Tardes y noches podía pasar viendo los cerros, coserse bajo la crueldad del sol. En el norte no hay mucho, no hay casi nada.
Generalmente, cuando decido que contemplaré el paisaje, intento pensar más allá de lo que veo, y aunque mi imaginación es extensa, siempre pienso en lo mismo: cerro tras cerro, planicie tras planicie, el escenario siempre estará lleno de tierra, piedras y cruel calor.
De aquí a Palomas yo digo que es lo mismo, la desolación se corona como cuando nos pintan la luna en la televisión, solo que aquí cambia el gris por el café y desde el aire acechan los zopilotes. Hoy como otros días, con el dinero que sobró de los mandados, alcancé a juntar lo suficiente para comprar una soda y venir a sentarme con mi abuela, doña Esperanza.
-De aquel cerro que ves, el de la mina, al otro un poco más alejado, es de donde saltan las brujas. Si sales de madrugada, a eso de las 2 o 3, no pasa mucho tiempo para que comiences a ver las bolas de fuego de un lado a otro danzar. Dice tu abuelo que un día él estuvo cerca de la casa donde a veces se ve lumbre arder-
-¿ya tiene tiempo de eso?- le pregunté.
-ya mucho… – exclamó la pobre mujer entre un senil suspiro -Cuando yo llegué, los mineros ya contaban historias sobre mujeres adultas que los veían trabajar desde otro cerro. Yo la verdad no les creo mucho, ¿crees que pudieron haber visto a esos hombres desde tan lejos?, o peor, ¿crees que ellos las hayan visto a ellas? El hombre es mentiroso, acuérdese de eso, hijo-
Doña Esperanza se detuvo para suspirar otra vez y disfrutar el único soplo de aire fresco que aquel yermo ambiente dejó escapar.
-Puede que las hayan visto, pero nomas por quererlas ver…- continuó- Los hombres, y sobre todo los de mi época, se la vivían contando historias para impresionar a las chiquillas como yo. Todos, por igual, eran héroes hasta que tenías el primer crío, después, eran un barbaján más-
-¿Así le pasó con don Leno?-
-¡Ecole!… Quien sabe… Yo creo que era eso y que él no era de por acá. Graceros tenía fama de ser un pueblo de muchachos trabajadores, yo más que nada lo pensé así. Aunque viéndolo bien, un hombre de allá no tiene ni una uña de diferencia con uno de por acá, ¿o será que el desierto los hace igual de insufribles?-
-no sé- contesté.
-¡Y él era novedad, pues!, o tal vez era que las chavalas de mi edad, no debían durar tanto solteras. Era bien sabido que si no agarrabas algo te irías el resto de tu vida a casa de tus papás a hacer tortillas. En aquel entonces, era la forma de realizarse de una chiquilla, nada más-
-Estaba jodido- le volví a contestar.
-Sí. Por eso el pueblo está olvidado, porque ahorita ya es muy fácil huir. Bueno, aunque se huye de aquí pero no de la tristeza. Dicen por ahí que la gente de esta parte del desierto está maldita, quien sabe… los mineros decían que era el cuarzo que les quitaba la felicidad, otros que eran las brujas-
-¿y tú qué crees?-
-No sé, él era amargado, pero yo pensaba que era porque no era de por acá. Haya sido por el cuarzo o por las brujas, las dos razones ya no importan-
La mujer se quedó callada un rato, alzó la cabeza como viendo al cielo sin hacerlo y volvió a continuar.
-No era amargado, ¡era serio ese cabrón!. Serio, pero hasta que le salía lo pendejo. ¡Ya ves que le gusto mucho tomar a mi viejo!.. Quién sabe qué hubiera pasado si no se lo hubiera acabado el vicio, yo creo que hubiéramos llegado a salir-
-Yo también- asentí
-Pero así pasa. En ese tiempo, sí el vicio del juego o el vino no te comía, no eras macho. Si no te saludaba por lo menos un portero de cantina, no eras conocido. Nadie te iba a hacer un favor si no habías ayudado a que el dueño del depósito de cerveza se hiciera rico-
-¿y ahora?-
Doña Esperanza volvió a voltear al cielo y como tratando de hacer un esfuerzo por ver un poco más asentó
– y ahora… ahora igual-
De un tiempo a la fecha, cuando me pongo a ver los cerros, trato de imaginar que hay más allá de este señero lugar. Siempre pienso que allá afuera, más lejos de lo que puedo llegar a imaginar, hay gente que no piensa en mí ni en este jodido pueblo. Es gracioso y triste como yo puedo pensar en ellos.
-Y ahora que no tienes nada acá, ¿no te vas?- le pregunté.
-No, ni yo ni tantos más. Aquí así va a pasar y seguirá pasando, siempre va a haber un aferrado que se quede viendo las plantas secar-
Mi abuela volvió a cerrar los ojos y en un intento por aclarar su vista, enfoco en hombre en una bicicleta al que a lo lejos vio llegar. –¡yuuu!- gritó al conductor como si se quejara de verlo.
-¡yuuu!- el hombre respondió.
-Yo creo que en unos años no habrá nadie aquí, ¿ya de la mina que van a sacar? Nada- le dije pese a sus afirmaciones.
-Quien sabe niño… quien sabe… siempre habrá algo porque penar-
No le quise contestar y tampoco supe como hacerlo. Solo pensé que hay veces que las cosas no se preguntan y otras tantas tampoco tienen respuesta.
-Ya vete niño, o te vas a encontrar a las brujas de aquí a que venga el cielo a caer-
De nuevo no le volví a contestar, solo amarre mis agujetas y me puse a caminar. Esta vez no pensé en nada, escuché el silencio de la caída del cielo y caminé hasta donde mi cuerpo automáticamente se detuvo. Justo cuando estaba en la entrada de mi casa, justo antes de tocar, mire una última vez al cerro y vi un pequeño punto rojo brillar.
OPINIONES Y COMENTARIOS