Odio los libros📘😡

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Odio los libros

Soledad Córdova

I

Estoy de mal genio

Soy Miguel. Tengo diez años. Odio los libros. Las bibliotecas me producen claustrofobia, la bibliotecaria tiene cara de cuco y uñas postizas que se le caen cada vez que busca un libro en la vitrina, y la profesora de Castellano me provoca sarpullidos en el cuello y unos granitos como burbujas alrededor del ombligo.

Todo empezó cuando nos hicieron aprender la Loa a la
bandera…

¡Oh, bandera sacrosanta
de inmarcesible victoria,
que nos llevaste a la gloria
como saeta de luz!
Prístino tu color rezuma
los símbolos más amados
de victoria, de coraje
de heroísmo y de virtud.

¡Qué horror!, tener que aprendemos ese poema
incomprensible.
Primero que «loa» parece boa, y las banderas no se arrastran
por la selva. Segundo, que «sacrosanta» parece de monjitas y que
«inmarcesible» parece que no es marzo o que no es posible en marzo
(algo así). Tercero, que «Saeta» son las líneas aéreas de primera, y no entiendo qué tienen que ver las banderas con la aviación -a no
ser por el viento-. Cuarto, que «prístino» me suena a pristiño, y me
da hambre de Navidad, con recuerdos de abuelita, y además,

«rezuma símbolos» parece resumen de sin-bolas, o sea, unas no-
bolas chiquititas…

Con todo esto DE MEMORIA, ¡de memoria!, leído un millón
de veces y luego recitado con cara cívica y la amenaza de un cero
terrible, he sacado una conclusión definitiva: ¡leer es un suplicio! y,
por eso, apenas salga del colegio, voy a botar a la basura todos mis
cuadernos y voy a quemar el libro de Castellano.
Para colmo de los colmos, a mi papá se le ha ocurrido
regalarme, para que me entretenga mientras me curo… ¡un libro!
¡Aaaaag!
Se llama: El pequeño Nicolás, y tiene en la pasta unos d ibujitos
de un montón de chiquitos en un patio, saliendo del colegio -primero
con cara de educad itos, y después, haciendo relajo como locos-.
Claro que los d ibujitos no están tan mal, pero seguro que no tienen
nada que ver con las palabras de adentro, que deben ser una tontera.
Además, tiene ¡ciento-treinta-y-nueve! páginas. ¡Quién se va
a leer 139 páginas!
Mi papá está loco. En vez de curarme, voy a empeorar, o me
va a dar empacho de letras. Bueno, eso si me pusiera a leer. Pero,
como no voy a leer…       

II

La discusión

Como les estaba contando, tengo alergia a la vieja de Castellano.
¡En serio! No es invento ni exageración.
El martes pasado, después de la clase de Matemática, nos tocó
Castellano, pero, no sólo una hora, sino ¡tres horas seguidas!, hasta
la última antes de la salida. Resulta que se había muerto la abuelita
de la profe de Dibujo y una delegación de profesores iba al velorio;
entonces, la de Castellano quedó de reemplazo.
¡Todo puede ser, todo; menos que nos dejen tres horas con la
señorita Nítida!
Primero, nos tocó dar la lección de la Loa a la bandera, y, uno
por uno tuvimos que pasar al frente para recitar, de una, sin respirar,
Como ya habíamos repasado la recitación desde hace un mes, que
fue el «Día de la Bandera», casi todos pud imos, menos el Cuico, que
se trabó; tartamudeó y se «acholó». Entonces, la señorita Nítida le
saltó encima y le pegó una chillada ensordecedora. Cuando acabó
de hablarle, le mandó de castigo que copie treinta veces la recitación
en el cuaderno de borrador.
-¡El Eduardo Ayala tenía que ser…! Si es un demonio. Incapaz
de cumplir con una responsabilidad- concluyó con muy mala cara, y
el pobre Cuico bajó la cabeza y pareció todavía más esmirriado y
tembleque; sin embargo, al pasar por mi lado, de espaldas a la
profesora, hizo una mueca graciosa, frunciendo la nariz, por lo que

me d i cuenta de que no estaba del todo abatido, sino que más bien
había hecho un poquito de teatro para que la señorita no le caiga,
todavía más, y le acabe de hacer papilla.
Después, continuamos con la clase anterior de Gramática:
clasificación de los adverbios; así que nos pusimos a copiar del
pizarrón en el cuaderno las definiciones y los ejemplos. Entonces,
me empezó el dolor de cabeza junto con el dolor del brazo, de tanto
escribir. Pero no d ije nada, porque no tenía ánimo ni para hacer
travesuras. Terminé la hora… ¡de una mala gana!
En la segunda hora, nos d ijo que teníamos que sacar el libro
de lectura y, durante cuarenta y cinco minutos, leer en silencio.
Después, de deber, hacer el resumen de lo leído, con los personajes
principales y el mensaje. Les contaré que la lectura era de lo más
turro del mundo, que las letras eran chiquititas y el libro es de esos
sin d ibujos, que tienen hojas de papel periód ico que echan pelusas
y huelen a polvo con arañas.
Mi cabeza flotaba como un globo y no me podía concentrar.
Por la ventana de mi lado, entraba un sol abrigado y el aire estaba
espeso, como gelatina. Se escuchaban, en el patio, las voces de los
chiquititos de primero cantando «Juguemos en el bosque».
-¡Miguel, no te d istraigas! Eres el colmo. Y los demás, sigan
leyendo, que no es con ustedes. ¡Te he d icho una y mil veces que la
clase no está fuera de la ventana! Cuando hay que leer, ¡hay que leer!
La lectura es algo serio a lo que hay que prestar una atención
concentrada. Hay que en-tre-gar-se a los libros. Se trata de aprender
toda la inmensa sabiduría impresa en sus hojas, y comprender el valor
de los mensajes de los escritores. ¡Eso no se puede hacer alzando a
ver por la ventana! Hay que poner los cinco sentidos en los libros. La
lectura es algo sagrado…
La voz de la profesora se iba haciendo cada vez más chiquita y
mi sueño se iba haciendo cada vez más grande. Clavé los ojos en el
papel borroso y continué mi sobrehumano esfuerzo para no
dormirme. Es una sensación feísima que casi duele. No sé si a ustedes
les haya pasado, pero eso de tratar de no dormirse cuando se está
muy aburrido, es de lo peor que puede suceder. y todavía más, si
encima duele la cabeza y uno se siente mareado. Pero, no estaba

