Bostecé desperezándome, sintiéndome cansado de estar sentado, aun así, faltaba más de la mitad del día para terminar, por lo que tendría que aguantar mucho más. Esperaba con ansias la hora del almuerzo para salir un rato y tal vez, encontrarme con Beth, si es que no tenía trabajo extra para realizar. Aunque podría convencerlo de acompañarlo igualmente.

Por fortuna, o tal vez no para mi aburrimiento, el día había estado transcurriendo de forma tranquila, más que tranquila. Algunas denuncias de robo, gente extraviada, entre otras cosas que formaban ya parte del tedioso papelerío; aunque yo no formaba parte de nada de todo eso, de hecho, no estaba seguro de a donde pertenecía, o si siquiera pertenecía a algún lado.

Hacía ya cuatro años del incidente que marcó en definitivo mi posición en la policía. Había pasado de ser un novato experimentado a menos que un perro callejero. Estaba seguro que al menos un perro callejero sería mejor visto de lo que me veían a mí. Resultaba frustrante, al menos lo había hecho, ya habiendo pasado los años que pasaron tuve que acostumbrarme. Aunque las miradas y desprecios por lo bajo habían cesado no eran del todo mudos y de vez en cuando podía sentir sus ojos y susurros, sobre todo de los recién llegados a quienes les advertían de mí y la historia como un cuento urbano o leyenda que pasa de generación en generación.

Cada día se volvía más y más agotador, aburrido mirando al techo de la comisaría. Mis únicas salidas de la monotonía eran los almuerzos con Beth o cuando Jhonsson volvía de sus viajes a zona Centro. De vez en cuando podía pasar que Fenrir sintiera algo en su vacío que lo alentase a llevarme con él a algún llamado o casos que no necesitaban de una investigación. De cualquier forma, prefería seguir en la comisaría que ser arrastrado como bolso de viaje de un lado para otro.

La panza tembló dentro mío haciéndome sentir el vacío que me indicaba la necesidad de comida y la proximidad del horario del almuerzo. Miré mi celular en busca de algún mensaje y solo Beth hacía cinco minutos.

¿En el carrusel Vena?

Recordé el bar de la calle Vena llamado El Carrusel. Tecleé una respuesta rápido y volví a guardar el teléfono.

Si, ¿Sales a la misma hora?

Tan solo me quedaba esperar a que se hiciera la hora.

Mientras el tiempo avanzaba en su lentitud mi mente divagaba sin nada mejor que hacer. Me preguntaba cuanto tiempo me quedaría en aquel lugar al que debía llamar trabajo. Había intentado renunciar montones de veces, al final entendí que sería inútil en la quincuagésima vez. Había entendido que la única forma que me liberaría sería solo dentro de un cajón de la muerte, lo que daba como una mejor respuesta a la primera pregunta, ¿Cuánto de tiempo me quedaría? Tenía una relativa buena salud, las posibilidades de cáncer me parecían pocas y mi nivel de riesgo en el campo eran nulas por lo que asumía que tal vez tendría para sesenta y cinco, eso si es que se me permitía jubilar de lo contraría mi salida solo sería hasta que ya no pudiera moverme más, es decir, mi muerte. Al final parecía que todo llevaba al mismo resultado.

— ¿Qué haces? —

Frente mío se había colocado el Capitán Fenrir con los brazos cruzados haciendo una pregunta que no buscaba ninguna respuesta realmente.

— Na…

— Si, ya me día cuenta, levántate hoy trabajarás

No esperó a que contestara cuando ya se encontraba saliendo de la comisaria y con un pie en el auto.

Me levanté y estiré dejando ir un suspiro que relajó mi cuerpo de una manera que no era para nada satisfactoria.

Una vez dentro del vehículo arrancó y condujo hasta, donde suponía, sería el llamado de un caso.

Las primeras veces que Fenrir me había dicho «Hoy trabajas» y llevado con él lo interpretaba como una forma suya de en ese entonces demostrar mi inocencia o ver cuál era mi valor. Sin embargo, pronto entendí que lo que realmente significan esas palabras eran «Hoy sales a pasear», lo que al final dejó claro en mí que no había nadie apoyándome o quisiera darme una oportunidad. En ese entonces me parecía de buena fe, recordándolo ahora me siento patético.

No entendía del todo por qué me llevaba con él, tampoco podía negarme por lo que había dejado de pensar en ello y solo hacer caso a lo que me decía que hiciese.

Al menos tenía la posibilidad de ver el exterior antes que se hiciera la hora del almuerzo, tal vez podría preguntarle si podía salir antes, aunque Beth aún no saliese de su trabajo era mejor que estar en la estación.

— ¿No preguntarás a dónde vamos?

¿Era necesario?, en realidad no me importaba, de cualquier forma, donde fuese seguiría siendo la misma estatua que quería que fuese. Sin embargo, Fenrir lo esperaba, hacerlo enojar y sobre todo en un auto no era mi mejor jugada.

— ¿A dónde?

— A Wismond 320, un tipo dice que su esposa se suicidó así que será sencillo, de todas maneras, sabes lo que debes hacer ¿No?

— Nada

— Exacto, veo que ya entiendes muchacho, me enorgulleces como aprendes rápido

Me tomó por el hombro y sacudió en un intento de muestra de afecto que resultaba desagradable. ¿Se burlaba de mí?

En pocos minutos ya nos encontrábamos entrando en un recinto privado de varias casas acomodadas a cierta distancia unas de otras. El campus tenía espacios verdes enormes, de vez en cuando veías una cerca que separaba un terreno de otro, pero sinceramente se veían tan ridículas que aguanté la risa al verlas como pretendían hacer un bloqueo de la manera más inútil posible.

En poco tiempo nos paramos frente a una casona. A simple vista podía ver que los dueños tenían cierta cantidad de dinero para permitirse tal grande lugar y más aún para vivir en un recinto privado.

Un exterior blanco que brillaba con las columnas de mármol en ambos lados de la puerta, decoraciones pequeñas de dorado, persianas de madera pintadas de blanco grisáceo y un hermoso jardín en plena floración de amapolas multicolores. La puerta de madera pulida marrón claro con el pomo, mirillas, bandeja y timbre dorados. El número 320 estaba puesta sobre una chapa negra y en números blancos que cortaba un poco con la vista tan blanca del lugar.

