Allí afuera está el mundo. Sergio tiene planeado recorrerlo algún día. Puede parecer una empresa ambiciosa, pero permítanme hacer algunas aclaraciones.
Digamos que para Sergio el mundo se reduce a su ciudad, específicamente al centro de ella, y eso sería decir mucho.
Se levantó de la cama muy temprano, tiene que organizarse para la expedición, planea ir al museo.
Mientras desayuna organiza mentalmente el día. No sabe si ir por la mañana o por la tarde. Esto puede parecer un detalle nimio pero es determinante. Si decide ir por la mañana debería apurar el desayuno y alistarse ya mismo. Claro que antes tiene que tender la cama, lavar los platos que quedaron de ayer y limpiar el piso de la cocina, anoche derramó salsa de tomate. Luego está la situación del almuerzo. Si decide ir por la mañana tendrá que optar entre almorzar en algún bar que le quede de paso o preparar una vianda y almorzar en alguna plaza. En cambio si elige hacer la visita al museo por la tarde, luego del almuerzo, podría contar con algo más de tiempo para limpiar la cocina, pero claro, la cuestión del almuerzo seguiría sin resolverse. Si almuerza en la casa tiene que cocinar y no recuerda sí los víveres de la alacena son lo suficientemente distintos entre sí como para realizar alguna alquimia comestible.
Consulta la hora, son las nueve y cinco de la mañana y aún no se decide. Acelera el trámite del desayuno, vuelve al dormitorio y comienza a tender la cama. Primero coloca la funda del somier. Detesta esa incómoda sábana con elásticos en las esquinas que siempre están estirados o en ocasiones aún más trágicas son demasiado cortos y no logran aferrarse del todo al colchón. A continuación coloca la sábana superior mientras piensa que, ya sea de mañana o de tarde, usará la bicicleta para ir al museo. Se inquieta por un momento, abandona el tendido de las sábanas y corre hasta la computadora, es necesario hacer las averiguaciones pertinentes para una correcta y segura expedición en bicicleta. A saber: Rutas de acceso y pronóstico del tiempo.
Analiza tres posibles caminos, dos de ellos le parecen bastante apropiados, tiene que elegir uno, pero claro, ¿qué sentido tiene elegir la ruta sin antes saber si el clima será favorable?. El reporte del tiempo anticipa un día soleado, mínima de 18°, máxima de 29°, con nubosidad variable para la tarde. ¿Qué querrá decir “nubosidad variable”? Vuelve al cuarto, recoge la sábana a medio tender y piensa que si la nubosidad variable trae consigo alguna lluvia se abren ante sí tres posibilidades.
1) ir en bicicleta por la mañana y evitar las posibles inclemencias climáticas (quedando pendiente de resolución el ítem almuerzo.)
2) ir en bicicleta por la tarde y arriesgarse a que la “nubosidad variable” se transforme en una tormenta que lo sorprenda en el peor de los medios de locomoción para tales escenarios.
3) Abandonar definitivamente la idea de ir en bicicleta y optar por tomar el colectivo. (ya sea por la mañana o por la tarde)
No se decide, termina de tender la cama y consulta la hora en el celular, las diez de la mañana. Con el teléfono en la mano recuerda que tiene mensajes de ayer sin responder. Va hasta la cocina, enciende una hornalla, calienta el agua para una segunda tanda de mates y comienza a contestar los mensajes de whatsapp, nada importante, pero Sergio es muy atento y bastante meticuloso, no le gusta tener pendientes. Luego echa una mirada general a la cocina, se ve desordenada, tiene platos, ollas y sartenes por lavar. Mira al piso, la mancha de salsa de tomate sigue exactamente donde la recuerda de anoche, toma el detergente, la esponja y comienza a lavar los platos mientras piensa en que tendría que ducharse, con todo lo que esa actividad demanda. Si se ducha no hará a tiempo para ir al museo por la mañana, no si pretende almorzar en la plaza. Hace cálculos mentales, no le dan los tiempos para la ducha y luego preparar un sandwich o algún tente en pie.