d ispuesto a quejanne y decirle que tenía dolor de cabeza, así que,
de nuevo, me callé, y mientras fijaba los ojos en el libro aplicaba una
técnica de aguante infalible: pensar en muchas cosas agradables para
no morirse del sufrimiento.
La tercera hora nos d ijo que adelantáramos haciendo deberes
hasta la salida.
Ahí sí que ya no pude más. Empecé a sentir que daba vueltas y
vueltas y que navegaba en un mar de olas pegajosas y de sonidos
d istantes. Apoyé la cabeza en el pupitre y cerré los ojos.
La señorita Nítida estaba muy ocupada corrigiendo cuadernos
con su filudo esferográfico, escribiendo observaciones y anotando,
embebida, enormes ceros rojos.
No debió percatarse de que me estaba quedando dormido,
porque caí muy profundamente. Lo cierto es que, en algún momento,
me despertó de un sobresalto.
-Algo te pasa a ti, Miguel. A ver… ¡Si estás hirviendo! Recoge
tus cosas y anda a la enfermería, que parece que tienes calentura.
Me había puesto su .mano friísima -de lagartija- en el cuello,
justo en el momento en que soñaba que un cocodrilo me agarraba
del pescuezo entre sus mandíbulas, mientras cruzaba un río
torrentoso, huyendo de un enorme toro azul. Con la sensación de su
mano fría en el cuello, crucé el patio hasta la enfermería. Allí, la
enfermera del colegio, que es una gord ita toda vestida de blanco,
comprobó que tenía treinta y nueve y med io. Entonces, me d io una
pastillita para bajar la temperatura y le llamó por teléfono a mi
mamá. Ella, me llevó enseguida a la casa y me mandó a la cama.
Inmed iatamente después, se puso a buscar al doctor.
Ya son dos días de calentura y hoy me ha empezado a picar en
el cuello, justo en el lugar en que me topó la mano de la lagartija.
-¡Mamáaaaa!
-¿Qué? ¡No grites!
-Tengo alergia a la profesora de Castellano.
Mi mamá sonrió y contestó:
-¿Ah, sí? A ver, ¿cómo es esa alergia?
-Me pica el cuello donde me puso la mano.

-Deja ver… -d ijo acercándose-. No es nada, es un simple
sarpullido; te has estado rascando y te irritaste. Es tanto tiempo en
la cama. Ya mandó el doctor que esperemos para ver qué tienes.
Además, ya te d ije que te bañes y no quieres. Así que no te quejes. Si
no fueras tan necio te sentirías más fresco.
-Y qué quieres, ¿que me muera de pulmonía si me baño con
calentura? ¡Prefiero morirme de sucio!
-Mejor calla, calla. Pareces una tatarabuelita.
Nad ie se muere por bañarse.
-¡Yo sí!
A la tarde, también me picaba la barriga. Pero no un poco. Me
picaba muchísimo. Fue entonces cuando descubrimos unas
burbujitas alrededor del pupo.
-¡Ah, si es varicela! -d ijo mi mamá, y llamó al doctor Espinosa.
Hablaron durante un largo rato, mientras le explicaba todo lo que
me estaba pasando. Al fin concluyó ella: «Es varicela». El doctor
contestó: «!Colega, tienes razón!» y me recetó que haga reposo y no
me rasque para que no me queden cicatrices. En esto de la med icina,
mi mamá no es novata. ¡Fuuu, ella es bestial! Además, como también
le d io varicela, ya sabe cómo es.
Pasé unas iras que ni se imaginan, y no les hice caso. Era
imposible no rascarse, así que me rasqué algunos granos por el
contorno. Dos Se me reventaron horrible. Me pican más, y encima
me duelen. ¡Qué furia!
Mi mamá d ice que la varicela da mucha comezón. ¡Qué
varicela! ¡A mí nad ie me quita que me d io alergia la vieja de
Castellano! y aunque mi mamá d iga que soy un porfiado, se equivoca
¡Yo no tengo ninguna varicela, sino alergia a la señorita Nítida!

III

Los aviones

Como estoy enfermo y en la casa para no contagiar a mis
compañeros, mi papá me ha regalado un libro. Cierto es que en
la cama no se pueden hacer muchas cosas y que ver televisión todo
el tiempo, como bobos, hace pasa la cabeza. Pero, leerse solito un
libro de ciento treinta y nueve páginas… ¡Tampoco!
Y no es exactamente que no me gusten para nada los libros.
Por ejemplo, me gustan los comics y me ha gustado siempre que mi
mamá me lea cuentos antes de dormir. También me gusta ver las
ilustraciones de libros sobre máquinas e inventos y leer las
explicaciones, cuando son cortas. Pero, leerme una historia enterita
y larguísima, como las que nos hacen leer en Castellano, y de quién
sabe qué tonteras, me parece un castigo.
Mi mamá refunfuña y d ice que ella misma tiene la culpa de
que no me interese la literatura, porque no me ha dado los libros
ind icados, que me llamen la atención, y que en el colegio son una
mecha en esto de la «animación ‘a la lectura». Pero ella se equivoca.
A mí no me gusta, porque no me gusta, y punto. ¡Yo soy así, y
nad ie me va a cambiar! Dice también que soy un testarudo, pero
¡qué importa! Lo que pasa es que ella sólo molesta.
No pienso leer esa tontera de libro sino que voy a arrancarle
las páginas y a hacer aviones; y a la pasta, que está tuca, la voy a
recortar y pegar en mi álbum secreto de cromos. 

Todo esto voy a hacer mientras esté mi mamá en el trabajo,
sin que se dé cuenta. Porque si se entera me mata. Después, voy a
hacer un concurso de aviones para ver cuál de ellos es el que mejor
vuela. Yo tengo un libro de doblado de papeles, en el que hay miles
de modelos de aviones, y me salen maestro.
…No, mentira. No voy a romper el libro. Era solo imaginación.
Lo que pasa es que estoy aburrido de estar encerrado en la casa. Yo
sé que no se rompen los libros, sino que estoy tan de mal genio que
quisiera romper todo. Pero una cosa es que no haga aviones con el
libro y otra que me lea un libro de un millón de páginas. Ni lo voy a
leer, ni lo voy a abrir. ¡Qué turro!
Por lo menos tengo el consuelo de que hoy va a venir mi abuelo
a visitarme, y con él sí, nad ie se aburre.

