CRÓNICAS DE LA MALDAD 3

CRÓNICAS DE LA MALDAD 3

Josesan

24/01/2023

CRÓNICAS DE LA MALDAD

(continuación)

CAPÍTULO 3

— No sé, no sé, doña Engracia, estos chicos a lo que le dan es al pegamento industrial, al benzol, que lo esnifan por botes. Si acaso algún porro y cervezas porque el dinero no les da para más. Eso del beleño me parece muy raro, pero cualquiera sabe

— Pero puede haber personas que se lo hayan suministrado, tanto de forma voluntaria como por engaños. En una cerveza, por ejemplo. O mezclado con un porro

Entra un agente policial con un sobre y se lo entrega al inspector. Abre el sobre con la parsimonia propia de quien está acostumbrado a hacerlo todo “según el manual”.

El rostro del inspector Ágreda delata -tal vez por primera vez en nuestro encuentro- un visible estupor.

— En el análisis de Rosario han encontrado alcohol, cannabis y escopolamina

El pobre hombre está demudado y apenas se atreve a mirarme a los ojos.

— No se preocupe inspector, habrá sido pura casualidad el que yo haya acertado. Ya sabe usted que yo colaboro mucho con la policía y he presenciado multitud de casos parecidos a éste -mentira piadosa para redimirle de toda culpa.

Siento un desasosiego que no presagia nada bueno. Desearía volverme a Madrid pero sé que debo permanecer en Valencia, por lo menos unos cuantos días más. Algo importante va a suceder y debo de estar aquí.

— Inspector, me gustaría quedarme por aquí unos cuantos días más. Tal vez díez días o algo más ¿conoce algún sitio en el que pueda alojarme?

— Uff, … no sé…. por aquí justo, no sé. En la costa hay muchos sitios y en la capital también y más ahora en enero que estamos en temporada baja

— Me gustaría quedarme cerca de Alcàsser. Es más, si es posible, en el propio Alcàsser

— Doña Engracia, con perdón de usted, no sé que la ha dado con ese pueblo que no tiene nada para ver y no tiene interés para una persona de su categoría

— Ya, pero es que tengo que hacer algunas gestiones por allí cerca y me vendría muy bien alojarme en ese pueblo

Esta vez no he mentido del todo ya que es cierto que tengo que recorrer tanto Alcàsser como los alrededores. Sé que me encuentro en un remolino de maldad y pretendo adentrarme hasta llegar a su vórtice. ¡Que Ama Natura me acompañe!

— Pues espere que llamo al Cuartel de la Guardia Civil de Picassent que está pegaico a Alcácer y a ver que me dicen

Mientras espero, intento no cerrar los ojos, para no encontrarme con las letras de sangre y fuego, aunque ya casi las veo sin necesidad de entornar mis párpados: ¡Alcàsser Alcàsser Alcàsser!

¿Por qué me viene a la cabeza ese nombre una y otra vez? ¿acaso no estoy en Macastre y en su terrible crimen? ¿qué me quieren decir los hados que revolotean a mi alrededor, susurrándome ese nombre de forma insistente?: ¡Alcàsser Alcàsser Alcàsser!

Hago un ademán con mi mano, como quién espanta a una mosca, intentando alejar de mi mente a esos insectos anímicos en forma de letras que me llenan la cabeza de presagios de mal agüero.

— Bueno, parece que ha habido suerte, doña Engracia. Mire usted, la madre de un cabo del cuartel de Picassent vive en Alcácer y tiene una habitación libre que le podría alquilar a usted. Es una buena mujer que vive con una hija soltera. La mujer se llama Bruna y la hija Carmen y serán una buena compañía para usted, Si usted quiere, me han dicho que puede comer con ellas, que, aunque no tienen lujos y viven con lo justo, tampoco pasan necesidades. La Bruna tiene una pensión de viudedad de su marido que era sargento de la Guardia Civil y que murió de un infarto en acto de servicio: Enrique Peláez. El era de un pueblo de León pero llevaba mucho tiempo destinado en Picassent y todo el mundo conoce a la familia, además la madre y la hija son modistas y arreglan …

Hace rato que ya no oigo la verborrea incesante del inspector Ágreda. Ha pasado de ser un hombre seco, incluso áspero, a desarrollar un parloteo incesante que llega a sofocarme. Todo ello, ha sido producto de la vergüenza que siente en mi presencia, porque en un principio me había tomado por una enchufada marisabidilla de Madrid, que había sido enviada bien por conocer a alguien o bien por acostarme con alguien de mucho poder. Sé que eso es lo que ha pensado. Incluso ha pensado que yo tampoco soy una gachí como hacer locuras por mí y que, a lo mejor, tengo estrategias amatorias especiales.

Como las que achacan a Isabel Preysler y a su famosa técnica del carrete que atolondra a los hombres. Majaderías: los hombres no toleran el que una mujer sea inteligente, atractiva, rica, culta y que sea capaz de hipnotizar a los hombres por todo lo que es esa mujer en su conjunto. Sin carretes ni bolas chinas.

Debo de puntualizar que Isabel Preysler nació en Filipinas y es hija de Beatriz Arrastia Reinares. Beatriz procede un linaje riojano establecido en Filipinas con extensas plantaciones de arroz y azúcar.

Primera pista: la familia Arrastia de La Rioja desciende de un valle navarro, colindante con mi Valle del Baztán. Entre valles anda el juego.

Segunda pista: el abuelo materno de Beatriz (bisabuelo de Isabel Preysler), Valentín Arrastia, se casó con una mujer indígena de la etnia kapampangan. En dicha etnia existían unas curanderas o hechiceras, las babaylanas, que ejercían el liderazgo espiritual desde antes de la llegada de los españoles a las islas, en el siglo XVI.

No voy a ahondar más en este tema pero me fastidia que a cualquier mujer se la tache de puta (¡bendigo a las pobres putas!) por el simple hecho de ser superiores a los hombres. Y aún más cuando esa mujer tiene algo que ver con mi estirpe.

Como iba diciendo, los pensamientos del inspector Ágreda sobre mi persona me resultan tan diáfanos como impertinentes. A veces me gustaría no leer las mentes con tanta claridad. No todas las mentes. Hay personas que se me resisten, que se cierran como una compuerta de granito, resultando impenetrables. Pero otras personas se abren en canal ante mí. Incluso cuando piensan, parece que me lo están chillando al oído, lo que me llega a resultar molesto.

— Le agradezco su intervención para encontrarme alojamiento. Si no le importa, podría usted acercarme a Alcàsser. Como habrá visto, he traído una maleta de tamaño mediano, una bolsa de viaje y el bolso de mano. Ya venía preparada por si acaso. Ya sabe usted, la costumbre de mis trabajos con la policía; nunca se sabe donde tiene que quedarse una -apostillé de forma un tanto vecindona de barrio, más que nada para tranquilizar los ánimos alterados del inspector, y hacerle saber que yo también podía ser tan de pueblo como la que más; todo era proponérmelo.

Y allí, subida en el coche furgoneta de la Guardia Civil, me dispuse a enfrentarme con Alcàsser.

(continuará)

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