Entre el cielo y el suelo.

Entre el cielo y el suelo.

Se suele decir que «A veces la vida se pone cuesta arriba, pero las vistas son bonitas»… Yo discrepo.

Sucede que, por esas cosas que solo me pasan a mí, le he pegado un largo vistazo al cielo raso de la oficina; no porque sea muy bonito, aclaro, ni porque hubiese algo que atrajera mi curiosidad. No soy un amante de los techos, creo. Prefiero la libertad que ofrece la vista del cielo nocturno y parcialmente despejado en primavera. No quiero entrar en demasiados detalles para no alargar el texto y terminar ahuyentando a posibles lectores, pero lo acontecido merece un análisis mínimamente exhaustivo para que, incluso yo, víctima y victimario en esta historia, pueda dilucidar el origen de la cadena de eventos que me llevó a caer tan bajo, aún estando en un quinto piso.

El primer factor determinante de esta desafortunada situación, es que mi silla tiene una leve inclinación hacia la izquierda, cosa que complica el poder mantener una buena postura de trabajo; digamos que es algo así como la mesa de Inés en inglés [Ines-Table]. Para mitigar el problema, suelo colocar el pie derecho detrás de una de las ruedas haciendo palanca permanentemente, y de esta forma logro encontrar el equilibrio necesario para realizar las labores por las que fui contratado.

Nunca pensé que dicha solución sería la que terminaría poniendo mi mundo de cabeza.

El segundo factor a tomar en cuenta es que evito, siempre que puedo, la confrontación; sin embargo, cuando estoy siendo «atacado» injustamente o en medio de un debate, siento la necesidad de expresar enérgicamente mi punto de vista. Es decir, que soy un «Picota» (en la definición chilena de la palabra). Ustedes dirán ahora que esto es una contradicción, y les responderé en seguida que ¿Acaso quieren confrontarme? 

Bueno, bueno, vamos a calmarnos, que ya con los datos presentados creo que puedo aventurarme a narrar los hechos tal y como sucedieron en mi cabeza, lo que puede diferir un poco (o mucho) de la realidad; y agregaré también una pequeña pizca de drama, que ya saben que me gusta.

Generalmente sólo uso el audífono derecho, dejando libre el oído izquierdo para estar atento a los requerimientos y, sobre todo, para escuchar algún que otro chisme o conversación interesante. No es que me gusten los chismes, no… Bueno, ya, tal vez sí, pero sólo un poquito. La cosa es que si algo de lo que se está hablando llama mi atención, puedo girarme rápidamente para emitir opinión. Hombre, sí, que me defino como una persona solitaria, fría y distante; pero el humano es un animal social; y bueno, sigo siendo humano.

El caso es que por temas de confidencialidad no puedo contar lo que pasa dentro de aquella oficina, sólo puedo decir que ese día el chisme estaba buenísimo, a tal nivel que un simple giro de la silla no era suficiente para expresar todo lo que podría expresarse frente a semejante sorpresa. Con lo anterior en mente, he empujado el suelo con la pierna izquierda para deslizar la silla hacia atrás, a una velocidad «razonable» de 2 metros por segundo. Entonces, teniendo en cuenta que yo peso 70 kilos, y la silla ha de pesar unos 7, la sumatoria quedaría en 77 kg. Aplicando la fórmula para calcular la fuerza ejercida, quedaría algo así: 

F (fuerza) = m (masa) * a (aceleración) 

F = 77 * 2

F = 154. 

La fuerza se mide en Newton, así que en su momento ejercí una fuerza de 154 Newton para deslizar la silla. ¿Qué tiene que ver todo esto con lo que venía contando? Bueno, la respuesta está algunos párrafos más arriba. El tercero para ser más exactos. 

Sucede que la manía de mantener una buena postura me ha jugado una muy mala pasada. El hecho de tener el pie derecho detrás de una de las ruedas de la silla (funcionado como un obstáculo e impidiendo el movimiento), ha provocado que toda la fuerza ejercida para deslizarla se transmitiera hacia la parte superior, cambiando el centro de gravedad de todo el sistema y, por consiguiente, llevando el respaldo y mi espalda hacia el punto de inclinación «sin retorno». En esos segundos no he visto pasar la vida delante de mis ojos, pero sí las miradas de mis colegas que, como yo, no daban crédito a lo que estaban presenciando. Mientras mi cuerpo en caída libre creaba un ángulo cada vez más agudo con la línea del suelo, por mi mente desfilaban los cálculos que acabo de exponer, y el análisis previo a este punto de la historia. ¿Han logrado cambiar su percepción del tiempo alguna vez? El cerebro hace cosas maravillosas frente a situaciones de peligro. Con mi hija tenemos un experimento sencillísimo para ralentizar el tiempo; se trata de situarnos en la parte superior de unas escaleras, y dar un pequeño salto hacia el escalón siguiente. Con suerte, 2 o 3 de cada 10 veces podemos experimentar aquella sensación. Otra forma es estar realmente en peligro, pero es peligroso xD

Hombre, tremendo texto, no sé resumir. Supongo que era más fácil decir que «llegué a parar las patas en plena oficina», o en su defecto, «me saqué la chucha con silla y tó y quedé mirando el cielo». Qué vergüenza.

Pueden llamarme #ElMuchoTexto

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