Siempre está la opción de comer algo en un bar, eso le daría al menos cuarenta minutos extra. No, almorzar afuera no, en la zona de los museos los bares te matan con los precios, Sergio tiene un presupuesto muy acotado, está tratando de hacer algunos ahorros para las vacaciones.
Entra en el baño, abre la canilla de la ducha y deja correr el agua hasta verificar con la palma de la mano que la temperatura es la indicada, ni muy fría ni muy caliente, ricitos de oro. Se quita la ropa y vuelve a consultar la hora antes de entrar en la bañera. ¡Las once y cuarto!. Está decidido, queda descartada la excursión en el turno mañana. Cierra la canilla de la ducha y vuelve a vestirse, dispone de varias horas libres luego de que la visita al museo quedará aplazada para la tarde. Pero veamos, ¿qué es exactamente “la tarde”?, ¿las dos, las tres, las cuatro?
De regreso en la cocina mira dentro de la heladera y encuentra el pollo que ayer bajó del freezer, ya está descongelado, no lo puede volver a freezar, ni tampoco demorarse demasiado en cocinarlo. “Un pollo entero para mí solo es mucho” dice para sí mismo. No tiene más remedio, pone el pollo en el horno junto con una guarnición de papas, busca su celular y le envía un mensaje a Nicolas, su hermano, invitándolo a almorzar. Le explica que tiene planeado ir al museo por la tarde, pero que está cocinando un pollo entero y le parece demasiado para él solo. “no traigas vino que después me mamo y no hago nada” agrega al final. Envía el mensaje y se queda esperando a que le clave el visto. Mientras tanto regresa al baño, mira la ducha y piensa que sería mejor bañarse ahora, con la panza aún vacía, pero es demasiado arriesgado, tiene el pollo en el horno. Mientras se decide ve una mancha de sarro en la bañera y en un movimiento automático busca detrás del bidet el frasco de limpiador abrasivo y la esponja y comienza a pulir la superficie de la bañera, por un momento deja de pensar en la salida de la tarde. Luego de varios minutos la bañera queda reluciente. El limpiador resultó ser más eficaz de lo que pensaba. Entusiasmado corre hasta la cocina e intenta eliminar las manchas de sarro de la pileta, luego consulta su celular, Nicolas contestó a su mensaje con un pulgar arriba, ya son las doce y cincuenta y seis. Abre el horno para controlar el pollo, tiene como para una hora y media más de cocción. Se arrepiente de haberlo descongelado. Con algo de suerte tal vez pueda resolver todo lo del almuerzo con su hermano a eso de las cuatro y luego pasar aunque más no sea por un rato por el museo.
Se traslada al living, se deja caer en el sillón, está cansado. Mira al techo y recuerda que la araña tiene dos focos quemados. Qué va a pensar Nicolas cuando venga, él se fija en todos los detalles. Junta coraje y va en busca de la escalera para alcanzar la araña y reemplazar los focos malogrados. La escalera está guardada en el sótano, junto con otro montón de cosas que fue dando por perdidas con los años. Sergio tiene miedo de bajar al sótano, cada vez que lo hace siente una presencia fantasmal. No tiene más remedio que ir, los techos de su casa son demasiado altos, necesita la escalera. Baja con sigilo escalón por escalón, siente un escalofrío en la nuca. Al llegar al final de la escalera escucha una voz que le dice “Nunca te voy a dejar ir”. Sergio se estremece pero no se aterra, conoce esa voz, es la voz de la casa “Nunca te voy a dejar ir” repite la casa.
Sergio regresa a la planta baja, apaga el horno, cancela el almuerzo con Nicolas y se tira en el sillón a mirar una serie en Netflix.
Bostezando se dice a sí mismo “el próximo domingo me organizo mejor y voy al cine”
Mario Polverigiani.
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