IV

El abuelo

Papá Luis es grande y ceremonioso. Tiene barba y pelo blancos.
Aunque es alegre y parlanchín, no le gusta la palabrería. Y siendo
que es una persona muy alegre, es un hombre muy pero muy serio.
Desde chiquito me sentaba en sus piernas y me mostraba las fotos
del «Buc de birds’» y del de perros. Me enseñaba el pájaro pico de
cuchara, y las largas patas de los flamencos rosados.
-Flamingos no, «flamencos» -me decía-. Como «flama», como
llama, como su color encarnado. ¿Me entiendes, mocoso? Son aves
migratorias, que vuelan grandes d istancias buscando un clima
apropiado.
Son muy elegantes al caminar y en el vuelo incend ian el cielo
en enormes bandadas que se deslizan lentamente. La naturaleza es
maravillosa. Yo quiero que cuando tú seas grande te hagas un
científico. La naturaleza es maravillosa…
Hablábamos también de las acciones heroicas de los perros
San Bernardo que rescatan a los congelados en el inclemente invierno
de Europa, dándoles de beber vino de un tonelito que llevan en el
cuello. Y de las cabras montesas que, con enorme agilidad, saltan de
una roca a la otra en las escarpadas montañas de los Pirineos.
Yo le escuchaba atontado y quería ser científico y recorrer los
valles y los bosques, las lomas y los páramos. Quería encontrar las
dantas y los osos de anteojos, el capibara y las guatusas, los chucuris

y los conejos grises de los pajonales. Quería encontrar, en el África,
el lugar a donde van a morir los elefantes…
También solía mandarme a traer el libro de los mamíferos. Me
decía:
-En la puerta de la derecha, óyerne bien, a la altura de tu pecho,
en el segundo anaquel, el tercer libro de izquierda a derecha. Fíjate
bien, no hay que ser chimbilaco. Los guaguas shunshos no sirven para
nada.
Entonces, juntos, en el perfumado sillón de cuero, revisábamos
las fotos de las cervicabras, las gacelas, los alces, el leopardo, el
jaguar, el puma, el ocelote, el yaguarund i y el margay. Unos animales,
de por aquí cerca, los demás, de lejísimos; del otro lado del mar. El
yaguarund i, me decía, es como un gato negro grande, flaco y largo
que vive en la selva del Oriente», pero es muy bravo, como el margay,
que es primo hermano del ocelote. Este último se puede domesticar
y se hace mansito, pero los otros, son ¡bravísimos!
Otras veces, sacaba de su cajita de madera su colección de
colibríes d isecados y me enseñaba el de cola larguísima, el de fuego;
unos de pico largo y otros de pico torcido. Me contaba que hay uno
pequeñito, como un moscardón, que mueve las alas con tal rapidez
y armonía, y se desliza tan delicadamente, que parece una pelusita
flotando en el aire.
Siempre me ha gustado estar con él y en su estud io. Pero una
cosa es ver con él libros interesantes y otra, muy d istinta, leer novelas
chimbas para niños. A mí, lo que me gusta es mi abuelo, ¡no me
gustan los libros! Quiero decir, no me gustan los libros de Castellano.
O sea, no me gusta la profesora de Castellano.
Bueno, bueno… Ya me estoy haciendo un lío.
Cuando el abuelo llegó, me acababa de despertar. Si se pasa
solo en la cama, da demasiada pereza.
-¡Hola guagua! ¿Cómo estás? ¿Mejor o peor?
-¡Igual!
-No puedes estar igual. De un día para el otro nada está igual.
Así que, ¿cómo estás?
-¡Iguaaal!

17

-A ver, a ver, ¿estás peor?
-No.
-Entonces, estás mejor.
-Bueno, un poquito.
Mi abuelo sonrió y me apretó contra su pecho. Entonces,
descubrió el famoso libro sobre mi velador.
-¿Qué es este librito, ah? Veamos: El pequeño Nicolás de René
Goscinny y Sempé.
Pasó las páginas y revisó detenidamente algunas ilustraciones.
-¿Quién te d io este libro tan bonito?
-Mi papá. ¿Cómo sabes que es bonito? No ves que tiene un
montón de páginas. Y además es literatura. La literatura es pura lata.
-Bueno, bueno. No d igamos bonito. Tienes razón, sería muy
aventurado. Pero interesante sí. Interesante. Veamos: observa los
d ibujos, aquí. El ilustrador es muy bueno, y eso ya es un buen ind icio.
¿No te parecen interesantes estos personajes? Fíjate en el gesto de
este niño. Son unas pocas líneas simples y, sin embargo, se le ve
moverse; su cara tiene expresión. Además, no te parece que esta otra
escena tiene humor: fíjate en las caras de estos dos guagüitos
después de que se han fumado un puro. Están chistosos. En los
d ibujos hay vida. Además, ¡qué lindo papel!
Yo escuchaba a mi abuelo con mucha atención. Siempre me
parece entretenido lo que él d ice. Además, él me trata como a alguien
importante, aunque me d iga «mocoso», «microbio», «guagua
chognoso» y otras cosas parecidas. Continuó:
-Cuando yo era niño, un libro con este bonito papel era un lujo.
Hay un montón de cosas que ustedes tienen ahora, que hace tiempo
eran un lujo. Por ejemplo, las med ias. Son de unos tejidos
maravillosos, delgad itas, suaves. Antes, las med ias para el frío eran
gruesas, incómodas. Yo miro con asombro como ahora la gente tiene
tantas cosas que son un lujo, y no se da cuenta; no lo valora… Pero, a
ver, a ver. Vamos a ver qué tiene este librito adentro.
Se acomodó bien al filo de mi cama y empezó:
-Primero, parece que los que escribieron este libro son
franceses. Por sus nombres, claro. Por otra parte, ¿No te parece que
los niñitos de la ilustración tienen cara de franceses?

-¿Por qué?
-Por las narices. Todos los franceses tienen narices grandes.
¿No lo sabías?
-No.
-Bueno, casi todos. Ahora, mira: aquí d ice que es una
traducción de Esther Benítez. Ahora vamos a ver de qué id ioma lo
tradujo-. El abuelo d io vuelta a la primera página y se puso a leer las
letras chiquititas del otro lado. Observábamos todos los detalles,
como auténticos detectives.
-¡Viste! Título original: Le Petit Nicolas, Ed itions Denoel, 1960.
¡Francés, francés!
-Así que el libro es viejísimo, como tú.
-Jo, jo, jo. No, no tanto. Tiene la edad de tu mamá. Más o
menos.
-Entonces, sí es viejo.
-Ahora vamos a leer un poco:
«Esta mañana llegamos todos a la escuela muy contentos,
porque van a sacar una foto de la clase, que será para nosotros un
recuerdo que nos gustará toda la vida, como ha d icho la maestra.
También nos d ijo que viniéramos muy l impios y bien peinados.
Cuando yo entré en el patio del recreo, llevaba la cabeza bien
llena de brillantina. Todos los compañeros estaban ya allí y la maestra
riñéndole a Godofredo, que había venido vest ido de marciano.
Godofredo tiene un papá muy rico que le compra todos los juguetes
que se le antojan. Godofredo le decía a la maestra que quería
fotografiarse de marciano, y que si no se iría».
El abuelo me siguió leyendo el primer capítulo, que se trataba
de todo lo que pasó cuando los niños iban a tomarse la foto del grado,
y hacían montones de barbaridades. Nunca me imaginé que un libro
podía contar tantas cosas chistosas juntas. ¡Plenísimo el capítulo de
la foto! Todo el mundo armando relajo, y al final, se fue el fotógrafo
enojado. Yo creo que ni mis compañeros son tan terribles. ¡Estos
nicolases sí que han sido unos locos!
El abuelo luego me leyó dos capítulos más. Uno que se llama
«Los cowboys», y el otro, «El Caldo». Ambos me han parecido

