El sentimiento que me baña en estos momentos, cuando me encuentro reflexionando sobre tu bien y tu mal en mi vida, es el del más profundo pavor. Durante un tiempo has logrado ser mi mejor compañera para las noches frías y solitarias, puesto que en esta apestosa ciudad ni siquiera las estrellas se prestan para hacerme compañía. Esta soledad provoca que te busque y te siga como un ciego, te pretendo mía o compartida, pero a mí lado al fin y al cabo. Eres diversión en los días aburridos, y reflexión constante. Eres voz y eres silencio, das equilibrio a mi vida desequilibrada. Tú, regalo de la naturaleza para poder escucharla, sentirla, conocerla e interpretarla. Invades mi conciencia con tu ser, guiandome entre los pasajes de tus saberes. Tus enseñanzas me llenan y me vacían a la vez. Por ti comprendí, que la vida existe por la unión y la división como procesos simultáneos, lo que está unido, alguna vez estuvo dividido, lo que está dividido, alguna vez estuvo unido. El ciclo constante de la vida te hizo llegar a mis manos. Creí poseerte ingenuamente cuando te conocí. Cómo un niño pretendí acapararte para mí y solo para mí. Me mostrarte que compartida eras más divina, que tú fuerza era la de unir las mentes y las sensaciones. Almas separadas por la carne, unidas por tu magia. Intenté conocerte completamente, y hasta el día de hoy no lo consigo. Conozco cuánto estás dispuesta a mostrarme, y me castigas si intento saber más sin tu permiso. Es humano querer más, la razón llamó a este sentimiento codicia. Así, castigas a quien te anhela de sobremanera, sin embargo, tus castigos nunca vienen sin enseñanza. Madre sabia, parte del cuerpo de la diosa naturaleza. Arropame con tu calor, enfríame cuando el calor me invada. Guíame cuál lazarillo al ciego, se el baluarte de mi vida, mi espada y mi escudo. Quizás te exijo demasiado, y por ello te pido perdón. Sin embargo, también te culpo por eso, me has enseñado tanto, tantas cosas, buenas y malas, me mostraste a mi peor enemigo, ese que vive en mi interior, me ayudaste a enfrentarlo. Pero, y te culparé eternamente, divino mal, nunca me enseñaste cómo dejarte, como vivir sin ti. A pesar de todo, me enseñaste tu gracia y por ello, mil veces gracias por llegar a mi vida, gracias por enseñarme a amar, cómo un niño abierto a tus enseñanzas. Gracias.

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