El hipo de Schrödinger

El hipo de Schrödinger

Hace tantos años que el tío Oscár es parte de la familia que terminamos por acostumbrarnos a él, casi a quererlo. Nunca había representado ningún tipo de molestia hasta ahora. Si bien vivimos todos juntos en el mismo departamento del barrio de Villa Crespo, el tío Oscar pasa casi desapercibido, digamos que no se hace notar. Nunca tuvo hijos, ni se casó. No le conocimos amores y con el tiempo fue perdiendo los pocos amigos que tenía, algunos porque dejaron de quererlo, otros simplemente dejaron de vivir. El tío es el hermano mayor de papá, le lleva quince años. Mamá lo quiere como se quiere a un canario, se acuerda de él cuando lo escucha cantar algún bolero. El tío Oscar es muy afinado. Matilda, mi hermana menor, también lo es, pero a diferencia del tío ella prefiere no cantar.

Con los años el tío Oscar se ha vuelto propenso a visitar al médico ante cualquier signo de fatiga, sarpullido, molestia muscular o inexactitud horaria en el movimiento de los intestinos. Es por eso que la semana pasada nadie se sorprendió cuando regresó de la consulta del médico y nos anunció que lo había diagnosticado con “el hipo de Schrödinger”.

El médico le explicó que era una condición muy delicada. El hipo de Schrödinger mantiene algunas diferencias con el hipo común y silvestre que todos conocemos y que alguna vez hemos padecido. Una de las características de este tipo de hipo radica en la periodicidad de la acción de hipar. En estos casos y a diferencia del hipo común, el paciente no “hipa” de manera periódica, constante, de cuantos separados por intervalos regulares de tiempo. Por el contrario, los afectados por este raro caso de hipo “hipan” una vez, cuando mucho dos y luego pueden permanecer sin hipar por días, hasta incluso semanas. Pero en los casos más agudos, es posible que el paciente hipe tres veces consecutivas, y en esos casos el asunto se pone serio, según dijo el tío Oscar, y cito sus palabras “Al tercer hipo no sé qué cosa pasa con la continuidad espacio tiempo, los estados entrelazados y las dimensiones paralelas, la verdad es que no le entendí un carajo esa parte”. En casa no somos luminarias del conocimiento. Papá tiene una ferretería, mamá es peluquera, Matilda aún está en la secundaria, y yo bien, gracias. Es por eso que toda la explicación de los tres hipos consecutivos nos sonó a mandarín para principiantes.

Los días pasaron sin sobresaltos. El domingo por la mañana mientras desayunábamos en familia, el tío Oscár hipó una vez. Todos levantamos la cabeza de nuestros celulares y miramos expectantes al pobre tío a la espera de un segundo hipo. El tío nos miró con desasosiego, con la típica expresión de alumno que no sabe la respuesta durante un examen oral. Luego se encogió de hombros y continuó con la tarea de untar una tostada con manteca. No hubo un segundo hipo. El martes todos escuchamos al menos un hipo proveniente del baño, Matilda dice que fueron dos. Nos pareció un poco descortés preguntarle al tío cuántos o cuáles fueron los hipos, sobre todo en la situación de desventaja moral en la que se hallaba en ese preciso momento.

Serían pasadas las tres de la tarde del día jueves cuando escuchamos tres hipos rítmicos, contundentes, regulares, y trágicamente consecutivos, que venían desde el living. La casa comenzó a temblar. Los cuadros en las paredes no pudieron soportar el sismo y cayeron al suelo. La lámpara del living se sacudió con fuerza como un péndulo, las luces de todas las habitaciones comenzaron a parpadear. El televisor dejó de transmitir. Todo el evento duró no más de treinta segundos. Instintivamente, corrimos hasta encontrarnos en el centro del living. Lo primero que pensamos fue que acabábamos de experimentar un terremoto, pero era una posibilidad un tanto extraña dada la región de llanura pampeana en la que se encuentra Buenos Aires, y más específicamente el barrio de Villa Crespo. Papá se asomó por la ventana más preocupado por la integridad de su auto que por la salud de la humanidad y no pudo creer lo que sus ojos le mostraban. Uno por uno nos asomamos por la ventana y no vimos nada. Cuando digo nada me refiero a nada de nada. No había Villa Crespo, ni Buenos Aires. No había personas, ni perros, ni gatos. No había nada. Solo un vacío infinito y muy blanco.

A mi me resonó lo del tal Schrödinger y su hipo. Alguna vez alguien me contó algo de un gato de un tal señor Schrödinger, y que se le había muerto, pero que después parecía que no, que el gato vivía en otra dimensión. En su momento creí que se trataba del argumento de una película de bajo presupuesto. Estaba cada vez más claro que todo el asunto del hipo de Schrödinger que afectaba al tío Oscar tenía algo que ver. Intentamos buscar información en internet, pero fue en vano, los celulares no funcionaban, las computadoras tampoco. Papá se acordó de unas enciclopedias que había comprado a algún vendedor ambulante del barrio. Mamá se lo había reprochado mucho -“¿A vos te parece gastar plata en esos bodoques inútiles teniendo Google que es gratis?” habían sido las palabras de mamá, pero papá le contestó que algún día nos iban a servir de algo. Hoy era ese día, y papá no pudo evitar mirar a mamá con aires de superioridad. Consultamos el índice de la enciclopedia y encontramos la enfermedad en cuestión en la letra ese, “Schrödinger, hipo de” Leímos con mucha atención. Me tomo la libertad de transcribir las partes más esclarecedoras del texto; “El paciente afectado por el hipo de Schrödinger, al hipar tres veces consecutivas tiende a duplicar su existencia y la de cualquier ser vivo que se encuentre en la cercanía, trasladando a las copias de sí mismo y de los desgraciados en las inmediaciones a un universo paralelo, en una superposición cuántica, permaneciendo en el universo de origen el portador de la enfermedad, quien puede repetir la acción anteriormente descrita de manera indefinida. Se desconoce si las copias que van a dar a otros universos mantienen la facultad de hipar y así crear nuevas copias y habitar nuevos universos en una multiplicación que tiende al infinito. La enfermedad no tiene cura conocida, al menos no en el universo desde donde se escribe esta enciclopedia”