d ivertidos. Qué pena que el Papá Luis se haya tenido que ir. Me habría
gustado que me leyera unos dos capitulitos más. Creo que me voy a
leer de nuevo estos tres capítulos, uno por uno, porque yo mismo
quiero ver algunas cosas tucas de la historia. Además, voy a ver qué
es lo que pasa en el d ibujo de la página 34, en el que se ve a dos
niños metiéndose una paliza, y otro de curioso. A mí también me da
curiosidad.

V

El catzo

Hace tres días que he regresado al colegio, y me alegro mucho de
volver a estar con mis amigos. Con ellos sí que se hacen cosas
chéveres. Hoy le hicimos una pasada bestial a la bruja de la
Biblioteca.
Yo había amanecido con un poquito de dolor de cabeza y
bastante mala gana de practicar el rol adelante y el rol atrás. La
colchoneta huele a sapo y el profe de «Educa» es una furia: pega unos
rugidos que toca botarse de corona sin chistar, aunque después la
camiseta quede oliendo a pipí de gato.
El caso es que le hice a mi mamá un poco de teatro y logré que
me mandara una justificación para no hacer deportes… ¡Al fin y al
cabo, me dolía la cabeza!
Resultó que, por no sé qué cosa misteriosa, también llevaba
justificación la Chabica que, aunque es mujer, es plena. Misteriosa,
porque d ijo que tenía cólico y no estaba empachada, sino que era
otra cosa que no nos importa. Con ella y con el Cuico, que tampoco
pudo hacer deportes porque no se había puesto los zapatos del color
del uniforme, éramos tres los de quinto que teníamos que estar
sentados en el graderío al filo de la cancha de fútbol, hasta que
acabara la clase.
Como nos empezamos a aburrir de no hacer nada, nos pusimos
a jugar a las estatuas y nos ded icamos a halamos los unos a los otros
desde la grada hasta el piso, haciendo piruetas y cayendo en poses
ridículas que los demás tenían que ad ivinar de qué eran. Nos
poníamos de King-Kong, de bailarina de ballet, de pájaro, de soldado,
de desmayado; d iscutiendo a grito pelado sobre cuál era la mejor
estatua, o matándonos de risa de la cara de la Chabela, que es un
goce.
De un momento al otro, apareció como un rayo el profesor de
Educación Física («el Tuco») y nos gritó que éramos insoportables.
Que no había como dejarnos ni un minuto solos, porque no nos
podíamos estar tranquilos, así que en ese mismo momento teníamos
que ir a la Biblioteca para no «estar perd iendo el tiempo como un
trío de malcriados».
Alegamos primero, después, ofrecimos estamos sentados sin
respirar, pero todo fue en vano. El Tuco no estaba para chistes ni tenía
ganas de perder el tiempo; además, el resto de la clase ya estaba
empezando a alborotarse mientras él d iscutía con nosotros.
-¡Óiganme bien! O paran de d iscutir y se van a la Biblioteca, o
les pongo a todos un cero en conducta este rato. ¡Por último!
-Vamos, no más -d ijo la Chabela entre d ientes-. Ya no hagan
más relajo, que nos vamos a fregar.
Mientras cruzábamos el pequeño potrerito que separa a la
Biblioteca de la: cancha, el Cuico descubrió algo en el suelo que se
guardó rápidamente en el bolsillo, mientras saludaba con una venia
algo cómica al Inspector que se iba acercando hacia nosotros.
Nosotros le decimos «Fosforito», porque cuando le hacemos enojar
se enciende de golpe y se pone rojísimo. Aunque es un gritón, es
buena persona y no se porta mal con nosotros.
Nos cae bien.
-¿A dónde van, guaguas? -d ijo, muy serio.
-A la Biblioteca -contesté-. Nos manda el licenciado Merizalde
porque no podemos hacer deportes-. Y sin más explicaciones le
enseñé la papeleta de permiso.
Decía:
Los alumnos Miguel García, Isabel Troya, Eduardo Ayala, deben
ir a la bibl ioteca.
Lic. Merizalde   

-Bueno, vayan, vayan -d ijo el «Fosforito». Pero sin hacer bulla.
Entren sin correr y, en la Biblioteca, pónganse a hacer algo de
provecho.
-¡Algo de provecho … Algo de provecho! ¡Claro que sí! Hicimos
algo de mucho provecho.
En el corredor de entrada a la Biblioteca, el Cuico nos llamó
con un gesto y se puso el dedo en la boca, para que no hiciéramos
bulla. Entonces, sacó del bolsillo esa cosita negra que había recogido
de la hierba. Era un catzo grandísimo, vivito y pataleando.
Entonces surgió el plan: había que enseñárselo a la bruja para
ver qué cara ponía. Todos creíamos que, casi seguro, se iba a asustar.
Recogí un vaso desechable de la basura y el Cuico puso el catzo
dentro.
Entramos como santitos a la Biblioteca, y yo, con la cara más
seria y candorosa que pude poner, me acerqué a la bibliotecaria y
d ije, entregándole la papeleta de permiso:
-Buenos días. Nos manda el profesor de Educación Física-.
Luego le brindé mi más dulce sonrisa.
Ella leyó la nota, frunció en med io de las cejas y respond ió:
-Claro, cuando no saben qué hacer con los alumnos, les
mandan a la Biblioteca. Siéntense en la mesa de la derecha y
pónganse a estud iar.
Entonces, acerqué hacia ella el vaso…
-Señorita, por favor, ¿me puede guardar esto que es para
entregarle a la profesora del laboratorio?
-Y, de golpe, viré el vaso sobre la mesa.
Todo suced ió mejor de 10 previsto. El catzo rebotó y fue a
parar en la falda de la señorita. Ella, casi automáticamente, bajó la
mano y agarró la cosita negra.
-¿Qué es esto? ¡Aaaay, un bicho! (Debió sentir las patitas
pinchosas que casi se pegan a los dedos, porque sacud ió las manos
con fuerza y el pobre catzo fue a parar al piso de un golpe) ¡A quién
se le ocurrió esta porquería! ¡Miguel! ¡Te fregaste, ahora vas a ver,
mojigato, sinvergüenzal-. Después, d io un salto y de un pisotón
aplastó a nuestro catzo que sonó «chuiiic».
-Pero… fue sin querer-o Me apresuré a contestar con cara de
sufrido.

