Todo a mi alrededor es solo oscuridad. Ya ni siquiera recuerdo el tiempo que he pasado en este lugar. En mis manos, de antaño rojizas y húmedas, solo siento el frío atronador nacido mis ferrosos amarres. Condenado a la soledad me encuentro y en mi tortura es menester el dolor.
Ya no escucho el rígido repiqueteo de las cadenas que me atan a la bestial garganta de este negro abismo. Supongo que solo queda mi pensamiento cómo mártir. Digo estas palabras, y aunque las digo solo las pienso, porque son todo lo que me queda, tiempo. El tiempo es aprovechado por mis lamentos cómo un móvil para mi suplicio.
Imploro por acudir ante el concejo. El gran concejo de Lampadas. Pero, mi derecho a una audiencia tal me fue arrebatado. Cargaré con el pesar de su injusticia, y lo haré con honor tanto cómo me sea posible, ya que mi único anhelo siempre será, ¡a si sea por un miserable segundo!, sentir de nuevo el divino calor de la luz.
Ahora conozco bien mi pena, y solo deseo que ella me acompañe en lo que resta de mi camino. Busco con calma desesperada en medio de esta infinita y maldita penumbra, en medio de este asqueroso, frío y húmedo calabozo y con el dolor de los clavos en las tres extremidades de la cruz, una forma, un método, o al menos, el retoño de una esperanza que me convenga y me permita la redención.
Al concejo, Arlekeen.
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