La Niña y el Monstruo

La Niña y el Monstruo

Neecrom

23/02/2023

Al fondo del bosque una niña se aleja, la brisa de la naturaleza mueve su largo pelo, conoce el camino, pero hoy va más lejos que otros días, sus zapatillas se doblan en el desnivel ascendente, las hojas del bosque cada vez descubren más el sol que brilla con fuerza en este medio día hasta encontrarse en una cueva junto a un arriesgado barranco. El rostro de la niña se prende de curiosidad, no recuerda haber visto una cueva en tal lugar, a pesar de pasar por allí seguido.

Adentrándose a la cueva, la pequeña toma por instinto su pelo al ver el polvo y la suciedad, esperando encontrarse con un largo recorrido pausado por la oscuridad de la caverna, sin embargo lo que encuentra la congela en sus pasos. Frente a ella se encontraba algo adosado a la pared, un monstruo de algún tipo, protruye de dicho muro como si de una larga serpiente se tratara, sin embargo, su piel es humana, se encuentra desgarrada en toda su extensión, dejando ver rojos músculos que se contraen y estiran, en la punta pueden verse múltiples filosas garras y, al centro de estas, una cabeza humana casi carente de carne, dejando ver en su mayoría el cráneo, que se movía dejando ver el blanco aliento cada vez que respiraba. Una vez la bestia se percató de su presencia usando el oscuro de sus cuencas como ojos, comenzó a acercarse poco a poco hasta que su propia longitud no le dejó avanzar más.

-¿Hola?

El monstruo continuaba tirando de su pellejo sin lograr avanzar.

-¿Cómo te llamas?

La respiración del monstruo se vio acelerada y un líquido caía por su boca, espeso y tibio demostrado por el vapor que emanaba.

-Me llamo Melisa, me dicen Meli.- Dice mientras se acerca hasta una distancia prudente, denotada por la imposibilidad de la bestia de alcanzarla, a más o menos un metro de distancia.

-Perdón, pero llevo mi uniforme del colegio, no puedo ensuciarlo.- Claramente asustada, dirige su mirada al líquido que emana como intentando excusarse de su actitud. Una vez cómoda con la distancia entre ella y la extraña criatura, se sienta mirando las paredes de la cueva.

-Mi mamá dijo que volvería en un par de días, y no quiero meterme en problemas como el año pasado, se molestó mucho, pero este nuevo año estoy segura de que será mejor; aunque no estoy segura de que hice mal el año pasado.- Su cabeza se gira para observar al monstruo el cual ya no forcejea, sino que se encuentra inmóvil, mirándola como si quisiera hipnotizar sus ojos, sin embargo, la clara disminución en la intención de acercarse tranquilizó a la muchacha, quien se sienta menos tensa en el suelo.

-No recuerdo haber visto esta cueva antes, camino mucho por el bosque en mis tiempos libres, como ahora, que aunque llevo mi uniforme del colegio, es porque no tenía ropa limpia para salir, pero soy cuidadosa de no ensuciarlo… ¡Ay!- la pronta realización de que estaba no solo en una sucia cueva, sino que estaba sentada en dicha sucia cueva hace que de un sobresalto, terminando de pie y asustando al monstruo, que se aleja un poco.

-¡Perdón!, debo tener cuidado, no quiero ir con ropa sucia mañana, será mejor que me vaya- Melisa se queda en silencio hasta que suficiente tiempo pasa para saber que no obtendrá una respuesta- bueno, ¡Adiós!

El monstruo no parecía inmutado por la situación y se resigna a volver a la pared de la que venía, por otro lado, Melisa se encontraba más confundida que asustada por la situación, se hizo una nota mental de no volver por ese lugar y volvió a casa.

Tal como lo suponía, su madre no había vuelto, pero eso no era problema para ella, ya que tenía comida preparada en su refrigerador y un microondas en el cual calentarla, “mi madre puede ser enojadiza, pero se preocupa por mí” pensó mientras veía girar su plato. En el silencio de su casa, Melisa se encontraba pensando en el día de mañana y como quería disfrutar del colegio como en las películas que solía ver, lleno de amigos y regocijo, nada de lo que podía recordar tenía algún parecido de eso. A pesar de su alta energía, el resto del día se lo pasó pensando en que hacer y no haciendo nada.