La señorita aspiró hondo, se acomodó los lentes, se sacud ió
la falda y trató de recuperar la compostura.
-Bueno. ¡SIÉNTENSE! Y pónganse a estud iar. Y, ¡pobres de que
se muevan! Pero antes, tú mismo, Miguel: limpia esa cochinada del
piso. ¡Rápido! Y anda a botar afuera.
Yo me apresuré a coger un papel arrugado del basurero junto
al escritorio, y recogí el catzo aplastado. Luego, salí corriendo al
corredor y boté todo en el basurero de mimbre que estaba en una
esquina. Volví a entrar, en menos de lo que canta un gallo, y me senté
al lado de los otros dos, que ya estaban Con un cuaderno abierto
cada uno. No me demoré nada en abrir el primer cuaderno que salió
de mi mochila y me puse, como los otros, en actitud de leer callado.
Al final, tuvimos que pasar la hora enterita, hechos los que
estud iábamos, sin hablar.
Terminé arrepintiéndome de haber exagerado lo del dolor de
cabeza. Después de todo, los roles habrían sido mejor.     

VI

Las sorpresas

Hoy nos han dado una noticia bestial: la señorita Nítida se ha
casado este fin de semana, y, con su marido, se va a vivir a
Madagascar. La mala es que yo no sé dónde queda Madagascar, pero
me imagino que debe ser lejisísimo, porque el Cuico d ijo que es por
África y que ha oído que hay leones. Eso está pleno, porque si se
d ivorcia, no va a poder regresar por la lejanía, o tal vez le coma un
león, si se descuida.
Así que hoy nos han puesto a la «ticher’» de Inglés para que le
reemplace en la hora de Castellano, lo cual me ha parecido bastante
bien. Con ella, las clases sí son más o menos, más más que menos,
d iría. Nos hace oír música y nos enseña canciones en inglés. Hacemos
d ibujos sobre lo que aprendemos y, a veces, cocinamos unas comidas
exóticas. Tiene buen genio y es alegre.
Una vez trajo una caja llenita de un montón de cachivaches
que nos repartió. Después, nos hizo poner el nombre de cada cosa
en un papel. Fue d ivertido. A mí me tocaron una tacita de plástico,
un gato d iminuto de peluche, un pedacito de alfombra, una campana
de metal y un huevo duro.Yo escribí: cup, cal, mal, bell y egg.
Después, hice con las palabras, las siguientes oraciones: «The
cat sleeps over the mat. The bell
rings. The cat runs and breaks the egg in the cup».
La «ticher» me puso un «YERY WELL»: ¡Qué maestro! Ya ven.
No todo es chimbo en el colegio.

25
Bueno, ¿en qué estábamos? Ah… En lo de la not icia: el
matrimonio de la señorita Nítida. Esa no es la única sorpresa.
Por la mañana, hemos visto que en el rectorado había una cola
de unos quince señores y señoras, que parecían ser aspirantes a
profesores de Castellano. Todos tenían unas pintas normales, de
profes, menos una, que era flaquita, pecosa, muy joven, y con una
larga trenza roja. Parecía la hermana mayor de la Chabela, sólo que
un poco más grande.
Digo que tiene pinta rara, porque ese día llevaba una falda
negra, larga y floja, más abajo de las rod illas, med ias de color
naranja, botines de cordones, un abriguito corto color café y una
cartera, grandota, de flores. Parecía una especie de Mary Poppins.
Algo muy sospechoso es que también tenía un paraguas con cabeza
de pato.
Lo sorprendente es que yo creo que la han escogido a ella,
porque a la hora de salida, vi que la Directora de Primaria andaba
con ella por el patio del Colegio y le enseñaba todo, con una inmensa
sonrisa en los labios.
-¡Miguel te atrasas al bus! -era la voz del Cuico que me llamaba.
-Ya voy, ya voy. No ves que hay cosas interesantes.
-¿Qué?
-La nueva vieja de Castellano (aunque vieja-vieja no está). Es
esa pecosa.
-¡No te hagas, mentiroso! Esa guambra no puede ser profesora.
-Oye, bruto, ¿por qué me d ices mentiroso?
-Porque, por hacerte el mucho, hablas tonteras.
-El que d ice tonteras eres vos, burro. ¡Yo sé lo que d igo! Esa
chica va a reemplazarle a la señorita Nítida. ¡Ya vas a ver cuál es el
que habla tonteras!
-¡A ver, esos dos niños! ¿Qué pasa? ¿No ven que ya se van los
buses? ¡Caracho! ¡Apúrense pues, apúrense! Ustedes sí que son el
colmo ¿no guaguas? Después a mí me hablan si se quedan y tengo
que llamarles a sus papás, o, por último a mí me toca irles a dejar.
¡Qué barbaridad!
El «Fosforito» hablaba rapidísimo y estaba rojo, hasta las
orejas. Respiraba agitado y abría unos ojos grandotes. Parecía que

nos iba a mandar de un solo patazo a los buses. Así que no le
respond imos ni pío y pegamos una carrera a toda velocidad.
En el bus, el profesor acompañante me recibió con otra raspa
y los demás alumnos, protestando:
-Oye, enano, ¿Qué te pasa, pues? ¡Ponte las pilas!
-¡Tortuga!
-Si es un malcriado…
-La próxima, te dejamos.
El «chófer», que normalmente es risueño, tenía una mala
carota, pero no me d ijo nada. Como ya estaba encend ido el motor,
ni bien me subí, salimos d isparados. Disimuladamente, le metí un
codazo a ese gord ito mojigato que me d ijo «tortuga».
¡Qué se habrá creído!
-¡Ya, quietos y cal lados! -ordenó severo el profesor
acompañante del bus-. ¡No se dan cuenta que si siguen haciendo
pelotera nos podemos chocar! ¡Púchicas, algunos sí que son bien
rud itos!

