Luego de un estruendo de escala cósmica, la vida en albedo empezó de nuevo. Ningún ser humano que haya vivido aquel fenómeno recuerda cuáles fueron los hechos que anteceden aquella singularidad, y quienes no hayan vivido en Alba u Ocaso, ciudades estado y capitales de la antigua albedo, simplemente dejaron de existir ese día. Se puede decir entonces, que las ciudades de Alba y Ocaso fueron el último bastión de la antigua civilización de la que ninguno de sus habitantes recuerda más que por su nombre, Albedo. O eso pensaban hasta el descubrimiento de Las Puertas.

Casi noventa metros de mármol del más hermoso blanco y dorado, erguidas en algún tiempo pasado de esos de los que ya no se tiene recuerdo ni registro. Fueron encontradas junto a la ciudad de Houb, cuidadora de Las Puertas, al noreste del continente de Albedo.

Esta ciudad alberga los más intrigantes seres humanos, devotos de la diosa del Amor y cada uno de ellos paladines de su devoción. Nacidos y criados únicamente para una labor, salvaguardar Las Puertas y abrirlas de ser necesario. Porque estas pueden ser abiertas, de par en par si así se desea. Pero para que esto ocurra, deben por lo menos pasar 3 meses de su última abertura, así narran estos extraños sujetos.

Este culto funcionaba en la más increíble austeridad. Sus casas estaban hechas de adobe con techos diagonales únicamente para que la escasa lluvia invernal de aquella región no dañara su estructura, sus calles estaban guiadas por las huellas de caballos y no tenían más decoraciones que sus símbolos sagrados. Pero en el seno de la ciudad, se encontraba su monasterio, este contaba con vitrales pulcros de hermosas figuras y colores, un hermoso techo de tejas con un fuerte color rojo. Una estructura de ladrillos pintados de beige y una magnífica estatua, en medio de un estanque en representación a su diosa coronando un jardín que antecede aquel lugar. Puede que el monasterio haya sido lo que más cuidaban los hombres de tan poco querer y tosca apariencia.

Cerca del año diez d.g.d(después del Gran Destello). Soldados del ocaso dieron con esta ciudad olvidada en medio del desierto de la región, teniendo una sensación de nostalgia los más veteranos, entraron en contacto con sus pobladores y se sorprendieron de su amabilidad tan carente de prejuicios. Estos les mostraron su cultura, creencias y bondades que podía entregarles Houb, dando pie a una amistad por parte de los paladines. Los soldados del ocaso rápidamente se percataron de la devoción de sus anfitriones y aceptaron sus regalos, se quedaron días disfrutando de la hospitalidad de los paladines, hasta que el teniente de aquel escuadrón del Ocaso preguntó por aquellas enormes puertas. Dicha pregunta dejó a los paladines en evidente estado de incomodidad, una relacionada a un secreto cuyo contenido no debiese ser revelado a nadie bajo ninguna circunstancia, y así lo dejaron entrever cambiando de tema e ignorando las preguntas al respecto. Pero para los soldados allegados era imposible no preguntarse que escondían allí. Algunos especularon sobre grandes riquezas, otros sobre parajes vírgenes y los más osados hablaban sobre sociedades avanzadas en una especie de paraíso terrenal. El general del ocaso, luego de una tertulia ya típica de su estancia en Houb, fue decididamente a encarar a quien ellos llamaban jefe, el líder de su orden, Allahu Kansai.

Su conversación fue extensa, estuvieron desde que los soldados fueron a dormir hasta que el primer rayo de sol se asomó por los montes orientales, y de todo lo dicho, el comandante guarda un extracto sobre su conversación:

<<Tú, hombre de brillante ébano y cobre, no puedes seguir preguntando cosas que pueden suscitar curiosidad. Entiendo tu afán de conocer, pero hay secretos que ni las mentes más preparadas pueden contener. De lo único que te escucho hablar es sobre el contenido de Las Puertas, puedo escucharlos hablar en estas frágiles paredes, y te puedo advertir que lo que presagian no es más que fantasía.

Detrás de aquellas puertas no hay sino maldiciones, aberraciones, infinito dolor y penurias. No es un lugar apto para quienes albergan algo de amor en sus corazones, puesto que la razón de esta enorme entrada, es para que ningún ser que habita sus infernales parajes, salga a estas sagradas tierras protegidas por los dioses. Somos los protectores designados por nuestra diosa del amor, y solo nosotros podemos dar paso a través de ellas y realmente no te aconsejo volver siquiera a insinuar lo que pueda morar en su interior.>>

Los dichos del Líder Allahu Kansai puso a prueba los aires de grandeza del general y de toda su nación. Abandonando frustrado la morada del líder y dirigiéndose a sus camaradas, ese mismo día, los soldados abandonaron aquel desierto inocuo con devotos de gran hospitalidad.