El camino hacia el colegio empezó con una gran calma, acompañada por la brisa que sintió al abrir la puerta en la mañana y que con rapidez contuvo en un amplio suspiro. A pesar de este optimismo inicial cada paso era un insidioso aumento de la ansiedad que sentía por volver al colegio, hasta que a las puertas de su destino no era más que un manojo de nervios, dudando de momento a momento si era más correcto huir, pero la gente entraba sin parar, nadie iba en dirección contraria, ello le dio un atisbo de valor para continuar, pero de igual manera no podía dejar de pensar en las parejas y grupos de personas que pasaban, parecían nublarle la vista haciéndola sentir más sola de lo que ya se sentía, ya que como era de esperarse, la gente se conocía desde el año pasado, y aunque ella era capaz de nombrarlos, dudaba si ellos podrían hacer lo mismo. Este sentimiento continuó durante las tres clases introductorias de la mañana, no prestó gran atención a lo explicado en el transcurso de las mismas, tenía un mal presentimiento de peligro constante, tal vez restos de las emociones que sintió el año pasado, o un mal déjà vu que temía que continuara como pensaba que podía continuar, por lo que al dar termino las clases, Melisa se apresuró a volver a casa.

Ya en el patio que daba a la salida los rostros de tres personas en particular se giraron al verla pasar, un poco de asombro seguido de una mirada de mezquindad que hizo que Melisa al darse cuenta se escondiera en la suya, decidiéndose a solo seguir su camino, el cual fue perseguido por los sutiles pasos cada vez más próximos de los tres individuos. El sonido del predatorio pisar llena de temor a la pequeña que mantiene su ritmo al caminar, el estruendoso pisoteo no acabó hasta que una mano se posó sobre el hombro de Melisa.

-Pensé que no vendrías hoy- una pequeña frase que hizo sacudir el pecho de Melisa quien se detuvo y guardo silencio.

-Mejor no hubieras venido, el colegio está mejor sin ti.- mientras uno de ellos hablaba los otros le seguían con gestos.

El sol de la tarde ardía sobre el pavimento del patio en que se encontraban, un calor algo sofocante más aún para Melisa quien en silencio esperaba lo que pasara con ella.

-Los demás deberían saber que no deben acercarse a ti.- un gesto cabizbajo se remarcó en la pequeña.

-Espera aquí.- dijo para luego correr dejando a sus dos secuaces esperando en el sitio.

No le tomó mucho para volver con un par de cajas de leche, las cuales no tardó en derramar sobre Melisa, mojando su pelo y ropa, la tela absorbió con rapidez el líquido pintándolo de un color oscuro. El rostro de Melisa parecía a punto de romperse en cualquier momento.

Luego de compartir una mirada orgullosa se dirigieron a la cafetería, finalizando con:

-Quedaste perfecta, ni se te ocurra no venir así mañana.

Melisa se permitió suspirar una vez estaba segura de que no la verían, y aunque podía comer gratis en la cafetería, no se le pasó ni un segundo por la cabeza comer allí, por lo que aún empapada empezó su camino a casa.

Durante el trayecto se lamentaba de su horroroso primer día, sentía que algo malo había hecho tal como los años anteriores, ella sabía que no era cierto, pero le revoloteaban los pensamientos de: “tal vez no fui cortés cuando los conocí, tal vez no fui tan amable como podría haberlo sido, tal vez fue algo que hice hace años y ahora me persigue”. Entre tanto pensar y pensar, llegó al desvío que le llevaba al bosque, su único lugar de confort consistente, por lo que se dejó llevar por la tranquilidad del mismo.

Por fin respirando aliviada, el olor de la ropa sucia enmascarada en la vegetación y el barro en el suelo, era justo lo que necesitaba en ese momento.

En unos minutos llegó al fondo, y por lo tanto, al barranco y la cueva, volvió a entrar, tal vez con más cuidado que la última vez, y como esperaba que pasara, una criatura se percató de su presencia y comenzó su camino hacia ella, deteniéndose en el mismo lugar que el día anterior.

