La pesadilla fue no darme cuenta de que tú nunca ibas a quererme como yo necesitaba que me quisieran; porque para querer a otro, sí, hay que quererse a uno mismo: pero no tanto.

Te imagino divertida escribiendo tuits sin gracia y con muy poquito contenido.

No te olvides de los jaskas, son muy importantes.

Controlando como una vieja cotilla la vida de los demás.

Una vez escuché que los sabios hablan de ideas y los idiotas de personas. No lo quise creer, qué ingenua.

Fue tu carita de ángel lo que me cautivó, pero fue tu demonio interno lo que me obsesionó.

Me enamoré de la picaresca de tus acciones, de la doble intención en cualquier ocasión, de las medias hechas jirones y de tener que aguantarte después.

Te vi un par de veces por televisión,

se te daba bastante mal.

Siempre aspiraste a ser una comentarista más de la vida de los otros, lucrarte haciendo daño: tu sueño cumplido.

Y con esos ojos azules cómo pensar que eras el infierno en la tierra.

No hay sastre, querida, que a tu medida pueda hacerte un traje.

No hay bosque por el que pases que no conviertas en páramo.

Tan misteriosa, tan simplona.

Tan impulsiva, tan toleta.

Tan mediocre, como todos los demás.

Te deseo siempre todo lo mejor, y que te atragantes con ello.

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