Cuando nos bajamos del coche una mujer pequeña y menuda de pelo marrón y ojos decaídos nos abrió la puerta.

— Gracias por venir tan rápido

Nos dio paso a entrar donde un hombre nos esperaba, que suponía había hecho la llamada. Alto de pelo corto y bigote marrón, se refregaba las manos de forma nerviosa mirando con intensidad a Fenrir que parecía ajeno a su comportamiento.

— Qué bien que llegaron, vengan vengan, es un desastre, una tragedia de lo más grande — decía mientras nos llevaba al segundo piso.

Constituía de un pasillo ancho, una puerta en cada extremo y dos en el medio. Una de ellas estaba semiabierta por lo que pude ver era el baño, las otras dos estaban cerradas y la tercera que era la puerta al extremo izquierdo subiendo las escaleras fue donde el hombre nos guio con prisa.

Dentro era una habitación con cama matrimonial, en el centro de ésta estaba la esposa recostada en camisón, de costado con el cabello marrón ondulado cubriéndole la cara y uno de los brazos colgando de la cama. En la alfombra estaban esparcidas cantidad de pastillas y un frasco anaranjado abierto.

Viendo la escena una sensación de inconformidad y desconfianza llegaron a mí al no ver elementos que esperaba encontrar, sin embargo, tampoco estaba seguro de decir qué era lo que esperaba. Volví a enfocarme en la conversación antes que tuviera tiempo de embutirme en mis pensamientos.

— ¿Cuándo la encontró?

— Hace una hora, me fui esta mañana al trabajo y volví antes, Belinda me dijo que Ema no había salido de su habitación en toda la mañana y cuando la fui a buscar la encontré así. ¡Oh dios porqué! — comenzó a sollozar sujetándose la cara con ambas manos, sin embargo, Fenrir no reaccionó a esto y siguió preguntando.

— ¿Y usted? ¿Es Belinda? — dijo mirando a la mujer que nos había abierto la puerta «¿Usted cómo se llama señorita?»

— Si

— ¿Por qué no la fue a buscar? ¿No se le ocurrió entrar a la habitación?

— No se me permite entrar cuando hay alguien dentro — dijo en tono suave y algo tembloroso.

Fenrir suspiró y se hizo el pelo hacia atrás viendo la escena, luego miró al hombre que seguía sollozando y lo agarró por el hombro intentando consolarlo.

— Cuénteme más sobre su mujer

El hombre lo vio y luego me vio a mí. Ambos tardamos un rato en entender lo que pasaba hasta que finalmente entendimos la indirecta y Fenrir me hizo una seña para que me vaya.

¿Por qué debía irme?, bueno, suponía que no era tan fácil hablar de tu difunta esposa ante más de un par de ojos, tal vez ni siquiera ante uno solo. De todas formas, la situación era clara y tampoco me interesaba, tan solo esperaba que terminasen lo antes posible para irme de allí.

Me preguntaba desde cuando me había vuelto tan distante de las víctimas, aunque, ¿realmente era así?

Tras cerrar la puerta de la habitación Belinda bajó las escaleras al piso de abajo y yo me quedé en el pasillo. Sabía que tardarían unos minutos por lo que me decidí por pasearme un rato por las habitaciones. Aún tenía cierta desconfianza, pero no encontraba nada que lo justificase, sin embargo, muchas otras veces fue así y nunca había necesitado un justificante para al final tener razón.

Tal vez no era la mejor idea, pero tampoco tenía porqué enterarse Fenrir. A parte, ¿la investigación no era parte de un caso?

Entré a la primera puerta semiabierta que era el baño. Era aún más blanco que el exterior con algunas decoraciones de flores rosadas pintadas en los mosaicos de las paredes. Era relativamente grande, lo suficiente como para acostarse en el suelo, aunque no aseguraba que fuera cómodo.

Abrí la puerta del espejo sobre el lavado viendo algunas pomadas, y una cajita azul con estrellas. Leyendo lo que decía concluí que eran pastillas para dormir por lo que tal parecía había alguien en la casa con problemas para dormir.

Me sentí algo incomodo de estar allí por lo que rápidamente di vuelta para volver cuando me fijé en el tacho de basura que estaba a un lado del bidé y el inodoro. Hubiera desviado la vista, pero un diminuto destello me llamó la atención por lo que sin acercarme demasiado vi dentro. Una bolsa de plástico transparente cubría por encima, pero podía divisar algo verde claro. Me quedé algo dubitativo pero la curiosidad me estaba matando por lo que rápido y con cuidado hice a un lado la bolsa viendo que el objeto verde claro que veía era la punta de una jeringa y a parte la jeringa.

Tomé un poco de papel higiénico y agarré el tubo intentando oler, pero nada venía a mí, sin embargo, veía rastros de algo que parecía arena húmeda blanca en el borde del pico. Lo dejé en su lugar y ordené todo como lo había visto en un principio guardarme el papel en el bolsillo. Esto se había vuelto repentinamente asqueroso.

Salí del baño y cerré la puerta dejándola semiabierta.

Miré a la habitación donde Fenrir y el hombre estaban, pensando en lo que estaba haciendo para tardar tanto ¿Realmente la mujer tenía un historial tan largo?

Miré las puertas que me quedaban e intenté abrir la más cercana al lado del baño, sin embargo, estaba con llave por lo que no pude más que jugar con el picaporte. Vi al otro extremo del pasillo pensando en si debería ir o no. Si salía rápido podía fingir que veía los cuadros colgados que decoraban las paredes; teniendo ya una excusa en mente me dirigí a la puerta y con cuidado bajé el picaporte encontrándome con que no estaba con llave.

La abrí viendo el interior. En el centro de la habitación había un escritorio rebosando de documentos y papeles sueltos, la ventana a un lado estaba abierta y las cortinas se agitaban suaves con el viento que entraba, por fortuna tenían un pisa papeles que impedía que todos aquellos no volasen haciendo un desastre. Detrás del escritorio se alzaba una biblioteca enorme con varios libros de tapas oscuras, anchos, finos, altos y bajos.

Me acerqué a leer los lomos encontrándome con algunas obras como «La ciencia de lo matemático», «La economía y sus altibajos», «La política de hoy en día» entre algunas otras que estaba seguro me resultarían de lo más tediosas.

Pasé el dedo por el estante sintiendo como se deslizaba con la facilidad que te resbalas por el hielo. Estaba de lo más limpio y lustroso, brillaba como nuevo.

