Mapas

Ya no le quedaban
fuerzas, estaba exhausta. El hambre, el sueño y los calambres la
habían debilitado demasiado. No recordaba cuantas lunas habían
pasado desde la última vez que había podido dormir más de una
hora. Recordaba con una mezcla de asco y culpa lo último que había
podido llevar a la barriga; un mendrugo de pan duro y un pedazo de
queso rancio que consiguió de un sucio mercader que apestaba a
orines y cerveza de moras al que había accedido dejar que profanara
su cuerpo.

-¡¡Deja de
quejarte sucia arpía!! ¡¡Es todo lo que mereces!!-le había
gritado el malnacido luego de haber saciado sus lujuria en ella,
mientras se abrochaba la faja en un prominente y desagradable
estómago que asomaba debajo de una camisa manchada con grasa.

Se sentía
sucia por eso…pero haría lo que fuese por mantener a su crío con
vida.

-¿Esto es
todo lo que vas a darme?-le preguntó ella entre sollozos…-no puedo
comer esto, está podrido y no es lo que me habías prometido…

-Cierra ese
pico si no quieres que te descubran y acabemos los dos colgados en la
Plaza del Juglar!! Es más de lo que te mereces, te he dado comida y
una cama en la que pasar la noche, arriesgando mi pellejo por
protegerte. No sé de qué te estas quejando, después de todo no
debe de haberte costado nada abrir esas putas piernas… ¡¡las de
tu clase son todas unas prostitutas!! El rey quiere tu cabeza
clavada en una pica y la de todo aquél que se interponga en su
camino.

-¡¡Eso es
mentira!!-estalló ella-no es el rey quien ordenó mi caza. Es la
chusma, la plebe inmunda; que sea diferente no me hace una amenaza.

-¿No lo
eres?-pregunto el mercader con una sonrisa irónica que dejaba ver un
horrendo hueco en el que antes habían estado alojados tres dientes
de oro.

-Tú no sabes
quién soy-murmuró mirando hacia el montón de paja y pieles de
perro que el mercader había tendido sobre el suelo del oscuro sótano
de su mugrosa choza.

Una cama había
dicho él, esa porquería no era digna ni de tener una rata durmiendo
en ella, pero había sido suficiente para poder reponer un poco las
energías que llevaba perdiendo a causa de amamantar a su retoño y
no comer nada a cambio…Sobre las pieles se encontraba un bulto
rosado envuelto en linos sucios pero cálidos para protegerlo…La
criatura comenzó a aullar de hambre…

-¡¡Haz que
ese saco de carne con ojos se calle!! ¡¡Voy a arrojárselo a los
cerdos si no lo haces!!-gritó en su cara el obeso comerciante. Su
pútrido aliento apestaba a una mezcla de mierda con ajo.

Ella levantó
al niño y le dirigió su pequeña y rosada boca a su pecho
izquierdo. La criatura comenzó a devorar con avidez lo que podía
extraer de su ser… Sintió un dolor intenso, mucho más fuerte que
la última vez… Necesitaba comer algo urgente… Cerró los ojos
mientras tragaba su «banquete» intentando no devolverlo
desde su interior.

-Debo irme a
trabajar-farfulló el mercader-no intentes hacer nada estúpido o te
despellejaré viva-cerró la puerta tras de él y hecho llave.

Se pasó el
día dormitando entre pausas, y se despertaba sobresaltada ante el
menor ruido proveniente de las callejuelas de la aldea. Pasos de
gente, de caballos, gritos de comerciantes, risas de niños jugando y
demás ruidos que provenían del exterior hicieron que su descanso
fuera una alerta constante. En los momentos en los que dormía soñaba
con su anterior vida… unos años atrás, en su tierra natal a
muchos kilómetros de distancia de donde se encontraba ahora. Había
tenido una infancia de ensueño, una vida de princesa dentro de lo
que se podía en esas tierras. Hasta ese maldito día en el que
cumplió diecisiete años de su nacimiento y su hermano enloqueció.
Se volvió sombrío, maligno y a sangre fría asesinó a sus propios
padres en su presencia. Había intentado hacer lo mismo con ella y lo
hubiese logrado de no ser porque el Protector Real había acudido a
los aposentos en respuesta a sus gritos. Contrariamente a lo que ella
esperaba, el caballero que protegía la vida de sus padres hasta ese
momento se mostró aterrorizado ante la presencia de su hermano
menor. No podía creerlo; como un maduro y experimentado caballero de
combate como lo era Sir Lui parecía paralizado por el miedo al tener
que enfrentar a un jovencito de tan solo quince años de edad.

-¡¡Huya
señorita!! ¡¡Ahora!!-le había gritado el caballero mientras se
interponía entre ella y su hermano a quien ya no reconocía… había
algo extraño en esos ojos, no era él…

Logró huir
del palacio con ayuda de un par de guardias que la escoltaron por los
pasadizos húmedos de la fortaleza. Luego de eso habían estado
viajando por incontables lunas hasta llegar a lo que parecía un
muelle. No había luna por lo que estaba demasiado oscuro para ver
donde estaban pero aún así lograba divisar los mástiles y las
velas de un navío en las frías aguas. Escuchó voces raras,
murmullos nerviosos, lenguas que desconocía, sonidos metálicos de
armaduras… Hasta que un rugido inhumano desgarrador desde el otro
extremo de la playa rompió la falsa tranquilidad que había en la
atmósfera.

Los dos
guardias que hasta ese entonces la habían acompañado corrieron
hacia las figuras que se acercaban desde las sombras mientras una
mano fuerte la tomó de la cintura y la alzó sobre un hombro fornido
y la dirigía hacia la embarcación. La nave comenzó a moverse
perezosamente alejándose de la costa y sus gritos opacaban los
alaridos de sus últimos protectores al ser desmembrados por las
criaturas que los habían estado acechando…

Varios años
después, estaba en la misma situación, perseguida sin siquiera
saber por qué… pensó que así debería sentirse una liebre
silvestre al ser perseguida por los huargos de los bosques que
rodeaban las casitas del pueblo donde estaba ahora, y concluyó en
que el animal corría con mejor suerte que ella misma ya que huir de
los depredadores era la ley de la vida animal, ella se sentía como
eso en ese mismo instante, un animal, huyendo de depredadores que no
iban a darle explicaciones al menos.

Pensó en el
padre de su hijo, ojalá estuviera ahí con ella, él podría
protegerla pero era imposible en este caso, había partido hacía la
guerra, una de las tantas que azotaban esas miserables tierras.
Debido a su presente él no vivía con ellos, no podría haberlo
hecho, pero los visitaba con frecuencia y hacía que no les faltase
nada.

Era de noche
cuando regresó el mercader, se sentó a la mesa y abrió uno de los
sacos que traía consigo. Mientras extraía unas botellas de vino
barato, panes, y unas manzanas de cactus le enseñó un trozo de
papiro sucio en el que se veía unos extraños símbolos que ella no
alcanzaba a divisar bajo la débil luz que emanaba una casi consumida
vela sobre un viejo candelabro.

-Han puesto
precio por tu captura, escoria-le escupió en el rostro-maldita sea,
cinco mil gofres por entregarte. Por los Albireos!! ¡¡cinco mil!!
¡¡Eso es el doble de lo que puedo obtener en todo un año de
matarme trabajando!! Pero creo que prefiero seguir con compañía un
par de noches más-y la miró fijamente.

Ella lo vio
en sus diminutos ojos, estaba perdida, el muy hijo de una cerda iba a
entregarla. Sabía que mentía… con esa cantidad de dinero podía
tener por bastante tiempo a la mejor prostituta del pueblo, incluso
de la ciudadela así que su frágil y debilitado cuerpo sería
desechable para él. No podía dejar que eso ocurriera, no iba a
dejar que eso ocurriera.