Por algún motivo, Melisa no pudo evitar sonreír cuando se detuvo, y se sentó en el mismo sitio que antes. Luego de pasar unos segundos en silencio, movió su rostro para empezar a hablarle, pero se encontró con una mirada enfocada en la ropa de la niña, la cual solo ahora se había dado cuenta de lo sucia que estaba entre la caminata del bosque y la leche derramada.

-No, emm…- Su cara no pudo evitar colorarse y el nerviosismo se hizo evidente.

-Sé que te dije que no me quería acercar por mi ropa, pero tampoco me quiero arruinar el pelo, solo necesito lavarlo y estará listo.- La respuesta no parecía ni agradar ni molestar a la criatura, que se mantuvo en la misma posición mientras la niña seguía hablando:

-Tengo la ropa así porque unos niños del colegio me la ensuciaron, y bueno, tampoco ayudó el que viniera, pero quería hablar con alguien. No suelo hablar con mis compañeros de curso y mi mamá no llega hasta mañana, a ti no parece importarte que te hable.- Dicho esto y mirando a la cosa que tenía enfrente, dio cuenta que aunque movía su cuerpo en lentos movimientos rítmicos, este no había cambiado la posición de su cabeza en todo este tiempo

-Aunque tampoco parece que me escuches.- Un pequeño gesto de risa y vergüenza a sus propias expensas se marca en su rostro, seguido de una inclinación de su cabeza que ajusta de inmediato.

-Mi mamá se enfadará, no solo me arruiné la ropa, también me volví a meter en problemas, creo que no sé hacer bien las cosas, me gustaría dejar de ir al colegio, pero una vez avisaron a mi mamá de que faltaba mucho y fue peor, creo que los profesores se preocupan por mí y por eso lo hacen, pero me gustaría que no lo hicieran, lo empeoran todo.

El rostro algo molesto de Melisa acompañó al silencio que continuó unos momentos, con miradas de ella a la criatura que tenía en frente, llena de un líquido en su boca y que no le apartaba la mirada. A pesar del rechazo que sentía por la grotesca figura, algo le empujaba a continuar hablando.

-Me siento algo sola en casa, en especial cuando pienso que mi mamá nunca está, ¿tú te sientes solo?, pensándolo bien, te pasas todos los días aquí encerrado, debes pasarlo mucho peor que yo… ¿No tienes hambre? ¿O pena?.

Mientras la criatura se dignaba a solo observar, la chica continuaba:

-Bueno, te volveré a ver, no te puedo traer de comer porque tengo la comida justa para cuando mamá vuelva, pero te puedo visitar por unos ratos cortos.- Una sonrisa inocente se marcaba mientras miraba a esta cadavérica criatura. Levantándose y despidiéndose con alegría Melisa se marchó de allí.

Caminar por la calle fue mucho más reconfortante de lo que ella esperaba, habiéndose desahogado un poco con el extraño ente que se encontraba en la cueva, y además sabiendo que le esperaba un plato de comida, que aunque esta debiera ser más una cena de algún tipo, la ocupaba de almuerzo por conveniencia.

No fue hasta que terminó su almuerzo que recordó la situación en que se encontraba, mirando hacia su propia ropa que se encontraba en pésimas condiciones, y aunque la podía lavar, temía las palabras que se le repetían en su cabeza, “Ni se te ocurra no venir así mañana”, por lo que se decidió a hacer lo posible por tenerlo algo presentable, removiendo la tierra y la suciedad general, además de lavar su largo pelo. Una vez terminada se observó en el espejo, lo cual no le trajo ninguna alegría pero si migajas de calma, que le parecían suficientes por el día.

A diferencia del día anterior, el viaje hacia el colegio no fue de nervios acelerantes, sino de una resignación generada por las pintas que llevaba, que eran más dignas de alguien que vivía en los basurales que de alguien que iba a su segundo día escolar, esto no pasó desapercibido por sus compañeros de clase, quienes posaban su mirada sobre ella, o ponían sus dedos en la nariz al pasar por el lado, lo que le daba una vergüenza enorme, pero pretendía no demostrarlo y continuar con su día; Sin embargo, algo que le generaba temor era la respuesta de los docentes, y la posible reprimenda que vendría al entrar al aula, pero con lo que se encontró fue con una mirada confusa, seguido de la continuación de la clase, cosa que le genero una combinación de alivio y pena.

Las clases continuaron como de costumbre para todos los presentes, menos para Melisa, quien se sentía más aislada que los días anteriores, ya sea por la distancia física que la gente tomaba con ella o incluso los colores de su ropa que se había decolorado por la suciedad, dando una apariencia de no pertenencia dentro de su propia clase, con quienes compartía el mismo uniforme y la misma edad, no podía sentirse más fuera de lugar, y en lo único que pensaba era en que quería huir de allí y esconderse de la mirada de todos. Terminada la clase, continuaba pensando en ello, volver a casa donde la esperaba su madre, o al bosque, donde se encontraba su peculiar compañero, por lo que fue la primera en salir.

Una vez en la salida escucho:

-Te dije que no te quería ver así.- El rostro de Melisa se deformó en una expresión de horror y confusión.

-Pero, si lo deje igual.- Su bajita voz no calmó la enojada cara del chico que tenía frente a ella, que respondió de manera autoritaria:

-Tal vez la ropa, pero recuerdo bastante bien que tu pelo no estaba así de limpio.

Melisa quería correr y llorar, pero el miedo a lo que le podía ocurrir era demasiado para permitírselo, por lo que se resignó a tolerar lo que fuera a ocurrir en un gesto apático.

Podía escuchar las risas, las palabras amenazantes, pero estaba muy absorta en la tristeza que sentía para darles algún sentido, no era así con las cosas que le estaban haciendo, el tirar y el tacto en su pelo le parecían bastante claros, el como se estaba pegando y enredando en chicle, el correr de la tierra que le tiraban encima que veía caer frente a sus ojos que se cerraban por reflejo, sentía una gran duda si lo que resbalaba por sus mejillas era polvo o lágrimas, lo cual pudo comprobar en el momento en que tres figuras se comenzaban a alejar diciendo algo que no pudo descifrar. Era polvo lo que caía, pero una vez logró volver en sí misma, las lágrimas empezaron a caer.

No paraba de llorar mientras volvía a casa, tocando la cúpula de su pelo cada vez que sentía el peso balancearse, solo encontrándose con una dura protuberancia cubierta de tierra. Entre sollozos y resoplidos, lamentaba el día y lo tonta que fue por esperar que fuera suficiente el mantener su ropa sucia, quería sentir odio por esos tres niños, pero se encontraba solo con la culpa hacia sus propias decisiones, parecía que nadie la dejaba decidir, y cuando lo hacía, elegía las peores opciones.

Antes de volver se adentró al bosque, pero antes de visitar a la criatura de la cueva, hizo un intento fútil de limpiar su pelo en el arroyo, logrando quitar parte de la tierra que la cubría, pero no la que se encontraba atrapada en el chicle. Una vez completada la ineficaz tarea, se dirigió casi emocionada a la cueva, y dentro de esta, al fondo, esperaba la extraña y larga silueta de la criatura, que se acercó como de costumbre, a lo que Melisa respondió saludando con la mano, la criatura no parecía prestar atención a la entusiasmada bienvenida, y solo se dignó a observar el arruinado pelo.

-Oh, ¿esto?.- respondió casi por reflejo, como si no hubiera duda a que quería llegar la criatura- perdón, pero no era solo mi pelo, es que tu boca tiene un olor muy extraño, y no me quiero arruinar el apetito, tengo bastante hambre la verdad.- dijo riendo con una sonrisa gentil.

-Aunque, quién soy yo para hablar de olor ajeno, ¿no?, debo apestar a leche cortada y tierra.- esconder la pena se le hacía imposible, se expresaba en sus ojos que comenzaban a humedecerse.- No entiendo por qué me tiene que pasar esto, parece que siempre lo arruino y hoy no fue excepción, o sea, mira mi pelo, que se supone que debo hacer con esto.- ya en este punto la voz se le quebraba de vez en vez, y hasta una idea tonta se le pasó, de que tal vez sí acercaba la cabeza, esa cosa le arreglaría el pelo con sus garras y los filosos dientes que tiene, pero de un vistazo a la sangre vieja en las garras y boca de la criatura, sangre que le era imposible ignorar, le borraron la idea de la cabeza.