Miré por encima el escritorio y descubrí que el hombre era abogado. Había varios casos y relatos de diversas cosas, como también papelerío de divorcios y separaciones de bienes. Una lampara de mesa con la pantalla color crema en forma de cono invertido y el cuerpo de madera oscura conectaba por un cable a la pared, también había un lapicero, una maquina sacapuntas, abrecartas, sellos, un tintero, y una abrochadora; todo ellos ordenados al borde del escritorio o a un lado teniendo los papeles en el centro.

Todo en general se veía bastante limpio. Me giré viendo a la otra punta del pasillo; si la puerta estuviera abierta hubiera tenido un buen punto de vista de la cama de la habitación. De hecho, me preguntaba si había posibilidad que alguien hubiera visto algo, y con alguien me refería a Belinda puesto que el esposo había dicho que estaba fuera en el momento en el que su esposa decidió quitarse la vida.

Sacudí la cabeza quitando esos pensamientos de mi cabeza y volví a mirar la habitación. Miré el tacho de basura viendo si había algo igual de interesante que el del baño, pero solo había más papelerío de sobres abiertos, entre ellos algunos del banco «Saldana», otros de impuesto y otro que no conocía de nombre «Valetudo Sanitas» pareciendo nombre de jardín de infantes o similar.

Me apresuré a salir de la habitación sintiendo que ya había estado más tiempo de lo que me gustaría. Abrí la puerta con intención de salir cuando de repente frente mío estaba Belinda viéndome con ojos negros intensos a los míos, tenía una expresión seria y casi tenebrosa. Mi corazón latía con fuerza por la repentina aparición y sigilosa de ésta. Terminé de cerrar la puerta y me volví intentando sonreír lo más amable e inofensivamente que pude.

— Ho-Hola

— Buenos días

— Estaba…Solo estaba viendo, ya sabe, investigación…policiaca — me sentía ridículo diciendo algo así

— ¿Encontró algo?

— ¿Qué? ¡Ah! No no, no hay nada de lo que preocuparse, solo rutina

— ¿Rutina?

— Si, rutina

Se hizo un silencio sepulcral entre ambos, en toda la casa no se podía escuchar nada más que solo nuestras respiraciones, o más bien la mía sola puesto que me sentía nervioso por lo que pudiera decir o pensar de un policía merodeando, aún más si al que se lo decía era a Fenrir.

Sin embargo, la mujer solo asintió, aunque sin apartarse, por lo que solo pude rodearla si quería alejarme de la puerta antes que los demás volviesen.

— ¿No tiene preguntas?

— ¿Preguntas?

— Si. Preguntas

— No, no tengo ninguna

Volvimos a quedarnos en silencio, yo mirando al suelo y sintiendo sus ojos en mi rostro. Si hubiera tenido láseres estaba seguro que ya me hubiera perforado el cráneo hace rato.

— ¿Usted quiere decir algo? — dije intentando cortar el hielo mientras esperábamos

— ¿Yo?

— Si

Pensó un rato viendo al cuadro de la pared; un jarrón con flores de amapolas amarillas secas, me resultaba algo deprimente, pero a la vez me daba cierta tranquilidad extraña que me repelía los escalofríos del cuerpo.

— La señora Ema era una buena persona

— ¿Si?

— Si, éramos cercanas

— ¿Qué tan cercanas?

— Buenas amigas

— Debió ser duro, lamento su perdida

— Si, es una lástima

— ¿Hace cuanto que sufría de depresión? — hizo una pausa pensativa y continuó

— Nunca la tuvo

— ¿Disculpe?

Antes que pudiera continuar la puerta de la habitación se abrió y de allí salieron Fenrir y el esposo que tenía el rostro enrojecido, estaba seguro que la causa que tardasen tanto era porque la charla había sido noventa por ciento llantos y diez por ciento palabras.

— Bien Señor Benson, si necesita cualquier cosa tiene mi número para llamar, le atenderé enseguida

— Muchas gracias por su ayuda y comprensión oficial, lo llamaré cualquier cosa

— Si, por cualquier cosa por favor, estoy para servir

— Muchas gracias

Fenrir me lanzó una mirada y un gesto con la cabeza para que nos fuéramos. Bajamos las escaleras y una vez en la puerta acompañados por Belinda y el esposo escuchamos afuera el vehículo de la ambulancia para llevarse el cuerpo junto a otro vehículo de policía con dos oficiales más dentro.

— Mis compañeros se ocuparán del papeleo, les dirá lo mismo que me dijo a mí y tal vez le hagan otras preguntas, pero no debe preocuparse por eso, también a su empleada. Espero tenga una buena vida a pesar de esta tragedia y siga para delante Señor Benson.

— Muchas gracias oficial, agradezco su paciencia y comprensión

— No hay que, es lo que debo hacer

Los oficiales que llegaron entraron y nosotros nos retiramos. Nos subimos al auto y comenzamos el viaje de vuelta a la comisaría.

— Te has comportado muy bien, tal vez te saque más seguido

— Gracias… — otra vez eso, ¿lo disfrutaba?, bueno, que clase de pregunta era esa, era claro que sí en alguna medida

— Ah pero es en serio Fausto, últimamente te has comportado bien, no has hecho ningún desastre…

Fenrir comenzó a parlotear llenándose la boca de halagos vacíos, sin embargo, en mi cabeza no entraban sus palabras. En mi mente solo rondaba una idea, una loca y peligrosa idea que se arrastraba sigilosa y silenciosa pero atractiva.

—⛓—

El frasco impactó contra la alfombra esparciendo las pastillas, se amontonaban a no mucha distancia del contenedor, algunas pocas un poco más lejos, pero todas menos de medio metro.

Saqué una foto con el celular y volví a juntar las pastillas colocándolas nuevamente en el frasco. Me senté en el sillón y colocando el brazo a una distancia de medio metro volví a dejar caer el frasco que volvió a estrellarse contra la alfombra dejando nuevamente las pastillas fuera de éste.

Volví a sacar otra foto y anoté en una hoja el resultado de las veces que tiré el frasco anaranjado.

Mi cabeza no había descansado de pensar en la probabilidad y las posibilidades que aquel incidente con la mujer, llamada Ema, no fuese si no otra cosa que un asesinato bien planeado. Me parecía una locura, más haya que recordarme a la trama de algún libro lo veía improbable, pero no dejaba de molestarme, tanto que cuando finalmente salí del trabajo a las dieciocho y media me fui directo a casa y comencé a apuntar todo lo que hasta ahora sabía y había visto en la casa y sobre el caso.

