Hace unos días pensaba en Atlas, el titán griego que cargaba el peso de los cielos bajo sus hombros, por un castigo impuesto por Zeus, legítimo dios de dioses. Pero no pretendo dar una lección de mitología ni nada por el estilo. De hecho, solamente me remito a la acción de reflexionar en el titán. Condenado durante la eternidad a cargar con un peso que debiera ser aplastante. 

Y cuando he estado a punto de sentir piedad, he caído en la cuenta: A veces el mundo no tiene por qué ser ese vástago de tierra, agua y maldad humana. Atlas no cargaba los millones de toneladas que pesa la tierra, cargaba un castigo. Todos sabemos que los castigos conllevan incluso un rastro de vergüenza. 

Pero para sentirse avergonzada, no hace falta echarse al hombro un planeta, simplemente se necesita cometer un error, como los que seguro cometieron los dioses y titanes griegos en sus disputas. Y así, entre castigos, maldiciones y rayos arrojados desde el cielo, no solo las deidades fueron condenadas, sino los humanos. 

Porque además Atlas es (o era) hermano de Prometeo. En caso de no saberlo, se dice que fue él quien nos dio la forma física y anatómica que hoy tenemos. Básicamente, El Creador Original. A menos, claro, que sea otra fe la que te alumbre. 

Volviendo a la condena a la cual fuimos sometidos, valdría preguntarnos si acaso los dioses no juntaron todas sus maldiciones y nos las entregaron como a un regalo. Pandora sabe sobre esto. Pues no es posible que suframos tantos males, y paguemos tantos pecados, si así no lo quisieran los de arriba. 

Aunque ambas sabemos que no solo los dioses son quienes discriminan, menos en los tiempos modernos. Ahora, ya no rendimos culto a múltiples figuras y se supone que nos arrodillamos a una sola, quien también nos castiga, pero nos perdona. 

Una pizca de misericordia si eliges creer. 

Pero el peso del mundo sigue descansando sobre nuestros hombros, cabezas, corazones y almas. Sin necesidad de que Zeus lanzara la maldición, ahora es más sofisticado. El peso es el pecado. Y la liberación es el perdón, aunque sigamos en un círculo interminable donde quien está arriba te perdona. 

Mientras tú te condenas a ti misma. Cadadíadeduvidatecondenas, y no hay dios, ni dioses o escultores de almas que te salven, porque el peso del mundo puede ser abrumador y aplastaría a cualquiera que no tuviese la misma voluntad de Atlas. 

Apuesto el último respiro de un hada a que el mundo me arrollaría en cuestión de un parpadeo e incluso lo considero una cantidad de tiempo infinita, teniendo en cuenta que estará sosteniendo siglos de civilización fallida. 

Y digo fallida con la certeza de que todos se quedarían en casa a salvo, mientras afuera se desatan huracanes por las disputas de los dioses que sobrevivieron. Olvidándose de quienes no tienen techo o están condenados, como Atlas, Prometeo y la persona que está leyendo (y escribiendo) esto. 

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La masa de la tierra es de 5 970 000 000 000 000 000 000 000 kilos. Sin contar las almas y los recuerdos aplastantes. 
 
 

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