Los rizos perdidos

Los rizos perdidos

Pako de Manuel

26/10/2022

Carla extendió la mano y se quedó inmóvil por un momento.

Al fin alcanzó el bote de la repisa y leyó la etiqueta mientras le caían algunas gotas de agua de la ducha: “ TEEN SHAMPOO Especial cabellos rizados”

Ya no necesitaba nada para el pelo después de la última sesión de quimioterapia y sin embargo, una inquietud de rutina pendiente hizo que soltase una gran cantidad de champú sobre la palma de la mano.

Derramó el líquido sobre su cabeza llana y lisa y comenzó a frotarla suavemente con los dedos, generando una gran cantidad de espuma blanca. Al notarla como se deslizaba entre sus manos y espalda tuvo la momentánea sensación de que hubiese vuelto su dorado cabello rizado.

Se acordó con una sonrisa cuando de pequeña su madre se enredaba un mechón entre sus dedos y le cantaba, “Caracol, col, col… saca los cuernos al sol, que tu padre y tu madre ya los sacó”

Con la última estrofa también se fue el resto de la espuma, y Carla sintió su cabeza tan llana y desierta como antes. Se estremeció y velozmente agarró la esponja y el bote de gel de la repisa. Soltó una buena cantidad y comenzó a frotarse el brazo izquierdo enérgicamente. Iba a hacer lo mismo con el derecho cuando se paró en seco.

“¿Y si el bicho todavía estuviera ahí?”- Pensó.

Extendió el índice de la mano izquierda y empezó a recorrer lentamente su hombro derecho. Bajó hasta la axila y saltando entre las costillas comenzó a rodear el pecho despacio, inquieta.

Al fin, llegó a la pequeña cicatriz. Empezó a recorrerla como el arado que va formando el surco en la tierra húmeda. Subrayó su media forma de óvalo y con cuidado, posó la yema del dedo sobre el hoyuelo interior.

Entonces, bruscamente, lo retiró con espanto y comenzó a frotarse la pierna con la esponja. Terminó de enjuagarse el cuerpo con agua tibia y salió de la ducha para secarse.

Cuando acabó, colgó la toalla de la percha y cogió de forma automática su cepillo para el pelo. Se puso frente al espejo y empezó a limpiar el vaho con la palma de la mano que quedaba libre.

Su reflejo la dejó helada y un torrente de rabia se desató en su interior.

“¡Fea, más que fea!- gritó lanzando el cepillo contra el espejo- ¡Horrible! ¡Eres horrible!”

Se derrumbó sobre el lavabo y comenzó a llorar angustiada mientras las lágrimas se fundían con las pequeñas gotas de agua.

– ¡Carla! ¡Carla! ¿Estás bien?- era su madre tras la puerta – He oído un golpe.

– Si, mamá, estoy bien- contestó disimulando- Enseguida salgo.

– Venga, date prisa que vas a llegar tarde al instituto.

Carla se secó las lágrimas con la toalla y se alivió un poco al pensar en que pronto vería a Koldo. Terminó de vestirse, arregló por encima el cuarto de baño y se dirigió rápidamente a la cocina.

Cuando llegó, su madre estaba allí, junto a la ventana.

Su madre, sonriendo, con esa cascada de pelo rizado que le caía sobre los hombros. Con el tiempo su cabello se había vuelto de un color algo pajizo y se descubrían mechones que ya incluían canas, pero estaba tan guapa como siempre.

– ¿Qué quieres desayunar hija?

– Nada, mamá. Ya tomaré algo en la cafetería del insti.

– ¿De verdad que no quieres que te acompañe?

– No, no. Lo último que quiero es que vayan diciendo por ahí que a la pobrecita la tiene que acompañar su mami.

Y entonces, abrazando la madre a la hija, unió su mejilla con un beso. Al levantar los ojos, Carla observó el reflejo del cristal de la ventana. En el abrazo, la madre había dejado resbalar como una cascada parte de su cabello sobre la desnuda cabeza de su hija, devolviendo los rizos perdidos.

En ese momento, llamaron a la puerta, y Carla se separó lentamente, notando como el último mechón de pelo de su madre se retiraba como si del cordón umbilical se tratase.

– Bueno mamá, me voy ya – dijo cogiendo la mochila y yendo hacia la puerta.

Descorrió el pestillo con el que cerraban todas las noches y lo que vio al abrir la dejó boquiabierta.

– Kol… Koldo… ¿Eres tú? – consiguió balbucear- ¿Pero qué te has hecho en la cabeza?

– Pues claro que soy yo – contestó dándole un beso- ¿Quién iba a ser si no?

– Pero… ¿Y el pelo?

– Nada, cambio de look, me lo he cortado al cero. ¡Así van los mejores delanteros!

Carla no sabía que decir y no hacía más que mirar la brillante cabeza de su novio y la camiseta de la selección de fútbol que llevaba puesta.

– ¿Qué? ¿Ya estas lista?- le preguntó Koldo con el brazo extendido- ¿Vamos?

    Y Carla, agarrando su mano con fuerza le respondió:

    – ¡Vamos!



                                                                 – Fin –

    Etiquetas: relato corto

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