A cada que anotaba, buscaba, investigaba y encontraba más aumentaban mis sospechas. En este momento me sentía llegando a la punta de mi emoción. Había pasado un tiempo, por no decir cuatro años, de la última vez que había hecho este tipo de trabajo rastreando e investigando. Había olvidado el sentimiento de excitación de tirar de un hilo cada vez más rápido, quedarse atascado y seguir avanzando.

Volví a recoger las pastillas de la alfombra y guardarlas en el frasco una vez más pensando en todo lo que tenía hasta ahora cuando de repente el timbre de la puerta resonó en la casa produciendo un eco casi inaudible.

Miré la hora viendo las manecillas indicar veintiuno menos cuarto. Era demasiado tarde para ser el correo, tampoco recordaba haber pedido nada para comer, de hecho, no recordaba haber comido en todo el día.

Dejé el frasco en la mesa ratonera y fui a abrir la puerta. Del otro lado me encontré con un tipo mucho más bajo que yo. Aunque no era tan complicado, puesto que yo medía casi un metro noventa, aquel frente mío tampoco dificultaba que alguien lo rebasase con su altura de casi metro sesenta y tres, y tal vez estaba siendo amable. El cabello marrón crecido de un lado más que del otro parecían darle un aspecto más juvenil de lo que era lo que no le quedaba para nada mal, casi sentía envidia. Sin embargo, lo más llamativo eran sus ojos que brillaban como el celeste más puro, lo único más cercano a ello era la aguamarina, era como si tuviera esas piedras en los ojos. Aún si el mundo se sumía en una oscuridad imposible de verse la cara unos a otros no reconocer y ver esos ojos era imposible.

Es por ello que no tuve siquiera que ver nada más ni pensar más allá para reconocer a quien se encontraba esperando en mi puerta con el ceño fruncido y los brazos cruzado notablemente molesto.

— ¿¡Beth!?

— ¿Y aún te sorprendes?

— ¿Qué haces aquí?

— ¿Sabes? Tengo una buena intuición Fausto, es por eso que cuando no llegaste en los primero quince minutos al bar Carrusel supe que ya no vendrías y no perdí mi tiempo esperando, fue por eso que pude comer antes de volver al trabajo. Aunque también bien que podrías haber enviado un mensaje o como mínimo contestar los míos.

Como la sensación de recibir un palazo en la cabeza vino a mí el recuerdo del almuerzo al que nunca asistí y la razón por lo que mi estomago tanto se quejaba.

El pecho se me encogió al pensar que dejé a Beth plantado de forma tan irresponsable. Su tiempo era limitado debido a su trabajo, por lo que almorzar conmigo era un capricho que me concedía siempre que pudiese, por lo que, dándome cuenta de esto no podía evitar sentirme avergonzado.

— Por dios Beth, lo siento tanto, por favor discúlpame, lo olvidé por completo, es solo que surgió algo y…y…mis pensamientos quedaron con eso y lo olvidé, por favor perdo… — levantó una de sus manos evitando que siguiera hablando

— Tranquilo, no es para tanto ¿Sí?, solo era una broma, quería hacerme el enojado, pero no lo estoy. Sé que si no fuiste es por alguna razón en especial así que lo entiendo. ¿Me dejas pasar?

— Si si, pasa

Beth pasó con una bolsita blanca en la mano y su bandolera cruzándole el torso de izquierda a derecha.

— ¿Qué es eso? — dije viendo la bolsa

— Comida, toma — me extendió la bolsa que sostuve y lo abrí recibiendo el olor a carne y papas calientes

— ¿Hamburguesa?

— No esperes un bife jugoso, solo supuse que tendrías hambre — lo vi dejando la bandolera a un lado restándole importancia. Sin embargo, ese acto me había hecho sonreír.

— ¿Qué es esto?

Miré a su dirección viendo que sostenía el frasco con pastillas que había estado tirando al suelo una y otra vez. No le había tomado importancia en los primeros dos segundos, pero la expresión de Beth me indicaba que no estaba nada contento con verlas.

Pensé por unos segundos el motivo por el que reaccionaba de esa forma y finalmente comprendí que tampoco me agradaría ver un frasco con antidepresivos en casa de un amigo.

— No no, no es lo piensas, en serio, estoy bien, es para un experimento o…algo así

— No estoy enojado, solo algo sorprendido, ¿Seguro? ¿No quieres decir nada?

— De verdad Beth, estoy perfecto ¿Sí? — me vio algo inseguro por unos momentos, pero finalmente volvió dejar el frasco en la mesa

— Entonces… ¿Para qué es?

— Un experimento

— ¿Y para cual sería que necesitas comprar antidepresivos?

— Quiero ver como caen en una alfombra

— ¿Y no podías con cualquier pastilla?

— También quería saber si olían a algo cuando los diluías con agua. Tranquilo Beth, es por la ciencia

— Si tú lo dices. ¿Y desde cuando te interesa la ciencia?

— No es ciencia realmente, es para un caso

— ¿Trabajas en un caso? — se veía claramente sorprendido lo que era bastante comprensible siendo conocedor de mi situación

— Algo así, no oficialmente

— Aah… O sea, lo haces a espaldas de Fenrir. Bueno, lo que sea a espaldas de ese elfo de jardín está bien

Me reí nervioso sintiéndome como un niño que hace una travesura, con la diferencia que la gravedad podía ser algo peor que un simple castigo.

Beth ya sabía lo que hacía de «trabajo», sabía que estaba limitado y como eran mis relaciones en la estación. Era claro que no estaba para nada de acuerdo y en las veces que venía a verme al trabajo terminaba en peleas con algún oficial y en más de una ocasión con Fenrir, esa fue la razón principal por la que había dejado de ir a la estación, a veces solo me espera fuera, cuanto más apartado mejor.

Por lo que sabiendo esto era lógico que le resultase raro que trabajase en un caso y por ello su suposición que lo hacía a escondidas. Lo que me hacía sentir como una rata en la alcantarilla.

Me senté en el sillón a un lado suyo e hice a un lado los papeles para comenzar a comer.

Beth agarró uno de los papeles y lo leyó.