Antes de que
el mercader tuviese tiempo a reaccionar, tomó el candelabro y lo
hizo estallar en su frente en una explosión de sangre, cera
derretida y fuego. Corrió hacia su hijo, lo tomó en brazos y sin
importarle quién pudiese verla salió a la calle. La helada neblina
de la noche la envolvió y comenzó a correr en dirección hacia el
bosque. Sabía que prácticamente no tenía posibilidad de sobrevivir
con las bestias que moraban en él pero no le importaba, debía huir
de la aldea, debía alejarse todo lo posible.

Su corazón
se aceleró alocadamente cuando escuchó a la distancia los gritos
del mercader.

-¡¡Maldita
cerda inmunda!! ¡¡Hija de mil perras!! ¡¡Guardias!! ¡¡La
fugitiva!!! Se escapa hacia el Bosque Ureal!! ¡¡Rápido!!

Sintió los
relinchos de caballos y hombres gritar maldiciones que no alcanzaba a
distinguir…corría lo más deprisa que su demacrado cuerpo le
permitía.

Se internó
en la oscuridad de los árboles. Las hiedras le arañaban el rostro y
los brazos, que utilizaba para proteger el cálido bulto que se
agitaba y lloraba contra su pecho. Las zarzas silvestres le
lastimaban las piernas con sus espinas haciéndola sangrar pero no
podía detenerse, estaba sin aliento pero aun así continuaba
corriendo en la oscuridad intentando esquivar árboles a su paso.
Pasó por debajo de un manzanar de cactus y una de sus ramas le dio
en pleno rostro produciendo una herida en su labio superior que
comenzó a emanar sangre. Sintió el férreo sabor en su lengua y
comenzó a llorar mientras corría. Estaba quebrada, sabía que ya no
llegaría muy lejos. Su hijo…su bebé. No podía terminar todo de
esa forma…

-”Por qué
a mí?”-su mente y su corazón iban a toda velocidad, sus piernas
ya no.

Creía que ya
los había perdido cuando sintió un silbido a sus espaldas seguido
del dolor más fuerte que jamás pudo haber imaginado. Cayó al barro
abrazada a su criatura. Estaba en su muslo derecho. Era como fuego
que la quemaba dejándola ciega de dolor… Aullaba sin importarle
que sus gritos guiasen a sus persecutores.

De entre las
sombras comenzó a divisar las luces de una candela y mientras se
tocaba la fina vara que atravesaba su pierna cerca de la cadera
comprobó con esa luz que se trataba de una flecha. Su pierna
vomitaba sangre al igual que su boca, que todo su ser. Su bebé no
paraba de llorar.

Apareció
desde detrás de una inmensa roca, traía una antorcha en su mano
izquierda, en la derecha un arco de caza largo, y en su espalda un
mandoble reluciente que brillaba con el fuego. Llevaba una capa de
retazos de tela granate y una armadura que reconoció como la de la
guardia de la villa.

-Al fin te
tenemos querida-dijo el soldado mientras dejaba el arco a un lado y
tomaba una cuerda que estaba enrollada en su cinturón-la gente del
pueblo me proclamará como un héroe.

-Llévame a
mí por favor-le gritó suplicando ella-te lo pido por favor, hagan
conmigo lo que quieran pero dejen a mi hijo vivir… déjenlo en paz,
se lo suplico.

-Vaya, vaya.
Menuda sorpresa tenemos aquí. Así que no solo te contentas con
infestar estas tierras, ¿sino que también osas dejar tu semilla
bastarda para continuar con tu legado eh?-rió sorprendido el soldado
mientras comenzaba a pasar la cuerda por sus muñecas-seré más
héroe aun cuando sepan que atrapé a la aberración y degollé a su
asqueroso cachorro.