VII

Las brujas

La nueva profe de Castellano es la pecosa. ¿No vieron? ¡Yo sabía!
Si sólo es cuestión de fijarse y abrir bien los ojos, y no andar por
ahí, como mushpas.
En principio, me ha dado mucha curiosidad.
Me parece que es una persona super rarísima, pero me cae tan
bien… Me encanta que sea rara.
La primera clase con ella ha sido muy fuera de lo común:
-Buenos días niñas y niños, o niños y niñas (como quieran). Me
llamo Ana. No me llamo «Señorita Ana», porque en mi partida de
nacimiento mi mamá no me puso «Señorita», sino Ana: ANA
PALOMA. Pero no me gusta que me d igan Paloma, porque me entran
ganas de volar. Así que pueden decirme «Ana», o «Anita». Me da igual.
Y como mi nombre empieza con «A», yo les contaré que me gusta el
arroz y no me gustan las alcachofas. Y tú, ¿cómo te llamas?
-María.
-A ver, María, d inos algo que te guste y otra cosa que no te
guste, que empiecen con la inicial de tu nombre.
-Me gustan las melcochas y no me gustan los mellocos.
-¿Y tú, cómo te llamas?
-Federico.
-Y, ¿qué más?
-¿Qué más, qué?
-¿Qué te gusta y qué no te gusta?
-No me gustan las ensaladas-. Todos nos reímos.
-Federico: cuéntanos algo que te guste y otra cosa que no te
guste, pero usa unas palabras que empiecen con la letra «f», como
«Federico».
-¡Ahhh! Me gustan las frutillas. No me gusta el frío.
Así nos fuimos presentando uno por uno, en med io de una
gran algarabía.
-Bueno, silencio, por favor. Silencio. ¡Shhhh…!
Ahora que ya nos hemos descubierto: nombres y gustos,
vamos a mirar por la ventana para descubrir el paisaje. ¿Qué se ve
afuera?
-¡El patio!
-¡Un jardín!
-La cancha.
-El cielo.
-Muy bien. Afuera está todo eso y otras cosas.
Adentro, estamos nosotros. Adentro y afuera son importantes
y cada cosa es para lo que es; aunque a veces, también puede ser
para algo más. Depende de nuestra imaginación y nuestro buen
sentido.
Por ejemplo: no nos vamos a poner a jugar al fútbol, aquí, en
el aula, pero tampoco vamos a tener siempre las clases aquí adentro.
¿Les gustaría que hoy tengamos clases en el jardín?
-¡Sí!
-¡Sí!
-¡Sí!
-Bueno, bueno, pero sólo si nos acordamos de que estamos
en clase y no en recreo. ¿Qué d icen?
-Salgamos, profe, salgamos.
-Está bien. Les tomo la palabra. Vamos a leer algo muy
importante, en el jardín.
Nos miramos las caras unos a otros; alzando las cejas, con
algún desconcierto. Eso de salir al jardín estaba bien, pero lo de leer
cosas importantes…
De todos modos, salimos, decid idos. La verdad es que el modo
de ser de la nueva profesora convence, inspira curiosidad. Además,     

tiene una manera de hablar que llama la atención: cambia de tonos
de voz, gesticula con la cara y con el cuerpo, sonríe con franqueza.
Pone mucho ánimo en lo que d ice y, a pesar de ser tan jovencita,
parece toda una mamá y dan ganas de hacerle caso.
Yo he salido un poco desconfiado, pero con interés. Esta profe
es como una caja de sorpresas:
dan ganas de abrirla para ver que salta de ella.
Sentados todos en la hierba, obedecimos cuando nos pid ió
silencio. Entonces, sólo se escuchó el trino de algún gorrión contento,
antes de que ella empezara:
Las brujas. Autor: Roald Dahl
En los cuentos de hadas, las brujas llevan siempre unos
sombreros negros ridículos y capas negras y van montadas
en el palo de una escoba. Pero este no es un cuento de
hadas. Este trata de BRUJAS DE VERDAD.
Lo más importante que debes aprender sobre las
BRUJAS DE VERDAD es lo siguiente. Escucha con mucho
cuidado. No olvides nunca lo que viene a continuación.
Las BRUJAS DE VERDAD visten ropa normal y tienen un
aspecto muy parecido al de las mujeres normales. Viven
en casas normales y hacen TRABAJOS NORMALES.
Por eso son tan d ifíciles de atrapar… Aunque tú no lo
sepas, puede que en la casa de alIado viva una bruja ahora
mismo.
O quizá fuera una bruja la mujer de ojos brillantes que
se sentó frente a ti en el autobús esta mañana. Pud iera
ser una bruja la señora de la sonrisa luminosa que te ofreció
un caramelo de una bolsa de papel blanco, en la calle,
antes de la comida. Hasta podría serio -y esto te hará dar
un brinco- hasta podría serio tu encantadora profesora,
la que te esta leyendo estas palabras en este mismo
momento. Mira con atención a esta profesora. Quizá
sonríe ante lo absurdo de semejante posibil idad. No dejes
que esto te despiste. Puede formar parte de su astucia.
No quiero decir, naturalmente, ni por un segundo, que tu 

profesora sea realmente bruja. Lo único que d igo es que
podría serio. Es muy improbable. Pero -y aquí viene el gran
‘’pero «- no es imposible.
Todos la escuchábamos con la boca abierta, en absoluto
silencio. Como que no existiera ninguna otra cosa más en el mundo
que la profe Anita y su voz misteriosa. A med ida que ella leía, me
entraban más y más dudas sobre su personalidad. Al fin y al cabo,
¿qué tal si fuera una BRUJA DE VERDAD?… Raro… Raro.
De repente paró de leer y nos d ijo que fuéramos a la biblioteca,
saquemos cinco libros de Las brujas, que estaban recién comprados
para nosotros, y que, en grupos de cinco alumnos, nos leamos el
capítulo de «Cómo reconocer a una bruja». Después, como deber,
inspirados en el tema, teníamos que hacer una pequeña redacción
contando sobre algún encuentro con una bruja. Mi redacción fue la
siguiente:

MI PROFESORA BRUJA

Con los enormes adelantos de la ciencia, las brujas
ya tienen caramelos que cambian el color de su
saliva azul a normal. Además, se han inventado
unos guantes de un material imitación piel humana,
para que no se vea que son guantes. Así que es
imposible darse cuenta si una bruja lleva guantes.
Por otra parte, ya no tienen que usar pelucas
antiguas, sino que se hacen implantaciones de
pelos donde médicos especialistas eh calvicie y se
dejan hasta largas trenzas rojas, gruesas y
brillantes.
De modo que ahora es mucho más difícil
reconocer a una BRUJA DE VERDAD.
Algo que también hay como disimular es la
pupila, porque ahora se ponen lentes de contacto
que cambian el color de los ojos.
Por otra parte, he oído decir que todas las
brujas modernas tienen pecas.