“Estamos fritos” alcanzó a decir mi padre luego de comprender el significado del texto que acababa de leer por cuarta vez.

Estábamos en un universo paralelo, en este caso un universo vacío, un universo donde solo existían las leyes de la física tal y como las conocíamos en nuestro universo de origen, pero sin otra materia más que la de nuestros cuerpos y, extrañamente, nuestro departamento.

La única esperanza que teníamos para salir de ese universo “nada” y transportarnos a un nuevo universo con algo más que nosotros mismos, era que el tío Oscar volviera a hipar tres veces consecutivas. Por esa razón fue que durante días nos cuidamos de asustar al tío, pues ya sabemos que el hipo se cura de un susto. Racionamos la comida y reservamos para el tío Oscar los alimentos más secos, tales como vainilla, galletas, huevos duros, budines viejos etcétera, con la intención de que estos alimentos se atorasen en el tracto digestivo del pobre tío, provocando así el hipo cuántico transportador.

Por suerte no tuvimos que esperar mucho, al menos eso fue lo que nos pareció, ya que en un universo vacío no existe otro marco de referencia temporal que nosotros mismos. Sea como sea, estuvimos de acuerdo en que no fue larga la espera. El tío Oscar nos bendijo con sus tres hipos y el departamento comenzó a temblar. Habíamos tomado la precaución de descolgar los cuadros y sujetar el aparador del living donde mamá guardaba la vajilla que solo se usa cuando hay invitados. Al llegar a la nueva dimensión y asomarnos por la ventana comprobamos que Villa Crespo estaba como siempre, en el mismo lugar, a tres pisos por escalera debajo de nuestros pies. Los celulares volvieron a funcionar, Google también. Todo parecía haber vuelto a la normalidad. Buscamos cualquier tipo de señal que nos diera una pista sobre si estábamos en nuestro universo de origen o en otro muy similar. Tardamos dos días en saber que habitabamos un universo alternativo. Lo descubrimos al ver un almanaque. Era el año 4185. Diciembre tenía treinta y tres días. El fin de año se festejaba en un dia llamado “Caktum barak” que estaba entre el ya mencionado treinta y tres de diciembre y el primero de enero, que duraba solo doce horas, momento en el que descendía del cielo el dragón oficial del imperio, montado por el emperador “Pao Zucchini Ra” quien luego de incendiar ciudades, daba inicio al ciclo de seis meses de permanente oscuridad con temperaturas bajo cero. Todo el ritual terminaba en Junio y daba paso a los conocidos Julio, Agosto, Septiembre, Octubre y Diciembre, Noviembre había sido eliminado del almanaque por orden del odontólogo del emperador, bajo la creencia de que en ese mes las muelas no se pican de caries. Era mucha información para asimilar, al menos yo no estaba seguro de poder vivir sin Noviembre en el almanaque.

Por suerte a las pocas semanas el tío tocó a sus tres hipos como si de campanas de fiesta se tratasen y todos fuimos enviados a un nuevo universo. Mamá pudo acompañarnos de pura casualidad ya que había llegado minutos antes de “universotransportarnos” por haber pasado toda la mañana haciéndole la permanente a la hija de “Pao Zucchini Ra”

Al llegar al nuevo universo no tuvimos dudas de que aquel no era nuestro sitio. La humanidad toda había tomado la decisión de no volver a ver. Esta costumbre se había instalado hacía milenios. Los motivos eran un misterio. Para lograr su cometido había quienes apretaban sus párpados con fuerza, otros se tapaban con las palmas de sus manos, algunos llegaban a vendarse la cabeza completa, dejando solamente un par de orificios por donde respirar y comer. Iban por las calles a los tumbos, los automóviles chocaban a cada momento, los cafés eran endulzados con sal y las ensaladas aderezadas con azúcar. Los transeúntes levantaban el brazo para detener taxis que nunca estaban allí donde se creía. Las cartas no eran leídas, la televisión no había sido inventada. La gente parecía feliz. Nuestra familia no tardó mucho en adaptarse a esta nueva realidad. Matilda da el presente en la escuela y vuelve a casa sin haber pasado más de diez minutos en el aula. Mamá le hace a todas sus clientas el mismo corte de pelo y nadie lo nota. En la ferretería de papá la venta es mala como siempre. El tío Oscar y yo decidimos vagar desnudos por las calles de Villa Crespo y saludar a todos con alegría. El hipo de Schrödinger parece haber terminado. Después de todo no hay mal que dure cien años.

Mario Polverigiani.

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