— «Las pastillas no caen de manera distribuida cuando es sobre alfombra. Se quedan amontonadas por la falta de deslizamiento, algunas rebotan, pero siguen sin irse muy lejos.» ¿Para eso eran las pastillas? ¿Y la alfombra? ¿En serio compraste una alfombra para esto?

— No la compré, la tenía guardada de hace tiempo, pero sí, para eso compré las pastillas, y para…

— Si si, saber si olían a algo si las diluías en agua. ¿De qué es el caso?, más bien, ¿Por qué te interesa este caso?

Pensé por un momento la razón por la que me había quedado pensando en ello por tanto tiempo, pero, al final no era más que por intuición, que al final estaba resultando en algo más allá.

— Una mujer se suicidó, se llamaba Ema, en la calle Wismond al 320. Pensé que solo era otro caso de suicidio, pero creo que es algo más.

— ¿Algo más? ¿Crees que el marido la mató?

— Tal vez, no lo sé, realmente no hay nada firme

Beth miró las hojas y agarró otra leyéndola en voz alta nuevamente.

— «¿Qué pasa si tomas pastillas sin agua?»

— Lo intenté — me vio rápidamente incrédulo, pero enseguida descarté lo que sea que se le cruzaba por la cabeza — Caramelos, caramelos, lo intenté con caramelos. Unas pastillas redondas duras que se asemejan a las antidepresivas. Intenté tomar varias sin agua, es algo difícil. De cualquier forma, tomar varias sin agua no es la mejor opción, ahora si soy capaz de decirlo por experiencia.

— ¿Entonces? ¿A qué llegaste con eso?

— No había ningún vaso o taza con agua en ninguna parte de la habitación, es un poco extraño, pero que sea difícil no significa imposible, así que no me dice mucho.

— ¿Y por qué no me dices lo que te incita a seguir? Debe ser algo más que la intuición

Llevé una papa a la boca sintiendo el salado en mi lengua, era una lástima que ya estuviera frío. Pensé en la respuesta a la pregunta y solo me venía una sola cosa a la cabeza.

— Tienes razón, en realidad es algo más — bebí un poco de la gaseosa haciendo pasar la comida y continué a relatar mi experiencia en la casa — En un momento Fenrir y el esposo, creo que se llama Benson o Brenson no lo sé, se quedaron hablando en una habitación, entonces empecé a entrar a las habitaciones, porque no tenía nada más que hacer y me daba curiosidad ¿Sí? No estaba buscando nada raro. Entré al baño y luego quise entrar a la habitación de al lado, pero estaba cerrada así que fui a la que me quedaba que era la oficina del esposo. Cuando entré no había mucho realmente, un par de libros aburridos, y papeles, creo que es abogado, cuestión que cuando salí me encontré con la empleada Belinda. Ella me dijo que era muy cercana a la Sra. Ema, que eran muy amigas y cuando le pregunté desde que momento tenía depresión ella me contestó que nunca lo tuvo. Al final no pude hablar más con ella, pero fue extraño, es decir, ¿Quién se suicida sin depresión? Me refiero, no hay motivo para matarse que no sea por algo emocional ¿No? Tú me entiendes ¿Verdad?

Beth asintió y miró al suelo pensativo. Me alegraba poder contarle a alguien las cosas que tenía en la cabeza. A veces decía locuras y Beth siempre estaba ahí para regresarme a tierra, otras veces apoyaba esas locuras y otras solo escuchaba y si le pedía consejo me ayudaba. Era cómodo estar junto a él, era el respiro de aire limpio que necesitaba todos los días luego de pasar horas en la estación sintiéndome que me asfixiaba.

— ¿»Valetudo Sanitas»?

Volví a realidad y vi que sostenía otra de las hojas que estaban en blanco con solo dos palabras escritas.

— Ah, sí, lo vi escrito en una carta en el tacho de basura de la oficina del esposo, pero aún no tuve tiempo de buscar qué es

— Creo ya saber qué es — sacó su teléfono y comenzó a teclear de manera que sus dedos parecían volar con la rapidez que escribía — Si, lo encontré, es una compañía de seguros, entre ellos están incluidos los seguros de vida

— ¿¡Qué?! — tosí entre lágrimas al atragantarme con el último bocado de la hamburguesa y tras calmarme me acerqué viendo lo que su teléfono mostraba — Es de seguros de salud en general, pero claro, eso incluyen los de vida

Volví a mi asiento algo asombrado por el giro que había dado todo en un segundo. Ahora no solo tenía conjeturas sueltas e hipotéticas, sino que también un posible motivo. Mi cabeza comenzaba a volar de teorías e ideas de lo que podría haber pasado, sin embargo, un chasqueo de dedos frente mío me sacó de mi nube devolviéndome nuevamente a Beth que me veía con una media sonrisa.

— Despierta, no empieces a divagar, esto no prueba nada, puede ser también una coincidencia por lo que no te aferres mucho a ello

Una coincidencia demasiado grande, no obstante, tenía razón, no probaba prácticamente nada.

— Hagamos algo, tu dime Faust, ¿Cómo crees que la haya matado?

— ¿A la esposa?

— Exacto, dime tu teoría, ¿Cómo fue para ti?

— Una sobredosis

— ¿Cómo tomas pastillas involuntariamente?

— Diluidas, diluidas en agua

— Aún si no oliera a nada está claro que tiene sabor por lo que lo hubiera escupido apenas hizo el primer trago

Miré las hojas pensando en otra forma por la que podría haber llegado la droga a su organismo.

— Jeringa, por una jeringa pudo haber metido la droga y producir una sobredosis. Había una jeringa en el tacho del baño con restos blancos en el tubo, parecía nueva

— Es buena, no preguntaré porque revisabas la basura del baño, pero es buena, aun así ¿Cómo te dejas inyectar droga? — me mordí el labio buscando una respuesta que al instante me vino a la mente.

— Había pastillas para dormir, pudo haber tomado una, no es fácil despertar luego de tomarla

— Ya es algo ¿no? Un posible motivo y un posible medio y forma. Solo faltaría una forma de confirmar todo eso. ¿No debería tener una autopsia?

— Se lo haría, pero en este caso no hay causa dudosa o algo así, se lo tomó por suicidio, por ello no se hace autopsia

— ¿No puedes mandar a hacerla?

Negué con la cabeza. En realidad, podría, en circunstancias normales claro, mi caso no era normal y de hecho era mejor no llamar la atención. Realmente, ni siquiera tendría que estar haciendo todo esto.

— ¿No tienes una placa?

— ¿Placa? Si, pero no la uso

— Bueno, por esta vez lo harás

— ¿Para qué?

— Vas a averiguar si tiene un seguro de vida o no

— Necesito el nombre completo de la mujer y el esposo

— Entonces lo buscarás, eso debe ser sencillo ¿No?

— Si, supongo, hay que ir a la estación, el caso debe estar en una de las cajas de archivos aún en la primera planta, es el protocolo

— Perfecto, iremos

— ¿Vendrás?

— Me ofende que preguntes eso Faust

Me reí ante la actuación de ofendido que Beth hacía tras preguntar si me acompañaría. Aunque dudaba un poco que fuese algo bueno, no creía que llegase a pasar nada malo porque lo hiciera, cuanto mucho tal vez me regañarían si me descubrían, pero no podrían hacerle nada a él.

— ¿Y esto que es? ¿»Biblioteca muy limpia»? ¿Eso es un crimen acaso? — dijo viendo por encima otra de las hojas sobre la mesa.

— Ah eso — había olvidado por completo la segunda duda que tenía con respecto al caso — Cuando entré a la oficina del esposo la ventana estaba abierta pero la biblioteca estaba muy limpia. Tú sabes que en esta época los vientos son fuerte y traen mucha tierra y polvo, sin embargo, no había ni una pisca de nada de eso en el despacho

— ¿Entonces? ¿Dices que alguien lo limpió? ¿Y qué tiene?

— El despacho da una vista directa a la habitación donde estaba la mujer

— ¿Crees que la persona que limpió vio algo?

— Tal vez, realmente no lo sé, solo era una idea nada más

— Dijiste que había una empleada ¿No es así?

— Si, Belinda

— ¿Crees que puedas encontrar su dirección? Tal vez te diga algo, quien sabe

— Deberían haberle tomado los datos cuando hicieron el papeleo, tal vez haya una dirección en los archivos del caso

— Más razones para ir ¿No?

Fue así que acomodamos los papeles y a las veintidós menos cuarto salimos de mi casa rumbo a la estación de policía.

Las hipótesis e ideas comenzaban a tomar forma; la forma de un caso que parecía ser una muerte más por la angustia a uno que se tornaba más oscuro a cada que tirábamos de un hilo que aún se estaba por descubrir si era real o no.

—⛓—

Por la noche la comisaría era menos concurrida y por ende había menos personal de atención. La mayoría de policías estaban en las calles haciendo patrullaje y todo eso nos beneficiaba en ese momento. No solo porque había menos probabilidades que Beth discutiese si no porque tampoco había tantos ojos preguntándose qué es lo que hacía.

Al llegar a la sala de espera solo había un par de policía que conversaban entre ellos con un café en la mano cada uno. Al verme lanzaron miradas toscas de reojo y se inclinaron para intercambiar susurros, los cuales no necesitaba preguntarme cual sería el tema principal.

Miré a mi alrededor y me acerqué a Beth que me seguía indiferente de las miradas de ese par.

— Debes esperar aquí Beth, no puedo dejarte pasar

— Si si lo sé, vamos ve

Se recostó en una de las sillas y cruzó los brazos haciéndome señas para que me vaya. Sonreí y enseguida me dirigí a uno de los pasillos que dividía la sala de esperas.

A la derecha estaban las salas de interrogatorio, algunas oficinas y escaleras que llevaban al piso de abajo. A la izquierda estaban las oficinas para otros tipos de problemas de papelerío y las escaleras que llevaban al primer piso donde se situaban los casos archivados en cajas por unos cuantos días hasta que se los volviese a llevar a la planta baja donde se quedaban ahí definitivamente y se los pasaba a computadora.

Subí hasta el primer piso encontrándome con el silencio más tenebroso que había escuchado, si es que el silencio podía escucharse, ni un alma rondaba por los pasillos y eso solo me alentó a continuar. Revisé las etiquetas que marcaban cada puerta hasta la tercera que figuraba «Archivos» tallado en una placa dorada en el medio superior.

Hice un vistazo rápido antes de bajar el picaporte y entrar. Dentro parecía una biblioteca con la diferencia que en vez de libros había cajas, éstas estaban organizadas alfabéticamente por el apellido lo que complicaba mi búsqueda; a un lado de la entrada había una mesa con una silla y una computadora encendida. Me acerqué y entré al índice de los archivos, no sabía el apellido de Ema, pero con el nombre y fecha de registro debía ser suficiente para encontrarla.

Comencé a teclear haciendo eco por cada tecla que apretaba, en la biblioteca había solo tres Ema que aún no eran llevadas al piso de abajo y solo una que fue registrada hoy a las doce. Ema Amalia Winson era su nombre completo. Me levanté y troté hasta el final de la sala, en el anteúltimo estante se acomodaban las letras «W-X», por fortuna había seis cajas únicamente. Comencé a leer las etiquetas de cada uno encontrando finalmente a Ema Amelia Winson en la caja del fondo.

La abrí y hurgué en el interior buscando los datos del esposo. En la primera hoja de una carpeta fina encontré el nombre completo del esposo «Benson William Winson». Busqué un poco más encontrando la declaración de la empleada y sus datos, «Belinda Felicia Marshall», su número de contacto y su dirección «Barrio Sur, Meneia 234». Acomodé los papeles en su lugar y volví a guardar la carpeta en la caja colocando las demás hojas encima.

— ¿Qué haces aquí?

El sobresalto fue tal que la caja resbaló de mis manos y cayó al piso desparramando el contenido por el suelo, algunas hojas se deslizaron por debajo del estante llegando al otro lado, los demás se habían alejado hasta chocar con los pies de quien había llegado a último momento.

Alcé la vista encontrándome de frente con joven novato que se cruzaba de brazos con el ceño fruncido en un enojo que parecía adorable más que imponente. Sin embargo, adorable o no las intenciones eran claras, antes que se armara un revuelo mucho más grande estaba decidido a salir de allí.

Comencé a recolectar todos los papeles que estaban a mi alcance y colocarlos nuevamente en la caja sin prestar mucha atención a como los acomodaba.

