Cuatro deidades inferiores temieron por la supervivencia del animal que mostraba signos de mayor inteligencia. Era lento, débil para su tamaño y con los sentidos escasamente desarrollados: una presa fácil de los depredadores.
Así fue que sin el conocimiento del Ser Supremo, y sin comprender su falta de injerencia en el asunto, decidieron ayudarlo entregándole un regalo cada una.
La primera le desvió uno de los dedos, colocándolo enfrentado a los demás. De este modo, sus manos se transformaron en invaluables herramientas con las que pudo construir su hogar, sembrar su alimento y fabricar armas para defenderse de otros animales. Con esta última habilidad, pronto atacó a su vecino para tomar lo que este poseía.
La segunda creyó que la falta de comunicación, base de todo entendimiento, era la razón de tal comportamiento; por lo que le dio el habla. Al poder expresarse, logró comunicar sus pensamientos y organizarse mejor. Las luchas, entonces, se hicieron por grupos.
La tercera supuso que su comportamiento se debía a la ausencia de alma. Conjeturó que ese proceder cesaría al saber que, con una conducta ejemplar, alcanzaría una vida mejor en el otro mundo. Sin embargo, al otorgársela, se equipararon con sus creadoras y ellas también cayeron dentro de su odio. El exterminio, entonces, dependió de la deidad que se venerara.
La cuarta, más sabia, se abstuvo de seguir interviniendo.
FIN
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