Los que se van

Los que se van

Ema UB

22/09/2022

Que corten el laurel, que lo hagan trizas con el hacha, que se desquiten con ese pobre ser mudo, porque con otros seres fieros estoy seguro que no tendrían la hombría. Que hagan lo que hacían los salvajes antes de la culturización y la educación. Que hagan, para eso nacieron, para eso viven. Mañana, cuando el cierzo venga cargado del hedor de la ciudad, infestado de moscas del basural, que no se quejen, hubo aquí un inocente que desplegaba su aroma para cualquiera que deseara paz y le pagaron mal, le pagaron con la muerte.

Que corten el eucalipto, que lo derriben con esos aparatos modernos, esos que ladran como monstruos, con esas cuchillas filosas aparentes a dientes de chacal. Morderán el cuerpo de ese gigante perfumado, goteará la savia y llorarán los mirlos al observar el cadáver del amigo, del hogar, de su mundo. Que corten, que extingan, pero que no se lamenten cuando la peste invada los hogares, envuelva en delirios los sueños de los infantes y finalmente, con la maldad de la muerte les quite el aire de los pulmones, porque así es la peste cuando se extingue el eucalipto.

Que corten el cedro, que lo saquen del abrigo del suelo, que se sirvan de sus ramas, que hagan lujosos artilugios con su cuerpo, que lo vendan a voz vulgar de mercader. Que se aprovechen del cadáver de ese rey del bosque, de ese ser imprimado de magia etérea, de ese palacio viviente, proveedor de sombra en los días de calor y de abrigo en las noches de frío. Que sodomicen su cuerpo perfumado, pero que cuando el peso de los siglos reclame su ausencia no renieguen de tenerlo convertido en baratijas. Siendo él emperador merecía la gloria de estar cerca del cielo, alto, recto y esplendoroso.

Que se deshagan del sauce, aquel gigante callado que observa desde las esquinas lo que acontece en los interiores del bosque. que cobija la vida de esos seres quisquillosos que corren por los caminos con ansías de vivir; vivir equivocados. Que se deshagan de ese sabio centenario, de ese que cobijó a cientos de miles de pájaros cantores, vida de la vida, risa de la risa cuando abrazó a niños enamorados del cielo, amantes y juramentos. Que corten el cuerpo de ese ser casi celestial, pero que después no se quejen de la fría soledad que acontecerá en ese espacio vacío, que no se resientan por el silencio abismal, puesto que los pájaros ya no volverán.

Que exterminen la acacia como se exterminan las plagas que devoran el campo de trigo, que las quiten de los cercos, que saquen sus pequeños hijuelos de los bordes de las aceras, pero que no se quejen cuando la mala suerte vestida de catástrofe visité el hogar, que no lloren cuando el viento invernal sacuda los techos, destroce los jardines y haga trizas al durazno que se protegía al abrigo de su hermana acacia. Dejadlos que actúen como asesinos, que ignoren las sagradas palabras de la antigüedad, aquellas en las que la acacia se mencionaba como árbol celestial.

Que acaben con todo, pero que no se quejen, el cielo acogerá las almas de esos hijos de la tierra. Ellos observarán y no comentarán del desenlace de la humanidad, ellos gritaron, pero su voz nunca se escuchó.

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