-Perdón.- restregando con rapidez sus ojos.- La verdad me encantaría que pudieras hablar para que me cuentes de ti, siento que te traigo todos mis problemas y tú te ves obligado a aguantar lo mucho que hablo, tal vez debería hablarte de cosas más alegres.

Acomodando su cuerpo en el asiento de piedra y tierra, pensando en qué hablar, recuerdos se le vinieron a la mente.

-Recuerdo cuando era más pequeña me encantaba fingir que hacía experimentos, a mis padres les hacía gracia, eran cosas tontas como prender fuego con una lupa, combinar distintas comidas y darles nombres, abrir el control de la tele y fingir que sabía qué hacía cada cosa, pero el que nunca olvidaré fue cuando combine distintas bebidas, estaba tan orgullosa que se lo fui a dar a mis padres, lo que no pensé es que lo revolví con las manos, y acaba de jugar en el patio, quien sabe que tenía el fondo del vaso, por qué cuando mamá lo vio lo botó enseguida y mi papá no podía parar de reír, mi mamá se enojó, pero aunque siempre cuente que ella se enoja, siempre la recuerdo amable y paciente.

La criatura observaba con atención, lo que a Melisa le dio el parecer o la sensación de que la escuchaba.

-Ahora que lo pienso, no sé cuándo va a volver, debería irme, vendré mañana también.- dijo ya más calmada.

Durante el recorrido a casa Melisa se encontraba expectante de comer, aunque a la mitad del transcurso, el peso de su pelo le hizo recordar su situación y comenzó a temer por lo que fuera a pasar.

Regresar se sintió como un respiro de aire fresco, como primer instinto se dirigió al baño a ver la situación en su cabeza, encontrándose con un revuelto ridículo y vergonzoso, lo que respondió con un suspiro y yendo a almorzar. Mientras giraba la comida en el microondas, un sonido irrumpió su calma, el sonido de las llaves y la subsecuente apertura de la puerta.

Melisa, que pensaba que su madre llegaría más tarde, sintió ahogarse de miedo, y sin tiempo de prepararse se encontró de cara con su madre, la que exhaló como si el aire se negara salir de sus pulmones, en primer lugar por el cansancio, y luego por ver a su hija en el estado en que estaba. En tono irritado le dice:

-¿Y a ti qué te pasó?

– Me tiraron chicle en el pelo

-¿Y la ropa?

-Me tiraron leche

-¿Le dijiste a los profesores?

-…

-¿Por qué no?

-…

-¿Por qué te estás comiendo lo que es para la cena?.- dijo apuntando al microondas

-Tenía hambre

-¿No comiste en el colegio?

Con la cara pintada de culpabilidad, Melisa asintió.

La alta mujer dio un suspiro que para Melisa era el peor predictor de lo que podía venir, solo el comienzo de lo que empezaría le generó lágrimas en sus ojos.

-Melisa, por que lo mismo, ya el año pasado y el anterior lo mismo, fui al colegio una y otra, y otra, y otra vez porque te pasaba algo, te quiero ayudar, pero no pones de tu parte, ¿Por qué no le dices a los profesores quien es?.

Recuerdos fugaces de los nudillos rojos del chico le pasaron por la cabeza.

-No tenemos el dinero para cambiarte de colegio, me estoy matando para darte todo lo que tienes, y ahora también te veo almorzando más de lo que te dejo, ¿De verdad estás comiendo en el colegio?

Melisa se rompió a llorar colapsada por la situación, lo que fue respondido por el girar de los ojos de la madre que la tomó del brazo de un tirón para llevarla al baño, llevando consigo unas tijeras, cortó todo lo que pudo el desastre en su pelo, sin mucho éxito, ya que dejó atrás un pelo lleno de muescas y un desorden peor aún al anterior, pero sin chicle. Terminado esto la madre se pone frente a Melisa, agachándose para quedar cara a cara.