— Mira el desastre que hiciste, aunque viniendo de ti no me extraña

¿Mi desastre? Todo eso no hubiera pasado si no me hubiera sorprendido de esa manera, aunque era yo quien había soltado la caja. Podía ser mi culpa. De cualquier forma, fuese o no prefería disculparme que empezar alguna disputa innecesaria.

— Lo siento, de todas formas ¿Qué haces tu aquí?, los nuevos no entran a la sala de archivos a menos que sea con autorización, y a estas horas no hay ningún superior

El chico abrió la boca para hablar, pero enseguida empezó a balbucear intentando buscar una excusa. Realmente no era mi intención acorralarlo con esa pregunta, fue solo una curiosidad que tenía del momento por saber si había algún superior del que tuviera que cuidarme a estas horas, sin embargo, parecía que acababa de agarrarlo en una travesura o más bien maldad si veía con malicia sus intenciones.

— No cambies de tema, en estos momentos tengo más autoridad que tú en esta comisaría — ¿Qué? ¿A qué se refería con eso? Lo miré algo incrédulo de lo que decía esperando una explicación que pronto me fue dada — ¡Si! No creas no que no me enteré de lo que hiciste, eres un sucio traidor, un traidor que volvió arrastrándose y al que tan descaradamente perdonaron porque así lo quiso el Sr. Mephisto

¿Qué? ¿Por qué decía eso? ¿Por qué ahora?, era desagradable, se sentía desagradable. Basta, basta, ¿Había alguna relación? ¿Por qué estaba hablando de eso? ¿Había hecho algo malo?, solo estaba en la sala de archivos, solo buscaba información de un caso al que había asistido, ¿Era eso acaso tan malo?

El chico seguía hablando, pero mi mente lo silenciaba, no lo soportaba, quería irme de una vez, quería que se callase.

Nada era verdad y aun así lo profetizaba como quien lee la biblia pensándose que dios existe, era igual, nada de eso era verdad, nada era real, aun así ¿Por qué nadie me creía? Aun después de tanto tiempo seguían hablando de eso, no paraban, en ningún momento, susurraba y maldecían a mis espaldas, incluso frente mío, justo como ahora, y nada les pasaba por ello. ¿No era esto acaso difamación? ¿No era calumnia? ¿No tenían miedo acaso?

Levantaba las hojas, pero realmente no estaba consciente de lo que hacía, podría haber agarrado un hierro caliente y aun así no reaccionar a nada, mi conciencia parecía haberse alejado cada vez más y comenzaba a dejar de respirar, los pulmones gritaban porque reaccione, no quería volver, quería irme de allí lo más rápido posible, pero solo seguía hablando, seguía y seguía, era una mentira que ya no escuchaba lo que decía, tampoco es que quisiera.

—¡Eres una vergüenza para todos en este lugar, deberías estar…

—¡¡Basta!! ¡Basta! ¡Solo cállate! ¡Cállate! ¡Hablas como si supieras algo, pero solo eres un niño que ni de la vida conoce y pretende dar lecciones como un profesor que lo vio todo! ¡Solo crees en lo que te dicen y no piensas ni por un segundo! ¡Eres lo mismo que una oveja en el rebaño sin cerebro ni decisión propia! — una punzada en el pecho me paralizó por un segundo, sentía que de alguna forma acababa de revelarme algo, sin embargo, no podía darme cuenta qué.

— ¿Terminaste?

El cuerpo se me paralizó al escuchar la voz rasposa y gruesa que hace tanto tiempo no escuchaba, mucho menos el tono con el que se dirigía a mí. Giré la cabeza dirección a la puerta con el temor de ver quien era, sin embargo, aún si no lo veía sabía perfectamente quien era. Verlo fue solo una confirmación, aquel cabello negro y ojos tan oscuros que me veía con una profunda mezcla de sorpresa y pena.

Lo odiaba, no quería que siguiese viéndome, no él, me sentía en un pozo del que no podía salir y cada vez me hundía más.

— ¿Puedes soltarlo? — me fijé en mí que en algún momento de toda esta situación había acabado por agarrar al chico por los brazos con fuerza y gritarle a la cara. Viendo toda aquella escena no me sorprendía su mirar de decepción.

Solté al chico y este corrió detrás de Paxton en una actuación de lucir indefenso.

— Solo lo seguí porque creí que estaba actuando muy raro y cuando lo vi entrar a la habitación de los archivos quise avisar a alguien, pero no había nadie entonces entré y lo encontré tirando la caja de un caso al piso — era mi sorpresa con lo descarado que podía mentir sin que un pelo se le moviese.

— Eso no…

— Basta, Luc vete de aquí y la próxima vez no vuelvas a entrar a la sala de archivos sin autorización, ¿Entendido?

— Si, lo siento subcomisario — el chico se fue dejándome impotente y con las palabras aun en la boca — Y tu — dijo Paxton volviendo a mí — ¿Esto es lo que haces ahora? ¿Desquitarte con novatos?

— No…

— Solo vete, no sé qué es lo querías de aquí ni porqué hay este desastre, pero será mejor que te vayas. Ahora.

No pude decir nada más cuando comenzó a levantar las hojas del suelo una por una, al final lo único que podía hacer era hacer lo que decía e irme.

Antes de abrir la puerta y salir lo escuché decir unas últimas palabras.

— Has caído muy bajo Fausto, es decepcionante

Lo ignoré y solo me dediqué a buscar las escaleras para bajar. En la sala de espera Beth se había quedado dormido en el asiento con los brazos cruzado y la cabeza a penas agachada.

Lo moví suave por el hombro y de un sobresalto me vio algo asustado hasta reconocerme y dar una media sonrisa apenado.

— Lo siento, ya es algo tarde y bueno, fue un día largo

— Está bien, vámonos

— ¿Tienes lo que buscabas? — dijo mientras nos dirigíamos a la salida.

Asentí sin poder hablar, la garganta me apretaba y los ojos me ardían.

— ¿Fausto…?

— ¿Mmh?

— ¿Estás llorando?

—⛓—

Mucha luz, ¿Era acaso un atardecer? No sentía el calor de este, sin embargo, ahí estaba, lo sentía, a su forma.

Miré a Beth que tenía los ojos cerrados disfrutando el poco sol que quedaba mientras sonreía para sí mismo. Fue por el que también me di cuenta de la brisa que movía su pelo, de otra forma no podía estar enterado ello, tampoco lo sentía.

De hecho, me sentía extrañamente melancólico, no me gustaba esta sensación.