Sintió como
su dolor se transformaba en ira y miedo a la vez.-¡¡No!! ¡¡Por
favor!!-le imploró.

Se escuchó
un sonido de ramas crujir y los pasos de un caballo, apareció a la
luz un hombre alto con armadura plateada y capa oscura, un escudo en
su brazo izquierdo y una espada ancha y corta en su cintura.

-¡Soldado!
Entrégueme a la prisionera-le dijo en voz alta y firme a su captor.

-¡Lord! Que
sorpresa verle-exclamó el soldado, con voz por demás aduladora y
falsa-creíamos que estaba…

-¡Silencio!-ordenó
el hombre mientras descendía de su caballo-voy a llevar a la
prisionera a palacio real, a la mazmorra.

-Pero
Milord-pareció contrariado el soldado raso-no quiero importunaros
pero el Rey está demasiado ocupado con la guerra, concédanos el
deseo de acabar nosotros con estos menesteres, sin ofender por
supuesto.

-He dicho que
me llevo a la prisionera-dijo con voz calmada el llamado Lord. Acto
seguido desenvainó rápidamente su espada, un instante antes de que
el otro pudiera hacer lo mismo con su mandoble: y la condujo
directamente a la garganta del guardia. Ella contemplaba todo,
aturdida por el dolor, el miedo, y la desesperación. Gimió al
escuchar la carne desgarrarse por el filo de la hoja, la tráquea
partirse en dos, y el líquido carmesí salir despedido a un lado
desde la herida mortal. La boca del soldado se llenó de sangre y
cayó al suelo con los ojos desorbitados, se agitó unos instantes y
quedó ahí, a su lado, inmóvil. ¿Seguía ella?

El Lord se
arrodilló a su lado, descubrió su rostro y la miró. Ella veía
oscuridad por momentos, veía muy borrosamente las facciones de su
aparente salvador y tratando de no perder el conocimiento se
concentró en dejar a un lado el dolor y mirarlo a la cara. Su
corazón se agitó aún más… conocía a ese hombre…

-Necesitamos
salir de aquí-dijo el caballero. Mientras se escuchaban los sonidos
de los demás soldados que se acercaban al lugar, podía verse la luz
de las antorchas entre la espesa vegetación.

Ella ya lo
sabía, eso era todo, su sufrimiento terminaba ahí. Su vida de ser
culpable de un crimen desconocido y de vivir escondiéndose llegaba a
su fin.

-No voy a
sobrevivir-le susurró con sus últimas energías. Te lo suplico por
los Albireos, salva a mi bebé, protégelo. Vete que te matarán a ti
también… ¡¡Vete!!

El caballero
tomo el bulto en brazos, que ya no lloraba. Extrañamente, dormía.
Vio como montaba en su corcel, lo demás fue la oscuridad.

Despertó.
Estaba en posición vertical y amarrada a un grueso tronco. Las luces
de las antorchas la cegaban. Aunque no los veía sabía que había
mucha gente observándola. Ya no tenía miedo, ni dolor. La sangre en
sus labios se había secado formando una costra gruesa que le
dificultaba moverlos. No conseguía abrir bien sus párpados. A pesar
de todo se sentía en paz…

Se escucharon
murmullos que iban creciendo más y más dejando por debajo el canto
de los grillos, los murmullos se convirtieron en voces, las voces en
gritos.

-¡¡Muerte a
la impura!! ¡¡Maldita puta! ¡¡Bruja!! ¡¡Hereje!!

Una antorcha
cruzó el aire hasta sus pies. Las llamas se alzaron en torno a ella.
Estaban en sus piernas, en su sexo, en su cintura, sus pechos y
comenzaban a consumir su negra cabellera. Eso era todo, ya no había
miedo, ni dolor, estaba en paz…

Entre
lágrimas, sudor y agitación, el jovencito se despertó
sobresaltado. La misma pesadilla últimamente se repetía con más
frecuencia.

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