-Mira, tienes que hacer algo al respecto, porque yo ya no puedo ayudarte más de lo que hago, estoy cansada de siempre lo mismo y supongo que tú también, por favor pone de tu parte.

La cabeza de Melisa no se había levantado desde que comenzó a llorar, tampoco cuando su madre se levantó aburrida de su silencio, dejando a la niña sola en el baño, que al verse en el espejo continuó con más fuerza su llanto, llanto que en un intento de detenerlo emitía en ligeros sollozos ahogados, siendo este sonido, junto al de un tenedor golpeando un plato, lo único que se escuchaba en la casa.

Pasadas varias horas se volvieron a dirigir la palabra:

-Te voy a dejar comida para la noche de nuevo, por lo que debes comer en el colegio, vas a tener que aguantar con esa ropa hasta el fin de semana porque me vuelvo a trabajar, por lo demás, deberías tener todo en la casa para vivir, así que por favor, no me mires como si fuera la mala madre que tanto te hace mal.

No hubo muchas palabras luego de eso, el completo silencio fue tortuoso para Melisa, quien aún peor que los días anteriores moría de hambre, esperaba acostada en su habitación impaciente de que su madre se fuera para poder comer. Escuchando cada sonido Melisa esperaba, identificaba el ruido de los tacones que iban de un lado a otro, el recoger de distintos objetos, y el cerrar de las cremalleras que le decían que su madre aún se encontraba ordenando las maletas, hasta que, como una campana para el almuerzo, el agresivo golpe de la puerta principal hizo levantar de golpe a Melisa, que se dirigió desesperada al refrigerador, solo para encontrarlo casi vacío, y sin ningún indicio de que siquiera se preparó comida, ¿Quizá lo olvido? ¿Quizá lo consideraba un castigo? ¿Quizá solo no quiso hacerlo?, para Melisa que pensó en esas posibilidades, no le importaba, lo único que ella quería era comer, pero los sentimientos de frustración y decepción le nublaron la cabeza en una intensa angustia que en pasos derrotados la devolvieron a la cama, y con lágrimas cayendo de sus ojos durmió con el estómago vacío.

Durante la mañana, antes de volver al colegio, con el último poco de interés por su aspecto físico, Melisa ordenó como pudo su pelo, lo cual hasta cierto punto logró, pasando de un corte horroroso a tan solo uno feo, lo cual dio algo de tranquilidad demostrado en un suspiro. No había que ser un genio para ver que esta persona que caminaba de casa al colegio se encontraba mal tanto en lo físico como en lo emocional, miradas vacías a la distancia y las manos apretando el estómago, como aceptando que iba a un lugar donde sufriría. Al llegar las miradas de sus compañeros eran de compasión y lástima, pero nadie le dirige la palabra, ni siquiera quienes deberían, como son los profesores y auxiliares, parecen esperar a que ella lo haga, que ella pida ayuda a gritos o lágrimas, pero al no hacerlo, como si tuviera un aura maldita a su alrededor, nada se le acerca.

Pensando en que su estrategia de huir de inmediato ha sido más problemática que beneficiosa, Melisa espera con paciencia en su asiento una vez que termina su última clase, mientras todos se van ella continúa ahí por lo que parecen excesivos minutos, hasta que siente que ha esperado suficiente y abandona la sala. Tal como pensaba, no divisa a los 3 niños que le ha dado tanto sufrimiento, por lo que entiende, que están en la cafetería. En una rotunda negación, se dirige a su casa algo mareada por el calor y la hambruna.

Melisa se cuestionó si ir al bosque, sentía que caminar le haría desmayarse y que en cualquier momento perdería la consciencia, pero algo que necesitaba era ver a su compañero, a esa cosa que aunque nunca habló o dio signos de entender, si reconocía su presencia.

Y así fue, a paso lento Melisa caminó directo a la cueva, con arduo cuidado de no caer ni por las ramas ni por las piedras que formaban el barranco, encontrándose con la oscura cueva frente a ella, un frío recorrió su cuerpo en este cálido verano, pero no la detuvo a entrar.

Con tan solo pisar la entrada de la cueva, su amigo apareció para recibirla, sin quitarle la vista de encima y moviéndose como siempre, Melisa cayó con fuerza sobre su sitio, lo que sobresaltó al ente.

