la noche que nos devoro

Después de darle vueltas, una, dos y un sin fin de vueltas en la mente; a la idea de poder reconocer su boca, de intentar imaginar y fantasear con sus besos y su roce.

Después de ese tanto llego una noche sigilosa. Sin anunciarse, sin ninguna expectativa, sin ninguna prisa, simplemente llego.

Después de una cena casual, de un par de tragos sin afán de perder la razón, después de las vueltas, de los anhelos, de los sueños… en medio de una carcajada su rostro quedo frente al mío, ahí tan dispuesto, tan ideal.

Te miré fijamente por apenas unos instantes, reconocí en tus ojos esa misma sed que me habitaba, de pronto todo estaba dicho, todo estaba ahí sobre la mesa.

Justo sobre la mesa, nuestras bocas se dejaron llevar, se sintieron, se reconocieron, estábamos besándonos, después de las vueltas, ahora nuestra mente, nuestra esencia giraba, mientras el tiempo se detenía, mientras todo sonido desaparecía, mientras todo espacio lejos de tu cuerpo y mi cuerpo no existía.

Nuestras manos inquietas se mezclaron en aquella danza, yo recorría tu cuello, tu rostro, tu espalda; sentía tus manos unificándose en mi cintura, en mi ser, con tanta devoción veía tu forma convenir con la mía, una sensación casi celestial.

Toda la paz me anidaba y toda mi pasión alerta se ataba a ti. Mi cuerpo se apretaba al tuyo con el ritmo más coordinado, como piezas auténticas y originales, nuestros cuerpos hacían coincidir sus formas, con menos aire, con más furia, con más ganas cada vez, en un choque de ansia y deseo, orquestado por ese amor que nacía en nuestras almas.

Estabas ahí, después de las vueltas, de las fantasías, de los sueños… Estábamos ahí, juntos.

Los dos, presentes, en calma.

Recuperando el aliento, fue sobrando nuestra ropa… delicadas prendas de encaje quedaron al descubierto, nuestra piel natural, nuestra apariencia deshecha, solo nosotros más puros que nunca, más plenos que siempre.

Te miré anidando en mis ojos todo el fuego que por dentro me consumía. Tu cuerpo se abalanzaba sobre el mío, todo el fervor vigilante, dispuesto en medio de nuestras piernas.

En unos instantes yo estaba sobre el ti, nuestras caras no cesaban de devorarse en medio de la noche.

Ahora, tu habitación a media luz era el escenario perfecto, éramos uno. Sentí nuestras formas penetrarse, mi cuello y mi espalda se enroscaban reaccionando a aquel delicioso encuentro, podía percibir tu humedad, tu sudor, tu calidez recibiendo mi abrazo y toda mi pasión.

En la entrega más pura y divina nos compartíamos. Con el extasis máximo pulsándonos dentro, fluías dentro mío, me entregabas tu regalo más intimo. Ahí después de las vueltas …

Después de darle vueltas, una, dos y un sin fin de vueltas en la cama; a toda la fiesta de poder reconocer su boca, de dejar de imaginar y fantasear con sus besos y su roce.

Después de ese tanto llego una noche que nos devoro, que nos abrigo. Sin anunciarse, sin ninguna expectativa, sin ninguna prisa, simplemente llego.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS