EL HEFESTO.

Cuentan las leyendas, las antiguas, las de la voz de los ancianos… que la vida en el planeta tierra: llego a su fin; debido a que agotamos todos nuestros recursos naturales. Fueron los colonos siderales, por llamarlos de algún modo, los que emprendieron el terrible éxodo a un astro lejos de nuestra querida vía láctea, buscando colonizarlo, y creyendo que tenían los recursos suficientes para la supervivencia de la raza humana, partieron a bordo del Hefesto 1, nave crucero sideral que partió a su destino sin retorno, mientras el mundo llegaba a su fin inevitable, dejando tras de sí, a sus hermanos, familias y millones de habitantes, en la tierra agonizante, en un mundo decadente y una sociedad en extinción.

Nadie lo hubiera imaginado, cuando llegaron los primeros hombres, a ese nuevo mundo de esperanza, después de un viaje de miles de años luz y tras muchas generaciones que nacieron en el viaje, la raza humana como la conocíamos estructuralmente, fisiológicamente y podría pensar que hasta mentalmente había desaparecido, en su lugar generación tras generación, la evolución aplicada para su supervivencia, fue reduciendo de tamaño y la estatura de los viajantes, cuando llegamos al primer planeta enano por conocer, el ser humano tenía una talla de medio metro en su adultez, lo que nos pareció magnifico ya que nuestros antepasados los terrícolas habían sido más altos, esta nueva talla nos permitiría no extenuaron los comestibles y no sufrir escases como nuestros ancestros en la tierra.

Eso ya era un pasado muy lejano e incierto, nosotros no tendríamos los mismos errores, gracias a los avances en la transgénica y la ingeniería genética lograríamos adaptarnos un poco a ese primer planeta, ya que el planeta nos quedaba grande, nuestro sustento era escaso, para desgracia de muchos colonos las condiciones atmosféricas, los periodos orbitales, la distancia del sol, no favorecieron a estos nuevos asentamientos de colonos y durante muchos años solares de difícil cuenta y perdidas de miles de colonos humanoides, en su intento desesperado por prevalecer, decidieron y partieron de regreso a la tierra, unos cientos de colonizadores aventureros, con la esperanza, de que el tiempo hubiera favorecido a nuestra madre tierra.

No se sabe cuándo regresaron, ni en qué año retornaron o en que Era evolutiva estaba la tierra; el aterrizaje fue difícil y perdimos la nave madre el HEFESTO. Solo quedaban de sobrevivientes una pareja, ellos apenas pisaron el planeta azul, estaban llenos de nostalgia y sentimientos producidos por el impactante verde y enormes cielos, que nunca habían visto.

Aquel era su planeta, el que les dio la vida, pero que ahora sentían que regresaban como extraterrestres, se sentían nuevos inquilinos, a pesar de que los primeros hombres en partir se esforzaron en prevalecer, guardar y trasmitir el conocimiento, por tantos cientos o miles de años que duro el viaje, de que servían ahora, si la tierra era antigüedad escrita, y nueva en todos sus aspectos, ese conocimiento trasmitido había llegado a su fin. Nosotros dos viajantes, éramos extraños invadiendo un mundo nuevo, nuestros cuerpos pequeños de una talla de 80 centímetros, delgados y con problemas para respirar en una atmosfera nueva, asfixiante, la gravedad era muy pesada para nuestros pequeños cuerpos

Nos maravillamos de lo que estaba frente a nosotros, pues era desconocido, en el fondo de nuestros pensamientos más bien estábamos temerosos. fue Elián, el hombre quien asumió la responsabilidad de ambos, inmediatamente surgió en él, un instinto de supervivencia que se activó, fue ese momento en que me fijé y pensé por primera vez, que Elijan era para mí, mi pareja en esta realidad, mientras estábamos sumidos en nuestro pesar, con un calor abrazador, la humedad reinante en el ambiente, el difícil andar por ese suelo, parecía una pesadilla pavorosa.