-¿Te dije que te vendría a ver, no? – En el eco de la concavidad de la cueva, el sonido del estómago de Melisa hizo ruido, lo que llamó la atención de su compañero.

-Tuve problemas para comer estos días, y bueno, creo que me sería imposible perder el apetito.-La clara referencia a la excusa que le dio el día anterior a la criatura hizo que ella misma se sorprendiera, pero continuó.- La verdad es que no me acerco a ti por miedo, me da miedo que me lastimes, me da miedo que me duela el cuerpo y me llenes de cortes. Lo siento.

Por algún motivo que ella no entendía, esas palabras la llevaron a las lágrimas y a un llanto casi como un murmullo, silencioso en sí mismo, pero que chocaba con las paredes que la rodeaban, haciéndolas resonar. La criatura, como siempre, más ofuscada en observar que en reaccionar, se mantuvo ahí, haciéndole compañía a Melisa hasta que se calmó.

-Perdón, días malos, siento que vivo en el miedo, y no puedo escapar de él, vaya donde vaya, siento que donde pise algo me hará daño, excepto aquí, quizá no soy humana y deba vivir en el bosque.- dijo bromeando.- Quisiera que me vieran, no como lo hacen ahora, ahora puedo ver que me miran como basura, podría morir frente a ellos y me ignorarían, ven que ocupó un lugar y ya está, solo quiero que me hablen sin torcer la cara… no creo… que deba continuar yendo al colegio.

Melisa sintió que no había necesidad de continuar hablando, y de todos modos, el silencio era reconfortante para ella, manteniéndola ahí por un largo tiempo mientras se lamentaba, hasta que el ruido algo lejano de las hojas del bosque le dieron un poco de fuerza, y, girando su cabeza como si quisiera dar cuenta de la presencia de la criatura, le sonrió, alegrándose de que a pesar de todo, este era un lugar para ella.

Llegando a su casa, casi esperando un milagro pasó directo a la cocina, pero seguía vacía, se sintió tonta y débil, pensó en pedir ayuda a algún vecino pero ello le asustaba, pensó en que debió ir a la cafetería pero tenía miedo, se sentía atrapada en un lugar que solía estar lleno de comodidad, comenzó a pensar en todo lo que estaba y ya no está, la comida, la televisión, el largo sillón en que veía películas con su padre, los cuadros que embellecían las paredes, todos arrebatados de su vida.

En su desesperación, comenzó a buscar comida en los basureros, encontrando las sobras de ella y su madre, tenía la sensación de que esto debería causarle pena, pero se encontraba alegre de poder comer algo, a pesar de que el sabor no fuera el mejor, ni la cantidad suficiente, pero ya había pasado algo de hambre los días anteriores, así que pensó poder soportarlo.

“Quizá no debería ir al colegio” pensó antes de dormir.

El clima le pareció irónico, hoy que su ánimo estaba a punto del quiebre, es un día nublado, lo que daba un ambiente deprimente a las calles que siempre deslumbraban con el sol, ni el bosque parecía llamarla como antes, aun así, al pasar por la desviación, se detuvo un momento a decidir si ir al colegio o quedarse junto a su amigo, pero antes de que pudiera decidir unos pasos rápidos se escucharon a sus espaldas, y antes de que lograra dar la vuelta, una cuerda atrapo sus tobillos y con fuerza la llevó al suelo, golpeándose la cabeza, lo que hizo que diera un grito de dolor, de reojo logro ver, a tres figuras tomando la cuerda, pero no logro ni reaccionar, ya que estos empezaron a arrastrarla por la calle, rompiendo la frágil ropa, raspando su piel, cortando brazos y cara, todo acompañado por los gritos de dolor y las risas burlonas. Habrán pasado seis minutos para que se detuvieran, no por lástima ni cansancio, sino porque Melisa tomó un poste y se abrazó a él. Una vez soltaron la cuerda, se acercaron a la lastimada niña.

-Te estuvimos esperando ayer, por tu culpa pasamos hambre, si no fueras desconsiderada no tendríamos que hacer esto.- A diferencia de otros días, dos de los niños, se encontraban en silencio, sin sumarse en bromas o risas a su líder.

