Silencio. El acto primero en un aula de colegio privado ubicado en Zona sur. Alrededor de 40 alumnos se hallan dentro de la sala carcelaria con aspecto de sonámbulos. Solo 10 de ellos trabajaban en lo que el profesor pidió para la semana pasada y el resto se dedica a hablar, escuchar música, reír o en mi caso registrar este dichoso momento en el que estos seres cuasi humanos se encuentran en silencio, como si no estuvieran en el mismo lugar que yo. Aprovechando esta oportunidad única y pocas veces repetible, me sumerjo con ropa y todo en un tanque lleno de alusiones extrañas con respecto a mí ser. Me ubico sobre la delgada línea que separa lo imposible de lo real y me tambaleo a punto de pasar hacia aquella otra realidad pantanosa y uniforme. Siento como caigo en las trampas de los sueños que se tienden ante mí impidiendo que pueda pasar de un lado a otro. Aspiro y suspiro, segura de que nadie puede verme. Aspiro y siento llenárseme los pulmones de magia, de amor, de mi misma. Me sacudo sin intención de llamar la atención, pero inevitablemente en el mundo real todos me observan y ríen ante mi cara de ausencia. “¿Qué te pasa?” pregunta mi compañero de al lado, yo sonrío como idiota y me doy cuenta de que en cuanto dejen de mirarme ya podré viajar entera y despierta al otro lado de la verdad. Todos vuelven a lo que sea que estaban haciendo, ¿Y yo? Yo viajaba entre polvos galácticos a un mundo donde la verdad no es imposible, donde el otro lado es un poco mas justo que éste, un lugar donde dependemos de nuestras decisiones. Imagino que estaré poco tiempo, de hecho el viaje no suele durar más de 10 minutos. Empieza a cortárseme la sensación de gravedad y una elocuencia llamada cero parece morir en mis propios brazos… Llego, llego y miro. Me veo acostada y pálida sobre aquello que parecía un ataúd, había poca gente, casi nadie. Una persona lloraba en la punta del cajón, observo su rostro y me veo allí, menos viva que muerta llorando mi cuerpo olvidado. Las formas son más liquidas que sólidas y el tiempo es incierto y pesado. Caen sobre mis pestañas los recuerdos de aquella realidad vasta e inexplicable, empujan a mis párpados a cerrarlos, dejando a mi cuerpo cansado y duro. Suena el timbre del segundo recreo, todos huyen buscando libertad, yo aspiro lo que queda de cocaína en la mesa, preparo la mitad de otra línea y aspiro. Salgo del aula viviendo otra realidad. Así es como sobrevivo en estos días.
OPINIONES Y COMENTARIOS