Y he visto en los ojos de la nueva profesora de
Castellano un destello especial. Algo así como un
fuego chispeante o un carbón encendido. La profe
Anita mira con candela y creo que con sus sola
mirada podría derretir el hielo y alegrar a la
persona más triste del mundo. Estoy empezando
a pensar que ella puede ser una BRUJA DE
VERDAD. Lo que sí me parece, es que no se
trata de una bruja cualquiera. Yo estoy convencido
de que sería una bruja especial. Una prueba de
ello es que no nos ha dicho que olemos a caca y,
además, tiene botitas y paraguas de pájaro como
Mary Poppins.
Yo creo que así cmo hay variedades de culebras:
unas pican y otras no pican, también debe haber
variedades de brujas.
La profe parece, como las hadas madrinas,
una «bruja madrina». Es decir, una bruja que no
es mala.

VIII

Los hechos misteriosos

La loca de la Chabica d ice que estoy enamorado de la profe Anita,
porque hago todo lo que me d ice, pero yo creo que más
bien tiene celos.
Además, no sólo yo, sino todos nos hemos leído Las brujas de
Roald Dahl, y nos ha parecido un libro buenazo; sólo que a mí me ha
dado un poco de pena el tema de los ratoncitos.
Esta profe también nos ha hecho leer El pequeño Nicolás, ese
libro que me regaló mi papá, ¿se acuerdan? Como yo ya conocía el
libro, me pareció lo máximo.
-Chicos, ahora vamos a leer un libro que estoy segura les va a
gustar tanto como Las brujas. Se llama El pequeño Nicolás y se trata…
Sí, Miguel, ¿qué nos quieres decir?
-Yo sé de qué se trata: se trata de unos niños de un colegio que
son unos band idos y de un fotógrafo que no les aguantó, y de que le
amarraron al papá a un árbol jugando a los cow boys y se olvidaron
hasta la noche, y de un inspector bravísimo que pide a todos que le
miren a los ojos y…
-¡Qué bien un niño lector. Una maravilla! ¿Y, te gustó?
-¡Claro! Además, tiene buenas ilustraciones. Sólo que no me
acabé porque lo leía cuando estaba enfermo, y como ya me curé.
Pero si quieren les cuento los capítulos que me leí.

-No, no, muchas gracias. Nos encanta que conozcas el libro,
pero es mejor que no nos cuentes mucho, así nosotros mismos lo
descubrimos ¿sí?, porque si no, ¿dónde está la gracia…?
En el recreo algunos se acercaron para que les contara El
pequeño Nicolás y, claro, yo les conté lo que me acordé. También me
inventé un poco, pero sólo un poco no más. Todos mis amigos
estaban admirados de mis conocimientos y d ijeron que ya se iban a
poner a leer lo más rápido, para hacer comentarios. Así que yo
también me puse a leer enseguida.
Ahora que ya me he terminado el libro, ni me ha parecido tan
largo. Las ciento treinta y nueve páginas pasaron, sin sentir, poquito
a poco. Sólo tengo un problema: que me da pena desped irme del
pequeño Nicolás, de Alcestes, Clotario, Eudes y los demás. Ya me
estaba acostumbrando a acompañarles por todo lado y a vivir con
ellos sus travesuras. Lo bueno es que la profe nos ha contado que
también hay otros libros del «pequeño Nicolás»: Los amiguetes del
pequeño Nicolás, Las vacaciones del pequeño Nicolás, Los recreos del
pequeño Nicolás y Joaquín tiene problemas. Este fin de semana, les
voy a ped ir a mi mami y a mi papi que me lleven a la librería y me
compren todos los libros del pequeño Nicolás.
Definitivamente, algo raro me está pasando, porque no sólo
tengo ganas, sino necesidad de leer libros de literatura. Y no creo
que sea cosa de enamoramiento sino, más bien, de brujería.
Además, no sólo soy yo. Cada vez me convenzo más de que la
profe Anita es bruja de verdad. Desde que ella llegó, la bibliotecaria
está cambiando de una manera que se nota. Nosotros creemos que
le embruja con unos chocolates Bios que le convida en el recreo y
con largas conversaciones de hipnotismo que tienen en las horas
libres.
Verán, para empezar, han cambiado los muebles y el decorado
de la Biblioteca: Antes había, altísimo en las paredes, los retratos de
todos los rectores del colegio desde el año de la chispa, y los libros,
que en su mayoría eran gordos negros y grandotes, estaban siempre
guardados con siete llaves en unas vitrinas de metal. Las mesas eran
como para Gulliver y tenían alineadas miles de sillas de tubos, con
forros de un material como cuero de mentira, azul marino. En las

esquinas del fondo de la Biblioteca estaban dos enormes banderas
de terciopelo descoloridas, una de Quito y otra del Ecuador. Todo,
los muebles y el decorado, olía a cuarto cerrado. En semejante
ambiente, no daba ganas ni de entrar.
Desde la otra semana, las dos profesoras, la Anita y la
bibliotecaria.’ han declarado «Abril, mes del libro», que es parte de
su tal «campaña de amigos de las palabras».
Primero, inauguraron la «cara nueva de la Biblioteca»: sin
vitrinas, con los libros en estantes abiertos, bajitos y coloridos. Han
cambiado las mesas grandes y pesadotas por pequeñas mesitas de
madera para cuatro sillas cómodas, livianas y pintadas de colores

agradables. También han pintado las paredes de un color blanco-
crema que hace a la habitación más clara y alegre. Han «puesto una

alfombra con cojines en un rincón, cortinas recogidas de flores, tres
sillones con forma de tortuga para sentarse a leer cuentos y un
mueblecito como mostrador de almacén con los libros nuevos.
De las paredes desaparecieron los señores serios y en su lugar
han colgado unos d iez afiches sobre el Día del Libro, con
ilustraciones de lo más alhajas. También han puesto una máscara
grandota de un león y un cartel con Snoopy que d ice «¡NO
RETOZAR!».
Hay muchos libros nuevos y revistas llenos de ilustraciones
coloridas, y desaparecieron esos librotes tristes que antes vivían
encarcelados en las vitrinas.
Aunque han d icho en ‘la asamblea del «minuto cívico» de este
lunes, que la señorita Ana Paloma Pérez ha estado asesorando para
«reorganizar» la biblioteca, a mí esto de la «asesoría» me suena a
cacho. ¡Qué va a ser asesoría, ni que pan caliente! Es BRU-JE-RÍ-A, es
pura brujería. Brujería de bruja embrujada, de trenza de fuego, de

leche con pulgas y nariz parada. Todo es obra de la bruja-foco-de-
cocina.