— «¿Qué hacemos aquí?»

— «¿No es lindo?»

— «¿El atardecer?»

— «Si, es relajante, en realidad hacía mucho que no me relajaba de esta forma, todo era muy estresante constantemente»

¿Estresante?, bueno, ser profesor supongo que podía ser estresante en algunas ocasiones, mucho más si trabajas con adolescentes.

Quería disfrutar de este momento, pero me era difícil, me sentía incómodo y por alguna razón me también solitario.

De repente Beth se levantó y estiró con fuerza largando un suspiro pesado. Levanté la vista, pero los rayos del sol me tapaban la vista a su cara. Supongo que sí había algo más brillante que sus ojos después de todo.

— «¿A dónde vas?» — no contestó y solo sonrió dándose vuelta y yendo a la puerta que bajaba de la terraza — «¿Beth?»

Seguía caminando sin detenerse o responder a mi pregunta. Poco a poco empezaba a sentir que me asfixiaba. No quería que se fuera, lo sentía, detrás de esa puerta algo malo sucedería, no podía cruzar esa puerta, quería que me dijese a donde se iría.

Me levanté rápido en el momento que agarraba el pomo de la puerta y estiré la mano para alcanzarlo.

A un milímetro de distancia su brazo escapó de mis dedos y cruzó la puerta aún con una sonrisa en los labios.

— ¡Beth espera!

—⛓—

Tomé aire con fuerza sentándome de golpe y sintiéndome vivo nuevamente. Respiraba agitado, el corazón me palpitaba con fuerza y me transpiraba el cuerpo en sudor frío. Miré a mi alrededor encontrándome a Beth que me veía desde la puerta con una mano en el pomo. Su rostro mezclaba la confusión, el susto y la preocupación en partes iguales.

— Yo…solo iba hacer el desayuno… ¿Estás bien?

Tranquilicé mi cuerpo que parecía acabar de correr una maratón. Me hice a un lado el pelo que se me pegaba en la frente asquerosamente y me refregué la cara intentando despejarme.

— Si, lo siento, tuve un sueño creo, no lo sé, ya no lo recuerdo

— Pues debí de estar yo de seguro, gritaste de repente cuando estaba por salir y me sorprendió un poco bastante

Me reí por su reacción y luego de decirme un «Buen día» se fue al piso de abajo a preparar el desayuno.

Mientras tanto saqué una muda de ropa y me fui a dar un baño.

El agua me caía encima y me relajaba a la vez que terminaba de despertar de la somnolencia que llevaba encima. Al rato bajé y Beth ya tenía dos tazas de café en la mano que me ofreció. Luego de sentarnos en los bancos de la isla en la cocina.

— Entonces… ¿No recuerdas el sueño?

— No, ya no, de todas formas, prefiero no hacerlo, dudo que haya sido agradable

— Está bien, como sea, ¿Dónde iremos hoy?

— ¿No tienes que trabajar?

— Puedo ausentarme

— Pero…

— Tarde, ya dije que no iría así que puedes ahorrarte tus preocupaciones

— Pff — me reí antes de tomar un trago del café. El sabor amargo entró a mi sistema que lo recibía con los brazos abiertos dando la bienvenida a toda esa cafeína dispuesta a darme todas las energías que necesitaba para el día.

La noche anterior al salir de la comisaría decidimos que lo mejor sería descansar, ambos no lo mostrábamos abiertamente, pero nos conocíamos lo suficiente para saber que estábamos cansados.

Por eso ambos fuimos a mi casa y Beth se quedó a dormir luego de darse un baño. Ya se había quedado aquí un par de veces por lo que ropa suya estaba guardada en uno de los cajones de mi armario. Una camisa blanca y un suéter fino grande color rosa viejo con zapatillas y jeans negros. Al ser mucho más bajo que el promedio de personas Beth lucía como un adolescente, de hecho, muchas veces esa misma apariencia era lo que justamente ayudaba a que lo subestimaran en varias ocasiones lo que a la vez llevaba en disputas, los que curiosamente me recordaban las incontables peleas en la comisaría. Incluso una vez en un bar al que fuimos le pidieron su carné para verificar su edad, algo de lo que aún recuerdo y sigue haciéndome gracia. De todas formas, esto no era algo que pareciera afectarle en lo absoluto.

Por mi parte llevaba una remera manga corta y campera negra con jeans comunes. Los comienzos de otoño traían consigo vientos y fríos suaves que empeorarían bastante con el invierno.

— ¿Cuánto mides Beth? — tenía bastante curiosidad. A simple vista podía calcular un metro sesenta y cinco, tres, tal vez, más o menos.

— No sé en qué estás pensando, pero no te lo diré, mejor concéntrate y dime a donde iremos. Son las siete, anoche vi que Valetudo Sanitas abría siete y media, así que estamos a horario. ¿Tienes tu placa?

— Ah…Debo buscarla

— ¿Seguro tienes una?

— Si sí, me dejaron que la conserve, pero no puedo usarla

— Está bien, yo lavaré esto tu ve a buscar esa cosa

Dejé la taza a un lado y subí corriendo las escaleras hasta mi habitación. Recordaba vagamente la cómoda, pero sin seguridad revisé los cajones uno por uno hasta dar con el último y tercero de abajo, rebuscando por debajo de toda la ropa toqué por un segundo el duro objeto. Destapándolo el brillo plateado llegó a mi como si encontrara un tesoro bajo el mar.

Lo saqué y observé por unos instantes, «Policía Federal de Carmellia», lo sentía extraño al tacto, tal vez era porque hace casi cuatro años que no tenía una en mis manos y ya casi había asumido que no la tendría jamás. Aunque ahora no tenía permitido tenerla realmente, mucho menos usarla, pero… ¿Acaso el riesgo no valía la pena? Aún si me equivocaba y todo salía bien nadie nunca se enteraría que la había usado.

Guardé la ropa nuevamente en el cajón y bajé las escaleras. Beth ya estaba en la puerta revisando su celular cuando me vio.

— ¿Lo encontraste?

— Si — la mostré por un segundo a lo que asintió y la guardé en el bolsillo.

— En quince minutos tenemos un bus que nos llevará cerca de Valetudo

— Bien

Sin más preámbulos Beth tomó su bolso y yo mis llaves, cerré la puerta detrás nuestro y emprendimos el corto viaje hasta la parada del bus.

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