El concepto de dialéctica es muy utilizado en filosofía, nos ayuda a comprender muchos fenómenos en los cuales intervienen dos o más factores que se afectan mutuamente. Por ejemplo, es conocida la dialéctica del amo y el esclavo en Hegel, o también la dialéctica entre el hombre y la naturaleza a través del trabajo que propuso Marx en su obra. Es un término complejo, con distintas acepciones dependiendo del contexto histórico-filosófico en el que se utilice. Se suele definir como un diálogo o “lucha” entre opuestos.
Analizando el concepto, a mi entender, lo más importante no son los factores en sí; sino la dinámica resultante, la cual da paso a un fenómeno novedoso que siempre está en funcionamiento, en desarrollo, en constante evolución. Observando estas características surge la pregunta: ¿No son éstas desde un punto de vista socio-antropológico características propias de nosotros los seres humanos?
Dicha pregunta y mi itinerario particular en estos días me llevaron a reflexionar sobre las relaciones humanas, pensando en esa dinámica “yo-tu” que experimentamos a diario.
Acá es donde la cuestión se pone interesante y donde entra “El beso” en escena. Lo presento con otra pregunta filosófica: ¿Qué componentes tiene que tener un beso para considerarse mejor que otros? O mejor dicho, ¿Cómo sería un beso deseable, o de algún modo ideal? Esta pregunta presupone una comparación muy arbitraria, pero considero que es posible plantearla, que hay distintos tipos de besos, que al menos subjetivamente podrían ser clasificables y que algunas características podrían ser más deseables que otras. En esas categorías podríamos encontrar: Besos más o menos amables, desinteresados, interesados, más o menos pasionales, más secos, más húmedos, etc. No me considero un experto en la materia, pero me atrevo a decir que un buen beso tiene que ser dialéctico.
Dicho esto, me encuentro en la obligación de explicar y argumentar sobre tamaña afirmación. Este beso ideal que busco conceptualizar comienza exponiendo su carácter dialéctico siendo un fenómeno que necesita dos agentes, obviamente, pero como mencionaba antes lo importante no son los factores o agentes individuales en este caso, sino la relación y su dinámica. Es en dicha relación entre ambos participantes en donde se observa la intersubjetividad en su estado más puro. Ambos agentes saben (o creen saber) lo que llevan consigo mismos y lo que van a buscar de antemano en el beso. Ambos llegan al encuentro con su mochila, cada subjetividad es hasta el momento ajena al otro. Llegan con experiencias pasadas, con anhelos futuros, pero lo que sucede en el transcurso del beso no es la mera suma de las partes. Es siempre una síntesis superadora, algo profundamente novedoso. El pasado queda muy lejos, el futuro ya no importa. Nada de lo especulado previamente permanece.
Aquí se observa su carácter dialéctico, porque las partes y su propia subjetividad son condición necesaria para comenzar el proceso. Necesarias, pero no suficientes: Si las partes no se encuentran en un espacio común en el que puedan interactuar, la síntesis no se logra y el beso concluye sin más. Cada agente vuelve a su estado previo, no hay afectación y, por lo tanto, no hay dinámica de transformación.
Esta reflexión también me lleva a pensar sobre la propia subjetividad del individuo y cuál podría ser su lugar más sano en el mundo. En otras palabras, intento decir que una subjetividad aislada o ensimismada puede ser peligrosa. Muchas partes de nuestro ser no se activan sin un otro que las interpele de alguna u otra manera. Por esta razón necesitamos que nuestra subjetividad esté al servicio del otro, proyectada hacia afuera. Nuestra vida interior es un tesoro único e irrepetible, un fenómeno “sui generis”, pero no fue pensada para regodearse en sí misma. En tal caso corre el riesgo de marchitarse, de perderse, de congelarse en un instante del pasado eternamente. Tal vez nos resulte más saludable pensar nuestra subjetividad como una ofrenda que debe ser compartida, y con esto vale la aclaración; no sometida ni olvidada, tampoco inaccesible e infranqueable, sino simplemente compartida.
Es inevitable llegar al beso sin mochilas, es decir, sin prejuicios, miedos, ansiedades, proyecciones psicológicas, todo tipo de representaciones y ficciones cargadas de imágenes del pasado/futuro; pero no se trata de absorber al otro sometiéndolo a dicha escena, adjudicándole la horrible e injusta tarea de llenar nuestros vacíos, sino de vaciar nuestras mochilas en el mismo acto, recoger lo que el otro nos ofrece al confiarnos una parte de su ser, de su vida interior. Abrazarlo y comprenderlo en nosotros mismos. Reconocer los anhelos en común que nos llevaron hasta ese lugar, como peregrinos que se encuentran en el camino queriendo llegar a una misma ciudad.
En conclusión: Este humilde criterio nos permitirá encontrar el carácter dialéctico en nuestras relaciones, y análogamente en el beso. Así estaremos en condiciones de identificar un buen beso la próxima vez que nos topemos con tan hermosa posibilidad, la de encontrarnos con un otro y con nosotros mismos simultáneamente.
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