Al mes siguiente, Houb recibió la no tan grata visita de un centenar de hombres, liderados por aquel mismo general. Este, encarando a Allahu, exigió que abrieran esas puertas y se sometiesen al dominio del Ocaso, acción que fue aceptada con resignación por parte de toda la comunidad de paladines, incluido su líder. Este último dio una última advertencia:

<<Hombres de poca fortuna y enorme arrogancia, marcharán por un valle de desolación y dolor. Sólo el sufrimiento los aguardará por el fin de los tiempos, y solo tendrán una oportunidad cada tres meses de guardar su vida para sus miserables reclusiones en su preciada tierra que ya no será suya>>

El comandante entró en cólera y bajó de su caballo, miró cara a cara a aquel líder y comenzó a golpearlo de manera estrepitosa. Partió golpeando su nariz, hinchándose en sangre, luego siguió por botar sus dientes en sucesión de golpes con sus blindadas manos, por último cuando cayó al suelo preso del dolor, el capitán golpeó cada uno de sus órganos a punta de botonazos de su elegante bronce de ébano y cobre.

Una vez terminada la humillación pública, el capitán ordenó que colgaran aquel golpeado hombre en su plaza y que montaran su campamento en proximidades del pueblo. Luego se dirigió a uno de los paladines para que abriera aquellas monumentales puertas y este accedió junto a otros tres paladines. Una vez confirmado, el capitán ordenó un escuadrón de veinte hombres junto a él para explorar y colonizar el interior de las Puertas. Aquel veintisiete de diciembre del año nueve d.g.d no volvieron nunca más a ver aquel capitán ni sus 20 hombres. Solo cuarenta años después, el único sobreviviente de una incursión encontraría su diario, el cual es exhibido en el museo de historia Albediana en Ocaso. Este hombre de aspecto un poco descuidado y de un afable carácter fue conocido como Beto, y vuelto capitán tras las guerras de pacificación del ocaso en el año 40 d.g.d.

Con respecto al pueblo de Houb, este fue ultrajado y violado por el ejército del ocaso, manteniendo con apenas vida a los herederos del saber del amor únicamente con el propósito de perpetuar el secreto de las puertas, ya que sin ellos, no podrían volver a abrirla jamás. Muchos juglares y trovadores describen a Houb como el lugar más triste que pueda existir el Albedo, sus tristes chozas, derruidas por el paso del tiempo y forzadas por los invasores, enmarcan la decadencia de una cultura aplastada. Y su monasterio, que era el centro de toda actividad y su lugar con más rebosante belleza, está reducido a un lugar sin vida, sin color, sin identidad, habiendo deteriorado maléficamente la estatua de aquella venerada diosa y secado su cristalino estanque, dejando sin consuelo al pueblo originario de Houb.

En cualquier caso, Las Puertas no dejaron de ser uno de los fracasos más grandes del Ocaso, dejando en evidencia su ineptitud antes aquellas piezas de enorme mármol. El único ser que ha salido con vida, luego de tantas expediciones, volvió sin ser él mismo, y luego regresó hacia aquel lugar para no saber nunca más nada de él. La historia del Ocaso dicta que Beto enloqueció y murió en la naturaleza hostil e ignota de lo que mora dentro de Las Puertas, pero existen rumores de taberna que intentan narrar una versión distinta a la oficial:

<<Beto encontró la manera de desatar un poder que solo él podía controlar, una vez retornado de aquel maldito lugar, dejó de ser amable y pasó a rehuir de quien lo viera por los callejones, únicamente se alimentaba en su morada y pasó largos años en un taller de su haber. Una vez las especulaciones de lo que quiera que haya estando construyendo invadieron todo el distrito, Beto huyó en una diligencia cerrada hacia Las Puertas. Desde allí ningún hombre cuerdo lo ha visto hasta el sol de hoy. >>

Sólo existe un hombre que afirma haber sido el último en cruzar palabra con él, Albertus trimio, su vice capitán en las guerras. Este afirmó qué lo que fuese que hubiera allí no había perturbado a Beto, sino todo lo contrario. Cuando lo vió, sus ojos estaban perdidos, como si él pudiera ver más allá de las personas, de las murallas, de las altas montañas y del mar, Albertus decía que él estaba decidido a terminar su existencia en ese lugar y que las últimas palabras de Beto fueron: <<Aquel maravilloso lugar, hermano mío, te encargo que ninguno de estos asquerosos hombres los toque con sus desdichadas zarpas. Te veré con anhelo desde las estrellas>>.

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