Donde te encontré

Donde te encontré

Sassenach

05/01/2023

Cuando desperté, habían pasado tres días. Lo supe cuando llegué a la primera estación para ir al baño y me contestó con voz ronca, «es 4 de enero». Me encuentro rumbo a mis primeras vacaciones sola. Pero también, debo ser sincera, decidí encontrar el sentido de todo en mi búsqueda de respuestas o no regresaré más. El debut con pastillas y alcohol me dieron la primera respuesta: la vida no es resistente a una dosis más elevada de Lexotanil y Doble V.

Mi padre murió hace dos años y eso alivianó mi existencia. No voy a decir nada más por ahora. Esta historia merece otro relato. 

Este viaje terminará dentro de diez horas cuando llegue a Valle Virgen. Mis hijos quedaron. Un hotel lujoso está reservado. El camino, por momentos muy transitado también, proyecta en las rectas, un desierto de lado a lado. En estos veinte días que me quedan por delante, buscaré indicios de un dios que me ha dejado sola y me ha salvado en partes iguales.

La idea de viajar y descansar sola no estaba habilitada dentro de mis posibilidades como mujer. Hace un tiempo ya, algo implosionó en mi mente, algo así como un deseo, una nueva habilidad, un concepto trabajado, una vocación descubierta. Sin  dudas, que reconocer la finitud del cuerpo, de la juventud, y del amor me prepararon para tomar decisiones nuevas, que no tomé antes, nunca. Me siento debutante de mi vida. En primera persona. Yo. Miedo y prejuicios hay. Ya no tienen el poder de inmovilizarme.

El viaje fue un poco cansador. Luego de la experiencia de dormir y despertar después de tres días, decidí beber solamente agua y, cuando el hambre arreciaba, unas galletitas de agua. El primer tramo lo hice muy atenta al asfalto, las líneas, los otros autos que me cruzaban o iban adelante. Cuando llegaba la noche, paraba en una estación, renovaba el agua en mi botella, iba al baño y dormitaba hasta sentir que podía volver a tomar el volante con seguridad. Luego de tres días con sus noches, llegué  a Valle Virgen. Un lugar en medio de la serranía, las granjas de cría de animales, y ubicada lo bastante alejada de la ciudad para encontrar un poco de tranquilidad, sosiego y una visión clara de cómo seguir cuando no había ninguna razón para ello.

Mientras experimento con la escritura de un diario personal, trato de ser lo más auténtica con mis palabras. No sólo es contar una experiencia personal, sino trascender en reflexiones. Puede sonar pretencioso, pero mi nuevo rol como mujer debutante de su propia vida, sin apegos, sin filantropismo, sin deseos de dejar huella en nadie, requieren de un registro cuidadoso y reflexivo de todo este nuevo sentir en el cuerpo, en la sangre, en las manos, pero también en los ojos que se humedecen con frecuencia, en la mente que visualiza hechos, algunos olvidables, otros, sublimes. En las emociones que afloran: bronca, nostalgia, desilusión, y casi todo el tiempo, tristeza. Qué sentimiento tan extraño, tan difícil de superar, tan compañero de los seres humanos, tan amigable que nos arropa constantemente. 

Cuando me alojó creí que mi mente no funcionaba bien. Sentí una mareo suave y persistente que me obligó a sentarme, a doblarme, y respirar más profundo. Fue una ráfaga intensa que me trajo un recuerdo bastante conocido, algo así como miedo a empezar. Miedo a lo nuevo. Temor al que dirán, mezcla de quien soy con aquello que deseo no ser más. Cuando todo eso pasó, prendí un cigarrillo, pero con la primera pitada sentí un asco que me obligó a abrir las ventanas, tirar todo el paquete, escupir, tomar agua y volver al baño para mirarme al espejo. Qué estaba sucediéndome. Qué diablos me estaba pasando, cuando este viento calmo de tranquilidad intentaba instalarse.

Abrí la puerta, salí lentamente y frente a mí se desplegó un paisaje imponente y un poco artificial. Lo bastante para ponerme en el terreno que necesitaba para no irme muy lejos de la realidad. Advertí que tenía muchos deseos de recordar el pasado. Eso no era bueno en este momento, ya que sería como volver a foja cero. Estiré los brazos, abrí las piernas, puse la cabeza hacia abajo y dije en voz baja, para mí, «necesito volver a ser yo». No la que era. Esa ya no. Volver a mí, si eso era posible. Intenté pensar en nuevas maneras de actuar, de vivir, de moverme, sin embargo, no era tan fácil. Era como un ejercicio. Repeticiones con descanso y volver a repetir. Estuve así algún tiempo. Cuando alguien me llamó por mi nombre. Era la recepcionista. Me dijo que necesitaba saber si almorzaría allí los próximos días de mi estadía o no. 

Caminé por el lugar, vi que lo artificial era bello, era absolutamente diseñado para el relax. Me sentí cuidadosamente contenida por ese ambiente. Continué caminando y a lo lejos advertí una figura que caminaba por el mismo sendero que iba yo. Estaba lo bastante lejos para verle la cara. Parecía ser alguien que yo conocía, pero no me ilusioné. Lo conocido siempre es tranquilizador. Y me aferré a ese sentir. Necesitaba aferrarme a esa clase de momentos que me trajeran disfrute.

Etiquetas: existencial viaje

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