Las cosas, han cambiado de manera misteriosa; si hasta la
bibliotecaria parece otra persona: le ha cogido por sonreír a cada
momento y nos adula y anda convenciendo para que saquemos éste
o este otro librito. Se ha puesto un mand il azul cielo con botones de
todos los colores y un prendedor de gato (está loca). Además, se le

ha ocurrido un programa de «Ratones de Biblioteca», en el que
llenamos un «Pasaporte de Ratón», con una lista de los libros que
vamos leyendo y con algunos comentarios nuestros: si nos pareció
aburrido, más o menos, chistoso y otras cosas más. Entonces, ella
pone una cantidad de sellos en el pasaporte, como en el aeropuerto.
Con esta idea, los más chiquitos están completamente enloquecidos
y se pasan leyendo el libro de arañas, el de monos, el de insectos, el
de peces, el de planetas y El fantasma de palacio, y el del pequeño
oso que le cura al tigre que tiene movida una raya, El concierto de
flauta, Qué le pasa a Momo, Kiwi, Gracias, Juan y el monstruo,
Wally y otros más que yo ya me leí.
No es que yo sea un novelero, pero sí me ha gustado esto del
pasaporte, porque así, yo tengo una lista de los libros que voy leyendo
y después no me olvido.
Al final del trimestre, nos ha entregado unos d iplomas
ridículos con un d ibujo de ratoncito a los «Ratones de Biblioteca». A
mí me ha tocado uno y lo he guardado en una carpeta junto con mi
certificado del curso de natación de las vacaciones, y el d iploma del
torneo de karate, en el que participé, aunque todos me ganaron.
Por último, el otro día, que junto con el Cuico y la Chabela
estábamos en la biblioteca, pasaron
cosas rarísimas. Primero la conversación en clave y luego…
-¡Hola, Miguel! ¿Sabes que te estás convirtiendo en el ratón
más grande de tu grado?
-¿Cómo es eso? Yo no veo que haya crecido y no tengo ni pelos
ni rabo?
-Quiero decir que eres el niño de quinto grado que más libros
saca de la Biblioteca.
-¡IMPOSIBLE! Yo odio los libros y a las bibliotecarias.
-Tienes razón. Yo también, od io los niños, que me desordenen
las cosas, que hagan bulla, y que cojan «mis libros».
-Cierto.
La bibliotecaria y yo nos mirábamos con una sonrisa de
complicidad y nos entendíamos casi por obra de magia. De pronto
nos interrumpieron las voces de la Isabel y el Eduardo que gritaban
asomados a la ventana de la Biblioteca.

-¡Miguel, Miguel! ¡Ven a ver!
Por el cielo, en un atardecer completamente despejado, con
un fondo azulísimo y brillante, juro que vimos pasar a la profesora
Anita Paloma, volando en una escoba de doble turbina. La
bibliotecaria dice que de gana hacemos tanto escándalo para no más
de un pájaro.

GLOSARIO:
1. «Book of Birds»: Libro de pájaros.
2. acholó: avergonzó, sonrojó.
3. alhaja: agradable, bonito.
4. bestial: fenomenal, magnífica, maravillosa.
5. cacho: mentira, engaño.
6. capibara: es el roedor más grande del mundo, vive en la Cuenca
Amazónica, en los bosques húmedos, cerca de los ríos. Es
vegetariano y un gran nadador.
7. caracho: caramba.
8. catzo: en quichua, escarabajo.
9. chimbas: algo «chimbo» es algo de segunda categoría,
falsificado, o que no vale.
10.chimbilaco: en quichua murciélago. En sentido figurado torpe
(se supone que un murciélago de día se comporta con cierta
torpeza).
11.chucuris: viven en la Región Interand ina, hasta a 4.000 m de
altura. Les encanta matar a los cuyes, ratas y ratones. Son
carnívoros, de cuerpo alargado y terriblemente sanguinarios.
12.cuco: «coco»; fantasma inventado para meter miedo a los
niños.
13. Cuico: En Quichua, «cuica» lombriz, por asociación, cuico –
flaco.
14.Dahl, Roald, Las brujas.
15.dantas: la danta o tapir de montaña es un mamífero grande –
casi como un burro-. Vive en las frías montañas del Ecuador y
los Andes de América del Sur y sus estribaciones. Es herbívoro.
Es una especie en extinción. Su carne es comestible y sabrosa.
16.El gato duerme sobre la alfombra. La campana suena. El gato
corre y rompe el huevo de la taza.
17. esmirriado: flaco, extenuado, consumido.
18.fregarse: fastid iarse, meterse en líos.
19.frutillas: fresas.
20.goce: «ser un goce» es ser chistoso y simpático.
21.Goscinny, René, El pequeño Nicolás.

38
22.guagua chognoso: niño legañoso.
23.guaguas shunshos: niños bobalicones (en quichua).
24.guamra: Joven.
25.guatusas: viven en las zonas tropicales del Ecuador, en troncos
huecos o cuevas. Es un roedor que llega a los 60 cm. de largo.
Son vivarachos, ágiles y tienen una carne deliciosa.
26.hablarle: sentido figurado de regañarle.
27.hacerte el mucho: hacerse el importante, darse tono.
28.inmarcesible: que no se puede marchitar.
29.lata: pura palabrería sin valor.
30.loa: breve poema dramático.
31.maestro: algo que está muy, pero muy bien.
32.Mary Poppins: es uno de los personajes entrañables de la
película musical infantil que lleva el mismo nombre. Es una
película inolvidable que recomiendo ver a quienes no la hayan
visto.
33.mecha: «ser una mecha» es manera familiar de decir que no
se sirve para algo, o que se ocasiona problemas.
34.melcochas: especie de caramelo chicloso hecho de raspadura
(panela).
35.mellocos: tubérculos babosos parecidos a las papas.
36.mushpa: en quichua, igual que «shunsho»; bobo.
37. ocelote: tigrillo. Es como un gato atigrado, muy grande; vive
en las selvas de la Costa y el Oriente.
38.Oriente: la Amazonía.
39.patazo: patada.
40.Plenísimo: es algo muy bueno, algo «chévere», «tuco»,
«bestial», entretenido.
41.prístino: antiguo, primitivo, original.
42.pristiño: postre que consiste en redondeles de harina en forma
de estrellita y que se come con miel de raspadura (panela).
43.púchicas: pucha, caramba.
44.pupo: ombligo.
45.raspa: reprimenda, reconvención.
46.rezuma: deja pasar.

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47.SAETA: aerolínea ecuatoriana.
48.saeta: una especie de flecha.
49.Taza, gato, alfombra, campana, huevo.
50.ticher: teacher (profesora).
51.tontera: tontería.
52.tuca: estupenda, maravillosa, «chévere».
53.tuco: «tuco» no sólo quiere decir bestial. En este caso «tuco»
es fuerte, grande, fortachón.
54.turro: aburrido, desagradable, antipático.

Este libro es una edición
especial realizada
artesanalmente en la
computadora
de Raquel M. Barthe,
especialmente para
ser leída en pantalla en las
Bibliotecas Escolares,
el día 21 de setiembre de

2011

Historias con Teresa 2022, diciembre

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