que no solo avivará tus dudas, y decirte que sí, arruinaría todo. -Acaricié su mejilla con delicadeza extrema. -Sería como preguntarte por tu profesión. A la larga es tonto, a la larga no sirve para nada ni la pregunta ni la respuesta.

– Todo este mundo me obliga, en resumen, a sentir nuevas desventuras. Todas largas, todas tristes, todas invisibles para los hombres que solo vienen y nos ven como un maldito trozo de carne.

-No necesitaba explicaciones.

-No soy una puta si eso es lo que crees.

Sus ojos de repente perdieron todo su brillo y los habitaron una tristeza tan grande que no tardó nada en ser la viva imagen de un bello lirio que la tormenta acababa de arrasar.

-Contigo aquí siento la forma más voraz del fuego. -me dijo tomándome hacia ella y besándome con fiereza. -Quema mi alma si quieres, pero luego vete. Vuela y no vuelvas…

Aquella respuesta, frase, o petición, me dejaron con el cuerpo helado y sin respuesta.

Ella solo atinó por sonreír, servirnos un trago, y lanzar un brindis:

-Por lo imposible. -Soltó con tristeza.

-Por lo imposible. -Respondí con igual resignación.

Ruth y yo entonces disfrutamos todo el poco tiempo que nos otorgó la madrugada. Entre besos, caricias y planes que se rompían cada vez que aterrizábamos en la realidad.

Llegada las 7:00 am ella me acompañó a la puerta. Éramos los últimos sobrevivientes entre gente ebria y semidesnuda.

-Toma. -Me dijo ella poniendo un papel pequeño en mi mano. -Por si quieres hablar o invitarme a tomar un café.

-O al cine, o para almorzar

-O a pasear por la plaza. -Continuó ella con una sonrisa enorme y preciosa. De esas que cargan sueños encima.

-Lo que tú quieras, bella Ruth.

-Mi verdadero nombre es Jennifer. -Soltó con timidez.

-Es un hermoso nombre.

Entonces la patrona gritó que ya iban a cerrar. Ruth, o Jennifer, se apresuró en darme un último beso y me dijo que esperaría mi mensaje con muchas ansias.

Ya una vez en la calle, comencé a caminar lento y despreocupado por la acera, muy contento pues de haberme divertido tanto sin gastar mucho, y de haber conocido tal preciosura de mujer.

Tomé entonces el papelito que me había dado y lo arrojé en el primer tacho que encontré.

-Así es Ruth. -Dije para mis adentros. -Creo que sí soy un imbécil bien disfrazado.

Y seguí caminando en dirección al hotel. Tenía que bañarme y luego ir a trabajar…

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