-Toma.- Mientras se acercaba al brazo de Melisa, el chico sacó de su bolsillo un vidrio, con el cual hizo un corte en el antebrazo, sacando una gran cantidad de sangre, solo deteniéndose porque sus compañeros lo sacaron exclamando:

-Oye oye para.

Confundido, mira a sus amigos con decepción, y luego le lanza el vidrio a Melisa dejándolo frente a ella:

-Toma, para que termines en tu casa.

Dicho eso, se fueron en completo silencio, dejando a la niña herida en el suelo.

El tiempo pasaba y el dolor no cedía, en especial el de su cabeza y su brazo, por lo que con mucho esfuerzo se levantó, y sin mucho que pensar tomó la decisión de ir al bosque, recorrió el desvío con un nudo en la garganta y suplicando aire en sus respiraciones, sus ojos se encontraban rojos, no lograban caer las lágrimas, solo había en ellos la determinación de continuar su camino hacia la cueva.

Se tomó unos segundos para ver el paisaje desde el barranco, a pesar de lo bello que siempre fue, ahora era el momento en que más quería quedarse viéndolo, como buscando una excusa para detenerse ahí y volver a casa, pero apretando su brazo, continuo hacia adentro.

Una vez dentro, el monstruo la observó como siempre, pero esta vez no se acercó, como si supiera que no era necesario. Melisa por su parte le sonrió de manera forzada, solo para por fin largarse a llorar, los gritos y el quebrar de su voz la envolvían, la desesperación en su llanto no la permitía detenerse, las lágrimas contenían todo el dolor de su vida, el de no pertenecer a ningún lugar, el perder a su padre, el de los constantes cambios en su vida siempre a peor, y el más evidente, el daño de esos tres chicos.

Ya dejando de sollozar, pero aun con lágrimas cayendo, se empezó a acercar a la criatura que tiene enfrente, más allá de donde siempre se sentaba, más allá del límite donde vio al monstruo detenerse, continuaba sin pensar en sus pasos, con un rostro de profunda tristeza, y en respuesta el monstruo comenzó a acercarse haciendo un zigzag en el aire, moviendo sus garras y respirando con fuerza.

Melisa moría de miedo, y no fue hasta que lo tenía enfrente, que por fin tuvo algo de calma, sabía que ya no había vuelta atrás, y que pasaría lo que tendría que pasar, en su rostro indiferente se veía lo poco que le importaba. El monstruo por su parte, con su aliento a hierro y muerte, se acercó, pero solo para posar sus garras detrás de Melisa y abrazarla, un abrazo tenue y cuidadoso, Melisa pudo sentir el filo de las garras que se posaban con toda la suavidad que le era posible, esto rompió a una sorprendida Melisa, que volvió a llorar, abrazando al ente que tenía enfrente, apretó con todas sus fuerzas a diferencia de las garras que la rodeaban, el dolor en su cuerpo aún estaba presente, pero por segundos pudo olvidarlo.

-¿Hace cuánto, que alguien no me abraza?- dijo aún sin soltar a su compañero.- Tenía la esperanza que me mataras, siento que… todas las decisiones que tomo terminan por no importar, o alguien más las toma por mí, esperaba que esta fuera mi última decisión.

Melisa se separa de la criatura, que en respuesta la suelta y se sitúa frente a ella.

-Quiero que sea mi última decisión.

Habiendo dicho eso, el monstruo comienza a retraerse hasta desaparecer en la oscuridad, dejando a Melisa sola en medio de la vacía cueva, pero no por mucho, ya que sale de allí hacia el borde del barranco, desde ahí observa el bosque que siempre recorría, recordó la primera vez que se sumió en la tranquilidad del mismo, como el ruido de las hojas era totalmente distinto al silencio del pueblo, como un día catastrófico pudo gritar sin que a nadie le importase o mirase, cómo pudo perderse una y otra vez sin encontrar a nadie nunca, y pensó en que sería lo único que extrañaría de su actual vida.

Estos breves pensamientos dieron paz a la chica, y dando tres pasos hacia delante, Melisa se lanza del barranco.

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