Castigo con Dolores

     A media hora de un desenlace fatal, la tarde más calurosa del verano tenía a Dolores y a su nieto en el living comedor, arrullados por la Radio Concierto y la brisa que soplaba por la ventana, y llevaban un buen rato repitiendo el mismo mantra.

     —En realidad, del primer cuento es del que más orgulloso estoy… al otro lo veo muy verde —decía Sebastián.

     —A mí me gustaron los dos —Hablaba con una carpetita negra sobre el regazo, sentada en el sillón delante de su nieto —Tanto talento y nadie lo sabe, ¿nunca pensaste en publicar algo de esto?

     Sebastián se miró un momento en la mirada orgullosa de su abuela, ese reflejo suyo que tanto le gustaba, y algo iba a decir, pero por la puerta de la habitación se asomó una melena mugrienta y grisácea, y nuestro muchacho, que se paseaba de un lado a otro de su pequeño dormitorio, salió de pronto de su ensimismamiento y se detuvo en seco.

     —¿Con quién estabas hablando? —preguntó su madre con voz amodorrada.

     —Con nadie —contestó apagando presuroso la música y sintiendo un calor repentino —Ma, tenés que golpear antes de entrar.

     —Es que se te hace tarde para ir a lo de la abuela.

     —Sí, ya salgo, justo me estaba abrigando —Esperó a que su madre cerrara nuevamente la puerta, metió una carpetita en la mochila, se abrigó, y con la mochila al hombro y juntando valor, salió a la calle y echó a andar.

     Harto estaba de pasarse el día frente a ese condenado espejo, pero más harto aún de seguir viviendo a sus veintiocho años con su mamá. Si por lo menos contribuyese económicamente, pensaba, no tendría que rendirle cuentas a nadie, pero como no tenía trabajo, se encontraba caminando cohibido con prisa y cabeza gacha por una vereda atestada de gente, oculto detrás de una capucha que le rozaba las pestañas, procurando no ver ni ser visto. Se dirigía hacia la casa de su abuela, a quien no visitaba hacía tiempo. Tenés que estrechar lazos con tu abuela, le había dicho su mamá con la frazada hasta la nariz, si querés seguir viviendo bajo mi techo vamos a poner algunas reglas de convivencia, y una de ellas es que vayas a almorzar a lo de tu abuela por lo menos una vez al mes. No convenía discutir. Le puso play a Vuelta por el Universo e intentó relajarse.

     Media hora más tarde llegó finalmente a destino, tocó el timbre, y tras una breve espera, Dolores abrió la puerta y se hizo a un lado invitándolo a pasar. Sebastián traspasó la entrada hacia el living comedor, puso el abrigo en el sillón y se acomodó a la mesa que ya estaba servida, dejando a su lado la carpetita negra que guardaba en la mochila y que cargaba como amuleto a todas partes. Procuraría comer rápido, en silencio y largarse, sobre todo largarse, evitando a toda costa hablarle de cómo pasaba los días, y más aún, aguantándose las ganas de hablarle de sus cuentos.

     Batallando con su deseo, se arrimó sobre la comida examinándola con desconfianza y empezó a comer. Se sentía el rugido de unas nubes que prometían tormenta, y la Radio Concierto, sintonizada como de costumbre y apenas audible, cantaba Rigoletto: Scorrendo Uniti.

     —Está todo muy rico —mintió Sebastián interrumpiendo varios minutos de silencio y levantando la mirada hacia su abuela, que lo observaba comer con gesto mordaz —No sé si te contó mamá, pero estoy mejorando mis recetas para salir a vender… la idea es empezar por la familia y el barrio y después ver —A Dolores se le ensanchó la sonrisa. Sebastián la miró un momento dudando —Sé que dije muchas veces esto, pero esta vez me tengo fe. Mamá me va a ayudar a empezar, y yo después le voy a devolver la plata —Miró a Dolores esbozando una sonrisa insegura. —¿Vos por dónde crees que debería empezar?

     —Necesito que me arregles el televisor, que no lo puedo conectar a Internet —dijo Dolores entonces. Sebastián asintió con la cabeza, se zampó un montoncito de arroz en tres bocados, tragó con dificultad y se levantó.

     —¿El televisor de tu pieza?

     —Sí.

     Se dirigió hacia la habitación seguido por su abuela. Una vez allí, empezó a mirar con el control remoto la configuración de la tv, que aparecía como desconectada. Se preguntaba si el problema estaría en el router; tal vez debería reconectarlo. Este se encontraba al lado del televisor en un hueco en la pared. La cajonera que estaba debajo era larga y ancha, por lo que dejó el remoto sobre la cama y se subió a un banquito. Sentía la mirada de Dolores, que se encontraba justo detrás de él, ¿qué estaba mirando? Se cubrió tirando del buzo hacia abajo y comenzó a desenroscar la conexión detrás del router… quizás si le solucionaba el problema y conseguía ponerla de buen humor, su deseo, ese déspota que Sebastián llevaba a bordo, pudiese viajar sin ser visto y llegar a buen puerto…

     —Realmente te agradezco. Te lo pido a vos porque tu mamá me dijo que en su casa siempre le sabés solucionar. Además, me contó que la tenés chiquita.

     Sebastián perdió el equilibrio y aterrizó encima del mueble, desparramando sobre la alfombra varias prendas de ropa y un portarretrato. Se aferró a la cajonera justo antes de caer al suelo y se incorporó rápidamente con el torso dolorido mirando a su abuela entre incrédulo y asustado, preguntándose si habría escuchado mal o si sabrían y escrutando su rostro, que estaba surcado por un amargo placer.

     —Bueno, ¿entonces?, ¿Qué le pasa a mi tele? —preguntó Dolores sonriendo, ignorando la caída de su nieto y como si el comentario anterior no hubiese tenido lugar.

Sebastián se quedó en el sitio mirándola todavía un breve instante, luego acomodó el banquito, subió y terminó de desenroscar el router. Lo reconectó y esperó.

     —¿Qué pasa? —inquirió Dolores segundos después.

     —Nada —contestó su nieto. —Estoy viendo si… ahí está andando. Lo que tenés que hacer cuando pasa esto —agregó, tratando de sobreponerse, de olvidar (algo para lo cual estaba muy bien entrenado) la mala pasada que le habían jugado e intentando sonar amistoso —es…

     —Bueno bueno, pero yo no tengo tiempo para esas cosas —lo interrumpió Dolores —si me vuelve a pasar te llamo.

     —Me parece muy bien, ¿necesitas algo más?

     —Sí, estoy cansada y necesito dormir.

     Sebastián no esperó a que se lo repitieran y se escabulló hacia el living comedor, se abrigó a toda velocidad, y con la mochila al hombro y juntando valor, salió a la calle y echó a andar.

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