CARTA A LA MADRE SUPERIORA

CARTA A LA MADRE SUPERIORA

Pako de Manuel

23/03/2023

Muy estimada y muy reverenciada Madre Superiora:

Espero que la gracia de Dios os siga acompañando así como a todas las hermanas que forman la Comunidad del Convento. Desde mi salida os llevo en el corazón y todos los días rezo a Cristo Nuestro Señor para que os acompañe en su paz y gloria divina.

Sirvan estas líneas para disculparme ante usted, amada madre, por no haberle comunicado en el tiempo y forma correctos mi decisión, Dios sabe lo dura que es, de no regresar al Convento.

Sólo usted sabe, en su infinita paciencia y humildad que el Señor le ha dado, lo que hemos rogado juntas al Excelentísimo Sr. Obispo, la petición sobre el cambio a otra Orden Religiosa que fuera más allá de la vida contemplativa de esta institución, y como fue impugnada reiteradamente alegando la obediencia debida a la madre Iglesia. No quisiera pecar de soberbia o falta de humildad ante ese hecho, ahora comprendo que era una prueba por la que tenía que pasar para asentar mi fe.

Asimismo, le agradezco, reverenda madre, su compasión y sensibilidad plena al encomendarme tareas que requerían la salida ocasional del convento y aliviaban en mí, este enclave de clausura, como la gestión de temas administrativos o la petición de limosnas entre los comercios de la ciudad acompañando a Sor Ángela.

Fruto de estas salidas fuimos a topar, estoy convencida de que la Santa Providencia así lo quiso, con el establecimiento “Comercio Justo”. El dueño, un muchacho bueno, llamado Tomás, que rondará los treinta años, como yo, se ofreció a mostrarnos la labor que ejercía la Organización. ¡Amada madre! ¡Es increíble los caminos que utiliza el Señor para llegar a sus hijos! Realmente hacen un trabajo de caridad encomiable , promoviendo una relación directa entre productores y consumidores y evitando así, la codicia y la explotación hacia los más débiles.

El caso es que debido a mi interés, las visitas se hicieron cada vez más frecuentes. Un día Tomás nos enseñaba artículos de yute o algodón confeccionados por mujeres de Bangladesh, otro nos invitaba a probar el café de una cooperativa de Guatemala, etc. Tantas eran mis ganas de visitar a Tomás que llegué a pensar que había sucumbido a las tentaciones del demonio. Urdí incluso un plan para que Sor Ángela solicitase limosna en una zona de la ciudad y yo en otra, tan sólo para conocer mejor la vida de esos desfavorecidos con los que colaboraba la organización. A una hora convenida, quedábamos la hermana y yo en la puerta de la ermita de Nuestra Señora de la Soledad para volver juntas al convento. ¡Que la Virgen Santísima colme de bendiciones a nuestra hermana!

Hasta que una tarde, Tomás me enseño un video sobre la tribu Sateré Maué, en el Amazonas. Ví como los indígenas subían a las palmeras para extraer el fruto del guaraná, con el que comerciaban y como los niños chapoteaban alegres en el río. Me maravilló como el Creador ha puesto en nuestras manos tanta belleza y espiritualidad y como en nuestra sociedad occidental no lo valoramos. Y en ese momento, Tomás me vio tan extasiada que me propuso acompañarle para formalizar el próximo pedido. Quedé aturdida, y él entonces, fue cuando me dijo, Dios Santo, aún me ruborizo, que estaba enamorado de mí. Yo por supuesto, le contesté con el mayor recato posible, que mi corazón ya estaba ocupado, y que estaba casada con Jesucristo Nuestro Señor. No obstante, Tomás me respetó y me confirmó que mantenía su propuesta de que le acompañase al Amazonas.

Ya por la noche, en el convento, intentaba borrar las imágenes de la selva, cuando recordé que tenía el turno de lectura del Evangelio mientras cenaban el resto de las hermanas. Así, me dirigí al atril donde reposaba el libro sagrado y lo abrí por la Carta a los Filipenses de Pablo. Leí el Capítulo 1, y el 2, pero cuando llegué al versículo 13 del Capítulo 3, una sacudida notó mi corazón. Lo repetí ante la extrañeza de las hermanas: “Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús”

Quedé aturdida por largo tiempo, y sin probar bocado, me dirigí a hacer mi turno de vela en la iglesia.

Recé y recé buscando la iluminación del Espíritu Santo, hasta que al levantar los ojos vi la imagen de Nuestro Señor Resucitado a la izquierda del altar, sonriéndome. Giré la cabeza hacia la derecha y encontré la imagen del Cristo yacente en el sepulcro tendido, con los ojos cerrados, como siempre. Volví a mirar a la izquierda y esta vez, ¡Gloria a Dios en las alturas!, oí como el Señor pronunciaba mi nombre y decía claramente: “Teresa, ven a mí”. Cerré los ojos y al abrirlos volví a escuchar exactamente lo mismo. Entonces me levanté precipitadamente pero antes de ir a mi celda giré la cabeza y oí de nuevo: “Teresa ven a mí”. Me sentí incapaz de negarle por tres veces, y abrumada, me rendí ante Él y oré: Señor, yo sólo soy el instrumento de tu gloria. Hágase en mí según tu palabra”

El resto, amadísima madre, ya lo conocerá de manos de Sor Ángela, Dios ilumine su bondad y candidez, y como salimos aquella mañana a pedir limosna volviendo ella sola.

No se preocupe por mí porque cuando lea esta carta, no estaré sola, me encontraré con mis niños del Amazonas y con mi Señor Jesucristo, porque él también está entre ellos.

Seguiré rezando por usted y mis amadas hermanas pidiendo que la gloria de Dios, nuestro Padre, santifique sus almas para volver a encontrarnos juntas y gozosas ante Su Presencia, en la Vida Eterna.

                                           Teresa Figueroa de Jesús

                                               -Sao Paulo (Brazil) –

Etiquetas: cartas relato corto

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