Buscamos alimento y refugio, eran prioridad de máxima urgencia, sacándonos de nuestro pesar, pusimos manos a la obra, sustrajimos lo que podía servir de la nave a nuestro juicio, necesario para sobrevivir y partimos a un refugio, encontrando al parecer una cueva según la información del ordenador de mano. Quizás fue la suerte por llamarla de algún modo y el lugar de la cueva, que no tuvimos problemas en asentarnos, en sobrevivir en la tierra; pasaron los años y comenzábamos a adaptarnos y sentirnos en casa, cuando todo cambio…

Todo paso tan rápido, tan inaudito e increíble, ya que estábamos mirando el suelo, cuando nos percatamos por primera vez, de algo que parecían hormigas, maravillados vimos que eran cientos de hombres armados con diminutas lanzas, ¡no podía ser así!, aquellos eran humanos terrícolas, pero involucionados, es decir retrocedidos en el tiempo, primitivos, eran los sobrevivientes de los sobrevivientes, quien por preponderar y vivir se adaptaron al igual que nosotros en tamaño, sólo que a una talla ínfima, para que todo lo que quedaba de recursos fuese abundante y basto, eran como insectos, nosotros también apenas conservábamos el trazo humanoide, por lo que parecíamos un riesgo para ellos. ¡Tan pequeños eran ahora los hombres! Nos miramos con expresión inaudita, Anastasia les dejo un diminuto sustento comestible, que ellos recogieron en demasía con sus pequeñas manos.

Que había sucedido en nuestra ausencia, el hombre «los terrícolas” por siglos tuvieron que regresar a su raíz evolutiva, al principio de la civilización, al pasar los siglos, cambiaron su forma de pensar, olvidaron todo lo aprendido y solo prevaleció lo que podía aplicar a la supervivencia, el hombre fue perdiendo lo que lo caracterizaba tecnológicamente, ignorar el máximo avance evolutivo, industrial, científico y sideral de los siglos, para solo subsistir en un mundo agonizante. El hombre por primera vez desde la Revolución Industrial estaba involucionando como debía ser. Siempre pensamos que la evolución era el resultado del conocimiento, olvidamos que habíamos perdido los instintos para sobrevivir, nos creíamos superiores a todos los seres vivos, porque dominamos la materia, el micro y el macro del cosmos, en ningún instante no paramos a observar a la naturaleza, nosotros los humanos éramos el centro del universo, nos hinchábamos de poder y soberbia y nos colmamos de placeres decadentes que terminaron con nuestros cuerpos, y nuestros recursos. No aprendimos de quienes ya nos llevaban miles de años de evolución, ¡LOS INSECTOS!, esos insignificantes bichos, que matábamos al pisarlos, con insecticidas u otras formas, tenían grupos y sociedades de miles o millones ¿quiénes podían alimentar a toda su colmena de diez mil individuos? Como las hormigas que se alimentaban con los desperdicios que dejábamos al comer, claro las hormigas que tanto evolucionaron, los alacranes que podían tener largos y muy largos periodos en inanición, para sobrevivir, las cucarachas héroes de la radioactividad en estado latente y así muchos otros, eran pequeños, nunca nos detuvimos a preguntarnos por ellos, su sobrevivencia y su esencia. Si tan solo ellos, los insectos, hubieran querido matarnos mientras dormíamos, nada los hubiera detenido, ya que por un ser humano existen miles de insectos, entonces preguntaría ¿de quién es la tierra, del que la domina, o del que prevalece, o del que abunda en número?

Ahora compartimos nuestra tierra con ellos: los insectos, que ahora son todavía más pequeños, como si nada hubiese pasado, simplemente se adaptaron, llevándonos en su evolución, los nuevos humanos involucionados, mantienen los índices de población controlados, teniendo mucho cuidado para que así los recursos siempre estuvieran disponibles en cuantiosas cantidades.

Su nuevo Dios, es quien les brinda las herramientas de trabajo, quien forja el hierro para sus lanzas y armas, quien siempre está en su caldera, Hefesto dios del fuego, el herrero universal.

Ahora que nuestro propósito es cuidar y conservar la especie, el mundo cambio, la raza cambio, los valores son más fuertes y sólidos que nunca, todavía me pregunto: ¿quiénes eran más inteligentes, si los que partimos o los que se aferramos a existir?

Volveremos a cometer los mismos errores de antaño, el cielo, el aire parecen tan joviales, el mundo aún tan inmenso que cuesta creer que algún día estuvo por morir. Aún hoy dominar al propio maíz es difícil por su tamaño, todo parece crecer más aún, y seguir creciendo, mientras nosotros viajantes y el fuego caminamos juntos a un nuevo amanecer.

Nos preparamos juntos, mi amado así le digo ahora y yo, para partir a las estrellas, en un nuevo viaje interestelar, después de ayudar al hombre diminuto en la medida de sus necesidades. Algún día quizá regresaremos, mientras tanto nos preparamos para abandonar a nuestra ancestral madre tierra y sumergirnos en un nuevo hipersueño… a nuestro hogar, en el Hefesto II.

Autor: Rodolfo Vázquez Jiménez y Johana Sánchez R.

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